lunes, 17 de septiembre de 2018

Mi pared

Te duele la espalda, ¿verdad?

Quizá sean los pies o las manos, tal vez te duela la cabeza, las rodillas... tal vez te duela dentro.

Quizá no sepas decirme dónde te duele. Puede ser en el tiempo, en el momento en que tropiezas y aún no has tocado de bruces el suelo.

Abres los ojos cada mañana y la frustración aparece como un espectro antes de que puedas levantarte de la cama.

"No te desanimes, no te rindas, no pierdas la ilusión ni la esperanza."

Esperanza comparte por parte de padre gran parecido con esperar. "Sé paciente, sé constante, sé tenaz".

Y mientras caminas, saltas, corres y memorizas piensas... "es lo único que no puedo hacer: ser".

La mochila se ha hecho tan grande que no consigues distinguirte de ella y de todo lo que guarda dentro. No puedes recordar aquella sensación de estar solo con tu propio cuerpo. De estar solo contigo mismo.

De estar en algún sitio que no parezca un pozo, huela como un pozo y se sienta como un pozo. Uno donde las rocas se desprenden cuando tratas de escalar, uno que entorpece el camino de los rayos del sol hasta tus ojos.

Alguien hace una broma y ríes por incercia, acostumbrado a empujar la pared con tus manos desnudas vestidas de sangre y uñas astilladas.

Una pared que no se mueve. Una pared que te mantiene en la línea de salida desde lo que te parece una eternidad.

En ocasiones te sorprendes a ti mismo hablando sobre lo que te gustaría hacer, sobre cómo estudias, entrenas y te esfuerzas. Sobre hasta donde te llevó para después quitártelo todo.

En ese momento te sorprendes porque las palabras no tienen sentido. Es solo un discurso memorizado que un día destilaba fuego y pasión. Un discurso apagado por el tiempo y las piedras en el camino.

Es entonces cuando piensas que te has equivocado, que quizá sea una señal, que ha llegado la hora de quitarse por fin la mochila y despedirse con la mano para mirar a esa pared por última vez.

Es una idea, un deseo de supervivencia, de cierre a todas esas cosas que te aprietan el cuello desde hace años y no te dejan ser nunca, en ningún momento.

Y sucede. Antes de que puedas considerarlo seriamente suena un grito en la calle, una sirena, un golpe y tus ojos se disparan buscando.

La mochila ya no pesa porque corres como si ese fuese el auténtico examen. La sangre late caliente pero la cabeza se mantiene fría en el momento en que alguien delante de ti no puede hacerlo.

Y eres ese ser que quiere ser ese ser. Eres ese que corre cuando los demás dudan, ese que acude sin pensar en pozos o caídas, en estrés o frustraciones, en dolores o lesiones, en suspensos o valoraciones.

Eres ese que sabe que está en el camino correcto, no importa cuánto tarde en cruzar la meta.

Siempre habrá una pared. Esta es la mía.


Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...