martes, 30 de octubre de 2018

La caída del pistolero

Puedo oírlos, están cerca.

Miro su cadáver en el suelo y aún puedo olerlo vivo. Mis alforjas están en el suelo, junto a él.

La luna brilla entera en un cielo que no brilla como si estuviera vacío. Allá a lo lejos debe haber más que sueños y estrellas.

El galope de varios caballos aproximándose aceleran mi corazón. No sé si estoy más nervioso porque voy a morir o por no poder hacerlo en paz.

Es un buen sitio, la verdad: en medio de la nada.

La sombra del abeto más cercano se dibuja hasta rozar mi cabeza. Estoy solo pero mi alma sigue con ella. 

Puedo ver sus rizos dibujados en el charco sobre el que estoy parado. Puedo verla sonreír entre el barro y mis espuelas. 

Puedo vernos bajo el sol de algún prado donde ella cabalga libre y yo la contemplo desde nuestro porche, más libre aún.

Oigo los gritos de los hombres que vienen por mi cabeza y rozo el revólver con las puntas de los dedos.

He sido el malo de este cuento, ¿serán treinta segundos suficientes para redimirme y buscar el perdón?

Solo quiero el de ella. Solo quiero el suyo en el bolsillo de mi chaqueta.

Los equinos levantan polvo al frenar en pocos pasos ante mi. En el reflejo de sus miradas creo que entienden como me siento.

Uno de sus jinetes habla.

- ¡Maldito hijo de puta has matado a dos de nuestros amigos!

Mis botas están pegadas al barro, la mano de mi ángel parece agarrarme desde el espejo de agua en el suelo. Ya es tarde para mi, cariño, pienso.

- ¡Maldito cabrón mírame a la cara cuando te hable!

Desenfundo y busco su mirada para concederle un último deseo.

Como si ya todo estuviese congelado soy el primero que dispara y el único muerto. O eso creo hasta que veo caer tres de los cuatro cuerpos del caballo justo al tiempo en que yo toco el suelo con el mío.

Una luz se abre paso en el cielo ante la atenta mirada de un hombre muerto.

Dejadme pasar, ya casi la veo. 

Hola cariño, cuánto tiempo.




lunes, 15 de octubre de 2018

Voy a despensarlo

Un huracán que vive en China disfrazado de bomba nuclear ha caído en mi habitación. Me ha contado poco sobre el viaje.

Peinaba canas como si hubiera vivido en travesía mil y una aventuras. Una bomba que ha llorado al notar fracturarse el corazón contra la pared recordando haber abandonado al amor de su vida.

Ha sido como empezar la fiesta por el final: despidiéndose en malas condiciones caminando marcha atrás para terminar vomitando toda copa bebida y abrazándose en un grato gesto de cordialidad.

Es como un laberinto donde el otoño se ha perdido para siempre. Uno marrón que disfraza el suelo de sus pasillos con el recuerdo del verano derrotado.

Una exposición de motivos de arte moderno. 

Mi cabeza meditando en la cara oculta de la luna.

Veo Quechua en el forro polar y algo me transporta a una pirámide maya sufriendo la colonización, escalón por escalón.

Es el final, el principio de algo nuevo, una sociedad colándose por el desagüe de la guerra enculturando una nueva tierra. 

Soy yo convertido en limpiacristales en un piso cien tiritado por el viento.

Espasmos de frío y vértigo, miedo y calor. Miedo al movimiento hacia abajo.

Voy a despensarlo en el pantano de mi yermo árido y olvidado. En la ciudad perdida de Dolor. 

Soy un cazatesoros con sombrero de vaquero y una araña en el pecho. La viuda negra de mi fuerza interior. De mi capacidad de compasión, sacrificio, voluntad y color.

De brillar como una enana blanca recién nacida en la cuna interestelar.

He visitado planetas que hace mucho contaban con rascacielos de cariño y sonrisas. Los he visto caer, desaparecer en lo más profundo del universo conocido.

Brilla como si acabara de encender en un estertor de realización.

Suena a rock de litro y medio descorchando el solo. Los pasos de tu chico al correr. La cama gimiendo de dolor y tú de placer.

Entra el frío Catrina por la persiana y me revuelvo en la cama entre cuatro paredes y una sábana.

Comenzaré despensando las gotas de agua en mi ventana.

Reconstruiré tu rostro cada mañana en un campo de flores donde los muros son robustos y nuestro amor lento como la mejor de las llamas.

Guardaré el extintor bajo la cama. 

Te querré sobre la almohada.



viernes, 5 de octubre de 2018

Olvídalo, he fracasado

He puesto el teléfono de espaldas. Si creo que no estoy concentrado no puedo escribir.

Era necesario, hoy no ha sido un buen día. Aún no ha terminado, apenas ha empezado la tarde pero nada podrá remontarlo.

He fracasado. Me he quemado los dedos con la llama de mi propio mechero y ahora lloro fuego por dentro. No soy bombero, no necesito serlo.

Ahora ni cien nanas podrían consolar el huracán que baila sólo un paso doble sin apenas movimiento.

Hoy he jugado el partido de liga que me acercaría a mi sueño y simplemente no he dado con el tallaje correcto.

El uniforme me ha quedado grande en un espasmo que me ha dejado sin tensión ni aliento. He visto la carrera tras los cristales que son ventanas que no se abren.

Y no, no puedo echarle la culpa al gato del vecino o al cerrajero. Ha sido un acto de pura incompetencia, de desatino, de error de cálculo.

Me ha faltado dibujar la línea vertical que transforma en suma a la resta. Y me ha quitado. Me ha quitado de en medio.

Pero no podría estar más contento.

Bajo el No y la melodía de blues que teñirán los meses venideros siento que algo parecido a Dios me ha hecho un regalo.

Algo más importante que perder el juego. Algo que no se paga con un abrazo ni un beso.

He sido aleccionado y sentarme en primera fila ha servido para algo. Lo entiendo.

Soy sincero conmigo mismo y me responsabilizo de mis actos. Un escalón más en la aventura del autoconocimiento.

Me fascina cómo la vida puede hacerte un regalo tras empujarte a las vías y dejarte ahí tirado. Podría denominar de epifanía a esto que siento reposando mi espalda sobre el metal frío que guía al tren camino a mi fracaso.

Yo soy dueño de mis propios actos. De los buenos y de los malos. De los que tienen alas o rabo de diablo.

No hay mejor sitio para pensar que el pozo donde uno mismo se ha tirado. Puedo ser tonto pero no gilipollas, ahora lo entiendo.

Yo decido si bajo con cuerda o con un diario donde narrar el lento proceso de descomposición de mis ideas y su posterior conversión en pensamientos.

No lo llamaré fe porque si desapareciera seguiría existiendo.

No he caído con las manos por delante de la cabeza por nada.

No pecaré de reincidente pues entiendo que el daño abre grietas que requieren de un cuidado de diseño.

No dejaré de llorar hasta que sane pues las lágrimas se supone son poco menos que la aceptación de la culpa de encontrarte donde estás.

Y de llegar cuando hayas llegado, ni un segundo antes.

Es por esto que portaré con orgullo la camiseta de los perdedores... pero jamás la de los vencidos.

Entender la diferencia puede necesitar de dos o tres azotes en el alma, de un desahucio color añil donde habitan los recuerdos de tu infancia o de sentirte sangrar hasta la muerte tras rascarte de más.

De la disolución en agua estancada de un deseo.

Solo tras haberme perdido en este laberinto de pinos y despedidas seré capaz de encontrarme en lo alto de la montaña.

Persevera, sé constante. No te limites a ganar sin idea.

Fracasa en primera persona
y, siempre, con las piernas abiertas.


Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...