martes, 10 de noviembre de 2015

Concédeme éste último deseo

Porque te amo sin haber tenido la oportunidad de quererte antes.

Y no me hace falta, no es ni tan siquiera levemente necesario, nimiamente indispensable. Te amo y ya.

Lo hago aun cuando no recuerdo el color de tus ojos o el tono exacto que tiene tu voz cuando estallas en una carcajada. Ni falta que me hace, mi vida.

Has cambiado antes de peinado, de sonrisa, incluso tu gusto por la ropa ha variado en todos estos años y nunca, por un solo momento, te encontré menos irresistible que la vez anterior.

A veces no sé cómo llamarte, me equivoco y te menciono por otro nombre, uno que ya no usas. Pero cuando acierto, cariño, siento el mismo orgullo que antes. Es como cuando te conozco, bajo la lluvia de noviembre, bajo las llamaradas solares de agosto, repitiendo curso, estrenando año...

Siempre te he agradecido los malos ratos, casi más que los buenos, los escasos y maravillosos buenos que chispean de vez en cuando. Aún cuando cierro los ojos te veo alejarte y dejarme solo en la estación de Atocha, escupiéndome el café a la cara a causa de una carcajada tan memorable como inesperada o repitiéndome en la cama que cada segundo importaba. Te recuerdo en el primer beso y la sonrisa cómplice de después, te recuerdo en el último y las lágrimas que lo condimentaban casi al instante.

Que ya no te vuelvo a ver porque nos separan kilómetros, que tu otra casa está en el barrio e igual al salir a la calle, todo despreocupado, me topo con uno de tus múltiples andares, estilos, olores.

Llegaste por cinco minutos o cinco años pero jamás me podré olvidar de ti porque estuviste y con eso, aunque parezca mentira, es más que suficiente.

Si uno de estos días te llamo, tómalo como un error. Entiende que es un grito descorazonado, que mi alma chirría, que es mi sombra intentando encontrar la luz en sus horas bajas. Que estoy en los suburbios del color sepia y la corteza cerebral, del hipocampo o donde quiera que sea.

Por favor, recuerda que contigo pasé el momento que era mi vida, que aunque no tuviese barba o me encuentre en silla de ruedas, la tuya será la última voz que escuche antes de desvanecerme para siempre, tu piel la última que sentiré en la mía antes de que ésta deje de ser.

Y como último capricho, como reclamo final, pedirte que jamás dejes de quererme. Que a veces lo hice mal, a veces aún peor, pero que pase lo que pase, la mía fue siempre la misma intención: enseñarte quién era yo y entregarme sin dudas al descanso eterno de tus brazos.


Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...