sábado, 26 de abril de 2014

Duelo a muerte: escritor contra cafetería

En el rincón más ruidoso del planeta, las voces y los gestos se entremezclan en una vorágine de apasionadas relaciones intrascendentes. Las luces se encienden cuando el manto oscurece y todos los deseos, encadenados al sonido de los vasos y las cucharillas, se sientan a conversar sobre sus mayores miedos.  

Palabras que se cruzan en el aire, viajando de mesa en mesa, chocando las unas con las aquellas. Se respira soledad con leche templada entre el tumulto. El río suena y comunicación lleva. Hablan todos excepto yo, receptor involuntario de coloquios, discusiones y reconciliaciones. Y todo lo que escucho es el enorme nada sentado delante de mí, que se hace visible con cada silencio que precede al idioma. Mis sueños se evaporan ante la cafeinómana parsimonia de todos los que me rodean. Me encuentro encerrado en los confines más armoniosos del indestructible coro de lenguas bífidas que serpentean delante, detrás y bajo mi mesa. 



El puto Lacoste en la televisión, mezclando el intercambio de fluidos voluntario con el homocaimán que reviste sus polos, la sorda, solo oyente a ratos, invocando a Satán mientras le revela a su marido la larga condena con olor a azufre que tendrá que soportar por no haber puesto el programa de lavado frío antes de cruzar la puerta. Ataco con desgana y aguantando la orina en mi adormecido pincel el café con leche templada pero no mientras soy testigo de besos negros en unas mejillas, en otros labios, en un alma que, sin anal duda, no es la mía.
Reposo mis santos cojones sobre una silla que ahora me parece demasiado cómoda en un antro quiero y no puedo con demasiadas pretensiones. Me da la sensación, agarrémonos los machos, de que cada coronilla sin pelo, cada negra con manchas de esclavitud en la piel, cada puto escritor perdido entre las cuatro esquinas de una mesa, no tiene ni puta idea de qué puñetas hace aquí. Perdón por la palabras, pero mi santa cola le arrebata, por momentos, el control a mi sesgado corazón. Corazón que bombea cada vez menos sentido a la realidad que perciben mis entrañas. 

Comienzo a planear mi huida. Mira que culo, estoy seguro de que podría comprar un billete con mi majestuosa sonrisa y salir de aquí montado en uno de esos ferris negros. Creo que ese que tiene delante lleva un cartel, desde aquí atisbo a leer: "Glúteo desproporcionado preparado para partir hacia la frontera fecal del WC Mediterráneo. Ponte chubasquero, el viaje es una mierda".



Viajo a Desembarco del Gilipollas unos días, ha sido un placer tomar este último café sintigo. Siempre te recordaré con esa sonrisa hueca y esa mirada inexistente.

Buen viaje, bon voyage, mucha mierda, que sé yo. Y recordad, quien mucho quiere, acaba meando sangre.





lunes, 14 de abril de 2014

Tan alto como el mar

Ya no sabes que colocar, tu mano es velocidad. La hoja en la máquina, el tabaco en tu boca, sin filtro, carente de realidad.
Se alza, a lo lejos, el árbol de la vanidad, un día ficticio, al otro, palpable de verdad.
El verde ya no es verde, clorofila de los noventa surca las calles. Es una melodía enferma, la fiebre le procura toda la intensidad. Punto y coma al día de ayer justo antes de explotar.
La estatua aguanta la respiración y los pájaros de piedra transmiten venéreas historias, colérica y fanfarronas, reinas del más acá.

Y nuestro mundo queda en stand by.

Clic y gas, un cielo oscuro, un mar que duda aterrizar sus espumosas olas en la orilla. La arena me insulta mojándome los pies porque ya no está conmigo.
Te veo, a lo lejos, sonriéndole a otro hombre. No vas arreglada pero da igual, tus pies son perfectos, tu mirada, inaudita. El rubí corre por tu cuerpo reflejando esmeralda de tradición pura. La caspa más dulce en el pueblo de los nubarrones.
Y corro sin parar tras las sombras del pasado, me inclino, sagitario, ante el precipicio más desgraciado. Dime si quieres que vista todo desaliñado.
Estás ahí, zafiro de verdad, y luchas, incansable, por recuperar algo de aquellas lunas rebosantes de sexualidad.

lunes, 7 de abril de 2014

¿Tiene acaso algún sentido?

Que se quiera cambiar el mundo sin llegar a creer ni un solo segundo que se puede.

Siento que he estado en todas partes sin moverme de mi habitación, y al mismo tiempo me he perdido entre playas, montañas y océanos interminables que guardan secretos tan evidentes como efímeros. Se hace de día, se deshace en la noche, y sigo escuchando la misma canción desde por la mañana hasta el final del día. Me sueno los mocos con cada calada y al mismo tiempo noto que algo cálido y blando me ha estado abrazando todo el tiempo.

Estoy contento, canto, se apaga la luz de la linterna y cuando me doy cuenta es tarde para reprimir las lágrimas. Cuando termino dudo entre volver a empezar o pasar a la fase alegre. Nunca he sido de sonarme los mocos con pañuelo, solo con cigarros. A decir verdad, no me lleno de mocos cuando lloro, entonces ¿por qué estoy fumando? Supongo que será un reclamo a esas horas tan cortas que se me escapan entre latido y latido, esos ratos muertos donde mis playeras están huecas y mis pies flotan sobre la superficie terrestre. Guardo cada deseo y lo propulso de una patada a la incineradora estelar que ilumina a ratos, según la hora del día, mi vida.

Me pregunto si ésta noche la luz de un Marlboro será suficiente para iluminar el camino de vuelta a casa.


Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...