domingo, 30 de abril de 2017

Ensayo humano

Creceremos en la luna sin oxígeno ni agua.

Nos entregaremos a la más profunda de las oscuridades para renacer solo al final .

Seremos tan fieros como nuestra presa nos permita ser.

Construiremos nuestro hogar en la caverna de Platón.

Dormiremos entre ideas afilando nuestras garras.

Cazaremos hasta tener la mirada cana.

Correremos hasta derretir nuestras piernas, hasta que el color se deshaga.

Los baños serán de sudor y las noches largas.

Creeremos en un Dios que nos abandonó por destino y decisión.

Dudaremos de la obra de su creación y de nuestros cuerpos como su construcción.

Entenderemos nuestra carne como el material con el que romper los límites que nos intenten castrar.

La piel como el abrigo que nos camuflará en los designios de la vida, la muerte y la razón.

Latiremos con fuerza, bombeando luz más allá de donde podamos llegar.

Los besos serán de verdad, el dolor se encargará de eso.

Y seremos bestias hasta donde nos deje nuestra humanidad.

La poesía el recital caníbal que nuestras voces entonarán.

Al demonio someteremos hasta el final.

Al ángel explicaremos que no respondemos ante la llamada de nadie que no sea nuestra madre.

El rostro de nuestro padres jamás olvidaremos.

Y cuando las flores nazcan y en un susurro lo estéril se convierta en fértil, cuando la nieve se derrita y el calor hierva la mentira y la agonía forme un poso de tristeza y soledad.

Será entonces y solo entonces cuando seremos libres.

Entonces podremos volar.

Partir alto y no regresar.

Hasta donde nunca sea toda la verdad.


miércoles, 19 de abril de 2017

Me pasas en Amsterdam y en Navidad

Veo la apuesta y subo la mirada dos tercios más.

Tus labios quedan a una altura genial. En ellos la llave, el transporte a un viaje de veinte segundos que desintegra todo ápice de realidad.

Tan solo una nariz por encima un par de ojos, dos de ellos, observan cada movimiento que hago en un intento por alcanzar todo aquello que te intento enseñar. Dos vórtices de límites castaños que mutan en un verde coral cuando tu día tiene melodía y todo te sabe bien, más a sidra que a champán.

También se escribe así.

Y acompañas esa cara que cada día se me antoja más divina, que no angelical, con gestos de épica trivial.

Una torrija en un banco que sabe a navidad.

El shushi sobre la almohada que no sabe lo suficientemente mal para poder parar.

El libro de cabecera que no sabes que leo y que me hace llorar.

El pájaro de Amsterdam que atrapaste con las manos y me pusiste para llevar.

Diez minutos de seriedad, treinta y cuatro de risas desafinadas y energía que no antigua sino ancestral.

Toda una gamma de pequeños trozos de vida que compartes conmigo por algún motivo que no atino a adivinar.

Debe ser por mi sonrisa o mi forma de mirar, por mi inoportunismo o falta de tacto al delirar, por los si si si, no no no, guau guau guau y todos los demás.

O quizá porque te pasa como a mi. Porque se te para lo que se mueve cuando te detienes a mirar. A hacerlo por dentro y hacerlo de verdad.

Me pasa cuando sabes que tengo algo que decir y me llevas a una escalera para subirte un escalón por encima y quedar a mi altura (no sabes que hace tiempo que andas por encima aún estando de rodillas), también cuando te encuentras mal y me dejas decir para que me puedas escuchar cómo te intento consolar.

Me pasas cuando me atrapas con fuerza de amazona contra tu cuerpo y gritas en mitad de cualquier calle, aquí y en Marte.

Eres extraterrestre. Y estás loca. Y tienes defectos.

Y si no los tuvieras, o si lo hicieras pero no fueras capaz de rectificar, jamás te diría que te quiero de verdad.



miércoles, 12 de abril de 2017

Pienso, luego vivo

Pienso en las cenizas que arden primero. En los solsticios pasajeros, en el calor del buen tiempo y en la tormenta que supone la llegada del invierno. En los buenos y, sobretodo, los malos momentos.

En esos en que parece que nos deshacemos, que la vida nos aprisiona cada extremidad en una llave de judo inmortal. Y se nos cansan los músculos de tanto forcejear y la respiración se altera y se nos descompasan alma y corazón, cabeza y razón.

Nadie nos enseña cómo escapar.

Pienso en la tranquilidad del buen tiempo, en la relajación de una sobremesa en una terraza de verano donde no cuentas con los problemas, con los grados bajo cero ni con el dinero. Ah, ¿hay que pagar la cuenta?

Y siempre pensamos, porque eso si lo hacemos, que todo mal tiempo forma parte del recuerdo, que lo malo no llega y que si lo hiciera avisará con antelación para que podamos apuntarnos a clase de artes marciales y subir un par de cinturones, ya sabéis, para que no nos pille tan verdes.

Lo piensas un par de veces y antes de haber pagado la primera cuota llega ella con su cara de perro, con sus malas pulgas recubriéndole el lomo y pasa sus brazos por tu cuello. Estás en el suelo.

Piensas, pensamos y no nos aclaramos. ¿Y esto por qué? ¿Pero y yo que he hecho? Nada, seguramente. Nada que tú recuerdes, nada de lo que seas consciente, piensa un poco.

Has vivido. Eso te ha pasado, ¿verdad? Al final te acuerdas, esto funciona así. Y entonces te relajas, dejas de contraer los músculos y te zafas del abrazo del oso, te relajas tanto que casi te resbalas entre sus brazos.

Pienso que la vida abraza fuerte siempre, cuando te apetece y cuando no. Pienso que nunca llueve a gusto de todos y que nadie se queda calvo motu proprio.

Creo que lo malo siempre afecta y que lo bueno vuela alto, rápido y fugaz, como un cometa, como un águila de carreras y que solo perdura en la memoria, no en el tiempo.

Creo que todo es más fuerte con ella. Creo que estoy más vivo.

¿Y a dónde quieres llegar a parar con todo esto?

No lo sé, pero quiero decir que pienso que la quiero.

¿Hay que pagar la cuenta?


Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...