viernes, 16 de diciembre de 2016

Lo que no quiero

En el miedo me armo. Miedo de opresión en el pueblo que vota referéndum en mi pecho, a cada segundo más y más pequeño, que consulta sin permiso si estoy dispuesto a permanecer indispuesto el tiempo necesario, con cuidado, sin aliento.

En el miedo romántico donde me acompañas cuando las estrellas brotan en el cielo haga frío o calor, esté vacío o lleno. Donde me acompañas desde tu habitación sin si quiera mostrar un ápice de intención de comunicarte, de dejarte ver y aparecer en el rincón desde donde se ve mejor. Desde donde allá arriba parece que llueve y son astros y somos amantes en secreto y sólo lo sé yo y tú no y no quieres saberlo.

Asi que me quiero bajo este manto de miedo eterno, del miedo del que lo intenta y se le tensan las facciones y destrozan los nervios, del miedo que afronto sin que sepas como me encuentro y dónde me siento, del que me hace querer huir hacia ti y ofrece pelea al valor que me clava al suelo. Si sigo apretando al final echaré raíces atravesando el pavimento y florecerán todas aquellas inseguridades en forma de girasoles al viento confundidos bajo un cielo gris y una cortina de lluvia que les roban el sustento.

El miedo bajo los truenos y tú partiendo con el sol en la mochila, abandonándonos a todos, suena a despedida.

Y al final solo me valgo yo y el aguanta coño y el me cago en la puta, mira qué huevos tengo.
Y el mira es para mi, porque no me lo creo y tengo que verlo.
Entonces me armo con el terror del tiempo de un invierno que tardó en llegar pero se instaló sin dudar en hacerlo. Dijo 'he llegado y aquí me quedo'.

Un minuto de lluvia para todos, para siempre.

Y yo sin paraguas y tan contento temblando de miedo, por si no me mojo y cuando llore parece que lo esté haciendo. No quiero tener que pedirte de nuevo que traigas el buen clima que añoro con anhelo, que cuando exhalo la fuerza se transforma en vaho y desaparece ante mis ojos acuosos de castaño claro y hielo.

Soy el director de una obra de teatro y me he visto perder tantos papeles arrastrados por el viento que no me contrataría como actor principal ni aunque de ello dependiese mi sustento, por supuesto. Por eso me amo en el miedo, acojonado ante tan grande sentimiento. Con el desparpajo del tartaja que no pronuncia palabra sin encasquillarse, que tiembla demasiado para llevar sus sueños en bandeja de plata que paraliza, que atrapa.
Es tarde, es trampa, ya basta de tanta batalla embotellada en el cuello de mi garganta.

Descórchame, córcholis, quítame la tapa, déjame fluir sin miedo al matarratas, al alquitrán, al qué dirán. Desísteme del intento, empújame a la certeza quitándome la ropa sin movimientos bruscos, sin aspavientos, que no eres un molino, que eres un portento. Desvísteme y hazlo lento. Quítamelo, pélame capa a capa todo aquello que me capa, que me incapacita para querer poder querer, para poder hacerlo.

Por eso me armo en Roma, porque soy pequeño, porque el ¡ave cesar! era un dios en la tierra, en su tiempo. Por eso me amo en el miedo, porque es donde crezco, me reproduzco y muero con tiento, al menos de momento.

Será sin ti, al final del cuento, encontraré todo aquello que de momento no tengo y ya no quiero, al tigo que ha dejado en bragas al con, al feo interludio que distancia tu cuerpo del mío, sin vergüenza sinvergüenza, sin miramientos, sin duda, y al mal de ojo de cien tuertos, a la maldición gitana que me quita toda gana y a la patraña que rebana mi cuello con hoja de daga.

A mi miedo, a ti, ha sido un placer conoceros, os espero jamás de los jamases para volver a veros.

Que todo os vaya bien, que bonitos veáis los peros.

Haced muchos cruceros.



jueves, 8 de diciembre de 2016

Fuimos tú y yo

Fuiste lo mejor que me pasó nunca que nunca pasó. Fuiste eso y mucho más.
Estuviste ahí para mi cuando te necesité, yo estuve ahí para ti para lo mismo. Estuvimos ahí y eso nunca podrá ser borrado, es parte de la memoria del universo, ¿sabes?

Es parte de nosotros.

No fuimos uno, nunca, fuimos tú y yo y nos gustaba de esa manera porque a mi me gustabas tú y yo te gustaba a ti. Si, yo tampoco podía creerlo pero no me dejaste alternativa y no pudo gustarme más.

No fuiste una elección, fuiste una oportunidad. Una oportunidad de refugiarnos en el sofá y solo ser. Ser tú y yo.

Éramos dos desafortunados desventurados encontrando la suerte en un trébol de cuatro hojas en las manos del otro. Éramos caricias sin final envueltas en una espiral de mirarnos a los ojos y no cansarnos de existir. Era imposible.

Éramos los dos pero nunca existimos. Quizá en universo alternativo, en una realidad paralela donde yo no tuviese que escribir mientras intento adivinar a que huele tu piel, cuánto habrías querido tenerme entre tus brazos siendo solo los dos.

Siempre te quise aunque jamás lo hice... porque no estás aquí y yo... tampoco.


domingo, 27 de noviembre de 2016

Concierto otoñal

Enfádate con rizos, muéstrame el color de tu corazón a gritos, que rompan los cristales, que descorchen la pared. Dime alto, tan claro creas que pueda ser, que voy a estudiar una ingeniería para tratar de entender.

Entender tus ojos fulminantes bañados en lágrimas de puro sol, desencriptar ese ceño fruncido que me pone contra la pared, que me cierra las esposas y manda la llave a paseo, de crucero, hasta más ver.

Trataré de entender.

Saber qué es lo que tengo que saber, descubrir las palabras que acarician tu lengua, que se hacen bola en tu piel, que provocan sarpullido en el recuerdo de los besos que pudieron ser. Que te irritan la voz, que nos han secado el querer.

Trataré de juntar las piezas de ese puzzle que dibujan el enfado que me disparas sin querer, arrepentida, desdichada y encogida tras las trincheras que formaron los malentendidos, las casualidades que pasaron sin poder y rezaré, lo haré porque se encasquille el arma, porque no me mates para que antes o después puedas saber.

Saber que no hubo jamás unos labios que no haya besado que sepan tan bien.

Y trataré, intentaré hasta que me duelan los pies, conseguirnos las entradas para este concierto de hojas secas y lluvias intermitentes donde el frío no es frío sino una excusa para poder engancharte de la parca y pegar nuestros abrigos como si de velcro fuera nuestra piel.

Te arrancaré los botones incluso si llevas el arma escondida debajo. Me desnudaré incluso si la hipotermia me arrebata la vergüenza y tú la vida a quemarropa.

Enfádate hasta que deje de cantar, hasta que la lluvia haya calmado tus lloros de sal.

Enfádate y hazme el amor otra vez, atrévete a disparar.

Caduco me vas a tener pero, al final, trataré de entender.




jueves, 10 de noviembre de 2016

Follándonos de miedo

No tenías los ojos de alguien que había sufrido tanto. Tu forma de cuidarme a base de palabras dulces y caricias fuertes te hacía parecer una mujer indestructible, una persona tan cuerda, fuerte y sana que tenía de sobra para cuidarme a mi.

Tú no sufrías ni necesitabas, tú y tus ojos del color del más pálido de los mares nos mantenían a flote. 
Eras la canción de cuna que se sobreponía al estruendo del oleaje en aquellas noches naufragándo sobre el colchón.

Nada más lejos de la realidad, nada más cerca de la verdad: me antepusiste a mi. Me pusiste por delante. Caí redondo, debo admitirlo, nunca nadie lo había hecho. Y no me di cuenta de que estabas enferma y que yo guardaba con recelo todos los antibióticos para mi, que insultante y sin remedio, te pedía que me los suministraras lentamente, como si fuera otro juego de cama.

Estabas enferma y no supe cuidarte porque mi dolor me cegó a mi y se comió tu cerebro. Y lo saboreé antes de percatarme que aquel dolor no tenía que ver con la épica batalla que estaba teniendo lugar dentro de mi, que no era la espada de Aquiles ensartándome desde las entrañas. Que era tu alma, envenenada, bañada en matarratas y pensamientos suicidas, la que me estaba sentando mal, de puto culo.

No parecías tener mayor preocupación que asegurarte de que me encontrase a gusto recostado en tu regazo, que tus piernas fuesen cómodas para mi cabeza de escritor que tanto temías y admirabas. 

Nos asustábamos del otro y nos encontrábamos bellos en el terror. Y follábamos porque era como gritar de miedo pero sin ropa. Entonces dije basta porque me estabas absorbiendo, porque cada vez que fijaba mi pupila en tu iris azul podía notar la sal en la boca y la marea subiendo asfixiándome por dentro.

Fui yo quien acabó contigo y te transformó en un recuerdo silente de lo que una vez me sonrió en el metro y me hizo olvidar hacía dónde iba y de dónde venía. Yo te maté y sé que aún caminas por ahí echándome de menos, intentando recordar en qué momento me puse lo suficientemente bueno como para prescindir de ti, abandonarte, dejar de dejarte cuidar de mi.

Eramos uno y nos dábamos miedo. Ahora creo que fue a ti a quien asaltaron los griegos.


martes, 1 de noviembre de 2016

Limpiando mi casa

Se me han caído al suelo, las cosas que me dijiste, las cosas que recuerdo, el calor intermitente que me arropaba durante el día. Me he quedado fuerte y aún así con las ganas colgando.

Estoy acatarrado, la garganta me castiga cuando trago saliva y han atrasado la hora. Se hace de noche demasiado pronto, ahora lo hago desde la oscuridad, pero te sigo insultando. No es lenguaje violento, nada horrible, nada feo, solo un pensamiento. Uno que me reverbera en la cabeza y que me califica a mi mismo por mucha rabia que me de admitirlo; ´cobarde'.

Estoy terminando de barrer los restos del último desastre que tiempo atrás se erguía robusto y edificado y ahora es polvo sobre el parqué de mi memoria y pienso, pienso varias cosas. Pienso y no entiendo por qué sigo insultándote si no debería estar haciéndolo, si me encuentro bien, si solo fue un momento, aunque si, echar, te echo de menos. Pienso la práctica que tengo, lo bien que cojo la escoba, cómo me desenvuelvo.

Pienso en lo cansado que estoy de cansarme de barrer y en lo tranquilo que me quedo después.

No te extraño de una forma que duela, más de una forma que da bajona por perder algo bueno. Algo a lo que no me dio tiempo a acostumbrarme pero que suavizaba las asperezas con las que tenemos que lidiar día a día. La vida, ya sabes.

Ya solo me queda la cocina, en poco tiempo no quedará nada de lo que hoy son los restos y lo que ayer eran cuerpos enteros, imágenes claras y pequeños gestos que se sentían como el principio de algo nuevo. Solo queda la cocina y aún en el último momento, en el repaso final de los acontecimientos, aún no estoy seguro de haber vivido nada más allá de un cuento que yo mismo me contaba, con los dedos de la mano, a susurros en la cama, antes de cerrar los ojos y decirme 'hasta mañana'.

Y como siempre, al despedirme, una parte de mi mismo me abandona, marchando de la mano con la persona. Es esa parte de mi que existía al tiempo que lo hacías tú, esa parte que te dijo todo lo que ya sabes y lo que no también. Perdóname si quedó algo en el tintero, si pareció que todo esto me importaba demasiado o demasiado poco, solo me importó lo que lo hizo, ni más, ni menos.

Se me ha caído al suelo tu nombre, has manchado, estoy escurriendo la fregona. Lo reconozco, soy un melancólico y ahora anochece antes. Quizá sea por eso, quizá no, quise echar un último vistazo a todo esto, eso es todo.

¿Sabes? Incluso puede que esto no sea un adiós, puede que aunque ya haya limpiado el recuerdo un nuevo castillo se plante inamovible en mi pasillo, quizá al final del todo, en el futuro. Puede que lo hagamos juntos, ya sabes, ladrillo a ladrillo.

Estoy pasando la fregona y pienso....

'¿Cuánto tardará todo esto en volverse a manchar?'


domingo, 16 de octubre de 2016

Apostando contra la vida

¿Cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Las posibilidades eran remotas, casi nulas, inexistentes. La probabilidad nos susurraba al oído que jamás nos miraríamos a la cara. Encontrarnos y reconocernos, vernos una primera vez y tatuarlo en el tejido del tiempo.

¿Cómo ha pasado si era imposible, si el universo nos decía que las apuestas eran claras?

Habíamos perdido el combate antes de subir al ring. Nuestro entrenador nos estaba consolando por un ko que todavía no habíamos recibido pero estaba claro, ya nos dolía la mandíbula, ya sentíamos el puño cerrado del rival arrancándonos las muelas, mandándonos a la lona, apagando las luces del local.

Nuestro caballo era claro perdedor, nos abucheaban en el hipódromo y el resto de jinetes nos miraban por encima del hombro como si ya nos hubiesen adelantado. Y he de admitirte, en la intimidad de este escrito, que yo tampoco confiaba. Reconozcámoslo, era difícil hacer una buena salida, de facto no la hicimos.

El árbitro aún no había pitado el inicio del partido y nos pesaba un hat-trick en las redes de nuestra portería. Contábamos con un guardameta ciego y diez cojos sofocados corriendo tras el balón. Eran superiores, eran el claro ganador. Recuerdo ver a nuestro entrenador tras el primer tiempo llorando a lágrima viva en el banquillo, recuerdo a nuestros suplentes enfundándose los vaqueros y marchando a casa, abandonándonos en el campo, a nuestra suerte, al azar, a la voluntad del cosmos.

Y entonces conspiramos, o fueron las estrellas, o el destino, o una puta suerte que aún no me puedo creer. Que digo suerte, ni buena ni mala, la neutral, la despreocupada de andar por casa, la que no deseas porque aún no conoces, la que golpea en tu puerta y recibes con los ojos como platos y el corazón galopándote en el pecho intentando adelantar a los caballos rivales.

Sabes que tengo razón, era imposible, improbable, inverosímil, inviable, era desalentador. Demasiadas variables, demasiadas rutas en el laberinto, demasiada vida por ahí delante como para encontrarte. Sencillamente no podía pasar.

Pero pasó. Pasamos. Sucedimos.

Y con una vez bastó.

Porque tenía que haber una primera vez antes de la segunda, porque si ha sucedido una vez ha sucedido para siempre. Jamás podremos desencontrarnos, no reconocernos cuando lo hicimos.

Nos levantamos en ese inmortal tercer asalto y en un fugaz intercambio de palabras, de miradas y caricias noqueamos al rival y sonó la campana tras la cuenta de diez.
Susurramos a la oreja del equino y le mentimos, nos pusimos de acuerdo, le dijimos que había una yegua tremenda esperando su victoria en los establos. Y corrió como un rayo, cuando quisimos darnos cuenta era tarde para echarse atrás, los habíamos adelantado, nos habíamos ido hacia delante sin preguntar.
Empatamos en el minuto final y en la prórroga nuestro equipo de segunda be se transformó en estelar, en nuestra selección y defendieron nuestra bandera con los pies y el corazón.
Hombres del partido, encuentro del año.

Tenemos la victoria en forma de oro sobre las manos, lo hemos conseguido, hemos ganado, ha sucedido.

No es el último de los combates, ni de las carreras, ni de los partidos. Es el comienzo de la temporada y no podemos desinflarnos ahora, el entrenador nos está alentando. "Ya estáis aquí, lo imposible ha sucedido, luchad con todas vuestras fuerzas, merece la pena".

Salgamos a ganar.





lunes, 10 de octubre de 2016

Coloréame

Coloréame.

Hazlo como si tuvieses cinco años otra vez. Agarra la pintura con la fuerza con que solías hacerlo y destapa el entusiasmo que te llevaba a sacar la lengua entre los dientes cuando la cera rozaba colonizadoramente el papel. Enséñame esa concentración que te hacía perder noción de todo lo demás de tal manera que terminabas mordiéndote la lengua. Que terminabas manchando de sangre ese dibujo que era yo.

Coloréame.

Demuéstrame los primeros destellos de talento sin pulir que anticipaban una técnica de campeonato. Dame forma de manera sencilla, bicolorista, bocetéame. Déjame aparecer en blanco y negro, construido a base de sombras y reflejos. Usa el carboncillo sobre mi y mancha tu dedo tratando de pulir esos pequeños detalles que en tu juventud comenzaste a apreciar. Refleja en mi cuerpo todas las dudas sobre el mundo que te envolvía y te hacía perder la cabeza. Hazlo tranquila, hazlo adolescente.

Coloréame.

Acaríciame en tu mente, proyéctame con tus superpoderes sobre el lienzo en blanco. Enfoca el trazo, encuentra el estilo, delinéame con la sabiduría que te han otorgado los años. Bórrame cuanto necesites hasta que no dudes más. Hasta que sepas que me quieres. Y déjame así, porque no soy perfecto y ambos lo sabemos. Soy quien tú sabes que soy, con mis ojos desalineados, con mis gestos desproporcionados. Retrátame como me sientes, no como me ves.

Coloréame.

Con o sin temblores, con calva o canas. Transfórmame en la caricatura que tu sentido del humor exija. Sonríeme como cuando eras una niña y salpicate las gafas al mezclar los colores en la paleta. Déjame sin respiración a base de historias, porque ahora hablas cuando te concentras, aprendiste cómo no morderte la lengua. Susúrrame las aventuras que te otorgaron la habilidad de la que ahora haces gala. Tómate tu tiempo, aprendiste a ser paciente, lo hiciste al final, después de todo. Déjame reposar durante días al sol y que se seque la pintura, que se resquebraje mi mirada acuosa y desteñida por el calor. Por la vida. Por el color.

Salte de los bordes si lo ves necesario. Píntame fuera de tu vida, dibújame cuando estés lista y las ganas se deslicen por tus mejillas como acuarelas de sal.

Hazlo como quieras, pero coloréame, dame vida, dame color.



viernes, 7 de octubre de 2016

No eres de esas que no son

No eres de esas que se ponen vestido por si la aventura surge de entre los adoquines y tienes que correr, saltar o Dios sabe qué. Y solo te los pones cuando acompañas con manoletinas o tacones, cuando es obvio que la aventura no exigiría proeza física y que si lo hace te quitarás hasta el último trapo que adorne tu cuerpo.

No eres de esas que se meten, que se burlan, que se ríen de las personas que sufren de alguna discapacidad, física, psíquica o social. No eres tampoco de las que sienten lástima y quieren romper a llorar. Eres de las que ayuda si puede y continua su camino si no debe, si ya está atendido, que por el simple hecho de ser así no se requiere un teatro de lágrimas ni preocupaciones.

Que no eres una niña.

No eres de esas que viven y no piensan, tampoco eres de las que viven y piensan y no reflexionan sobre lo pensado. Eres de las que filosofan porque puede y quiere estallar su cabeza hasta ser la mejor versión de si misma. Quieres poder valerte por ti misma sin ser consciente de todos los superpoderes que tienes, sin ver, desde ahí arriba, como pasas volando sobre nuestras cabezas.

No eres de esas que no lloran. Porque lo haces, los dos lo sabemos. Lloras y te caes, porque eres humana y preciosa por eso. Eres preciosa cuando estás sentada en el suelo con la cabeza entre las rodillas y te veo, juro que veo como luchas con todas tus armas, que son poco menos que todo un ejército, para levantarte y sonreír.

A veces, simplemente, no puedes. Eres humana, eres preciosa.

No eres de esas que viven encerradas en un mundo que las somete, no eres de las que como tú, son mujeres y parecen no querer demostrar que por el hecho de serlo no tienen que pedir perdón. Que no tienen que pedir nada, que son como somos todos, carne y hueso. Que dan vida si se les antoja un día. ¿Algún hombre en la sala puede si quiera soñar con eso?

Que eres una mujer y sabes que puedes con ello. Que si te nace la gana te nace un hijo y cambias el mundo.

No eres de esas que critican a los demás cuando no miran. No insultas, no envidias, no arañas.

No eres de esas que no leen, que no se sientan jamás bajo las estrellas y me agarras con tus ojos y me cuentas lo que crees que hay allá arriba. No eres de esas que me dan su opinión sobre la vida y termina antes de treinta segundos. Joder, no eres de esas y te amo por ello.

No eres de esas que juegan a conocer gente, a querer a gente, a despedirse de gente. No eres de las que se levantan un día y al siguiente son personas diferentes.

Eres de las que te sonríen desde la esquina y un año después lo hacen desde la cama. Eres de las que no te hacen sentir inseguro y te acompañan de la mano en ese camino que es descubriros y fortaleceros a base de risas y llantos recostados en el pecho del otro.

Eres de las que me hacen reír sin final y me da un mordisco en la mejilla cuando no puedo parar.

Eres de esas a las que se ama por encima de todas las cosas.

Eres de esas que no existen.


miércoles, 28 de septiembre de 2016

Palabra escrita, goma de borrar

La palabra escrita arañándome el corazón, la aspereza del acento mal colocado, la frustración del punto y aparte que había nacido para ser seguido. Seguido de un y si. Seguido de una duda universal, eterna, irresoluble.

Desquiciado por mi caligrafía de mierda, por mi ortografía fiable cuando el lenguaje no se transforma en un galimatías, en un discurso de Sócrates escrito por Platón. Cuando redacto un cuento sacado de Barco de Vapor.

Afiliado a la letra digital, donde el juego de muñeca no juega ningún papel, donde el papel no tiene lugar. Y en mi repisa descansa la máquina de escribir, que conjuga lápiz y ordenador. Mente y corazón.

Complicado decirte lo que la palabra escrita ilumina en mi, imposible escribirte lo que digo cuando pienso que lo siento.

Imposible en este párrafo, imposible en el siguiente.

Quedo desterrado al mundo de las sílabas desaparecidas, borradas, manchadas de tipex, deshechas por la goma, revertidas por la tecla de retroceso del teclado de ordenador.
Desterrado a esas cosas que quisiste decir y no dijiste, vecinas de las que soltaste por la boca y deseaste borrar.

El tiempo no es de la empresa Milán, ni rosa, ni se puede rajar. No borrará. Pero te permitirá hacer como con todo lo demás.

Te dará la oportunidad de olvidar.


viernes, 23 de septiembre de 2016

Vuelta a casa

Se me han puesto los pies de punta, las cortinas se me han enroscado al corazón y están estrangulándome la vida. Que quiero aire coño, que me he ido al norte para poder respirar y he vuelto asfixiado igual.

Y es que ni en el más alto de los acantilados, en la más verde de las praderas he podido librarme de ti, de mi. De lo que tengo dentro.

He escanciado sidra por la ventana del piso catorce de un hotel, he subido por encima de las nubes más bajas del cielo, en coche y en teleférico, y me he alejado de todas esas luces, ruidos de motor y bares que los humanos denominamos civilización.

Me ha llovido hasta calarme la médula ósea de cada hueso. Me ha dolido hasta enquistarme en el culo del vaso de cualquier copa de vino que se me puso delante en las calles de Santiago. Me ha dado igual si era un restaurante o un tío vivo a la hora de bailar, me he levantado del asiento igual, he cerrado los ojos y me he dejado llevar. Lo he hecho de verdad.

"No todos los días son buenos, pero hay algo bueno en cada día" como rezo, no en la famosa catedral, en cualquier otro lugar, con mucho menos oro y más religión. Porque donde he sentido lo he sabido y donde no, bueno, ahí no he podido.

He susurrado en la distancia te quiero a una mujer que, en su momento, decidió que pudiera hacerlo dándome la posibilidad del nacimiento. Derramado lágrimas, de noche, de vuelta al cementerio.

Sigo notando falta de aire cuando recuerdo una conversación de una hora de duración de pie sobre un sofá. Un debate, una charla, un intercambio de opinión sobre las tonalidades de un cuadro que exponía unas pocas flores pero donde mi amigo y yo veíamos las virtudes y los horrores del ser humano reflejados en sus colores. Blanco y negro y verde casi amarillo. El bien y el mal y nosotros casi ellos. Nosotros todos y ellos también.

No consigo olvidar la silueta oscurecida, generalizada en palabras de podríamos ser cualquiera, en lo alto del edificio, al otro lado del río, frente al restaurante en que sentados y cenando relataba historias sobre lo mal que aquella sombra que fumaba en el balcón de su vivienda lo debía estar pasando. Sobre la vida y los errores y no ser lo suficientemente fuerte para cambiar. Al final, cuando caiga el diluvio universal, no todos nos podremos salvar.

Lo que duraron esos días no han borrado mis problemas, preocupaciones, asuntos que tratar... nada nunca lo hará, nada salvo yo. No malinterpretes, he aprendido.

He aprendido que uno no elige dónde nace pero si dónde quiere vivir. Que la vuelta a casa no fue mi regreso a Madrid, que fue la partida, el viaje hacia allí.

Volveré a casa. Con aire o sin él. A saltos o a trompicones. En ave, en coche o en besos. Ágil o atado a tus pies.

Volveré a casa.


miércoles, 31 de agosto de 2016

Tú por ti

Se te han caído los mitos y los dioses griegos, las cortinas de la bañera, los pantalones y las penas. Has tardado lo que tenías que tardar, te has tomado tu tiempo. Te han crecido las uñas y el pelo, la seguridad en tu corazón y tu cabeza, te ha crecido la verdad y dicen que se ve por encima de los edificios, que ahora para todos es un punto de referencia, que es como la luna llena.

Pasó la sed de respuestas y te florecen las ideas, que estás en plena primavera y mañana es septiembre. Te sobran la ropa y las pulseras, te vale con la piel que cubren tu voz y tu mirada. Que ya no tienes miedo a dormir sin saber si amanecerá mañana. Que la almohada ha dejado de ser refugio y ahora te lanzas al campo de batalla una y otra y otra vez.

Descuidas las maneras, bailas sin música y hablas lo que piensas. Regalas sin impuestos ni imposiciones, das abrazos con las manos abiertas y para todos hay un descanso en tu espalda, sobre tus hombros.

Hondeas la bandera del planeta y las ganas de vivir la mecen al viento ante la mirada de los terroristas y los proxenetas. Pisas descalzo el asfalto y disfrutas antes de llegar a la meta. Se hace camino al andar y amo tu presencia. Estás en mar abierto y llevas el pecho al descubierto, en canal, se te ve por dentro, se te ve brillar.

Ya no importa quien no te quiere ver porque sonríes ante el espejo y es tu rostro el que te alegra la mañana, el que te acompaña, el que te quiere, el que presentas cuando estrechas la mano y te muestras.

Y a veces nada de esto es así, ni brillas, ni amas, ni sonríes, ni te crece la euforia por las orejas. A veces solo quieres dejar de remar y que te absorba la tormenta. A veces solo quieres no querer nada.

Cuando no tienes fuerzas te recuerdas. Te repites las veces que haga falta que no necesitas un motivo para ganar la guerra, que no estás solo, que por ti vales la pena. Uno desde el primer día y hasta el final.

Se te han caído las ganas de llorar porque te has cansado de llevarlas y en el horizonte aparece la calma. Porque el sol te da fuerza y tú te las ingenias, que eres tan fuerte como el mayor dolor de muelas.

Lúchate, lúchate para ganarte la guerra, lúchate para encontrarte en la cama cada mañana.




domingo, 21 de agosto de 2016

El hombre viejo demasiado joven para morir

Hay cosas en la vida que no puedes escoger, cómo te sientes.

El sol apuntaba desde lo más alto como un francotirador con munición letal de acción lenta. Te calcina hasta que pierdes todo el agua del cuerpo, sudando gota a gota. El ventanal reflejaba cada uno de los disparos del astro rey sirviendo de catalizador. Casi podía notar las ascuas avivándose en mi piel.

Las vistas eran privilegiadas, merecía la pena morir por el calor. En aquel momento merecía la pena morir por cualquier cosa. No era resignación, era un mal concepto de heroicidad. Yo era un mal concepto, el mayor de todos.

La calle se extendía sin miedo veintidós pisos por debajo de mis pies. Ventanas, ladrillos, moho y gente en la calle jugando a vivir algo más. Algo que mereciera la pena, más que la vida.

Días atrás en el calendario había sido uno de ellos, no de los mejores, nunca fui realmente bueno actuando, pero estaba convencido. La vida tenía un sentido y no era demasiado pesado para llevarlo a la espalda.

Ahora mi mochila estaba vacía y pesaba más que nunca. No estaba llevando nada, libros, argumentos, munición o alcohol. Solo un gran vacío más pesado que cualquier otra cosa.

Escuché a mi espalda la puerta intentando resistir y a los ocho tipos detrás intentando ganarle la partida. Estaban abollando la chapa. Parecía que la puerta estaba viva y creciendo, estirando una mano en forma de bulto hasta mi. Iba a atraparme. 

- ¡Vamos chicos, un par más! - dijo uno de ellos en el silencio entre un golpe y el siguiente. 

El arma en mi mano estaba pegada y el pegamento era casero: supervivencia y delirios de un hombre viejo demasiado joven para morir. Ya estaba muerto por dentro pero eso no me parecía suficiente para tratar de impedir que agujereasen mi cuerpo con balas de todos los calibres.

Estaba sopesando cómo de largo sería el vuelo cuando me quedé sin opciones. La puerta se abrió y los proyectiles de punta hueca empezaron a correr hacia mi. Giré sobre mis pies y traté de hacer diana por última vez.

Sentí el rojo, el quemazón, el hueso partiéndose y la sangre escapando a presión de mi cuerpo. El primero fue a través de mi cuádriceps. Nunca volveré a correr igual, pensé. Aún había una parte de mi que pensaba que iba a saborear la vida más allá de los cuatro próximos segundos. El segundo acertó en el centro. 

Estaban jugando a los dardos con mi cuerpo y todos querían ganar.

Lo sentí, la sensación de no sentir nada. Mi espina dorsal ya no formaba parte del juego. Un gran golpe en la cabeza y mi cuerpo cayendo sobre los cristales. No iban a aguantar, de hecho, no lo hicieron. 

Ellos, los hombres armados, los jugadores de dardos, me vieron desaparecer como en las películas de superhéroes. Me desvanecí ventanal abajo pero nunca remonté el vuelo.

La brisa en mi nuca y la sensación de caer al vacío, piso por piso. Dí un espasmo, las sábanas se me habían enredado demasiado. 

Era el momento de despertar.


miércoles, 17 de agosto de 2016

Hasta luego

Despidiéndome se me congeló la piel, diciendo adiós me salió urticaria y se me quedaron pequeñas las zapatillas.

Tengo miedo.

Al dolor, a tus ojos humedeciéndose en la distancia, al calambre de desesperación que me retuerce el espinazo y me hace saltar como si de un gato me tratase.

Nunca supe que no te volvería a ver hasta que tu pelo y tu culo se perdieron a la vuelta de la esquina. El último beso que tampoco se avisa, que es y ya está. Por eso lo de besar, abrazar, mirar y amar como si no hubiera un mañana.

Por eso dejártelo caer.

Porque las evidencias no escapan a la ley de la gravedad y con todo su tonelaje caen estampándonos contra el suelo, por su propio peso. Porque si te miro y te quiero te estoy diciendo que corramos de la mano donde jamás esperasen que huyésemos.

No me gusta tener que decirlo, ni tal como es ni en ninguna de sus variantes: hasta luego, chao, nos vemos... No me gusta cuando no quiero hacerlo. De acuerdo, quizá nos tengamos que marchar, uno de los dos tiene algo que hacer y entre esas cosas una es romper la fantasía que nos lleva envolviendo toda la tarde, pero eso no hace que me guste ni un ápice más.

Hasta luego y una mierda. Hasta ahora, me cago en Dios, suficiente tengo con estar vivo y no saber por cuántos segundos más como para permitirme el lujo de perderte de vista durante las próximas horas.

Chao en latinoamérica sirve también para encontrarnos, para saludarnos, para decir hola. Solo estamos al otro lado de un pequeño charco. Date la vuelta y encontrémonos otra vez.

Nos vemos... no me vale. Te estoy viendo ahora, estoy viendo tu cara b caminando en dirección opuesta a mi, caminando sobre un asfalto que susurra a cada paso que das "mañana veo si tengo un hueco".

No me entiendes, crees que te miento.

No me importa si mañana tienes que trabajar más de la cuenta, si madrugas o anocheces o no vas a dormir nada, si tienes que ir a ayudar a tu padre a hacer la mudanza o si has quedado para cuidar de la hermana pequeña de tu mejor amiga. Si te vas de cañas, de tintos o de bolos.

Puedo convertirme en todo eso si te paras y frenas en seco, si has entendido en el país de tu cabeza y giras sobre tus pies y vuelves a encontrarme con tus ojos ciegos. Si te acercas con ese paso que es mucho más sensual cuando te me vienes encima, cuando acudes a mi. Puedo ser todo eso y mucho más si te detienes a escasos centímetros del disfraz que me he puesto para salir a la calle y me tocas y lo atraviesas y haces contacto conmigo, piel con piel.

Cuando sientas el calor, el fuego, mi amor llamándote a grito pelado en el mayor de los silencios.

Ten cojones ahora a decirme hasta luego.


viernes, 12 de agosto de 2016

Solo visto piel

Las apariencias engañan. Es algo que todos sabemos y olvidamos constantemente y aunque por lo general suelo dirigir mis textos a todos vosotros y trato temas que todos tocamos mientras vivimos, aderezado con vivencias personales, esta vez va para mi. Hoy es por mi.

Han llegado a mis oídos palabras que tratan sobre la impresión que doy, sobre el reflejo que proyecto desde mis aguas, sobre el tono de mi voz y el color de mis ojos. Y es que parece que soy un tipo duro, que rehuyo al amor, que sé bien por dónde voy y que camino sin dudar y con el semblante entero.

Lloro. Lloro más de lo que podríais pensar. Lloro en treinta segundos si un personaje de cualquier serie de televisión lo hace con la suficiente convicción. Cuando me sonríen se me ensancha el alma. Levito sobre la silla de mi habitación todas las tardes mientras navego en mi diccionario intentando encontrar las frases adecuadas, palabra a palabra, desgastando el teclado de mi ordenador. Con cada botón se me fractura un poco más el corazón.

No soy de metal, ni de acero, en todo caso de neón. Subo tropezando escalón a escalón aunque desde fuera pudiera parecer que me los salto de dos en dos con la agilidad de quien tiene claro en que piso vive. Entiendo que pudiera parecer qué sé dónde está mi casa, a qué puerta he de llamar para que me reciban entero, como soy.

Es verdad que no soy persona de medias tintas, que puedo salirme de los bordes dibujando pero lo haré con ganas. Todo lo demás no es cierto. Todo lo demás son falsas apariencias o quizá son las correctas desdibujadas por la percepción y la falta de educación. Por haber tardado tanto en entender que uno debe ser quien es cuando está pensando en la soledad de su cama vaya donde vaya, esté con quien esté, tenga la edad que tenga.

Me tiembla el pulso aunque parezca que amanezco y anochezco como un cirujano con veintidós años de profesión a sus espaldas. Las cosas pequeñas son las que más me afectan cuando me desnudo y visto solo con mi piel. A partir de ahora con más piel y menos tela.

Ayer la pulsera que llevé atada por cuatro años estaba débil, trastabillada, más fina de lo normal. Se rompió. Era una pulsera. Costó un euro. Y un euro valió sentirme acompañado desde aquél día, en todos esos besos y lamentos, momentos de conocer gente nueva y emocionarse hasta que la vida no de más de si, ratos de despedirse de personas que por uno u otros motivos van a seguir viviendo sin dejarte estar ahí para verlo. E incluso ha habido reencuentros, de esos que no esperabas y te sorprenden órgano y hueso. Y ella estaba ahí, adornándome la mano y los momentos, las respiraciones y su pelo. Vistiéndome con sus colores rojo, verde, amarillo y rosa de tonalidad sentimiento. Esto es difícil, espera un momento.

Ayer se me cayó pero hoy se ha roto la pulsera, hoy se me ha roto por dentro. Ayer quedé huérfano de muñeca pero hoy se me ha deshilachado la vida. Se me ha desatado el cordón.

Puede que parezca el típico tipo que lleva una pulsera y ni tan siquiera lo recuerda. Las apariencias engañan. Resulta que no soy el tipo que huye del amor, soy del que Cupido corre con pavor cuando ve cómo lo persigo, no soy el tipo que entra por la puerta con una sonrisa, soy el que con el pelo de punta y los labios estirados recuerda la despedida en la estación y llora entre dientes, no soy el tipo que continua con la conversación mientras arroja despreocupado el trozo de tela que llevaba atado al cuerpo, soy el que se siente desnudo y se pierde en el mundo con la sensación de que la vida ha atentado utilizando como arma el tiempo.

Con todo y como siempre, viene el cambio. Habrá que aprender a mostrar lo que uno es, habrá que aprender a enseñar la piel ahora que se ha desatado el nudo. Ahora que no hay disfraz que me tape.

Voy a atarme el alma con un doble nudo, sin temblor de intención.






viernes, 5 de agosto de 2016

Fuegos artificiales

Se encienden las mechas, la gente corre hacia los lados, los silbidos abrazan la noche encapotada y como cohetes espaciales cientos de pequeñas unidades de pólvora salen disparadas hacia el cielo dejando tras de si un humo que lo emborrona todo hasta el final, donde allá arriba, en lo alto, los fuegos artificiales trabajan su magia. Y no hace falta fijarse para entender por qué magia, basta con darte la vuelta y ver los colores que se dibujan sobre el lienzo nocturno que es el cielo reflejados en los ojos de todos los presentes. Basta con ver sus caras de admiración, congeladas, boquiabiertas, románticas, cautivadas.

Colores y formas y nuestras cabezas jugando a adivinar cómo de grande y que tonalidad presentará el siguiente movimiento. Si tendrá forma de esfera, de palmera o de ese beso que nunca me diste y siempre imaginé. Fuegos artificiales. Luces de colores. Truenos y tambores bajo la luna, sobre nuestras cabezas, en nuestros corazones.

Hoy el cielo está despejado pero en nuestras cabezas los fuegos resuenan sin cese, pareciera que las pequeñas chispas verdeazuladas pudieran salir por nuestras orejas. Aquí dentro siguen siendo fiestas y hay pólvora para rato. Estamos en época de Fallos, que no de Fallas.

"Soy optimista, hace un rato que ni trompetazos ni destellos de tonalidades, estoy tranquilo, se les ha acabado el material." Lo he pensado antes otras veces y he aprendido a esperar la traca final en el silencio, en el momento de calma que precede a la tempestad. Y como muñecos inertes que existen para contemplar el ritual permanecemos raudos de mente y paralizados de intención sin agachar la cabeza, con el cuello estirado como suplicando a Dios por un mejor mañana, por un descanso eterno.

La traca ha estallado y parece que el espectáculo ha terminado. Sabemos que no es así, que nunca termina mientras podamos seguir respirando, mientras ese humo que se cuela entre todos nosotros termine en nuestros pulmones. Solo nos queda aguantar lo mejor que podamos, dejarnos llevar cuando toque, pelear entre el rojo, el verde y el plateado cuando sea necesario, cuando tenga que ser así. Porque en la gran fiesta también lloramos, caemos y nos desmontamos. En la gran fiesta jamás dejaremos de sorprendernos, aburrirnos y abrumarnos. En la gran fiesta que entre todos decidimos llamar vida y donde los truenos y los relámpagos nunca cesan sólo nosotros podemos decidir cuánto vamos a disfrutar del espectáculo que se está emitiendo ante nosotros. Participa. Acércate con un mechero o con la punta de tus dedos y préndele fuego a la siguiente tanda. Decide cuándo, dónde y por qué.

Como en toda buena sesión de pirotecnia, hay que respetar los ritmos, las alegrías y las depresiones. Pero cuidado, no te distraigas más de la cuenta, los fuegos artificiales no son lo único mágico que vas a ver si tu así lo quieres creer.

Echa un vistazo alrededor, hay otras luces iluminando tu noche.

El olor a pólvora puede no gustarte, pero que no te quite las ganas de vivir.


lunes, 25 de julio de 2016

Me gusta conversarte

Me gusta conversarte. Pelear palabra a palabra. sin golpes, sin rodillazos en la cara, sin malos tratos.
Me gusta conversarte. Estirar mis vocales hasta acariciarte, preguntarte y dejarte responder para bien.
Me gusta conversarte. Sisear y maniobrar con mi lengua y mis cuerdas vocales para contarte, decirte.
Me gusta conversarte. Molestar, preguntarte, hacerte pensar y desencajarte, verte mirarme y esperar.
Me gusta conversarte. Respirar argumentos y coherencia y entendimiento en la diferencia, rebatirte.
Me gusta conversarte. Hablar con los ojos y que me ganes en una pelea de épicas proporciones.
Me gusta conversarte. Esperar a que te reorientes y encuentres calientes las palabras que sientes.
Me gusta conversarte. Tocar el espacio entre nuestras opiniones con sugerencias y revelaciones.
Me gusta conversarte. Dar cinco sílabas por cada cuatro que me envías, que suenen bien.
Me gusta conversarte. Alquilar un par de horas al tiempo para conectar nuestras mentes en voz alta.
Me gusta conversarte. Componer una conversación y entre los dos dibujar su pentagrama.
Me gusta conversarte. Besar con mis labios la vibración de lo que digo sin haber pensado antes.
Me gusta conversarte. Jugar con los verbos y pintar los adjetivos de calificativos exagerados.
Me gusta conversarte. Mirar lo que dices y vigilar lo que te digo.
Me gusta conversarte. Creer que con cada palabra las posibilidades se tornan más y más infinitas.
Me gusta conversarte. Dibujar un puzzle donde tu voz y la mía encajen como dos piezas imperfectas.
Me gusta conversarte. Recordar al terminar que lo que quería decir quedó en el tintero y tú en mí.
Me gusta conversarte. Llamar a las cosas por su nombre y que me llames imbécil cuando lo soy.
Me gusta conversarte. Competir en un juego invisible con piezas de marfil donde gana el que puede.
Me gusta conversarte. Saber hacer las pausas para coger aire y contraatacar.
Me gusta conversarte. Querer que me hables y escucharte para siempre en un debate eterno.

Me gusta conversarte. Conversar para que peleemos, nos estiremos, siseemos, molestemos, respiremos, hablemos, esperemos, toquemos, demos, alquilemos, compongamos, besemos, juguemos, miremos, creamos, dibujemos, recordemos, llamemos, compitamos, sepamos y queramos. Me gusta conversarte porque podemos. Me gusta conversarte porque quiero.


jueves, 14 de julio de 2016

Demoliciones y radiografías

Dinamitar. Colocar explosivos en una infraestructura, pongamos, por ejemplo, mi corazón. Crear un accionador, un dispositivo de acción remota, un detonador. Digamos que el detonador es tu mirada. Acordemos que no sea cualquier mirada para que pueda mirarte sin miedo a volar por los aires, como personas normales, ya sabes. Entonces, en algún momento, uno que yo no sabré y tú no se si sabes, me mirarás. Lo harás y será diferente.

No estaremos hablando de nada especial, no será sobre el amor ni la vida ni el universo, me dirás algo y giraré mi cabeza hacia ti. Me topare con tu cara, esa que no esperé que tuvieras, y me devolverás la mirada. Y tropezaré contigo, otra vez. Chocaré de bruces contra ti manteniendo una distancia de seguridad y aún así, sin moverme ni un centímetro, chocaré contra ti. El silencio será la música del momento, la calma previa a la tempestad, el punto y aparte antes del siguiente párrafo.

Y continuaremos aquí, sin hablar por unos pocos segundos. Tú porque estarás ocupada atravesando mi alma, yo porque estaré ocupado intentando no partirme en dos. Yo porque estaré ocupado explotando y siendo demolido y arrasado y volando por los aires contenido en este cuerpo de carne y piel. Y esperando una taquicardia no seré capaz de escuchar un solo latido y me acojonaré, lo haré por no saber si quiera si sigo vivo. Y te preguntaré si tengo cáncer, si debería dejar de fumar ya, te preguntaré porque serás la única persona capaz de realizar una radiografía en plena calle, sin instrumento, sin intención de dejar sin aliento.

Y lo volcaré todo en un folio en blanco y me vaciaré por dentro. Y estoy bien y sigo entero y mi novia me preguntará qué coño estoy haciendo.


viernes, 8 de julio de 2016

Esta es la entrada que habla de las cosas.

Esta es la entrada que habla de las cosas.

Que te follen. Y a ti también.

Veo una autopista y veo una salida. Veo un volante, una noche, cuatro farolas mal colocadas y a mi mismo alejándome con una predilecta sonrisa de "os he jodido".

La novela está por ahí. Si, está parada, ¿qué coño te pasa a ti en la cara? ¿Qué miras, gilipollas?

Tengo la pierna repleta de picotazos y necesito pañales. Sufro diarrea mental y me gustaría poder mantener cierta higiene mientras me cago en vuestras putas madres. No por nada, para después no oler mal.

¿Después, cuándo? Cuando tenga otra cita, con otra, otra, otra, otra. Otra vez, otra persona, otra hostia, otra para nada, otra me ha sobrado ese comentario pero me da igual, otra demasiado tal o demasiado cual. Otra vez otra. Perdona otra vez, ¿te llamabas?

Me dan vuelta las caras, los momentos, las conversaciones sobre religión, filosofía, la ropa interior o el tamaño de mi miembro. Schopenhauer se dejó arrastrar por la voluntad, pero nadie sabe cuánto le media el rabo, ¿verdad?

Raro, me siento raro.

- Pues para sentirte tu raro.... que la rareza es el ecosistema por el que vagas buscando una no respuesta a nada.... la cosa se pone seria - me analiza el socorrista.

- Te diría que me siento mal, pero estando mal me siento bien - le contesto.

¿Algún problema de índole sexual estos días? Mi vida está haciendo un squirting y yo todavía no me voy a correr, querida.

¿Y a quién le importa?

- Pero Edu, tú eres un vagabundo de la existencia, necesito consejo.
- Soy el vagabundo de la existencia que se quedó sin abrigo en la noche más fría del año. No me mires en busca de respuestas.

El simple hecho de vagar no aporta conocimiento, pienso mientras me arrasco los picotazos dejándome la pierna en un rojo fuego que podría fraguar la mejor de las espadas.

Y casi sin darme cuenta me ha dejado de apetecer lo que me molestaba no poder hacer y me encuentro en un plano existencial donde el mayor placer es echarme crema para las heridas de guerra que me han dejado los mosquitos.

Vale, quizá yo tenga parte de culpa... o no. ¿Fuí yo llenando demasiado un vaso bajo un grifo que goteaba constantemente o fue el grifo goteando el que lo mandó todo a la mierda?

¡Nos hemos colmado! ¿Y sabéis qué? Tras el colmo viene algo similar a la calma, una euforia que te empuja a actuar cuando la relevancia de tus actos te importa lo mismo que la hormiga que has estado a punto de pisar. ¿La has evitado verdad? Yo creo que la he aplastado (carita triste emoticonil).

Ya me pica incluso donde no me han picado, no existe responsable ni emisario ni visir ni populacho. Existes a duras penas, colega, déjate de cuentos y que te follen.

Joder.




domingo, 26 de junio de 2016

Querida Berenjena

Querida Alberginia:

Ten cuidado, ándate con ojo como dirían algunos. Ten cuidado porque estás viva y puedes llegar a perdértelo todo. Tienes que andar con precaución, sin pasarte, sin pisarte, fíjate bien.

Ten cuidado de arriesgarte, ve con la precaución y la seguridad de lanzarte a la piscina, nunca te quedes demasiado quieta en el mismo sitio, no te pases demasiado tiempo sentada y fíjate bien en este torbellino que son los días, los soles y las lunas, la vida. Fíjate bien para no perder ninguna de todas esas imágenes que amanecerán en tu pupila y que, antes o después, anochecerán hasta desaparecer en el imaginario colectivo.

Sé que la mayoría de las cosas que aquí te diga las hemos hablado pero permíteme rescatar los puntos más importantes y repetir alguna que otra frase en un intento por hacer de estas palabras un todo con una pizca de sentido. 

Me he roto mil veces yo solo en mi habitación con mis sentimientos. La melancolía corta, la nostalgia asfixia, puede llegar a apretar fuerte tu cuello mientras, despistada, lo analices todo en blanco y negro. O sepia. O con cualquier otro filtro que se antoje romántico. 

Y hablando de romanticismo, y de eso se un poco, sé como te hace sentirlo todo. Sé que es una forma de vivir la realidad que entre todos hemos creado y que cada uno ve de una manera especial. La tuya lo es, especial. Esa sensibilidad que tienes te hará pasarlo realmente mal, te lo dice un llorica empedernido, pero merece la pena. Merece sentir a los demás dentro de ti, porque antes o después lo harás, de eso no me cabe ninguna duda. Te tirarán piedras a la ventana, esperaran en tu puerta a las cinco de la madrugada y con un corazón maltrecho irán en busca de remedios, remendados por dentro.

Se que son millones las preguntas que se te antojan sin respuesta y que eso también te enamora. Se que estás enamorada de las cosas. Me dijiste que hablaba de forma muy bella de ella y te dije que aunque la había olvidado no había olvidado el amor. También te dije que una vez que un ser humano conoce el amor jamás puede olvidarlo, que lo transforma para siempre. También te dije que estoy enamorado del amor. No es malo, puede ser peligroso, pero nos gusta vivir así, a nosotros, a los románticos, ¿verdad?

Hasta lo malo, lo feo, lo triste es bonito, porque somos una especia capaz de crear belleza, ¿cierto? No tengas miedo porque al final vas a amarlo todo. 

Es bonito saber lo bonito que sería lo que no puede ser. Es bonita la idea, es bonito el sonido cuando se te escapa entre los labios viendo amanecer. 

Te van a hacer daño y en ocasiones querrás hacer desaparecer esa parte de ti que siente el motor del universo funcionando en tu interior. No lo hagas, ningún dolor debería jamás poder con eso, nadie debería ser jamás capaz de demostrarte que todo sería mejor si la ingeniería del corazón no funcionase, si sus trabajadores se recrearan en huelga, que todo sería mejor si una coraza te resguardase.

Tu piel es suficiente limitación, no te impongas más, no te endurezcas por fuera, no madures de la forma equivocada, no te alejes de esa llama que desprende calor con cada una de tus palabras.

Anoche me reconocí en tu interior, y por fin pude verme desde el exterior. Fue precioso. Te doy el relevo en cierta parte, de forma inevitable, inequívoca, con lágrimas en los ojos. De romántico a romántico, de alma a alma. 

Te sentirás morir, tu propia voz perderá sentido y la locura del corazón arañará tu cerebro en una llamada de atención general. "Estoy sufriendo", está bien, jamás estarás sola. Porque somos uno con diferente rostro, somos uno en la multitud, somos luz.

Vive, querida berenjena, para que cuando mueras puedas notar la diferencia.


martes, 21 de junio de 2016

Poesía de entretiempo

¿Has parado a mirar alguna vez?
El reflejo del sol en las hojas de los árboles,
a las aves de dos en dos, rozándose como salvajes,
con la puerta entre abierta,
con los cordones desatados,
con la mente en jaque mate.

¿Has visto lo que no se ve?
El nudo en su pecho,
las palabras que no salen y que se cuelan por el desagüe,
los trozos de carne, los trazos en el lienzo,
la rima muda, la que no se escribe, la que no sale.

¿Qué te parece lo que te he enseñado,
lo que con el dedo ahora te señalo?
Las galaxias en mi cabeza expandiéndose
cuando rozas mi cabello.
Las algas del mar enredándose en tu garganta
como un sello.
Las cataratas erosionando mi rostro, tu busto,
nuestro querido y precioso aquello.

A las horas los segundos sometieron,
las espadas en el aire silbaron,
los dientes rechinaron bajo la almohada,
la sangre fluyendo descontrolada.

Que sean cincuenta los guerreros,
que sean diez veces menos los litros de vida que ya no tienes,
que se te escapan,
que abandonan tu cuerpo,
que te dejan en paz,
que ya no te molestan,
cuando te traga el agujero negro.

Y aún ese brillo en tu mirada,
como si fueras universo,
como si fueras mi amada.
Al cuerno con todo esto,
nunca me dejaste nada.


lunes, 13 de junio de 2016

Prólogo del relato El hilo tinto.

- ¿Y qué te dice?
- Me dice cosas. Y yo la respondo otras cosas.

Hacía calor, llovía, estaba nevando. Nos achicharrabamos, cambiábamos de acera buscando la sombra más larga, refugiándonos de los chuzos de punta bajo las terrazas, pisando las hojas secas con las que el otoño había regado las calles.

Empezaban las vacaciones y volvíamos a las clases, era la primera vez que quedábamos y la última que recordaríamos. Era rubia y castaña y morena. Era ella y ella también. Yo era yo, quizá un poco más que de costumbre y con eso era suficiente. 

Madrid acogía otra de mis aventuras y mi cabeza había desconectado de todo lo que no tuviese que ver con ese momento, apenas podía recordar mi nombre sin titubear un par de veces hasta pronunciarlo del principio hasta el final. Caminábamos lo suficientemente cerca como para que la fragancia de su champú se colase entre los dos y mis fosas nasales la absorbieran cada pocas inspiraciones. Era como si la calle oliese a jazmín y me encantaba, eso solía crear en mi una necesidad de parar en seco y tomarla por la cintura, explicarle que las estrellas también se podían contar de día y terminar con la tensión del momento con un beso que nos deslizase a mejores momentos. Nunca me atreví a hacerlo. 

Sus palabras se sucedían sin cesar en un mar de ideas y explicaciones que a mí se me antojaban las más interesantes del universo. Me limitaba a asentir con la cabeza de vez en cuando y a pronunciar pequeños "aha, si, claro". Con eso a ella le parecía suficiente para continuar con el discurso. 

Con la conversación mitad monólogo mitad biografía de fondo y el olor a su pelo en el viento el escenario era digno de admirar. Me deleitaba ojeando a la gente con la que nos cruzábamos, las nubes que corrían por el cielo, los baldosines manchados o los semáforos cambiando de color, cediéndonos el paso o prohibiéndonoslo. Cuando me había recreado bien en los detalles para asegurarme de que aquello estaba sucediendo de verdad, que era real, giraba la cabeza y la dedicaba plena atención.

Daba miedo mirarla más de unos pocos segundos. La sensación era demasiado compleja, agridulce, importante. Cuando analizaba su rostro en mi pecho sonaba el chirrido de la maquinaria que acaba de sufrir una avería capital, de las que conllevan el cierre de la fábrica al completo. Tenía miedo de quedarme en el paro. Tenía miedo de que su agujero negro absorbiese mi galaxia, mi vida entera. 

-¿Me has escuchado? 
- Si, si, sigue - la espeté dándome cuenta de que llevaba un largo rato sin atender a una sola de sus palabras. Aún así tenía la extraña sensación de que me había enterado de absolutamente todo. 

Sonreí sin darle importancia al asunto y prosiguió. Sonreí y volví a perderme a kilómetros de cualquier lugar conocido por el hombre.

- Mi padre encontró tres, ¡tres cucarachas debajo de la cama! Así que puedes imaginarte cómo se puso mi madre cuando se enteró de que había unas cuantas más....

- Me lo puedo imaginar.

Reímos, reímos un rato en la siguiente conversación, reímos mientras bebíamos y mientras follábamos, reímos hasta que dejamos de vernos. 

Reiríamos hasta que no pudiésemos más con ello.




jueves, 9 de junio de 2016

Grito del verbo ladrar

Marlboro ha llegado a la fiesta, desde mi bolsillo, siempre puntual, directo a la puerta entre mis labios, vía libre a mi alma, mal real a mis pulmones.

Hoy voy de negro otra vez. Es el color de mi pelaje, bueno, en eso no me he fijado. Esta noche no encuentro el frío que me ordena marcharme a casa, a enrroscarme bajo el edredón.

Barra libre de oportunidades, cerramos con el ocaso, cuando el mar esté en calma, cuando tengas la decencia de hacerme caso. Pórtate bien, sé bueno, me dice la carra de perro que me devuelve el espejo. Me sonrío, el chucho ya ha pensado dónde va a mear, el número de veces que levante la pata lo deja al azar. 

Me sacudo las pulgas de encima, me coloco el tupé con el pulgar, mis cuartos traseros aún están por reaccionar. Vibra el teléfono, conduzco por el barrio de nuevo, bajo la ventanilla, me he sacado a pasear, saco la lengua, comienzo a jadear. 

Camino con el resto de animales, en el zoo sirven cerveza, no me encuentro los dedos para contar. Bebo hasta olfatear. Oigo al gato de al lado maullar. Se ha atragantado con el humo, otra vez, una bola de pelo va a vomitar. 

Los aspersores saltan, el verde comienzan a regar. Reímos sin poder parar, sin saber que nos estamos yendo, en realidad.

De pronto un hueso volando en forma de mensaje en mi teléfono, muevo el rabo, salgo disparado como cohete hiperespacial. La contesto, debería darme igual pero esta noche es especial, incluso el agua lleva gas. Noto las burbujas estallar en mi cerebro, la efervescencia creciendo y aúllo a la luna como si fuese mayor, más salvaje, más letal. Lo tengo claro, es ella a la que debería hacer aullar, la que me quiere castrar. 

La noche ha terminado, todos de vuelta a casa, por la puerta de atrás. Podría ser peor, podría ser el veterinario. 

Cacarean, bufan en tono de burla, croan a modo de despedida. Chocamos huellas, hasta que nos vuelvan a sacar, me separo. Esta noche vuelvo a pata, como buen can.

De camino a casa mi sombra es alargada, como de pastor alemán, y la hija de perra me ha hecho llorar a gimoteo vivo, sin lágrima alguna.

Esta noche voy a soñar.





viernes, 27 de mayo de 2016

La primavera del cambio

El olor ha cambiado, el viento también. Las corrientes de aire ya no me hacen tiritar bajo un sol brillante pero poco acogedor. El astro que nos ilumina tampoco es el mismo de hace unos meses. Yo tampoco lo soy, en realidad ¿algo lo es?

Las relaciones enmudecen, el polen recorre las calles suspendido sobre nuestras cabezas, entre nuestras narices, la luz nos quema y la sombra nos resguarda, llevar gafas de sol ya forma parte del atuendo con el que salimos a tratar de impresionar al mundo. Las pantorrillas del populacho comienzan a asomar y se hace más llevadero permanecer a altas horas de la madrugada fuera de casa.

La primavera ha florecido en nuestros corazones y llueven ángeles del cielo, las suplicas son escuchadas, el perro pasa horas tumbado a la bartola en la terraza y se acerca el día en que abran las piscinas y los niños toquen el cielo de cloro y agua que les hacen olvidar todas aquellas horas de caligrafía que entumecen sus pequeñas muñecas. Madrid tiene un color diferente y a nuestros pies aparece la sombra de un sombrero acompañando a la figura que ha paseado sola durante el invierno.

Se sonríe más, se piensa peor, se quiere follar, los insectos han vuelto y su conquista del mundo está, otra vez, un paso más cerca. Cuesta más estudiar, eso también lo sé.

Se abren rosas, se marchitan corazones, se crean nuevas canciones, se revuelven las hormonas, se forman nuevas uniones.

Ella sigue mal y yo navego entre las promesas de nuevos amores, eso no ha cambiado.

El mundo se oscurece y el termómetro sube, no sé cuánto más podré aguantar, el calor me consume.

Las cartas están sobre la mesa y desde la orilla la marea sube, vienen las olas de cambio, el miedo prevalece, yo también lo hago.

Sigo aquí, en la primavera del cambio.


miércoles, 25 de mayo de 2016

Dime, ¿quién eres tú?

Sabes, estoy tratando de averiguarlo, cómo vivir. Todos lo hacemos, todos estamos intentándolo y fallamos. Entonces nos hacemos las mismas preguntas una y otra vez: "¿Cómo se hace esto, cómo se supone que debo hacer aquello? ¿Está bien así? ¿Esto importa? ¿Importa algo de todo esto?"

Sabes, importa para mi. Pero no toda esa mierda por la que se supone que debemos preocuparnos, todas esas cosas que deben mantenernos despiertos por la noche haciéndonos sentir ansiedad, angustia y mil cosas más que empiezan por a y no son nada placenteras. No son nada que debiese existir, nada que merezca una sola letra en el poema de la humanidad, pero están ahí y casi puedes tocarlas, tan reales, tan desesperanzadoras.

Me preocupa, ¿sabes?. Importa. Estoy hablando de las cosas que hacen brillar los ojos de la gente. Estoy hablando de sentimientos, estoy hablando de amor, risas, susurros, lágrimas drenando los miedos más profundos del alma humana, estoy hablando de sueños, música, recuerdos, el sol aclarando tu pelo en verano, la libertad a la que huele el mar tras un año sin costas, sin sentirlo, sin tocarlo, sin tocarte.

Me importa la gente y quiénes son.
Todos tiene un trabajo, una pareja posesiva, algún tipo de alergia o una nueva rutina de gimnasio. No me importa una mierda. Estoy siendo honesto, no me habléis de eso. Me importas tú, tú no eres nada de eso, no eres el mal humor que te asalta cuando tienes que levantarte de la cama cada mañana, no eres el sentimiento de culpa cuando no estás estudiando y se acercan los exámenes y definitivamente no eres toda esa mierda que la gente dice sobre ti, sea buena o mala.

Eres lo que me dices, eres lo que veo en ti, eres ese relámpago que atraviesa mi corazón cuando hablas con pasión. Eres lo que desearías hacer en este momento si nada importase, si alguien te hubiese enseñado a escribir tu propio destino.

Ahora te lo he contado, estoy intentando averiguar como vivir, como tú, como todos los demás.

Algo ha cruzado tu mente, un pensamiento, un deseo, un sueño. Piensa otra vez, ¿quién eres tú?




martes, 17 de mayo de 2016

Si la vida tuviera un rostro ¿cómo sería?

Si la vida tuviera un rostro ¿cómo sería?

Hoy es café,
mañana no sé qué podría ser,
tinta, sangre, humo, alcohol,
un buen trago de sudor,
tu boca sobre la mía,
mi respiración asqueada de
tu aliento con resaca por
mi alcohol en vena, en arteria o arteriola si
tu dolor me hace matar neuronas en
mi vaso, botella o barril, comprado con
tu sonrisa, dinero o moneda, por
mi pobreza,
mi desaliento,
mi cartera vacía,
mi sucia avaricia,
mi cara de muerto.


En las dos décadas que llevo caminando por aquí, por nuestras calles, bajo el mismo cielo cambiante, sobre las aceras y las calles y los parques y los corazones rotos y los rostros sangrantes, las mismas farolas, los mismos árboles... en las dos décadas que llevo intentando correr mientras camino torpemente, suplicando por una muleta, por un hombro sobre el que apoyarme, creo haberlo visto todo y sé que no he visto nada.

Me he desplazado de conversación en conversación, semana a semana, mes a mes, beso a beso. las lágrimas me han acompañado ininterrumpidamente formando un caudal lo suficientemente triste, lo suficientemente caudaloso como para descender en la vida a canoa, el color del agua ha cambiado, ha sido blanco, ha sido rojo, ha sido negro. Y las voces han cambiado también, altas y bajas, chrirriantes y melódicas.

Siempre cuesta, cuesta arriba y cuesta trabajo encauzar los actos, las motivaciones, los deseos. Me cuesta tanto encauzar las palabras como entender lo que me dicen, lo que escucho y entiendo a medias siempre. ¿Cómo entender lo que me estás llorando, cariño, si en mi cabeza las letras bailan salvajemente al ritmo de una danza frenética y satánica cambiando constantemente de pareja?

Se me caen los dogmas, las imposiciones, los pretéritos se me resbalan, se me queman las posesiones, SE ME ARRANCAN GRITANDO LAS ORDENES, se me resbalan los susurros en cursiva de tus labios entre el martillo, el yunque y el estribo de mi corazón.

No entiendo el orden de los sucesos que nos suceden, me quema la aleatoriedad con que parece golpear la vida, me parece imposible esquivar, evitar, esconderme. Me parece imposible no encontrarme huyendo a mi cama o al polo norte. Me parece lo que me parece, y quién soy yo para dudar de mi propia duda, de yo como un ente perdido, desorganizado, ebrio para respirar, sobrio para beber.

La vida me quema la garganta, me pesa sobre los hombros sonando como en un concierto donde las vibraciones remueven toda la casquería que llevas dentro, desde el hígado hasta los sentimientos.

Ni tan siquiera cuando me rindo tiro la toalla, tengo un por qué. Es un secreto a voces. Te amo. Amo este vórtice estúpido y sin sentido que un día te sostiene sobre las nubes, cogido por las axilas, enseñándote al niño que huye de las bombas países más allá, a la pareja de enfrente follando frenéticamente sobre el mueble de la tele, al hombre que camina por la calle y jamás hace nada que no sea andar por la calle. Al hombre que no se detiene. Al hombre que sabe que es hombre y al asumir las consecuencias asume el fuego que lo devorará por dentro y al cubo de agua que le regenerará las entrañas.

Amo la vida porque me mata mientras estoy vivo, hasta que termine acabando conmigo, para siempre, para nunca más disfrutar lo que me jode mientras respiro.




viernes, 13 de mayo de 2016

Escribiendo el futuro con mi letra de mierda

Está a punto de llegar, el fin de los tiempos, el último tic-tac, la línea que separa el presente del futuro se empieza a distorsionar y, aunque inamovible, juraría que se puede atravesar. El sol se detendrá en lo más alto y entonces anochecerá, las luces apagadas se encenderán, la música comenzará a sonar, con un poco de suerte quién sabe... puede ser Bono el que empiece a cantar.

Crees que te vas a ir, que vas a viajar, tienes la sensación de que todo quedará atrás y el ruido será silencio y en el silencio te encontrarás. La tinta se acabará y los dioses que juegan a escribir los guiones de lo que pasará se convertirán en espectadores del partido sin saber quién va a ganar.

Todo podría pasar y cuando lo piensas, cuando lo pensáis, os empezáis a cagar. El personaje de videojuego se ha dado cuenta de que tiene voz propia, que se puede mover y saltar, los de la obra de teatro de que son actores y tienen una vida tras el telón, con todas sus historias, con todas sus preocupaciones, el Capitán América ha sentido la atenta mirada de los cien espectadores expectantes en sus butacas preguntándose por quién estará dispuesto a luchar, por si mismo o por la libertad.

De repente todo se siente real, los colores saben a cosas, las comidas deslumbran con su cromática, el trago de vino atascado en la garganta, el beso que parece que no va a llegar, el abrazo de despedida en el viejo y olvidado lagrimal, seco como el desierto, cansado como la mirada del esquimal que todo lo ve blanco y nunca vio nada más.

Te preparas para caminar, para hablar quizá, incluso, para por fin decir la verdad. Si los astros se alinean, si las aves migran, si el frío se va y las flores salen a saludar, si las palabras que retumban en el corazón no se atragantan al final, si eres tú y nadie más. Si sabes qué quieres aunque no lo puedas imaginar.

Desde aquí sentado os veo a todos, altos, bajos, delgados o con más peso del normal, de cabello natural o tintado, seguros de amar, esperando la oportunidad, dudando a la deriva, atados de por vida, comparecientes, desesperados, desconocidos y hermanos, nativos o extranjeros, resplandecientes o tristes sumideros, valientes y temblorosos, inamovibles, pasajeros....

Desde aquí sentado os veo a todos y me pierdo buscando mi rostro, intento escribir el guión que los dioses no pueden continuar en una servilleta de bar.

Puta mierda que tenga tan mala letra, ¿verdad?


domingo, 1 de mayo de 2016

Voy a ir con el corazón caliente

No me deja respirar, el aire caliente, la luz ardiente, sol a las cuatro de la tarde en las farolas, sombras alargadas, los coches volviendo a casa, yo suspendido con un cuatro a la altura de la luna.

El traje realizando una descompresión antes de tiempo, mis ojos a punto de reventar y poner perdida la visera de cristal. Se me ha jodido el disfraz de astronauta. Los mareos son cada vez más nauseabundos y el ansia de vida cada vez más difusa. Metáforas en las estrellas, para el traje, mi vida, para la luna, un lugar muy lejos de aquí.

Y resulta que me da igual si es en un Porsche descapotable y el atardecer un cuadro que se derrite sobre la escena antes de los créditos, si es un castillo en ruinas el lugar escogido para la batalla final contra el dragón, contra la princesa, si al final el caballero ensilla su montura y el caballo ensilla al caballero, si es un cohete que a mitad de camino pierde la pegatina de la itv de este año.

Ahora no, no vamos a dar la vuelta. Andar en círculos es contagioso pero nada divertido,

Y si al final es una maratón y el ácido láctico comienza hacerme replantear de nuevo toda la carrera hasta ahora, kilómetro cuarenta, faltan dos, tendré bien claro el camino.

Si voy en un tanque y por la escotilla nos ha caído una granada, el acelerador hasta el fondo, vamos a reventar, avancemos hasta que volemos por los aires porque, si es en parapente como me estoy desplazando, mis pies no tocan el suelo pero la cabeza no debe perder de vista el lugar de donde procedo, así me resultará infinitamente más cómodo analizar el conjunto del viaje.

Si el triciclo no tiene pedales o al tren le faltan las vías más importantes, las vitales, pararé a reparar el impedimento por manazas que sea, por poca idea que tenga, por mucho que diga que no, que no quiera.

Y si pasan los años y es el bastón o la silla de ruedas, intentaré recordar que hasta llegar ahí mis piernas me sacaron de las peores situaciones y que mi corazón me hizo dar la vuelta y plantar cara, por defectuosa que ésta pueda ser, sin casco de astronauta, sin yelmo de caballería, con una pelusa en la cabeza, con la verdad como arma de destrucción masiva.

Voy a ir con el corazón caliente, donde quiera que vaya, vaya como sea que vaya, vaya a ir o esté contemplando el paisaje desde la torre más alta, tomándome un descanso, echándome el piti de antes o el de después.

Voy a ir con el corazón caliente, a caballo o a caballero, al galope o de golpe.




martes, 12 de abril de 2016

Una entrada que habla de la realidad de la vida y ya está

No soy perfecto ni la mejor versión de mi mismo. ¿Y sabéis qué? Nunca lo voy a ser.

Pareciera que todos hemos nacido con esa extraña obsesión, una obsesión programada para asaltar nuestro pensamiento consciente en algún punto de nuestra vida. "La cagué, no fui constante, la deje ir, no supe pedir perdón, suspendí, defraudé, no conseguí el trabajo, lo arruiné".

Gran parte de las historias de nuestras vidas terminan en un cóctel de lágrimas y desolación antes o después de forma, aparentemente, inevitable. Aceptamos el fracaso solo cuando nos hemos prometido que todo mejorará en el futuro, que nos volveremos a enamorar, que conseguiremos no joderlo todo la próxima vez., por nosotros, por nuestros seres queridos, porque se supone que así debe ser. Lo conseguiré, alcanzaré la felicidad la próxima vez porque... bueno, una vez más, se supone que así debe ser.

Y lo logramos. He mejorado, he entrado, me quiere, me han aceptado, importo... o al menos por un tiempo, antes de volver a caer. "Solo es otra piedra en el camino, la próxima la saltaré, le pegaré una patada intentando no romperme un dedo del pie o qué se yo... quizá simplemente la rodee y evitaré volverla a ver".

Pero vuelve a pasar una y otra y otra vez. ¿Por qué?

Lo que voy a decir aquí no es algo fácil de asumir si se le presta atención de verdad, no es solo una reflexión nocturna inducida por una serie de dibujos animados sobre un caballo depresivo que busca la felicidad, esto, señores, es la puta cruda realidad: es imposible.

Jamás llegaremos a ser quienes queremos ser, pacientes, atractivos, inteligentes, resolutivos, amables, sin complejos, los héroes impecables de nuestras vidas y de las de los demás, en definitiva, inmortalmente felices.

Porque incluso comiendo perdices se pasa mal.

Es solo una ilusión, sin más, así de fácil, así de difícil. No tienes que perseguir la felicidad, no tienes que engañarte pensando que es lo único por lo que merece la pena vivir, no puedes dejar que algo que no es real, la esperanza de un mañana mejor y que ese mejor sea para siempre, que una mentira, sea la que le de sentido a tu vida. Con esforzarse vale. No se trata de superar la puta piedra para caminar por un camino perfectamente asfaltado, se trata de caer una y otra y de nuevo otra vez y, simplemente, aceptarlo. Porque es así, porque no tiene porque ser algo malo, porque depende de ti.

Vas a caer, y no te hablo de la semana que viene, te hablo de esa idea perfecta de que en un futuro todo será mejor, que lograrás todas tus metas, qué jamás volverás a tener que esforzarte, a pasar miedo o a sentirte mal.
Déjame decirte algo: siempre estarás anhelando algo, siempre te faltará una cosa más, siempre habrá algo que te robará el sueño por las noches, algo que hará que dentro de veinte años vuelvas a llorar de pena como lo hiciste tiempo atrás, como lo llevas haciendo desde que estás vivo.

Tu vida va a cambiar, la vida jamás lo hará.

Está bien, no pasa nada, estoy contigo, sé que duele.

"- Se vuelve más fácil.
- ¿Qué?
- Cada día se vuelve un poco más fácil.
-¿Si...?
- Tienes que hacerlo cada día, esa es la parte difícil.... pero se vuelve más fácil.
- Vale."

lunes, 28 de marzo de 2016

Ka

Y ya es la tercera. La tercera vez que cierro la contraportada aprisionando el taco de folios que relatan tu historia. Lo primero que siento es entusiasmo al recordar que no he llegado apenas a la mitad de tus epopeyas. La segunda es melancolía, o más bien pre-melancolía, por eso de saber que estoy un poco más cerca de que cierres los ojos para siempre, que tu creador no te mencionará más a escritura en grito. La tercera cosa es una sensación de deja vu. Esto ya lo he vivido antes.

Antes he sentido que las páginas me absorbían hasta no dejar nada de mi en este mundo más allá del hueco en la silla, que se ha dibujado una puerta ante mi y la he atravesado sin pensar. Me pasó cuando Artemis Fowl demostraba que su inteligencia no tenía parangón, cuando Harry Potter se perdía en los pasillos de un castillo y se encontraba gracias al mejor mapa jamás creado. Y me ha vuelto a pasar, Roland.

El mundo se ha movido, y vaya si se ha movido, viejo amigo. He cruzado el desierto y he pasado días sin ver la luz del sol atrapado en el interior de la montaña, he vivido una noche que duró diez años y he conocido que la clave del universo no es la vida sino el tamaño. He sufrido la fiebre que nos hacía arrastrarnos por la arena de una playa que parecía no tener fin y con los otros tres hemos formado ka-tet. Hemos sido nosotros, ha sido el destino, ha sido KA.

He llevado a Susannah a hombros y he visto a Eddie cargar con el mono a cuestas. Te he escuchado susurrar el nombre de un niño con el que jamás estuvimos. Se me ha partido la mente en dos y he sentido mi alma desgarrarse en consecuencia.

He aprendido a no infravalorar a mi enemigo después de ver como casi, en un descuido, acaban contigo. El hombre que aniquiló a todo un pueblo. El hombre que no se para. El pistolero de Gilead.

Nos hemos sentado alrededor del fuego y nos has narrado a nosotros, a tu ka-tet, como era todo antes de que fueses quien eres. Antes de que La Torre se interpusiera en tu camino, antes de que toda responsabilidad cayese ante ti como un saco de hormigón de una tonelada de pesaje y tú asumieses todo riesgo. Todo riesgo hasta herniarte.

Hemos retenido a un demonio mientras completábamos el círculo, lo hemos utilizado para abrir de nuevo un portal y traer al chico aquí, al final, de una vez por todas. Y ahora, al final,  a la velocidad del sonido, nos has mantenido con vida en un duelo a muerte a base de palabras con una inteligencia que no ha sabido llevar el paso de los años sin abandonar la cordura.

Ahora tenemos que pensar en adivinanzas, y ya pueden ser buenas.

Gracias a ti Acho sigue entre nosotros y el Chirlas no fue rival alguno, Eddie y Su saben que jamás deben olvidar el rostro de sus padres. Has sido capaz de llevar solo el peso sobre tus hombros y has sabido mantener a ralla a los fantasmas del pasado, por ahora. Eddie se parece demasiado a Cuthbert, eso lo sabemos.
Walter-Randall-Marten puede utilizar un millón de formas y siempre lo reconoceremos, porque jamás olvidaremos el dolor que nos causó el enemigo.

Roland Deschain, Roland de Gilead, Roland de Galaad, Pistolero. Gracias por haberme concedido el honor de realizar este viaje contigo. No olvidaré el rostro de mi padre.


sábado, 19 de marzo de 2016

It's not dark yet

Ha anochecido otra vez. Se ha hecho de noche y sin embargo aún puede oscurecer. Quiero decir negro.
Digo negro y todos pensáis en la ausencia de luz, en un folio del color de la tinta, en el cabello azabache, en el pelaje del gato de la mala suerte.

Cuando Bob Dylan dijo it's not dark yet no hablaba del sol ocultándose tras las colinas ni del pistoletazo de salida los fines de semana para salir a escuchar alcohol a todo volumen y beber música a borbotones. Hablaba de la oscuridad, del negro.

El negro cuando falta la respiración, el vacío tras la desastrosa segunda oportunidad, el callejón sin salida frente a la lápida de un ser querido, querido en vida y todavía después, de la presión en el pecho tras llegar a la inevitable conclusión de que nadie es nadie y de que todo es nada.

Hablaba del momento en que sonríes y hablas y todos te rodean, del momento en que cuando eso sucede te alejas un par de metros y te apoyas contra la pared con la cabeza al frente, oteando el horizonte, encontrando un reflejo a los lejos, proyectando sobre ti tu mirada, contemplando tus ojos verte por dentro, atravesando las asperezas y las lecciones aprendidas, la fingida frialdad, el "me da igual".

Cuando te apartas y te conoces. Y te has encontrado y no sabes qué y el mundo se desmorona a tus pies haciendo imposible volver a juntarlo. Y con otro trago pasas la escoba y barres el polvo que antes era la vida, el mundo y su sonrisa. Y exhalas un suspiro y le acompaña una carcajada. Y vuelves donde estabas, entre risas y bromas, discusiones triviales o delirios de unas mentes afectadas por el paso de las tóxicas horas. Y que todas las noches son iguales y nada es verdad, que la imaginación se funde con la realidad.

No está oscuro todavía, quizá lo está desde siempre. Buscaos un buen faro, recordad siempre el camino de regreso a casa, no dejéis que el vacío os robe la existencia.

It's not dark yet, but it's getting there.


martes, 15 de marzo de 2016

No, que no joder.

No quiero consejos.
No necesito tirar una moneda al aire antes de tomar una decisión.
No quiero palabras vacías, las quiero malsonantes.
No busco espectros electromagnéticos, los quiero terroríficos y hemipléjicos.
No quiero navegar en el mar de dudas habitual, esta vez me voy en avión y si termino en la isla de Perdidos, mejor que mejor.
No pienso dar mi brazo a torcer, no pienso mantener mi promesa más de un atardecer. 
No voy a malgastar papel, voy a desquitarme todo el alma en tinta de sudor.
No contemplo las obras de arte del Museo del Prado, contemplo tu cara intentando entender que coño estás haciendo mal.
No voy a contestar, quizá lo haga, pero no será en público.
No me contradigo, aunque no estoy del todo seguro.
No respeto el compás, ni los adverbios de tiempo, el único respeto que me vale es que le tengo a mi vaso de colacao todas las noches.
No espero que me abracen, espero hostias como panes.
No digo que Carlotta Cosials me ame, pero vaya, contestarme me ha contestado.
No es que el rock cósmico me facilite el vocabulario, es que me distrae del ruido de alrededor.
No me da tiempo a echarme siesta, no controlo lo que queda de mes el despertador, no me hace falta.
No tengo paciencia, tampoco creo que sea la madre de la ciencia, creo que es falta de ganas o de pasión.
No soy educado, no soy antipático sin un motivo especial.
No soy un amarte desnudo pero puedo hacer las dos cosas en tan solo un segundo.
No saldré de este planeta, hay fracasos suficientes aquí esperando.
No me faltará la esperanza que se consumió hace ya años, si me raspa el pecho el mantenimiento viviré hasta el final con escozor.
No pediré perdón, no diré adiós, simplemente no estaré, tal cual he desaparecido antes decenas de veces.
No alargaré el cuello como las jirafas.
No mentiré aunque quizá tampoco diga la verdad.
No me he vuelto loco, quizá solo me he motivado demasiado.
No apartaré la nieve si no es con las manos.
No vestiré a los niños de ángeles, ni siquiera al gilipollas de turno, idiota, que no niño.
No me ocultaré por miedo al rechazo.
No me arrodillaré.
No me tragaré tus pecados.
No aullaré si no es como un conejo.
No me salen las cosas a medias, no me sale el interés fingido, no a estas alturas, tras litros y litros de aventuras funestas y desproporcionadas.
No tras el dolor.
No espero aterrizar sobre un par de brazos antes de recibir mi primer ko.
No esperaré que nada cambie porque constantemente lo está haciendo, repito, menos el gilipollas de al lado.
No le diré que no a nada, pero antes, tienes que convencerme.

domingo, 6 de marzo de 2016

Llueve

Llovía. Llueve. Con cada gota de agua la cazadora se oscurece más y más aumentando al mismo tiempo de peso. Llueve y la lluvia acrecienta siempre el peso de mi ropa y de mi culpabilidad. Es como un souvenir, cuando la inclemencia del tiempo limpia las calles y colocan falsas lágrimas en los rostros de los viandantes me transporta a otro tiempo, a un recuerdo desgastado con olor a tierra mojada, con sabor a metal, con color a sangre, un cóctel que nadie recibiría, voluntariamente, jamás.

Nunca podré olvidar su última mirada, la última vez que vio antes de no ver nada, los ojos perdidos, distraídos, víctimas del naufragio de su vida, consciente de que el viaje era solo de ida. Murió sobre el asfalto mientras los ángeles lloraban de risa, mientras las alcantarillas vomitaban el agua que les sobraba, mientras su nombre se ahogaba en mi garganta.
Recuerdo mis gritos sordos marcando el compás de los truenos, los recuerdo ahora al son de la melancolía.

Aquellos segundos que en horas se convertían alargaron, elongaron hasta hoy todos y cada uno de los días como si de una cadena perpetua en el infierno se tratara. Hasta hoy.

Si miro aún puedo verla ahí tendida, sin corazón con el que volver a contemplar la vida, sin el pulso necesario para poder sufrirla.

Hoy me pesa la ropa como aquél día, casi tanto como para no notar el revólver en mi mano. Casi lo suficiente para no haberlo levantado hasta mi cabeza.

Hoy es otra vez aquel día, ya me he tumbado donde ella lo perdió todo, bajo ríos de sangre y ceniza.

La veo, la oigo. Estoy cerca. la siento.

El gatillo está frío, casi demasiado.

Llueve por última vez en toda mi vida.



martes, 23 de febrero de 2016

Bebiendo cemento

La razón del ser, el ser teniendo razón, sin pasarse, pero teniendo algo más de lo que cualquiera de nosotros pueda llegar a entender.

Un tanto contradictorio el hecho de que la razón pertenezca al ser y el ser, la mayor parte del tiempo, carezca de razón por completo. Le nace el imperativo, le sale de las entrañas: La Emoción.

Sigue impasible la pasión, sin cordura, sin ataduras, dejando todas las cuerdas detrás.

Silencio, un momento de duda, de desdén, y poco a poco, en el interior, los compases comienzan a sonar, una pequeña llama comienza a iluminar los entresijos entre los órganos y un escalofrío de ardiente lava te recorre de la cabeza hasta los pies, naciendo en el pecho, no muriendo en nunca.

Con cada latido cobra más y más vida, ardemos y el fuego nos calcina. Algunos dicen que son los nervios, yo digo que es la llama de la vida, la pasión del que respira, la intensidad que nos domina. Es la vida, la parte que se nos escapa por más raciocinio que el cuerpo nos pida, por más que el entender y el saber se sienten a conversar intentando resolver la ecuación de forma o no diferencial. Nos sabemos latentes y sangrantes, húmedos y penetrantes, nos regocijamos con el veneno que nos da placer.

Nos atragantamos intentando no dejar de comer, queremos más y no entendemos como hacer lo que de verdad queremos, dejar de querer, de ansiar, de necesitar, de apaciguar los temblores que nos hacen gritar cuando las cosas no salen bien, cuando el sueño parece lejano y no hay lucidez en él, cuando el amor nos susurra una lágrima de despedida y comienza a preocuparnos la levedad del ser, la fragilidad del yo, el yo qué sé.

Y volvemos a nacer otra vez, calmados, suscitados, irreverentes por ideologías, fanatismos y demás cárceles que nos emparedan, que nos ciegan, que nos nublan la sin razón que una vez razón quiso tener. Bebemos cemento con tal de demostrar que se puede hacer.

Y cuanto más aprendo menos creo saber, menos creo poder, en algún momento, saber. Y es que si nos ponemos, la pescadilla se quedará sin cola de tanto ir y volver, de tanto morder. De tanto querer poder comer.

Y es que si poder querer fuera, yo podría poder, pero sin razón, probablemente jamás lo llegaré a entender.


Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...