domingo, 21 de agosto de 2016

El hombre viejo demasiado joven para morir

Hay cosas en la vida que no puedes escoger, cómo te sientes.

El sol apuntaba desde lo más alto como un francotirador con munición letal de acción lenta. Te calcina hasta que pierdes todo el agua del cuerpo, sudando gota a gota. El ventanal reflejaba cada uno de los disparos del astro rey sirviendo de catalizador. Casi podía notar las ascuas avivándose en mi piel.

Las vistas eran privilegiadas, merecía la pena morir por el calor. En aquel momento merecía la pena morir por cualquier cosa. No era resignación, era un mal concepto de heroicidad. Yo era un mal concepto, el mayor de todos.

La calle se extendía sin miedo veintidós pisos por debajo de mis pies. Ventanas, ladrillos, moho y gente en la calle jugando a vivir algo más. Algo que mereciera la pena, más que la vida.

Días atrás en el calendario había sido uno de ellos, no de los mejores, nunca fui realmente bueno actuando, pero estaba convencido. La vida tenía un sentido y no era demasiado pesado para llevarlo a la espalda.

Ahora mi mochila estaba vacía y pesaba más que nunca. No estaba llevando nada, libros, argumentos, munición o alcohol. Solo un gran vacío más pesado que cualquier otra cosa.

Escuché a mi espalda la puerta intentando resistir y a los ocho tipos detrás intentando ganarle la partida. Estaban abollando la chapa. Parecía que la puerta estaba viva y creciendo, estirando una mano en forma de bulto hasta mi. Iba a atraparme. 

- ¡Vamos chicos, un par más! - dijo uno de ellos en el silencio entre un golpe y el siguiente. 

El arma en mi mano estaba pegada y el pegamento era casero: supervivencia y delirios de un hombre viejo demasiado joven para morir. Ya estaba muerto por dentro pero eso no me parecía suficiente para tratar de impedir que agujereasen mi cuerpo con balas de todos los calibres.

Estaba sopesando cómo de largo sería el vuelo cuando me quedé sin opciones. La puerta se abrió y los proyectiles de punta hueca empezaron a correr hacia mi. Giré sobre mis pies y traté de hacer diana por última vez.

Sentí el rojo, el quemazón, el hueso partiéndose y la sangre escapando a presión de mi cuerpo. El primero fue a través de mi cuádriceps. Nunca volveré a correr igual, pensé. Aún había una parte de mi que pensaba que iba a saborear la vida más allá de los cuatro próximos segundos. El segundo acertó en el centro. 

Estaban jugando a los dardos con mi cuerpo y todos querían ganar.

Lo sentí, la sensación de no sentir nada. Mi espina dorsal ya no formaba parte del juego. Un gran golpe en la cabeza y mi cuerpo cayendo sobre los cristales. No iban a aguantar, de hecho, no lo hicieron. 

Ellos, los hombres armados, los jugadores de dardos, me vieron desaparecer como en las películas de superhéroes. Me desvanecí ventanal abajo pero nunca remonté el vuelo.

La brisa en mi nuca y la sensación de caer al vacío, piso por piso. Dí un espasmo, las sábanas se me habían enredado demasiado. 

Era el momento de despertar.


Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...