miércoles, 15 de abril de 2015

Las tres caras de la moneda

"¿Puede un solo hombre hacer la diferencia? Si." Puede que tan solo tuviese ocho o nueve años, pero la expectativa que se creó en mí tras formular la pregunta, esperando la respuesta, me grabó a fuego aquel instante en el cuaderno de pequeños momentos en blanco y negro que perdurarán por siempre en alguna parte. La respuesta llegó como un helicóptero de rescate en el mejor momento, justo antes de que en el bote salvavidas unos empezasen a mirar a otros con el apetito del que se plantea iniciarse en el canibalismo.

Han ido pasando los años y la respuesta ya no está tan clara como a uno le gustaría. No podría afirmar con rotundidad que el orden de los factores no altera el producto ni que no hay mal que por bien no venga o que, tras la tormenta, llega la calma. No os confundáis, veo la luz al final del túnel, tan solo dudo que sea algo más que un espejismo.

La ilusión de poder, del final feliz, de que con querer basta. Ahí nos refugiamos, ahí, personalmente, me encuentro como en casa, bajo el techo del pudo ser y no le salió de los huevos. No quiso dibujar el final del camino, se le rompió la punta del lápiz, el corazón, se desdibujaron las caricias y la piel quedó tan dura como la superficie de una roca volcánica, chamuscada por dentro, sucia por fuera.

El hombre que duda poder cambiar el mundo incapaz de encontrar la paz bajo las sábanas, recostado en una almohada que huele demasiado a quizá, un aroma que le recuerda al y si.

Las lágrimas que no salen, las puertas que ya no se abren, la cartera en casa, las ganas estacionadas en la parada de un autobús que, como de costumbre, no se rige por horarios.

Quizá los ángeles existan después de todo, es probable que la verdad sea más que un concepto. Cabe una posibilidad de que las ideas terminen materializándose en muerte y desolación y que, llegado el momento, la paz que tanto hemos ansiado nos deje anestesiados.

Voy a probar suerte un par de veces más, sin complicar el asunto, con la atenta mirada del pasado escudriñando cada movimiento, repasándome jugada tras jugadas desde la coronilla.

Son dos las posibilidades, no le busques las tres caras a la moneda y si lo haces... bueno, entonces procura nunca perderla.

sábado, 4 de abril de 2015

Impedimentos

Explotados. Masacrados, expuestos a las desavenencias del tiempo, a la intemperie sin el taparrabos, desastrosos y desolados. Si el tiempo quiere, nos concederá el beneficio de la duda.

Hubo una vez en que las cosas fueron fáciles. Castillos, peleas con final feliz, una brecha en la coronilla y un seis en conocimiento del medio. Hubo un tiempo en que los corazones volaban alto y nunca se rompían.  Sonrisas sinceras e insultos que se desvanecían al final de la tarde.

Hemos viajado lejos, nos hemos olvidado de meternos en la maleta y hemos terminado tan desnudos como alguna vez siempre estuvimos. Somos juguetes rotos que un día circulaban a toda velocidad, corazón en mano y voz en grito. Y ahora, corrompidos como yacemos, ensuciados hasta los pulmones, enmudecemos. Te van a hacer daño, le van a hacer daño, la vas a destrozar, va a acabar contigo. Este es el disparo final, no hay perdiz que devorar. Tu cuerpo ya no es tuyo y te desangras en el suelo pidiendo clemencia al cielo donde las nubes dibujaban arte, donde la luna estaba al alcance de las manos. Y ahora la fuerza se te va en las intenciones, se nos va momento a momento, exhalando actuaciones, propiciando daños. Daños en forma de lágrimas, caricias en sepia, tan lejanas en el tiempo como aquellos años de brincos y combates imaginarios.

Ya no estamos donde estábamos, las cosas han cambiado, tú has cambiado ¿acaso no lo ves? Se nos van los esfuerzos en sueños, los besos se quedan en eso, en miradas cargadas de intenciones, de arranques frustrados.

Y la gente se desvanece, envejece, todo pasa al mismo tiempo. Fantasmas transitando un presente despreciado en busca de un futuro prominente, uno que se nos escapa a zancadas, huyendo de los monstruos que lo persiguen.

Cada día es un zarpazo, una cicatriz en la mejilla y los gritos reverberan en las paredes, la ira en nuestras manos, la vida fracturada, los huesos calcinados.

Qué lejos has quedado, amada mía. Y no nos queda otra que sonreír, que tomarlo con humor mientras los ojos se nos cierran para no volver a abrirse. Es una bonita última mirada al nunca jamás, al entierro de la oportunidad, defenestrados nos hemos dejado.

Es un último intento, un último empujón. El café se queda frío. Se nos ha ido el momento, se han separado los cuerpos. La sangre sabe bien.

Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...