domingo, 20 de agosto de 2017

Naranjos

Sol con sabor a naranja en el huerto de sus pecas. Mi pensamiento húmedo y los aspersores regando el aire de gotas de agua templada.

La he dejado dentro y he salido al porche.

Son las once de la mañana, mi hora favorita. He madrugado lo suficiente como para estar despierto y disfrutarla a mi manera. Estoy tan yo como a las cuatro de la madrugada pero no me siento pesado y la oscuridad no nubla las nubes blancas que tapan la luna.

Oigo los acordes de una guitarra dentro de casa. Ella ha subido el volumen de la radio y le ha dado fuerza suficiente a la serenata para atravesar los cristales de las ventanas y llegar hasta mi, dejándose caer en mis oídos, resbalándome por el gusto. Pájaros haciendo los coros y el viento director de escenografía haciendo bailar los árboles, sus sombras tiritando sin saber bien hacia dónde ir.

Los gratuitos efectos especiales de la naturaleza.

Me alcanza por la espalda, con una mano en el hombro y la otra sujetando una taza de café, me pilla con la guardia baja. Me hace olvidar lo que sé de boxear, me quita los guantes con la mirada.

Sonrío de vuelta y tomo el café.

El tacto de la taza me cerciora de lo real de la situación. Podría estar muerto, dormido o con una sobredosis de esquizofrenia engañándome, haciéndome creer lo que no es y olvidar lo que se supone tiene que ser.

Es verano, no importa.

Doy un trago y todos los días es el mejor café de mi vida. No creo que se lo haya dicho nunca, no sé si hace falta. Creo que se lo digo con los ojos y ella lo entiende con una sonrisa.

Tardamos lo nuestro pero al final llegamos, lo conseguimos. No hablo de fabricar el mejor café del mundo sino de nuestro destino. No ese que viene predeterminado, el que uno ha escogido inconscientemente y le hace moverse en una dirección sin saber muy bien por qué. Sin saberlo hasta que llegas, entonces lo entiendes todo; por qué lo querías, por qué no podía ser otro, por qué tenía que ser con ella.

Entiendes que no lo entendieras hasta ese momento. Entonces te vuelves un poco loco, cuando llegas quiero decir. Te pasa porque has sufrido gran parte de tu vida luchando por llegar ahí, a ese naranjal y esa casa y ella en la cocina canturreando con el maquillaje de anoche aún adornándola la cara y disfrazándola de mapache. O algo que parece un mapache.
Te vuelves un poco loco y comienzas a tocar, observar, oler, saborear. Has vuelto vivo de la guerra de tu vida y has sobrevivido a todos aquellos problemas y personas contra todo pronóstico. Cuesta creerlo y utilizo mis sentidos para pegarme a la realidad como una mosca poco avispada en la tela de una araña.

Quiero vivirlo y parece que la vida me pide que lo haga.

Estamos bien. Ella, yo y el café. Y los naranjos, los naranjos también.




martes, 15 de agosto de 2017

Soy el más listo porque escribo en un blog

No ha sido una elección, tampoco una iluminación divina en un día lluvioso. Solo abrí los ojos cuando el sol dejó de cegarme y me di cuenta. Estamos atrapados y yo tengo la respuesta. Si, lo sé, es para descojonarse, yo.

No hablo en sentido literal, tampoco literario, hago referencia a la metáfora que es nuestra sociedad. Esta información me ha llegado en forma de notitas selladas con la marca roja de unos labios que besaron el remitente y ordenaron correr al cartero.

Correr.

El "se" no lo incluyo, eso fue algo que nació de él en la triste oscuridad de su habitación.

Conseguir esta información me ha costado un par de hechizos. Ya me entendéis, de likes, de me gustas, de quizá quiera casarme contigo en una playa de Mallorca si mis pajas mentales se hacen realidad y has estado esperándome toda mi vida. Y la tuya también.

No voy a mentiros, estoy emocionado. Creo con convicción que las buena nueva os aportará algo de conocimiento sobre esta compleja máquina repleta de engranajes que nos conecta a todos y cuyo funcionamiento parece continuar siendo un enigma gigantesco en forma de tela de araña.

Pensad en este mensaje como si de una serenata se tratase. Imaginad, con lo que a estas alturas os quede de imaginación, que contemplo anhelante vuestro rostro asomado a la ventana desde la calle y os canto todo esto alma en grito, en ebullición, que estoy caliente como un perro tostándose bajo el sol. Podéis imaginarme con un estúpido gorro en la cabeza a lo trovador que hace brillar aún más el ridículo tamaño de mi nariz y un ramo de flores prefabricado que he comprado con fervor en la floristería de la calle de al lado, esa en la que jamás habéis entrado, con la pura intención de conquistaros con mi verdad.

Os cuento.

Nada pasa porque tiene que pasar.

¿Lo he cantado bien? Creo que he desafinado un poco al final pero os he transmitido el mensaje de la mejor manera que se me ha ocurrido. Si hubiera perdido mi civismo al salir de casa esta mañana probablemente mi mensaje habría sonado diferente, más a guantazo que a serenata, más sonoro y menos melódico quizá. Lo sé, he sido un poco grosero, pido disculpas. Aún estoy aprendiendo a controlar mis impulsos, coño, joder.

No nos salgamos del guión, pues eso, nada pasa porque tiene que pasar.

No voy a discutirlo, vivir en confuso y aterrador, algunos necesitan excusas, otros a Dios. Para mi es "me duele la tripa y se ha muerto mi tatarabuela, imagina cómo estoy, pídeme perdón por haberme molestado". Más o menos creíble para la otra persona, totalmente convincente para uno mismo. Principalmente porque no importan las palabras, la excusa, el amigo imaginario de barba blanca o la máxima "si ha pasado tenía que pasar", lo que de verdad importa es la acción, el acto, la voluntad de engañarse.

Lo que cuenta es el gesto de engullir el caramelo blanco y relajarse confiando en que todo está solucionado. Un ibuprofeno y las consecuencias de estar vivo se desinflaman. "Ya no parecen tan grandes".

Espera, espera un momento. Sé lo que estás pensando. "Qué listo es el tío, cree que le está enseñando algo a alguien, cree que es el más listo porque escribe en un blog".

A ti, que eres tremendamente audaz y si no se te hubiesen adelantado habrías descubierto América en moto de agua nada de esto te suena a nuevo pero te prometo que algunas personas no han tenido la oportunidad de replantearse una cosa así.

"Me ha dejado, no era para mi. Me han echado, no tenía que seguir ahí. Ha enfermado y ha muerto, era como tenía que ser".

Me pongo tan nervioso que me tiemblan hasta los riñones. Déjame cantarte algo más. Nada tiene que pasar. El verbo tener está mal empleado. Lo que tienes que hacer es, a riesgo de sonar neandertal y un poco pandereta, echarle ovarios. Y digo ovarios que no huevos porque es igual pero más inteligente. Tienes que decir lo que quieres decir, tienes que hacer lo que quieres hacer y no porque tengas que hacerlo. Porque nada tiene que. Qué coño va a tener que pasar si ni tan siquiera deberías estar aquí, eres casualidad, eres azar, eres feo seguramente, pero tienes suerte por el simple hecho de ser algo. Y más aún por la oportunidad de poder ser algo más.

Déjame dejarte y también dejarte claro lo mucho que te quiero pegar, porque me estás calentando con esas miradas que me echas desde que he empezado a poner los puntos sobre las ies.

Podrás ser algo más cuando dejes de excusar, escudar, esconder- TE, TÚ, en gilipolleces sin fundamento. Coño, deberías escucharte a veces, suenas muy gilipollas, de verdad.

Piensa, por favor, piensa. Usa esa maldita cabeza que te cualifica como homo, hetero o bi sapiens y piensa por favor.

Eso si, tengo que avisarte. Probablemente te duela, quizá sea la primera vez que pienses de verdad. Si comienzas a convulsionar no te asustes, es lo que tiene hacerlo todo de golpe, puede suponer un shock inicial. Quizá sientas también que el universo se abre ante tus ojos y su belleza te deja babeando como a una de esas personas que no dosifican bien su propia saliva, quizá des un poco de asco, pero nada grave. Los beneficios que reportará a tu vida compensará que en ese momento nadie quiera acercarse a ti porque serás tú quien estará más cerca de si mismo de lo que jamás habría imaginado.

Me estoy quedando sin voz, siempre me enrollo como las persianas, espero que con la edad se me vaya pasando y si no, tampoco es tan malo, podría estar babeándome encima, como nuestra sociedad, al darme cuenta de lo cateto que soy tratando transmitir un mensaje, grosso modo, cuando no me suelo escuchar ni yo mismo.

Jamás he tenido voz para cantar y predicar lo dejo para quien sigue buscando excusas. Yo te cuento las cosas como me las cuento a mi, con mucha mala hostia, para tontos, dando mil vueltas (es una enfermedad congénita) y de palabra modalidad escrita.

Deja de mirarme mal, la canción ha terminado, mi nariz sigue siendo enorme y tú jamás recuperarás la oportunidad de adelantarte a Colón pero, ¿sabes qué?

No, no te lo voy a decir, piénsalo.











lunes, 7 de agosto de 2017

Su fantasma en mi cabeza con violines

Ahí estaba ella otra vez. Como si aquello fuera una película vieja de grano y estuviesen reproduciendo las mejores partes, otra vez.

Quiero recalcar el ya repetido 'otra vez'. Que quede claro.

Y aún así jamás me cansaría. De su pelo negro, de sus ojos túneles a otro mundo donde las tinieblas absorbían a todo aquel que se atreviera a ojear. Nunca diría "suficiente" de aquel ligero olor tan familiar e incomparable. Ese tono ajazminado con pequeños destellos de cuerpo humano, feromonas y sudor que evocaba la imagen de su rostro en mi cabeza.

Había instalado mi casa en plena guerra y perdido toda noción de ella. ¿Ganar? El fin en si mismo era luchar, pelear, arrodillarse y temblar hasta que aquel ser de otro planeta se cansase de atormentarme o simplemente escapase lejos y dejase en mí la sola huella de un recuerdo tan intenso como opaco.

Ya no reconocía bandos, estrategias o la paz. Solo un profundo ardor en mi corazón avivado por las derrotas que aún no me había perdonado a mi mismo. Era un soldado valiente pero la nostalgia apuntalaba mi bravura al colchón de la cama y algunas noches me sorprendía dando largos paseos por el bosque.

Ahí estaba ella, en cualquier parte. Tras los árboles, en el rostro de la luna, como si de una máscara para el carnaval de los astros se tratase. Ahí descansaba su esencia y tras ella cabalgaba mi locura transportando mi cuerpo por senderos poco transitados con la pequeña esperanza de encontrarla al final del camino.

Olvidarla habría valido. No hacerlo había sido una decisión consciente a lo largo de toda mi vida. No, no era por el placer que siempre me ha causado abrazar las espinas. No era el dolor que sentía al escuchar su voz cuando miraba el trozo de tierra donde la había enterrado, aún viva.

Era la música, los violines que susurraban en mis oídos cuando mi piel rozaba la suya, segando el tiempo y haciéndolo imposible de seguir, los que me habían merecido todo aquel sufrimiento.

Esa melodía tan fina que se me colaba entre los dientes y envenenaba mi cabeza con cuentos de final feliz, noches de sexo y besos por cualquier motivo, a cualquier hora, solo porque ella los pediría.

Ahora era tarde, sabía que su fantasma me seguiría de por vida. No suponía un tormento, la amaba. Ver su rostro reflejado en el primer café de la mañana todos los días no me entristecía más de lo que lo habría hecho la posibilidad de desenterrarla y reanimarla para amarla después.

Alguna vez lo había pensado pero había entendido que eran los violines los que me hablaban, coqueteando con la posibilidad de traspasar mi cordura con un buen concierto y transformarme en un hombre loco con el cadáver de su amada sentado en la mesa para comer día tras día.

Y ahora lo veía claro, ahí estaba ella otra vez. Mis ojos contemplaban las escenas que mi mente proyectaba sobre el gordo y fornido tronco del abeto que tenía justo delante. Eran las mejores partes, los momentos más intensos, aquellos en los que debí haberla besado.

Había pasado varias horas fuera de casa aquella noche, transitando aquellos senderos, hasta que su rostro se había posado sobre aquel tronco y la había mirado a los ojos. En ese momento supe que la sesión de cine había empezado y que la entrada a la sala de proyección no incluía la posibilidad de detener la película o abandonar el espectáculo.

Volví a verla una última vez todas aquellas veces que la había visto a lo largo de mi vida. Con el salto de los segundos, minutos u horas ella iba cambiando y podía notar los años avanzando en el azúcar cada vez más moreno de su voz.

Estuvo preciosa toda mi vida.

Los violines comenzaron a cantar como la mayor soprano del planeta y tocaron por última vez la mejor de sus piezas acompañándome hacia el acantilado.

Ahí estaba ella otra vez, un segundo antes de saltar. Fue lo último que vi.

No podía haber sido de otra manera, ya no más.


miércoles, 2 de agosto de 2017

Miedo

Miedo de tirita, cretino de mierda, miedo a la herida que escuece pero no duele, a la que deja marca pero no mata. Miedo a la herida que cicatriza antes de tiempo.

Miedo a no poder aparentar ser tan guapo como el subnormal que te robó a la novia sin mover un dedo. Que la perdiste tú, que la perdí yo, que se bajó del bus en marcha para no verte mas el pelo.

Te quiso pero se ahogaba.

Seamos claros, abrochémonos las camisas de fuerza, la asfixiabas.

Eso es para ti.

Y sé que no tiene nada que ver pero estamos locos y nos cuesta menos mentirnos que ser honestos. Que la verdad pesa un quintal y una operación de espalda en la que te colocan un hierro y te ponen recto.

Esto es para mi.

Shhh, calla, calla, no hace falta que me lo digas. Silencio. Prefiero no hablarme y no decirme que fue mi culpa, que no puedo cambiar, que es miedo con eme de mentira, de que nadie me lo diga, que se callen su valor y su mirada perdida buscando algo por lo que luchar.

Que no me hagan de celestina ni de alcahueta ni de farsa podrida. Que somos personas y no ovejas, vacas o zorras jodidas. No me convences. No necesito tu bendición malherida.

No haré tratos con escupitajos ni sangre coagulada, no me comprometeré a no mirar al diablo a los ojos y tratar de seducirle. Estamos jodidos.

Véndeme la moto.

Esto es para todos.

No soy yo, somos todos.

Os veo en vuestras habitaciones blancas de paredes acolchadas y locura contenida en gritos que hacen temblar los cimientos de este manicomio bautizado Hospital Vida.

Vamos a dejarlo claro.

No llevo ropa cuando duermo, visto sentimientos que me dan calor, frío y dolor en aumento. Duermo cuando puedo y cuando no, cuando no cierro los ojos y mis párpados viscoelásticos me mecen en un sueño balsámico de colores añejos, risas y juegos.

Puedo volar.

Mi cuerpo no pesa y mis huevos jamás tocan el suelo. Solo cuando me suicido para despertar y abro los ojos y me encuentro de nuevo en un laberinto de palabras y fotogramas que destellan existencia hacia delante, jamás hacia atrás, y tiro el ancla e intento recordar.... cómo era el pasado cuando lo podía parar.
Cuando mi rostro en el espejo no se deformaba y mi mirada fija no se dejaba navegar en un mar desorientado que no sabía dónde naufragar.

Este es mi barco. Soy mi capitán y mi tripulación. Proa y popa se relevan y alternan posiciones.

¿Dónde está mi norte? ¿Hacia dónde debo mirar?

Ya se ha muerto. La he visto caer sin vida en su caja de pino, en su armario anodino, en su féretro.

Soy un niño animal en el patio del colegio, otra vez. Ya no juego a superhéroes, estoy parado, rodeado de peonzas que giran y giran. Me mareo.

Tienen rostro y gritan. Que por qué no estoy cuando me necesitan, que por qué me enfado si las aparto, las abrazo o las masturbo hasta el fin de los días. Y giran, giran y giran.

Que son gigantes, que son molinos, que son pastillas, que son, ¿qué son?

Deme un trago para beber y mojar las estrofas secas que se me atragantan en el paladar. Écheme una mano, pínteme las uñas y dígame que soy la más guapa del bar.

No me quiere dejar estar.

Se me mezclan los olores de amores perdidos, de orina, caca, culo, pedo y pis. Da miedo.

Que alguien me de otra patada en los huevos, que me enchufen al cargador, estoy empezando a tiritar. Tengo fiebre tifoidea y no es buen sitio para palmar.

Llévenme al mar para que pueda descansar, romper con las olas y aprender de nuevo a caminar.

Tráiganme coronas, flores y exfoliantes para limpiar la verdad que si muero en ignorancia sabrá a café bombón y no habrá motivo para llorar.

Déjenme el sarcasmo sin tocar que si hay otra vida lo podré usar y ganarme el trono del otro reino a base de risas y de dejarles mal, a ellos, a los jefes con alas y tridentes del lugar.

No puedo volar porque tengo miedo, miedo del de verdad, miedo con eme de madre mía que hostia me voy a pegar si estas alas no funcionan y la teletienda me ha vuelto a timar.

Mi adiós con miedo horrorizado de terror con celo. Del que levanta la ceja y sospecha, sopesando, si da más miedo una condena perpetua a la ignorancia o una pena de muerte de verdad.

Voy a susurrar las últimas palabras de forma tan ligera que cuando pase por aquí el viento se las lleve de viaje y las transporte tan lejos que apenas nadie pueda recordar que alguna vez fueron dichas, escritas, leídas o escuchadas.

Que alguna vez fueron sentidas.

El miedo es una cárcel sin barrotes, no los necesita, te tiene a ti.











Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...