miércoles, 16 de octubre de 2019

Los versos de los cojones

No me ralles la puerta del coche con tus medias verdades,
no me regales sofismas envueltos en plástico
que ni yo ni la Tierra queremos.

Deja de contaminar.
Déjame en puto paz.

Je ne t'aime pas.

Te estoy gritando mientras corro una maratón
alrededor de un hígado que se está muriendo.
Se llama víctima. Tú, asesina. El arma, alcohol.

Déjanos en paz, a todos.
Déjanos cerrar el párpado ni que sea de forma tenue y fugaz,
deja de rutilar,
deja de gemir,
deja de jodernos.

Permítenos olvidar que existes en una inhalación sincera.

Crucifícame a chistes en alta mar,
dame un hijo que parir,
anégame en el petróleo de los insultos que proferí contra ti la noche que partiste mi vida en seis porciones de pizza.

No me sale salir, no por si te veo y te pongo a parir.

Dile en qué formas planeas hacerle la vida imposible,
conviértelo en poeta mediante tus desnudos Helenéicos.

Hazlo un Rolling Stone camino a Troya.

Dile que piensas fumártelo.

Chasquéale los dedos.

Que corra, que coja el palito, que coja el puto palito con los dientes.
Que te mueva el rabo entre los dientes.

Dile que vas a comprarle la imaginación y vas a encerrarla con el genio
en la lámpara que tu madre nos regaló de su viaje al continente moreno.

Eres un infierno con clítoris.
El final de los humanos y el principio de algo más.

Estoy estudiando ciencia para destruirte.
Quiero ser el hombre agua y extinguirte.

Voy a ser el supervillano al que todos aplaudan.
Voy a reaprender a tocar el piano para matarte a bemoles.
Voy a mutearte, silenciarte, dejarte sin habla corchea a corchea con mi piano de polla.

Vamos a rezarnos y que gane el mejor.

Eso si, después necesito que te calles, abras, te apartes
y dejes al pájaro que un día creamos
pluma a pluma
echar a volar
dirección L.A.


miércoles, 9 de octubre de 2019

Ocho de la tarde en el hipódromo

Mi corazón cabalga en segunda posición, las apuestas del hipódromo lo dan como juego seguro, es el favorito.

El barro me salpica la cara con cada trote, agarro las riendas con tal fuerza que he dejado de sentir las manos.

No voy a soltarme, no en la segunda vuelta. No si he llegado hasta aquí.

He de reconocer que hemos tardado en situarnos a la cabeza. Estuvimos lentos en la salida, el sol brillaba alto frente a mi cuando la explosión de pólvora marcó el momento en que las barreras bajaron y mis competidores gritaron al unísono para lanzarse con sus monturas hacia una victoria con parada final en el podio.

Creo que te vi en las gradas, pero no estoy seguro. Mi corazón arrancó y me metí en la carrera.

El último. Soy de perdedores, no de vencidos. O como lo digan.

El viento en mi cara me produjo vértigo. Nunca había visto pasar toda mi vida ante mis ojos como un mar de oleaje implacable. Un mar que te mantiene vivo con cada batida. Me acordé de todo sin pensar en nada y luché por alcanzar al último de los competidores con todas mis fuerzas.

No lo hice a lo bruto, no me desgañité, digamos. Medí distancias, calculé latidos, respiré el espacio entre ellos y nosotros, forjé una estrategia no meditada nacida de la experiencia paleolítica que me ha dado estar vivo y luchar.

Por el cambio, por el control, por permanecer en pie tras cada puerta cerrada.

Y los alcanzamos.

Y pasamos a uno de ellos, a otros dos de ellos, pasamos varios de ellos.

Eran ellos o nosotros. Fueron ellos. Ocho de ellos.

Cuarta posición.

Creo que vi más caras en las gradas. Algunas sobre las espaldas de mis tres oponentes incluso. Y recordé el rostro que nunca debí olvidar, tal como me recomendó un viejo pistolero.

Tercera posición.

Los vi a todos ellos.

Segunda posición.

Los estoy oyendo. El barro me salpica la cara con cada trote, agarro las riendas con tal fuerza que he dejado de sentir las manos.

No voy a soltarme, no en la segunda vuelta. No si he llegado hasta aquí. No si estáis vosotros.

Suben las pulsaciones de mi corazón y me pego a él con fuerza, agachando la cabeza.

No si estáis vosotros. Y una mierda.

Somos una bala, mi casco tiembla sobre mi cabeza. La gente se levanta de sus asientos, puedo verlo.

Estamos hundiendo el suelo. Juro que parece que vamos a salir volando.

Una mancha a mi derecha, tenemos al rival al lado.

Grito y me desangro por dentro.

Y una mierda.

Primera posición.

Pasamos la meta en un destello de luz y el frenazo es tan brusco que estoy a punto de caer al suelo.

Descabalgo y pongo los pies sobre el suelo. Hombres a mi alrededor tiran de mi indicándome el camino. Los acompaño, fatigado, voy con ellos. Me tiemblan las piernas pero subo al podio como puedo. Como buenamente puedo.

En segunda posición mi miedo se quita el casco y me sonríe desde unos centímetros más abajo.

- Buena carrera tío. ¿Mañana esperemos a ver, eh?
- Descuida - sonrío recibiendo el trofeo con ambas manos.

Primera posición,
y una mierda.







Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...