viernes, 5 de agosto de 2016

Fuegos artificiales

Se encienden las mechas, la gente corre hacia los lados, los silbidos abrazan la noche encapotada y como cohetes espaciales cientos de pequeñas unidades de pólvora salen disparadas hacia el cielo dejando tras de si un humo que lo emborrona todo hasta el final, donde allá arriba, en lo alto, los fuegos artificiales trabajan su magia. Y no hace falta fijarse para entender por qué magia, basta con darte la vuelta y ver los colores que se dibujan sobre el lienzo nocturno que es el cielo reflejados en los ojos de todos los presentes. Basta con ver sus caras de admiración, congeladas, boquiabiertas, románticas, cautivadas.

Colores y formas y nuestras cabezas jugando a adivinar cómo de grande y que tonalidad presentará el siguiente movimiento. Si tendrá forma de esfera, de palmera o de ese beso que nunca me diste y siempre imaginé. Fuegos artificiales. Luces de colores. Truenos y tambores bajo la luna, sobre nuestras cabezas, en nuestros corazones.

Hoy el cielo está despejado pero en nuestras cabezas los fuegos resuenan sin cese, pareciera que las pequeñas chispas verdeazuladas pudieran salir por nuestras orejas. Aquí dentro siguen siendo fiestas y hay pólvora para rato. Estamos en época de Fallos, que no de Fallas.

"Soy optimista, hace un rato que ni trompetazos ni destellos de tonalidades, estoy tranquilo, se les ha acabado el material." Lo he pensado antes otras veces y he aprendido a esperar la traca final en el silencio, en el momento de calma que precede a la tempestad. Y como muñecos inertes que existen para contemplar el ritual permanecemos raudos de mente y paralizados de intención sin agachar la cabeza, con el cuello estirado como suplicando a Dios por un mejor mañana, por un descanso eterno.

La traca ha estallado y parece que el espectáculo ha terminado. Sabemos que no es así, que nunca termina mientras podamos seguir respirando, mientras ese humo que se cuela entre todos nosotros termine en nuestros pulmones. Solo nos queda aguantar lo mejor que podamos, dejarnos llevar cuando toque, pelear entre el rojo, el verde y el plateado cuando sea necesario, cuando tenga que ser así. Porque en la gran fiesta también lloramos, caemos y nos desmontamos. En la gran fiesta jamás dejaremos de sorprendernos, aburrirnos y abrumarnos. En la gran fiesta que entre todos decidimos llamar vida y donde los truenos y los relámpagos nunca cesan sólo nosotros podemos decidir cuánto vamos a disfrutar del espectáculo que se está emitiendo ante nosotros. Participa. Acércate con un mechero o con la punta de tus dedos y préndele fuego a la siguiente tanda. Decide cuándo, dónde y por qué.

Como en toda buena sesión de pirotecnia, hay que respetar los ritmos, las alegrías y las depresiones. Pero cuidado, no te distraigas más de la cuenta, los fuegos artificiales no son lo único mágico que vas a ver si tu así lo quieres creer.

Echa un vistazo alrededor, hay otras luces iluminando tu noche.

El olor a pólvora puede no gustarte, pero que no te quite las ganas de vivir.


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