miércoles, 20 de noviembre de 2019

Realidades

Voy a decir una cosa como: llueve sangre, hay que refugiarse en los portales. Y otra como: hay sol y aire y parecen un gato jugando a cazar un pañuelo.

Quiero que estas dos frases se casen y tengan hijos.

No me importa si a priori se sienten en antípodas de lo emocionalmente abstracto. No me molesta que sus adjetivos desprendan frío o calor.

Pueden llevarse bien, como la vida y la muerte, por ejemplo. Dicen que lo hacen porque son la misma cosa, personalmente no lo creo.

Creo que un perderse a uno mismo durante un par de horas a varios kilómetros de casa y pensar sí son una misma cosa, o desbaratar los planes de uno mismo menos cada vez y crecer, esas también son la misma cosa.

La misma cosa disfrazada en halloween, en carnavales o en casa si te sientes un superhéroe, pero la misma cosa.

Nacer y morir, yines y yangheces aparte, no lo son.

Un ladrido a las tres de la mañana y tu tristeza: definitivamente putas almas gemelas.

¿Madrugar e irse a dormir? Ven y defiéndelo.

Vienes como una habichuela, empapado y estás llegando tarde a la oficina. Sin embargo, ¡ay sin embargo el irse!

Lo has hecho todo y en un instante es nada. Claro, que hablo de ti, los que se quedan lo hacen con un legado pero ese es otro tema.

Estoy hablando de juntar las manos de un rayo de sol acompasando la mejor de las brisas y la de una tormenta en el día más negro de tu vida.

Dos cosas que pasan mientras estás vivo, viva, respirando hondo raptando los olores del cuadro que te mece o deseando no hacerlo más tiempo.

Hay una realidad medible, una realidad insultantemente pragmática que muchos niegan y que yo, personalmente, trato de agarrar con uñas y dientes cuando lo veo todo negro o se me hace de noche horas antes de tiempo.

Esa es más bien neutral. Oye, cabréate con otro, las cosas son como son al menos en esto que te estoy contando. No haber preguntado.

Digo que es neutral porque con literalidad despiadada nada le preocupa lo suficiente para interceder. No lo hará por mí, no, por ti ni de coña. Deja de leerme si quieres pero antes respóndeme a esto, ¿cuántas veces el muro de ladrillos que te separa de la tienda al otro lado se ha desvanecido para permitirte el paso?

No me lo digas, estás colocado. Estoy hablando en serio. Así es, nunca.

Esta es la realidad que los científicos dicen que importa. Bueno, no lo dicen pero sin duda lo piensan, quiero decir; no hay ningún país peleándose por estudiar cómo te afecta esa ligera depresión que arrastras a los colores que te rodean. Prefieren investigar sobre el planeta, los átomos, el cáncer...

Sin embargo, a contracorriente y con un solo brazo, diré que esa no es la realidad que importa. Es la otra. Bueno, al menos la que debería importarte a ti.

La que te hace ver la misma habitación un día como la torre de un castillo en un cuento de portada cursi y título Qué Bien Se Está Cuando Se Está Bien y otro como la bóveda húmeda, tenebrosa, asfixiante y tortuosa donde ese demonio de rostro cambiante te ha encerrado para siempre.

Cuando me pasó a mi cierta sensación de euforia me embargó; "ahora si que tendré tiempo para escribir unas buenas y cortas memorias". Off topic de nuevo, mis disculpas.

Esta realidad que se alarga, acorta, palidece, tiembla, grita o quema dependiendo de ti es sobre la que deberíamos centrar cada esfuerzo.

No voy a tomaros por tontos, jamás os diré que cuando lo hagáis podréis manejarla a voluntad, conoceros, ser felices, meditar flotando a dos palmos del suelo.

El autonocimiento no es lsd, ¿de acuerdo?

Pero no me cabe duda, y si cabe ahora la disparo, que en el mismo momento en que descubres por qué el lunes pasado el mundo te agarraba del cuello a dos manos mientras te gritaba "¡estás despedido!" y ahora el verde de los arbustos más feos y secos brillan y la gente que no te conoce por la calle te sonríe con la mirada desbloqueas un logro. Si coño, un trofeo, un doble check. Que te tomas la pastilla roja de Matrix en un tris y ya no hay vuelta atrás.

Te has dado cuenta, que no parece muy útil pero te consuela como un edredón aterciopelado bajo la nieve un veinte de enero.

Ahora puedes jugar. ¿Cómo era?

Hay sol y aire y parecen un gato jugando a cazar un pañuelo, lo ha hecho y lo ha matado. Ahora llueve sangre, hay que refugiarse en los portales. Eso si, el gato es precioso.

Nosotros somos todo lo que existe, ¿entiendes?



viernes, 1 de noviembre de 2019

Probablemente tienes cáncer y quieren saberlo

Habrá un día donde un huerto me abrace por la mañana.

Hará tiempo entonces que me sienta viejo y un completo ignorante por dentro, sin embargo sabré acertar a los dardos cuando alguien más joven o menos lúcido que yo se hable en alto ante mi tratando de resolver aquello que le sucede.

Un día cogeré con mi propia mano una de esas naranjas y un coche volador descenderá sobre mis tierras.

Escucharé los violines y el piano lavando los platos en la cocina a través de las paredes de mi casa.

Un hombre y una mujer serán el paquete que el vehículo contendrá y pisarán mi tierra sin pedir permiso porque tendrán el poder.

Me recordarán a mi, "yo solía hacer eso", pensaré. "Me hacía sentir especial", pensaré también, pero caeré en la cuenta que siempre lo hice.

Siempre me sentí especial siendo alguien normal. Siempre fui normal pero creer que no lo era me llevó a tomar decisiones especiales en mi vida.

A eso lo llamaré "la verdadera magia".

Ellos se acercarán entre los naranjos y pedirán disculpas por aterrizar en un huerto que carece de zona habilitada para aterrizajes.

Haré una mueca. "Cuando tenía su edad no cabía la posibilidad de aterrizar nada que no fuera un helicóptero, pero estos dos no estaban ni prediseñados entonces", pensaré socarrón.

Me darán el pésame y lanzarán al tiempo sendas acreditaciones estirando el brazo como un disparo.

Siempre, todos, me darán el pésame cada vez que entablen conversación conmigo. Lo llevarán haciendo al menos una década.

Los odiaré por ello, por lanzarme tu cara a la mía como un insulto. Por remangarse y meter sus manos en el lago de mi memoria y agarrarte de la muñeca para emergerte otra vez de las profundidades sin pedir permiso.

Nunca pediré por ello. Lo harán de todas formas.

Haré otra mueca, esta vez aguantando el infierno dentro.

Me preguntarán por el hijo que no planeé tener y eso será lo único que pueda arreglar todo lo anterior.

El pegamento de mis fracturas. El sol en las gotas de lluvia. El amor en el dolor.

Empezarán a hablar y la mujer dirá algo como "nos gustaría hacerle unas preguntas".

Yo levantaré una ceja porque para entonces seguiré sin entender que se me hable de usted. Siempre fui alguien normal que se sentía especial, humildemente especial.

Y no me gustará ver a través de los cristales de mis gafas mi reflejo en las de sol de la mujer.

Canas y arrugas peinarán mi faz. Estaré atravesando con horror el problema de morir que postergué en mi mente hasta la vejez.

Será tan solo uno de los muchos cajones que habré abierto para entonces. Algunos me habrán hecho mejor persona, otros peor. Casi todos diferente.

Me consideraré a mi mismo un granjero que ha sido un río toda su vida y solo en aquel momento ha sido capaz de ver con claridad cuál es el cauce por el que ha de dejar llevar su caudal.

Su caudal de setenta y ocho años.

"Señor, la pregunta". Me verá distraído, mirando mis naranjos a sus espaldas. Ella se quitará las gafas de sol, él colocará una expresión cóctel de pena y disculpas.

Me harán la pregunta y la contestaré.

Será entonces, la única vez desde mi nacimiento hasta el día de mi muerte, en que sabré exactamente quién soy.

Creo que estará bien.






miércoles, 16 de octubre de 2019

Los versos de los cojones

No me ralles la puerta del coche con tus medias verdades,
no me regales sofismas envueltos en plástico
que ni yo ni la Tierra queremos.

Deja de contaminar.
Déjame en puto paz.

Je ne t'aime pas.

Te estoy gritando mientras corro una maratón
alrededor de un hígado que se está muriendo.
Se llama víctima. Tú, asesina. El arma, alcohol.

Déjanos en paz, a todos.
Déjanos cerrar el párpado ni que sea de forma tenue y fugaz,
deja de rutilar,
deja de gemir,
deja de jodernos.

Permítenos olvidar que existes en una inhalación sincera.

Crucifícame a chistes en alta mar,
dame un hijo que parir,
anégame en el petróleo de los insultos que proferí contra ti la noche que partiste mi vida en seis porciones de pizza.

No me sale salir, no por si te veo y te pongo a parir.

Dile en qué formas planeas hacerle la vida imposible,
conviértelo en poeta mediante tus desnudos Helenéicos.

Hazlo un Rolling Stone camino a Troya.

Dile que piensas fumártelo.

Chasquéale los dedos.

Que corra, que coja el palito, que coja el puto palito con los dientes.
Que te mueva el rabo entre los dientes.

Dile que vas a comprarle la imaginación y vas a encerrarla con el genio
en la lámpara que tu madre nos regaló de su viaje al continente moreno.

Eres un infierno con clítoris.
El final de los humanos y el principio de algo más.

Estoy estudiando ciencia para destruirte.
Quiero ser el hombre agua y extinguirte.

Voy a ser el supervillano al que todos aplaudan.
Voy a reaprender a tocar el piano para matarte a bemoles.
Voy a mutearte, silenciarte, dejarte sin habla corchea a corchea con mi piano de polla.

Vamos a rezarnos y que gane el mejor.

Eso si, después necesito que te calles, abras, te apartes
y dejes al pájaro que un día creamos
pluma a pluma
echar a volar
dirección L.A.


miércoles, 9 de octubre de 2019

Ocho de la tarde en el hipódromo

Mi corazón cabalga en segunda posición, las apuestas del hipódromo lo dan como juego seguro, es el favorito.

El barro me salpica la cara con cada trote, agarro las riendas con tal fuerza que he dejado de sentir las manos.

No voy a soltarme, no en la segunda vuelta. No si he llegado hasta aquí.

He de reconocer que hemos tardado en situarnos a la cabeza. Estuvimos lentos en la salida, el sol brillaba alto frente a mi cuando la explosión de pólvora marcó el momento en que las barreras bajaron y mis competidores gritaron al unísono para lanzarse con sus monturas hacia una victoria con parada final en el podio.

Creo que te vi en las gradas, pero no estoy seguro. Mi corazón arrancó y me metí en la carrera.

El último. Soy de perdedores, no de vencidos. O como lo digan.

El viento en mi cara me produjo vértigo. Nunca había visto pasar toda mi vida ante mis ojos como un mar de oleaje implacable. Un mar que te mantiene vivo con cada batida. Me acordé de todo sin pensar en nada y luché por alcanzar al último de los competidores con todas mis fuerzas.

No lo hice a lo bruto, no me desgañité, digamos. Medí distancias, calculé latidos, respiré el espacio entre ellos y nosotros, forjé una estrategia no meditada nacida de la experiencia paleolítica que me ha dado estar vivo y luchar.

Por el cambio, por el control, por permanecer en pie tras cada puerta cerrada.

Y los alcanzamos.

Y pasamos a uno de ellos, a otros dos de ellos, pasamos varios de ellos.

Eran ellos o nosotros. Fueron ellos. Ocho de ellos.

Cuarta posición.

Creo que vi más caras en las gradas. Algunas sobre las espaldas de mis tres oponentes incluso. Y recordé el rostro que nunca debí olvidar, tal como me recomendó un viejo pistolero.

Tercera posición.

Los vi a todos ellos.

Segunda posición.

Los estoy oyendo. El barro me salpica la cara con cada trote, agarro las riendas con tal fuerza que he dejado de sentir las manos.

No voy a soltarme, no en la segunda vuelta. No si he llegado hasta aquí. No si estáis vosotros.

Suben las pulsaciones de mi corazón y me pego a él con fuerza, agachando la cabeza.

No si estáis vosotros. Y una mierda.

Somos una bala, mi casco tiembla sobre mi cabeza. La gente se levanta de sus asientos, puedo verlo.

Estamos hundiendo el suelo. Juro que parece que vamos a salir volando.

Una mancha a mi derecha, tenemos al rival al lado.

Grito y me desangro por dentro.

Y una mierda.

Primera posición.

Pasamos la meta en un destello de luz y el frenazo es tan brusco que estoy a punto de caer al suelo.

Descabalgo y pongo los pies sobre el suelo. Hombres a mi alrededor tiran de mi indicándome el camino. Los acompaño, fatigado, voy con ellos. Me tiemblan las piernas pero subo al podio como puedo. Como buenamente puedo.

En segunda posición mi miedo se quita el casco y me sonríe desde unos centímetros más abajo.

- Buena carrera tío. ¿Mañana esperemos a ver, eh?
- Descuida - sonrío recibiendo el trofeo con ambas manos.

Primera posición,
y una mierda.







domingo, 22 de septiembre de 2019

Se monta en la máquina de viajar en el tiempo, sale y...

- Disculpe, ¿qué año es?

- Pues que año va a ser, vaya preguntas... dos mil dieciséis.

- Mierda, me he vuelto a equivocar de siglo

- ¿Cómo?

- Si, que no soy de éste siglo hombre, que yo no debería estar aquí.

- Pero... ¿está usted loco?

- No, los locos son ustedes. Son ustedes los que se conquistan en dos días y al tercero ya no se reconocen, sus para siempre no duran ni lo que se tarda en pronunciarlo y jamás llegan a explorar el alma de la persona que tienen delante. No les interesa, no les satisface, permanecen hambrientos.
Ustedes son los locos, yo solo soy consciente de lo frágiles que son los corazones, de las historias que cuenta si pega usted el oído al pecho del propietario y escucha el latido. Sé lo que vale una mañana enmarañado en la melena de una persona que te apoya y te comprende en una vida de disgustos e imprevistos. Si por puertas decimos corazones ustedes entran derribándolas, sin pedir permiso. Qué mejor que acariciar el pomo con delicadeza y preguntar antes, ¿se puede?
Ustedes son lo locos, yo solo soy alguien que sabe que somos humanos y que perseguimos el amor hasta el final.

(Texto de 2016)


miércoles, 28 de agosto de 2019

Para mi

Me encanta decirle a la gente que nadie es tan importante como para robarte la sonrisa, la felicidad o el sueño. De verdad lo creo, estamos solos hasta que dejamos de estarlo y aprender a aguantar mientras llega esa mano amiga no es una forma de acercarse a la verdad, es una forma de no saber mirarse bien.

Y después me voy a descansar y tu fantasma me mira a mi todas las noches. Me dice que me escuche, que siga adelante, que nadie es tan importante. Y quiero creerlo, pero lo dice mientras brilla como una estrella fugaz y tengo las pupilas demasiado grandes como para no deslumbrarme.

Nadie pide permiso para ser importante. No te dicen que pasarán a ser una voz en tu cabeza por el resto de tus días.

Hay personas, uno pensaría, pasarán a vivir en ese cuarto al que voy cuando estoy conmigo y jamás hacen acto de presencia. Esas personas los demás quizá piensan, bien porque parece lógico, bien porque yo mismo lo di a entender, grabaron su número de serie en mi piel a fuego por tiempo indeterminado.

Ni una sola foto en mi oficina.

Hay personas que, por propiedades curativas, deseo pasen a formar parte de esa casa interior que soy, como personal de limpieza de miedos, traumas, demonios y prejuicios. Pero el timbre jamás avisa de que tengan la menor intención de quedarse una vez se han marchado.

Y luego estás tú. Rompiendo las ventanas, quemando mis papeles, arañando mis muebles.

Gritándome que no importa cuánto trate de obviarte, de darte la espalda y fingir que no te oigo
que esa casa es tan tuya como mía
que no te vas a ir.

Y mientras te ruego que te marches me dejo caer con los brazos abiertos sobre tu regazo, cerca del fuego de la chimenea, para contarte qué es lo que me pasa y qué no me ha pasado aún.

Está en el fondo de mi mirada sin importar a quién esté mirando. Está en el cuadro que aparece ante mi propio reflejo cuando sentencio que mi corazón no le pertenece a nadie vivo en la Tierra.

Y es verdad.

Soy capaz de cegarme y de no mencionar tu nombre a no ser que me pregunten. Soy incluso lo suficientemente valiente para no pronunciarlo a pesar de que quieran saber.

Y digo que estoy bien porque lo estoy. Y avanzo. Y me enamoro. Y dejo que la gente entre y salga a un lugar inhabitado donde preparo una cena para dos y mis ganas y mi voluntad son nuevas.

Todo es verdad.

Y después vengo aquí, a hablarme, y me dices que todo estará bien sin haberme pedido permiso para quedarte a vivir en mi.


miércoles, 31 de julio de 2019

Tus neones en mi ciudad

Encontré letreros luminosos la última vez que me acosté.

Habías tallado todo tu respeto por mi en ellos.

Los habías colocado por toda la ciudad para que todos los vieran.

En ninguno aparecía mi nombre, tampoco lo hacía el tuyo.

Ni un ápice de implicación explícita,

ni una gota del sudor que empleaste pensándolas, reuniéndolas, arremangándolas.


Leí frases y frases durante unos minutos que hubiese grabado para reproducir después en bucle.

Conocía bien la ubicación, era un problema de lucidez onírica lo que me hizo temer que,

con casi total seguridad,

no podría volver a leerlos.


"Han salvado cinco mil trescientas dieciséis vidas en el año dos mil quince".


Rezaba amor disfrazado de gratitud, destinatario yo camuflado en el colectivo.

Publicidad destinada a ningún consumidor. Un cráter en mitad del valle anunciándome que

te habías ido

o yo me había marchado

ya no podía recordarlo.


Que mierda importaba la diferencia, pensaba leyéndote tras esos letreros de neón

que me daban las gracias

siendo tú parte de mi cabeza,

estando yo dormido

y

los dos tan despiertos.


Aún temo alzar la vista y leer,

espero que ya nada duela.



"El peor día de tu vida es tan solo su martes".


miércoles, 17 de julio de 2019

Esto es quien soy cuando no llevo ropa

He perdido al amor de mi vida, he sido rechazado por aquellos a los que he tratado de pertenecer desde que tengo uso de razón, he perdido toda esperanza y el norte en unos ojos que recé me devolvieran la mirada pero permanecieron cerrados.

He caído presa del humo y los espejos donde dejarme engañar era la única forma de afrontar la realidad. De no limitarme a sobrevivir y poder borrar con ignorancia la primera parte de la palabra.

He aprendido que siempre estaré solo cuando la vida me ponga contra las cuerdas; todos los años se repiten en goteo días donde la filosofía aprehendida se va por el desagüe y no hay receta que cure el dolor de mi corazón fracturándose y dejando de latir en mi.

He sentido mi alma apagarse gradualmente extinguiendo la persona que soy.

He perdido oportunidad tras oportunidad tras oportunidad. Lo he hecho luchando con cada músculo de mi cuerpo.

Podría llorar si me parase a recordar todos los besos en los que la he sentido de cartón, ausente, lejos de mi amor, y he tratado de traer su alma de vuelta a este mundo. Todas las veces en que he sentido que lo único con lo que he conectado en mi vida no podía conectarse a mí.

Podrían caerme lágrimas si te confesase que esa es la sensación de soledad más grande del mundo.

Podría llorar si me parase a recordar cada vez que he corrido con fuego en mis pulmones y cristales en mis piernas y la meta permanecía tan distante que se tornaba invisible como una liebre que no se dejará alcanzar por un lobo que, seguro, morirá de hambre.

Podría plañir si pesase en la balanza el esfuerzo que me ha costado el esfuerzo desde que tengo uso de razón per se y cómo cuando me superé a mi mismo como una bala de cañón mi sueño vestido de uniforme me decía "no, vuelve por donde has venido, no eres lo que buscamos, lo que necesitamos, no eres la persona que quieres ser, no eres la persona que en el fondo creíste que eras."

Podría gritar anegado en mi propia tristeza sin más agua en el cuerpo si me detuviese a recordar cada vez que ardí por ella en todos estos años, cada vez que luché contra mi mismo pensando "he perdido una batalla, pero no la guerra" cuando detrás de cada obstáculo lograba distinguir un reflejo de amor en sus ojos, revés tras revés, ladrillo tras ladrillo del muro del material más duro del mundo que juntos construimos y mantenía nuestros cuerpos separados.

Podría morir si me dejase hablar en mi cabeza para decirme "al final lo lograste y tras un par de tropiezos te rendiste, como haces siempre".

Podría cavarme mi propia tumba y elegir un nicho intentando que las personas cercanas a mi jamás notasen nada de todo esto, tratando de no culpar a ninguno cuando al sonreír diesen por hecho que todo está bien.

Soy un penitente sin Dios al que rezar, sin salvador en el que depositar mis más grandes miedos para dejarlos mutar en una fe férrea que me empuje a caminar.

¿Estoy, acaso, acabado?

Puedo asegurarte que a pesar de todo esto me verás levantarme bajo la lluvia, sobre mi propio charco de sangre. Gritaré con el fuego que abrase mis pulmones y volveré a golpear con todos mis nudillos fracturados. Mover el peso muerto de mi cuerpo agotado será como levantar una montaña sobre mis hombros en el día más nevoso del invierno pero me romperé cada hueso en mi cuerpo si es necesario.

No suplicaré, no me arrodillaré. He aceptado el dolor, he curado mi sufrimiento.

Ya no tengo miedo, pues yo soy mi propio diablo y ni castigándome al mayor de los infiernos habrá Dios capaz de someterme.

Ya no tengo miedo.




domingo, 19 de mayo de 2019

Apuntes Gran Reserva

Hay una ola en esta copa de vino que podría ahogarme de rojo.

Podría hacerlo por siempre y nunca viviría fuera del vientre materno.

Me siento seguro y alguien con la mano floja rompe la placenta de cristal que me transforma en superhéroe. Solo soy un anti-algo ahora. Me he contaminado con realidad y la complejidad de mis acciones navega desde la Biblia hasta Cincuenta sombras de Grey.

No puedo borrar el holocausto ni tu mirada de las cosas que han pasado y me cambiaron para siempre.

No puedo desdecir todas las quejas que la resaca de ser y estar traen a la orilla de mi boca. Quizá escupa un poco de sal, tal vez sea veneno que cure el carbón en la piel.

Ahora estoy condenado a ver llover bajo techo. Si entrecierro los ojos como cuando voy a besarte puedo notar mis huesos calarse de plomo, del tuétano al periostio. He sido un esqueleto malo y ni siquiera es Halloween

Sudo frío que viene de la tundra que me abriga por dentro.

Despacho a todos aquellos que no dudan, se retienen el llorar o tratan de cambiar la bandera del mundo de color. De verde a roja, de transitable a "precaución, vais a naufragar".

Le abro la puerta a perros y personas que saludan al entrar, en ese orden. Solo quiero a los mejores si vamos a tener que luchar contra tantos miedos y dolores. 

En ocasiones recuerdo aquel tiempo en que vivía en una copa de vino. Miro las suelas de mis zapatos y encuentro sorprendido un chicle que jamás podría haber pisado si a alguien no se le hubiese caído mi copa.

Extraño soñar entre taninos. Estoy satisfecho de poder pisar el suelo. Sueno como un cartel de autopista indicando ambos polos en el misma sentido, si me piensas con detenimiento, tengo dirección.

Gas es todo lo que necesito. Y tú, mi motor.

Podría cambiar de vehículo pero hazme el favor, no me hagas apearme, no me hagas rezar, no me hagas arrancarte, no me hagas cambiar, no me hagas llamar, no me hagas

Dame.

Color tinto escribo las horas de insomnio en las peores noches, cuadros de gotelé sobre mis ojos en el museo del techo de mi habitación. Podría decir impresionismo pero quiero tu voz susurrando rococó desde mi almohada, desde tus cojines. Tenemos que negociar eso.

Cuando vivía flotando tras el cristal de un vaso me di cuenta de algo:

"La gente ahí fuera parece tener problemas. Creo que estará bien si te tengo a ti."

Y tal vez no sea ese el mensaje que esconden las trampas de nuestra percepción, tal vez era mi visión difuminada por la grasa de la huella dactilar del borracho que me quiere beber, pero tal vez no.

Tal vez siempre encuentre un motivo pero, elijo decir, espero que tú siempre me encuentres a mi.

Solo búscame, soy fácil de encontrar.







martes, 7 de mayo de 2019

Manada

Somos dos extraños que se han conocido hasta olvidarse de quienes son.

Somos dos perros que se ladran amor.

Yo soy el que olfatea rincón a rincón buscando tu olor. Tú la que espera que la encuentren con esa pose de no te esperaba por aquí y sin embargo llevo tanto esperándote.

Somos dos enemigos que se sostienen la mirada sobre las muertes de devotos e inocentes.

Dos genocidas que se hieren.

Yo soy el del bigote de cepillo y tú el calvo con los ojos demasiado pequeños.

Somos la faraona y el emperador callando las ganas de follar, veneno en mano y dolor en el corazón oculto cuando los nuestros nos empujan a asesinarnos.

Somos dos abejas que no saben si se pelean o bailan swing sobre las flores.

Somos el espejo y la mala suerte desternillados de la risa ante la ignorancia.

Somos más de los siete años de maldición que nos han perseguido hasta el confín de aquello nos hemos atrevido a soñar a puerta cerrada.

Soy la duda, tú la certeza. A veces al revés. A veces ninguno.

Nos vi caminar de la mano y ya no sé si sucedió. Creo fue alguien más quien lo hizo, no yo.

Hay algunas cosas que me gustaría decir y no sé si son verdad. Sé que no las querrías oír. Sé las cosas que hemos firmado con silencio callar, al menos, con la boca.

Somos la fría distancia que separa dos puntos que se quieren unir. La línea recta entre tu boca y los latidos de un corazón que esperaba desbocado y encontré remanso de certeza y serenidad.

"Lo sabía" siendo las palabras que una de mis voces quiere gritar.

"No sé por qué te sigo" siendo la duda que una de mis voces cuela entre mi yunque y mi estribo.

"No me importa una mierda" dice mi razón vistiendo de blanco a tus dudas de domingo tarde y chándal.

Somos dos gilipollas que se contradicen cuando tienen las manos uno encima del otro.

Y no las apartes o podría replanteármelo todo desde el principio. Sería capaz de pensarte la mitad restante de mi vida y llegar mal y tarde a una capilla en algún prado de película para gritarte que volvemos a estar en las mismas y decirte todo aquello que firmamos con silencio jamás verbalizar.

Dices que nunca te escribo bonito. Ojalá pudiera leerte lo que tú me escribes por dentro.

Somos dos perdices que intentan no ser devoradas.

Yo tengo miedo y tú no.

Tú eres preciosa y yo soy suficiente. Por mí, genial.

Somos dos personas que se piensan, hieren, miran, entienden, discuten, lloran, abrazan, sienten.

Y aun sin haberlo dicho aquí mancho mis pensamientos, gritándote que.


miércoles, 10 de abril de 2019

Always like a microwave

Recuerdo como si fuera hace dos segundos la intensidad de aquel lugar, aquel que sentí como casa.

Normalmente sueño que estoy allí.

Avanzo sobre mis rodillas para volver a sentir el suelo de piedra.

Veo los colores de todas mis aventuras fundirse con las paredes de aquella casa.

Puedo sentir la adrenalina de creer que todo es posible si se puede pensar.

Aparezco de día, a media tarde o ya entrada la madrugada.

Ceno en la terraza, viajo en mi habitación.

Puedo ver la televisión y elegir donde sentarme.

Me sorprendo con los mismos cuadros como hacía cada vez que volvía a encontrarlos, mudos y manchados.

La luz allí siempre es diferente, la veo como si estuviese cubriéndonos en un manto que trata de proteger lo que sabe siempre será el paraíso.

Si estoy lo suficientemente dormido puedo oírla respirar, inspirar y exhalar todos esos años como si fueran polvo acumulándose en unos muebles que ya no están allí.

Y sin embargo suena a música rebotando en un lugar atestado de objetos y personas.

Suena a ondas cálidas colisionando en un microondas que contiene una civilización infante donde siempre vivirá una parte de mi.

Recuerdo estar ahí por última vez sabiendo que no volvería.

He estado allí desde entonces.




domingo, 24 de marzo de 2019

Botánica en verso


Hay una flor roja,
ni puta idea de su nombre en latín.

Hay una flor roja,
se siente sola y rara.

Ella no sabe que por ella
se me caen las pestañas.

Ella no sabe que me siento igual
cuando me levanto por la mañana
y la sombra es grande y alargada.

Hay una flor roja,
he transitado senderos que me aterraban,
y no ha sido para encontrarla,
no sabía que ahí estaba.

Ahora tengo problemas actuando normal delante de ella.

Hay una flor roja
que parece un jardín gigante.

Depende de cómo la mire puedo verla, se vuelve invisible
o crece dentro de mi.

Hay una flor roja y nos separa un muro
de palabras rotas
oídos sordos
y
miedos tatuados en el tallo.

Pero me cago en dios,
que alguien trate disuadirme
que no es la más bella flor
entre todas las flores
que jamás un ser humano haya visto.

Hay una flor roja.
no sé su puto nombre,
pero sé el tuyo.

Y te pido que te quedes.

Solo si quieres.

¿Quieres?






jueves, 7 de marzo de 2019

Fotografía a piídos

Hay dos pájaros en sendas ramas de un mismo árbol. Ellos no lo saben, están pensando que el otro ha invadido su encina.

La discusión es más un debate que guarda las formas en apariencia que un concierto de voces.

El problema es que no se entienden. Actúan como si lo hicieran pero pían distintas lenguas y sus perspectivas les impiden darse cuenta, realizar, que están en la misma encina.

Uno de ellos infla su pecho como si de pronto una bomba hubiese detonado en su interior y grita algo parecido a: te quiero pero vete a la mierda.

Entiendo entonces que se conocen desde hace tiempo e incluso es posible hayan compartido insectos en algún momento de sus vidas.

Agarro lápiz y papel y trato de enmarcar la escena como si de un cuadro en movimiento se tratase. Me pregunto de qué color debería maquillar la melodía parlanchina de sus diferencias.

Parece que las discrepancias entre ambos crecen segundo tras segundo. Ha pasado ya media hora y ninguno ha cedido en su postura.

Tardo un rato más en percatarme, lo que estoy viendo no es un malentendido que los aleja pues a pesar de no estar follando en reconciliación ninguno se ha dado por vencido.

Me da la sensación de que la fuerza con la que se agarran a la rama que creen les pertenece es en realidad la resolución firme de no abandonarse. El uno al otro, el uno al ellos entendido por los dos como un nosotros.

Se amagan, se insultan y se sienten ofendidos por la falta de consideración del otro.

Creo que se quieren. Probablemente se quieran matar, pero se quieren.

Pronto la naturaleza me regala un sujeto comparativo, otro pájaro unas ramas más allá. Está cantando algo que existe entre la balada y el reggaeton. Un par de metros más abajo, en otra rama, lo que parece el objetivo del flirteo del ave cantarina.

Está intentando ligar.

Sus pequeñas zarpas abrazan con fuerza la rama que le sostiene y su canto merece el adjetivo denodado sin embargo, en su convicción por conquistar, no capto ni un ápice de la verdad que rutilan mis dos amigos enfrentados.

Y siguen discutiendo, y continúan haciéndolo en idiomas ni tan siquiera parecidos.

He conseguido dibujarlos y he añadido detalles que destacan la fuerza de su conexión, la fuerza que los hace chocar y a pesar de todo no los separa.

Algo le dice el uno al otro que debe haber sobrepasado la línea invisible solo cierta para ambos. Sus alas se abren y salen volando en la misma dirección y sentidos opuestos.

¿Habrá sido este el final de algo mayor que jamás presenciaré?

Me he quedado sordo y petrificado, quizá incluso algo azul, con los ojos clavados en un árbol que a pesar de estar repleto de pájaros ahora me parece vacío.

¿Dónde habrán ido? ¿Estarán pensando en ellos en este momento?

Pienso en agarrar la goma con fuerza y borrar todo lo que he representado. Me entristece profundamente la idea de haber sido testigo de la ruptura de un algo que parecía tan grande.

Abrazo la milan blanca con mis dedos y la acerco a la fotografía con licencias que he captado. Me detengo en seco porque escucho un piar que me pone la piel de golondrina.

Son ellos. Están en la misma rama. Creo que se están besando con la mirada.

Creo que son ellos y se han dado cuenta.


viernes, 22 de febrero de 2019

Arquitectura de líquidos

Paso hambre buscando respuestas que comer en un bosque de dudas moradas, maduras y sin responder.

Me arrastro como el mártir que se ha topado con los reaccionarios revolucionarios más malos del cuento, como a aquel al que han robado la hogaza de pan que guardaba en el único bolsillo de su túnica.

Llevo bordado JC en la solapa y de poco me ha servido. Me preguntan por el camino si soy el nuevo portento musical del panorama internacional o el mesías del que ya nadie habla.

La palabra de mi padre ya no me la creo a pies juntillas ni yo y se que podría llegar a cantar con la ayuda de un buen estudio. Les miento, les bailo el agua pisando descalzo las brasas de un fuego que años atrás podía hablar.

Un helicóptero me lleva a un edificio de cristal que se yergue en mitad del desierto.

Me han dado de comer. Les cuento que vengo caminando desde Damasco, que la luna y el sol se convirtieron en lo mismo en algún momento y ya no sé si llevo gafas para no ver o para que no me vean.

Sonríen como si Jimmy Kimmel me estuviera entrevistando en prime time y todos estuvieran obligados a encontrar la gracia en cada una mis palabras.

Me siento como si hubiera vuelto a aquellos días en que vivía en las nubes y San Pedro me saludaba cada vez que cruzaba la puerta de la urbanización.

Me proponen relatar la historia de amor que ha marcado mi carne delante de un compositor. Quieren transformarlo en una canción que se baile.

Yo intento decirles de buena manera que las heridas no entienden de ruidos fuertes ni de luces de color.

Ellos asienten, insisten y vuelven a reír mientras toman nota de mi postura corporal y planifican un nuevo corte de pelo. Van a abigarrar y no puedo evitarlo.

Me vendan las manos para tapar los agujeros de las palmas.

"¿Esto es de algún accidente?"

"Me tiró de la bici una paloma blanca que volaba a mi lado"

"¿Qué pasó?"

"Me dijo que era una estupidez ir a buscar a la chica de la que me había enamorado"

Les cuesta creer que quisiera volver a por esos ojos rutilantes que me llevaron a la alto de la cruz.

Contesto que el dolor de aquello se mezclaba por completo con la certeza de que nada me importaba si iba a resurgir como el primer zombie de una peli de género y serie be.

En el taller tallan a cuchilla los posibles escenarios de un videoclip que toda la población venerará.

"¿Ves como no todo ha cambiado tanto?"

Atrapado en una sociedad compuesta por media docena de personas que hacen el ruido de un millón me dejo modelar desde el cabello hasta la punta de mis creencias.

Alguien dice que no a un café y explica el ramadán.

Me planteo la posibilidad de un primo lejano que susurra en sus viajes Alá con una melodía y prestancia que me recuerdan a la adoración constante de un alma que habita un cuerpo y busca un señor mayor de barba blanca con carnet para poder guiar.

Yo siempre lo he llamado Papá.

Les digo que ya no quiero cantar, que me voy a crucificar esperando no resucitar de nuevo.

Me he enfadado, quedado huérfano y ahora la serpiente más mala del más ficticio de los cuentos se ha enroscado alrededor de mi cuello.

Me ofrece una manzana siseando.

"A mi háblame claro" - le digo.

"Que te comas esto, joder" - me dice.

Me dice.



miércoles, 9 de enero de 2019

Segundos auxilios. Versos que se me enredan en las puntas de los dedos.

Me pregunto si mis órganos saben
por lo que estoy pasando.

Creo que la respuesta es no,
no han abandonado el barco.

Una vez conocí a esta mujer
que me amó sin condiciones,
que me abrió la puerta de su casa.

No pude devolver el favor,
nada en mi cartera,
nada en mi corazón.

Ahora me reflejo en tus ojos
cuando no estás delante.

Me estoy cagando de miedo.

He estado caminando desde ayer
en una soledad no escogida
que me está marchitando el alma,
me está robando la música,
me está cantando villancicos en la piscina.

La musculatura de mis brazos se contrae,
no estoy ordenando que lo haga.

Es mi cuerpo buscando un alma
con quien pueda meditar
a través de las palabras.

Las palabras sedimentadas
en la sustancia gris
del polígono industrial
del cerebro que me enamoró.

Esta no es una de esas veces,
una de esas donde te mueres
y te da gusto como si te rascases.

Esta vez seccioné algo importante.
No sé su nombre,
era un tubo más que importante.

Esencial.

Puedo suponer que la marea bajará,
eventualmente lo hará,
como ha hecho siempre.

Sé que si no lo hace me ahogará.

Sé que por más que chapotee buscando,
esta cosa que anhelo no tiene barco
ni conocimientos de rescate en alta mar.

Siempre he sido uno de estos anuncios
realmente creativos,
realmente aburridos.

Tú, en cambio, toda mi vida fuiste uno imposible de entender,
uno de esos sin sentido que no puedes dejar de cantar,
incluso vidas después.

Nunca pude dejar de tararearte y ahora,
bueno,
ahora parece que no tengo voz.

La marea no está bajando,
me pregunto si mis órganos abandonarán el barco
o si el barco me abandonará en estos muelles de nunca jamás
a mi.

A mi y a todo ese ejército de pesadilla que acaricia el lóbulo de mi oreja como si fuera mi propio padre preparado para despertarme.



sábado, 5 de enero de 2019

En terapia

Está sentado en un sillón. Está narrando mi viaje de redención.

Le pago trescientos pavos al mes, ya puede contármelo bien.

Dice el doctor que dicen que mi corazón late cero con cuatro veces más rápido cuando giro sobre mi mismo, dice que saben que le he cogido manía al interruptor con el que ilumino las rutas favoritas de interconexión neuronal de la gente que me rodea.

"Ella mira pero no ve. Está demasiado atenta a si la están escuchando bien para poder oír mis alaridos de lobo abandonado."  le digo yo a él.

Me dice con las gafas puestas y los ojos clavados en la libreta que la fórmula estaba mal y hay que rehacerla entera.

"Tú por tu sombra menos todo lo demás es igual a hogar."

Todo esto es culpa de la gente -me dice- ellos preguntándose que está mal en latín frente a una ecuación y tu chica no se ha dado cuenta aún que no lo es.

Todo esto es culpa de la gente, suspira.

Me levanto del diván otra vez y ya no se qué mes es. ¿Qué pastillas me está dando el doctor?

"Creo que he encontrado un poco de verdad seca entre mis pestañas. Me he sentido como no quería pero sé que debía y ahora mi orgullo juega de último hombre en pie y trata de frenar el acto de agradecimiento a toda esa gente, ¿sabe?" le explico.

El loquero niega.

Dice que debo dejar caer a Dios en ese fondo marino abisal del que manan todas las lágrimas que he echado por culpa de la gente.

Todo esto es culpa de la gente.

Me pregunta si he estado siguiendo sus consejos. Si les he contado que hace ya siglos las cosas son diferentes, si he verbalizado para mostrarlo mejor, si he cumplido mi propósito de año nuevo y he reducido mi lista de amigos en el Facebook de verdad, el que radica servidor en el corazón.

¿Y a ella? -me pregunta.- ¿Le has contado cómo te sientes?

Hago una mueca que es hija de padre asentimiento y madre me escuece la herida en el bazo. Retorcida, muy retorcida.

Dice que no está mal y se coloca las gafas con los dedos vuelta a su posición inicial.

Así pensaré mejor, tú déjamelo a mi, me dice.

"Ponte cómodo". E introduce en mi boca una piruleta de color marrón.

¿Qué me está dando ahora, doctor? Yo.

Todo esto es culpa de la gente. Mi Doctor.

"Hazme caso no seas idiota y ponte un disfraz" me señala a mi propio armario que de pronto forma parte del mobiliario de la consulta.

"¿Puedo cagarme en la puta?" pregunto tan drogado como nunca.

No.

Tengo el traje de me sudas la polla, fácilmente confundible con me la sudas de verdad pero de naturaleza artimaña.

Estoy buscando algo mejor.

Encuentro los pantalones de sal echando hostias y no vuelvas antes de un mes pero los cinco euros que nunca metí en el bolsillo chafan mi plan antes si quiera de poder empezar a soñar con todas esas posibilidades de empezar de cero en algún lugar donde las cosas sean como quieres.

"¿Cómo lo ves hijo? Te cagas en la puta gente, ¿eh?"

Su cara ahora es un dragón de escamas doradas y lengua bífida.

"Quizá el próximo día encuentres algo, ahora me temo que se ha acabado la sesión".

Lloro como si me hubieran lanzado a la cara el puto premio de consolación. Me agarra de los tobillos y yo a las patas de la mesa ancladas al suelo de su despacho.

"Yo de aquí no me voy hasta que no deje de tener la culpa la gente" le grito mientras una bandada de búhos blancos me agarran de la chaqueta y los pantalones.

Me están sacando por la ventana. Voy volando.

Has hecho grandes progresos hoy - me sonríe mientras agita la mano - el próximo día trabajaremos estos sueños tan raros que tienes.

Mierda, pienso, creo que me he dejado el carnet de identidad en el sillón.



Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...