viernes, 30 de octubre de 2020

Este es el camino

Escribo vida y el arroyo de un río montaña abajo yendo a morir a la eternidad recorre mi cuerpo.

Ambas palabras existiendo en el movimiento constante. 

A veces en uno tan brusco y directo que pareciera el tiempo pidiera permiso para congelarse y detener la transformación que lo cambiará todo de un segundo al siguiente.

A veces en uno tan sútil e inapreciable como la erosión de una roca en el desierto acariciada por la sábana del viento cada día en la mañana, década tras década.

Quizá un día el agua de ese río hierva tu sangre y te haga enloquecer y perder por completo el control de tus acciones. Podría quemarte la piel y mil ampollas maquillarían tu cuerpo impidiéndote vestirte a gusto, con el rostro tranquilo, sin romper tu boca, tus ojos, tus mejillas en abruptos y reactivos gestos de dolor. Colerizando tus respuestas antes tranquilas en un volcán ardiente que quemaría todo cuanto crecía a su alrededor.

Ese río podría, en otro momento, congelarse hasta aparantemente detenerse por completo y cortar cualquier atisbo de respiración, de energía o percepción de las extremidades de tu cuerpo. Borrar tu sentido del tacto por completo, hacerte difícil, imposible, la tarea de conocer qué es lo que estás tocando, cuánto corta la hoja sobre la que caminas, cuán de verdad es la piel que te quiere en la intimidad de vuestros cuerpos, antes, candentes.

Podría generarte apatía, desolación, conversión a una fe dogmática en busca de sentido a la era glacial que tus ojos cuentan que vives a todo aquel al que devuelves la mirada.

Y el fin de semana, al principio de un cambio buscado, cuando se disfrazase en equilibrio de claridad y transparencia, de balanza alineada, el río podría mutar en una agradable tarde de verano. Llegaría a ser una fiesta de cumpleaños donde todo aquel ser que has amado haría acto de presencia con algo para tomar bajo el brazo, ladrando, maullando y el agua drenase cada gota de veneno almacenado alguna vez en tu cuerpo para dejarte ser y sentir en todos aquellos que caminan hacia ti queriéndote de la mano, en algún momento, antes de partir para siempre y transformar en energía un último pensamiento que nunca podrá ser recitado.

La corriente te arrastrará unos días, fatigándote, retándote a nadar, a bracear todo aquello que no te gusta lejos de ti para dejarlo atrás. Lo hará, si, pero no te ayudará.

Y cuando estés llorando posado en la culpa, la traición o la soledad de un banco en una calle desconocida, tras el primer reguero de lágrimas, quizá ese día te sorprenda dejándote flotar boca arriba bajo un cielo infinito sin una nota más alta que otra en una partitura que mecerá tu consciencia invitándote a reconciliarte con cada canto rodado en el camino, con cada problema presentado, cada muro levantado.

No peques de inocencia, ya hace tiempo te sabes empapado descendiendo con la corriente a esa nada inabarcable donde todo termina.

No trates de engañarte, no hay trucos de magia que sirvan cuando la certeza del río corriendo a desaparecer te aseguran una muerte irreversible. Un hundimiento final.

Este es el camino. Tú camino. 

No edifiques culpa, germina responsabilidad.

Yo trataré de ser fiel a ese en quien me he conocido.


Nada hará que termine diferente, que el río se detenga en un disfrute infinito, pero qué bonito... 


... qué bonito distinguir en el espesor de cualquier bosque

una mirada certera vestida por un corazón noble 

que se promete jamás dejar de remar, 

subir a su barco a todo aquel náufrago vencido

arrastrado en algún punto del camino

poniendo una venda sobre la herida ajena 

cerrando otra en su corazón herido,

ahora encontrado, una vez perdido.


Qué bonito reconocer la libertad

en un acto heroico 

que condena al propio final

por encontrar responsabilidad

en la vida vivida por uno mismo.









 

Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...