viernes, 27 de marzo de 2015

A voz en grito desde el corazón.

Sabía de sobra que el intento de olvidar aquellos labios mientras los miraba fijamente estaba destinado al fracaso, pero había que probar suerte. Era o todo o nada. O el recuerdo y el presente o un futuro tan difuso como poco apetecible.

La larga marcha de aquél gélido invierno me procuró el calor que creía ya olvidado. Resultaba más que obvio que no duraría, pero también sabía que no había nada más que me mantuviese alejado de una profunda y desoladora depresión. Quizá el batacazo fuese aún más grande después, si en el ocaso de la relación me decidía a dejar de bloquear las puertas a la esperanza. Si, la hostia sería irreversible cuando me dejase solo con todas mis ilusiones y sueños de un verano mejor.

Parecía de verdad que el mundo había evolucionado, que a día de hoy ya no se podía confiar en nadie. Te lanzabas como un marinero envalentonado por el ron a mar abierto y tu compañero de abordajes abandonaba el barco, alejándose en el único bote salvavidas. Ya nadie era de los que se hundían con el barco.

Los días, las noches, los susurros, las miradas y los juegos de manos, esos en los que ella parecía querer adivinar cuántos dedos tenía en cada una, se terminaban en el mismo momento en que una mañana al levantarse no encontrase las ganas de volver a verme junto al tazón de cereales.

Y era más que comprensible, era incluso recomendable. ¿Quién era yo para enamorar a nadie? Sin duda tenía cualidades, algunas más normales, otras me hacían separarme del resto e iluminaban mi rostro con una luz diferente. Esas cualidades que nadie jamás había apreciado lo suficiente como para no querer nunca jamás alejarse.

Y cuando me quise dar cuenta era tarde, tarde para volver a llamar, tarde para escribir una carta, tarde para tener ganas o valor de recordarla con un gesto que mi existencia era tan real como la suya.

No fue nada especial, lo mismo de siempre, pero tras esos ojos volví a ver una vez más la promesa de un amor que, como la nieve en Madrid, jamás llegaría a cuajar.

miércoles, 18 de marzo de 2015

El combate del siglo, mi mano contra tu cara.

Estamos en guerra. Las trompetas suenan, el cielo se torna rojo y a Jesús le arde la barba. Corre despavorido, con las manos en alza, no es la palabra de Dios la que proclama a voz en grito.

Si una cosa he descubierto en mis veintiún años de existencia y en los cuatro que llevo de vida es que a todos nos gusta desayunar en Vietnam, merendar en Afganistán, bebernos el vaso de leche antes de dormir en una trinchera donde silban las balas y la sangre lo tiñe todo de rabia y frustración. Anhelamos partirle la cara a alguien que, probablemente, sea menos gilipollas que nosotros. Y como solo hay unos pocos valientes que llevan la hazaña a cabo, necesitamos visualizarlo, repetidas veces.

Conozco los mantras, la buena postura, lo políticamente correcto, lo soberanamente coñazo. Y por eso quiero dejarle claro que mi madre me dio a luz en una ocasión, quiero mandarle una postal directa a la cara, con cuatro posdatas, que recuerde el viaje al día siguiente con un diente menos.

Y el auténtico problema llega cuando despiertas en mitad de la noche, con todos tus músculos contraídos, con el cuerpo tan retorcido que no eres capaz de discernir donde empieza la cama y donde lo haces tú. Te sueñas repartiendo leña a una cara que llevas toda la vida estudiando.

Pregunta. ¿Mamá, por qué quiero destruir al cabrón de mi hermano gemelo? Y ahí está, en el albúm familiar, el muy mamonazo. De pequeño el diablo parece feliz, ¿Qué le ha pasado? ¿Ha sido el amor el que lo ha desfigurado?

Una visita al médico y la única respuesta es una receta con el nombre genérico de unas pastillas que ya has acabado. No hay tiempo para la publicidad, voy directo al grano.

Me han jodido, ya está, es tarde para arreglarlo. Probablemente la culpa sea de aquellos monos que, sin otra cosa que hacer en un mundo de rocas y mares, se cansaron de recolectar y decidieron fornicar hasta terminar precipitándote a un mundo que de sentido tiene más bien poco. Porque no se puede crear un termino como felicidad cuando ya tenemos un sinónimo que lo describe a la perfección, "utopía", hijos de puta. Hijos de puta los monos, los jefazos de la RAE dándosela de amos del universo corrompidos por las almóndigas y los murciégalos andantes y sonantes de éste nuestro maldito planeta.

Y ya poco más nos queda por hacer más que golpearnos hasta dejarnos de ver, de culpar a políticos, religiosos y analfabetos. Un secreto, somos nosotros. Los mismos que besamos, que pensamos, que siempre decimos la verdad. No fue un accidente aquello del ying y el yang, sea lo que coño sea eso.

Así que disfrutad del viaje, veros morir y cuando toque llorar frente al lecho de hormigón y coronas de flores hacedlo jocosos y sin titubear, porque si no fuese por los malos momentos, momentos, lo que se dice haber, no habría ni uno que joder.

martes, 10 de marzo de 2015

Fracaso y me divierto

Y eso no está bien, lo hacemos todos, pero atento a la que te va a caer.

Resoplamos todos, como siempre nos han enseñado a hacer, cuando algo no va bien, cuando te cansas de trabajar y también de beber. Predisposición genética al hastiazgo, al ya no querer, al me he arrepentido el día después.

Y mira que todo marchaba bien, como nunca jamás ha marchado antes, y ya ha llegado el problema de turno acompañado de una serie de catastróficas desdichas dispuestas a hacer de ti un muñeco de trapo angustiado sin motivo por el que sonreír.
Y es que ante el más mínimo atisbo de alegría, que no felicidad, las cabronadas te asaltan, la gente deja de guiñarte el ojo y comienzan a estirar la pierna a ver, si con un poco de esa suerte que has empezado a perder, te caes de bruces contra el suelo o quién sabe, contra algo peor, realidad.

Y de esa forma, dispuestos a lucir como el mejor héroe de la mesa redonda del rey Rajoy, te dan la mano y te dicen que seas fuerte, que aguantes, que tienes dinero de sobra para solucinar tus problemas, para después renegar de ti a tus espaldas.

Es la vida, si no te gusta, ¿Qué haces aquí? Mira, tú te lo has buscado, no es personal pero es el momento de que acabes con Jack y su Titanic en el fondo del río, congelado bajo el ¿y si lo hubiera hecho bien? Pero hijo mío,¿qué has hecho?

Y escalas las escaleras de vuelta a casa, una a una. Esta moto es bonita, pero no te la vas a comprar, el amarillo para el ferrari y el rojo para la pared de tu habitación. "...en el coño de su madre." Y su madre despertó en mitad de la noche, retorciéndose de dolor por el baile de un objeto punzante en sus entrañas, creyéndose merecedora de todo el dolor que su organismo sea capaz de aguantar.

Las escaleras de una en una, los años de diez en diez y las hostias cada poco tiempo, no vaya a ser que, antes o después, des con la verdad, que la felicidad solo es eso que crees poder vislumbrar cuando la desgracia aún para de pie, tras la puerta, esperando contar hasta diez para golpear con sus huesudos nudillos.

Esto que has hecho no está bien, pero oye, de alguna forma hay que aprender.

viernes, 6 de marzo de 2015

Espejismo veraniego: la epopeya del final feliz y el hombre que no lo quería.

Salgo a la calle o vuelvo a casa y me inundan esas ganas de quedarme fuera y evitar los techos, las puertas y las ventanas. Arte abstracto en las calles, bombarderos de papel, leones de medio metro y señoras con cardados imposibles de hacer, curiosos de ver.

Parece que Jesucristo no es el único resucitado y el sol ilumina las calles que durante meses se reducían a sombras pálidas y siluetas difíciles de reconocer. El mundo está vivo y los buses ya no llegan tarde, no me hacen correr, si, se lo tengo que agradecer.

Míralos, míralas, en manga corta, en falda, en sonrisas y paseos. El buen humor y me llaman hija, los bulos entran mejor muy a mi pesar, los alcohólicos se marchan, las locas se enfadan y yo me encuentro donde siempre me quise ver. Y es que es complicado y aterrador esto de tenerte y poder empezar a escribir un final feliz. Y digo que es complicado porque no me gusta, porque mi pesadilla favorita me sigue rechazando cada noche cuando creo que ya no va a volver.

El rock sigue sonando como siempre y ya es demasiado tarde para mi, me he instalado en mi ecosistema de barro y lágrimas y cuando salgo fuera o duermo en el suelo o no duermo. Si las cosas me salen bien no estoy bien, golpéame con una zarza, ponme la corona y flagélame porque he olvidado querer poder y solo respiro bien si el humo amenaza con quemarme los pulmones.

Es de día toda la noche y las ganas de devolver arremeten. Escuece el sentirme bien y creo que le necesito otra vez, a mi abuelo, al que no existe, al que los gusanos se comieron ante ayer.

Y todavía veo el agosto sin piscina, la hora de silencio, las hojas secas, el último gesto de no te volveré a tener.

Esto se acaba señores, no más vueltas a la mesa para poner la cajonera recta, no más manchas de tiza en mis manos, no más peleas contra las ganas de dormir a cuarta hora. Y lo peor, nunca más a las risas que intentan no ser en el interior de la mochila, pérdidas y pérdidas cuando encuentro lo que siempre quise tener.

Niña bonita, mira que no puedo, que lo intento, que me cuesta más que hacerme uno de esos cardados, más que entender por qué lloran las guitarras, casi más que entender por qué la gente es alérgica a los intermitentes.

Salgo vagabundo a buscar algo lo suficientemente fuerte para destruirme, me quiero incinerar, y para ser feliz, en una casa de cristal, te pido que atentes contra mi integridad y nos hagas a los dos, juntos, explotar.

Un saludo a todos aquellos que creen poder oler ya la sal, las vacaciones están cerca pero vuestras vidas jamás cambiarán mientras sigáis vistiendo las gafas de sol que creéis os hacen estrellas de cine y no os empecéis a preocupar por dejar de estudiar y mirar, mirar lo que hay que mirar y nada más.

Que el sol esté con vosotros y que la mayor de las miserias os acompañe, felices de volveros a ver.

Gatos incandescentes, desacatos físicos, un placer.

Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...