viernes, 11 de diciembre de 2015

La he vuelto a cagar

Como un gato intentando pescar peces en la pantalla de una tablet, como un ciego contemplando la puesta de sol, como un manazas manipulando el calentamiento global.
Tengo más tiento que capacidad, más valor que elegancia en mi forma de actuar. En mi filosofía: No hay nada que un paseo no pueda arreglar.

Y es que está todo en nuestra cabeza, la discusión, el acuerdo, la muerte y la fascinación, las ganas de triunfar, el desaliento del que comprende que no hay meta final, que corre por correr, como pollo sin cabeza, hasta que un muro bien grande lo haga parar.

Soy tan peligroso como el que más, para mi mismo y para los demás. No atino a la primera ni a la segunda ni a la duodécima. Por qué demonios iba yo a querer terminar cuando puedo pasarme el resto de mi vida acomodado en el verbo intentar, con sus reposabrazos de terciopelo y ese azul del color del mar.

Puedo oler la libertad, desgranar el tiempo, volverla a cagar. Soy más que capaz. Mi habilidad no conoce parangón, mi insistencia más afilada que la espada con la que se mataron dragones durante eones de fuego y escamas. Se me caen los calzones, reaparecen las ganas materializándose en el alfeizar de mi ventana. La he vuelto a cagar, ésta vez en el mejor momento, al final.

Soy un proverbio por el que da pereza empezar, soy el punto de inflexión tras el cual jamás volverá a ser igual. Soy el agua bendita y el cenicero maldito, soy el bien y el mal. Soy el recipiente dérmico y calcificado con nombre propio del lugar. Soy el abecedario empezando por la letra A y terminando por Zopenco. Bastante es, joder, como para pedir más.

Soy el sin sentido de un texto que pelea consigo mismo por dejar algo claro, por constatar, por hacer ver que si se lee de verdad se puede llegar a entender, que de verdad, siempre la puedes volver a cagar.

Es un error pensar e ir más allá, pensar que el error solo son los demás. Tan elegante como Batman, tan chiste como Abe Simpson en su momento final, tan error como el lector que se equivoca, con o sin su boca.

Es el momento de decir adiós y hoy lo hago corto, por si me equivoco, por si tropiezo, por si fallo, por si se me da peor de lo que espero, por si nadie queda contento, por si son pocos los que quedan y contento ninguno, por si, otra vez, la vuelvo a cagar.








miércoles, 2 de diciembre de 2015

Estoy seguro, yo tengo razón y tú no.

Estoy seguro porque soy yo. ¿A quién si no voy a creer?

Se nos va, se nos va de las manos constantemente. Tomamos malas decisiones, emitimos juicios equivocados y nuestro instinto nos traiciona más de lo que estamos dispuestos a reconocer. Nunca hemos llevado siempre la razón y eso, muy a nuestro pesar, es completamente verdad, ¿llevo o no razón?

Nos equivocamos a cada paso que damos y con un poco de suerte, al final, terminaremos entendiendo parte del asunto, desenvolviendo el enigma, rompiendo una de las esquinas de ese papel de regalo que nos impide ver lo que de verdad tenemos delante, lo que de verdad es. Eso si tenemos suerte, si no , siempre podremos tratar de adivinarlo.

No solemos llevar razón y a pesar de ello tratamos de convencer a los demás, mucho más difícil que hacerlo con nosotros mismos pero ni un ápice más complicado que aceptar que nuestras palabras pueden estar circulando en sentido contrario. "Que no, déjame, son los demás los que van al revés."

Ahí radica de verdad la dificultad del asunto, en ser capaces de aceptar que nos hemos ido por los cerros de Úbeda, que si por nosotros fuera esa mano que hemos apostado ahora yacería inerte y espasmódica en la acera, que nuestros progenitores nos esperarían en casa sin vida, suplicando al cielo con la mirada perdida, rogando por haber tenido un hijo más cabal, menos impetuoso, más acertado.

Y todavía los habemos tan cuadriculados, tan geométricos y calculados que cuando nos muestran el certificado de nuestro error bajamos la cabeza intentando comprender. "¿Cómo puedo haber fallado? Estaba seguro, seguro de verdad."

Ahora yaces desnudo sobre tu cama dudando hasta de tu propia sombra y de la luz que la proyecta. Si me he equivocado en esta, en qué puñetas voy a acertar yo ahora, cómo voy a salir de aquí...

Simplemente no lo haces, lo aceptas. Lo aceptas, eso si, porque han tenido que arrojarte una plaga, una lluvia de flechas y un par de cosas más para que levantases esa mano que últimamente te pesa tanto al grito de "¡basta, tienes razón!". Y cómo duele otorgarle semejante poder a la persona que tienes en frente... cómo duele aceptar la realidad que no querías que fuera, que no creías que pudiera ser.

Una ducha con hidromasaje, un vestido nuevo, una caja de condones después hemos vuelto a recomponernos cometiendo el mayor desacierto en el proceso. Hemos olvidado que por ser nosotros no somos más que el resto de nosotros. Que volveremos a torcernos el tobillo en el agujero que nosotros mismos hemos estado cavando. Y es que es tan necesario como hacerle ver a los demás que llevamos razón, porque sin contienda no habría corazón al que le quedasen ganas de latir.

Volveremos a equivocarnos, a negarlo e incluso a jugarnos lo que más amamos.

Yo he aprendido dos lecciones, la primera a apostar lo que de verdad me importa. si tengo que perder, a partir de ahora, que sean mis queridas deudas y al apuesto de mi jefe. La segunda, que la próxima vez que me pregunten "¿estás seguro?" lo primero que haré será preguntarme "¿estás seguro" y contestaré de forma sincera.

Y es que, en este texto, creo que llevo razón. Es más, me apuesto un jefe cabrón y un pedazo de mi futuro tumor ahora mismo, aquí, tú y yo. ¿Quieres jugar?



martes, 10 de noviembre de 2015

Concédeme éste último deseo

Porque te amo sin haber tenido la oportunidad de quererte antes.

Y no me hace falta, no es ni tan siquiera levemente necesario, nimiamente indispensable. Te amo y ya.

Lo hago aun cuando no recuerdo el color de tus ojos o el tono exacto que tiene tu voz cuando estallas en una carcajada. Ni falta que me hace, mi vida.

Has cambiado antes de peinado, de sonrisa, incluso tu gusto por la ropa ha variado en todos estos años y nunca, por un solo momento, te encontré menos irresistible que la vez anterior.

A veces no sé cómo llamarte, me equivoco y te menciono por otro nombre, uno que ya no usas. Pero cuando acierto, cariño, siento el mismo orgullo que antes. Es como cuando te conozco, bajo la lluvia de noviembre, bajo las llamaradas solares de agosto, repitiendo curso, estrenando año...

Siempre te he agradecido los malos ratos, casi más que los buenos, los escasos y maravillosos buenos que chispean de vez en cuando. Aún cuando cierro los ojos te veo alejarte y dejarme solo en la estación de Atocha, escupiéndome el café a la cara a causa de una carcajada tan memorable como inesperada o repitiéndome en la cama que cada segundo importaba. Te recuerdo en el primer beso y la sonrisa cómplice de después, te recuerdo en el último y las lágrimas que lo condimentaban casi al instante.

Que ya no te vuelvo a ver porque nos separan kilómetros, que tu otra casa está en el barrio e igual al salir a la calle, todo despreocupado, me topo con uno de tus múltiples andares, estilos, olores.

Llegaste por cinco minutos o cinco años pero jamás me podré olvidar de ti porque estuviste y con eso, aunque parezca mentira, es más que suficiente.

Si uno de estos días te llamo, tómalo como un error. Entiende que es un grito descorazonado, que mi alma chirría, que es mi sombra intentando encontrar la luz en sus horas bajas. Que estoy en los suburbios del color sepia y la corteza cerebral, del hipocampo o donde quiera que sea.

Por favor, recuerda que contigo pasé el momento que era mi vida, que aunque no tuviese barba o me encuentre en silla de ruedas, la tuya será la última voz que escuche antes de desvanecerme para siempre, tu piel la última que sentiré en la mía antes de que ésta deje de ser.

Y como último capricho, como reclamo final, pedirte que jamás dejes de quererme. Que a veces lo hice mal, a veces aún peor, pero que pase lo que pase, la mía fue siempre la misma intención: enseñarte quién era yo y entregarme sin dudas al descanso eterno de tus brazos.


viernes, 30 de octubre de 2015

Creo

Siete pecados capitales, millones de humanos para cometerlos, para caer en la tentación, para caer bajo el yugo del señor del infierno.

No soy creyente, soy ateo. No creo en demonios ni en el fuego eterno. Tampoco en Dios ni en la misericordia del mayor asesino de todos los tiempos. No me subiré al arca para huir de mis problemas, no me postraré ante el Señor en una iglesia para calmar mi alma. No espero el milagro ni la bendición, no espero vivir para siempre.

Creo en la alegría, felicidad efímera, y también en el dolor que somos capaces de infligir y padecer.

Creo en las personas, en las que resplandecen y en las que te incineran. En las malas y un poco menos en las buenas.

Creo en los acontecimientos, en las palabras, en las células, en el conflicto externo e interno.

Creo en la psique humana y en su derrumbamiento, en la fragilidad de sus cimientos. En eso es en lo que yo creo.

Creo en los sabios, los científicos, los filósofos, los poetas y los matemáticos. En los médicos, en los bomberos. Creo en los héroes, en los terroristas que, desgraciadamente, son tan reales como el miedo.

El demonio no viste de negro, se disfraza de bala y mata.

Mi fe no transciende a los confines de este reino, mi voluntad no es de hierro. Soy humano, me doblego.

Creo en la amistad, en el te veo luego, en las grandes gestas, en los pequeños gestos. Creo en la leyenda del amor eterno, en la vejez, en el nacimiento.

Creo en la vida después de nacer, en la muerte para siempre, en el ya no volveremos a vernos.

Jamás es eterno, tu voz la música que me guía cuando no veo.

Creo en lo que siento, no creo en lo divino, creo en lo que creo.

Los cuentos para antes de ir a dormir, la esperanza para los que caminan con los pies sobre el suelo.

Creo que te quiero.


viernes, 23 de octubre de 2015

Abril para ti, cerral para mi.

En abril detesté tu nombre, quise casarme contigo, te tuve hasta en la sopa.
En abril te enamoraste de otro, en abril le besaste mirándome a mi,
En abril encontré lo que buscaba, en abril lo perdí.
En abril me quedé sin gracia, en abril me pude reír.
En abril te quiero, en abril detesto vivir.
En abril eramos dos, ahora ya no es abril.

Qué asqueroso el maldito mes de abril.


viernes, 16 de octubre de 2015

Mi conversación con Dios

Caminaba por inercia, me movía. El tráfico gritando, mis pisadas susurrando. Giré la esquina y me encontré con Dios. Estaba fumándose su último cigarro, solo.

-¿Dónde has estado? - le pregunté.

- Pregunta lo que quieras - me respondió sin fijarse en mi, con la mirada perdida.

Clavé la mirada en su cazadora de cuero negra, en el fornido cuerpo que la vestía, en su larga melena blanca a juego con la barba. Estaba apoyado contra la pared, un pie en el suelo, el otro flotando.

- ¿Existes?

Su respuesta fue una negación con la cabeza.

-¿Estás aquí?

- Claro, ¿acaso no me estás preguntando?

Me saco un par de cigarrillos y le ofrezco uno. Levanta la mano en la que sostiene el suyo, está servido. Sonrío.

- ¿Dónde estabas cuando más te necesitaba? - quiero saber. Quiero respuestas.

- Aquí.

- ¿Por qué no te he encontrado antes?

- ¿Me has buscado antes?

Su tono burlón me pone nervioso. Tiene una respuesta entre signos de interrogación para cada pregunta que le formulo.

- Te he necesitado antes.

- Yo a ti no.

Y me mira, me mira por primera vez en mi vida, me mira por primera vez desde que él es Él y yo soy yo.

- Pregúntame lo que tienes que preguntarme - me pide en un tono que suena más a orden celestial que a petición.

Sonrío una última vez.

- ¿Quieres preguntarme algo?

Asiente con la cabeza. Despega su pie y la espalda de la pared y se acerca a mi con una forma de caminar tan pura como el bien y el mal.

-¿Tienes un cigarro?










domingo, 11 de octubre de 2015

La gran verdad

Vida. La vida, mi vida. La mayor excusa, el mayor motivo, la gran realidad. Es mi vida, la vida, y no yo, quien me ha llevado a actuar así, a no actuar en aquel momento, a decidir no intentar dejar de mentir, a protegerme bajo las robustas corazas que he construido a lo largo de los años entorno a mi persona, frágil, honesta, repleta de bondad y sensibilidad, de amor.

Que quizá, gracias la vida, he percibido la gran mentira de la que había estado escapando. En ésta selva de metal, de ébano y marfil, de sangre y cristal, ya no soy el chico que solía ser, ya jamás seré el hombre que estaba destinado a ser. Eran otros los planes de futuro que tenía para mi.

He estado pensando, intentando dilucidar, que todo esto es tan solo el escudo que me resguarda de todo lo demás, que en el fondo la paz aún reina de forma democrática, que la felicidad sigue sentada paciente, en la sala de espera, aguardando su oportunidad. 
Que sigo siendo el que era, disfrazado de tormenta. 

Lo que era malo no se hacía, no se provocaba, no se consumía, no se probaba. Lo divertido solo tenía que ser eso y la sangre no formaba parte del plan, la lluvia solo en compañía de un baile, el sexo seguido de complicidad y un plan de futuro hecho en una conversación de una hora entre las sábanas.

Abro los ojos y todo está tan nublado que he olvidado que hacía tiempo llevaba gafas, que el karma castiga, que antes me importaba. He olvidado buscar en los ojos de quien me mira la posibilidad de formar una familia, son sus labios ahora los que me hacen desviar las pupilas. 

Los malos ratos ya no son tan malos y los buenos, lo peor. Que hace tiempo ya luché hasta el final, la batalla ha terminado, soy el superviviente del holocausto, el veterano de guerra que ha triunfado y ha quedado atrapado entre cuatro paredes con una bolsa de heroína, soy el músico que busca el do menor en el fondo de la botella, el escritor que encuentra la metáfora definitiva entre las piernas de una diva. 
El proscrito, el perseguido, el que huye sin razón buscando una para poder volver. El que ha aceptado su destino.

Soy aquel que se ha dado cuenta de que hace tiempo era el hombre que siempre quiso ser y que ahora, consciente, ha perdido la oportunidad para siempre. Que ya no nace, que no le importa, que ha encontrado el dulce tras la caída del sol, que ahora el solo de guitarra suena mejor, que mencionar el nombre de aquel gran amor suena a infancia, a tierra mojada, al recuerdo de algo mejor que jamás volverá. 

Una vez fui ese hombre, pienso mientras me busco en el reflejo del cristal del cuarto de baño de cualquier bar. Se me ha vuelto a escapar, me ha dejado tirado, me he dejado atrás. Rock n roll y mucha labia, sabiduría de calle, el fantasma de un gran corazón extirpado sin anestesia, sin tacto, sin miramientos, con mucho dolor. 

Me preparo como cada noche, hablo como cada madrugada, como cuando huyo lejos con el coche. 

No hay segunda oportunidad, me rindo ante la atronadora banda sonora que adorna cada momento de decadencia y caos.

Vamos a sonreír hasta que salga el sol.






miércoles, 30 de septiembre de 2015

Tira de la cadena

Tira de la cadena si no te gusta, si te da asco, si te repugna. Tira de la cadena si te asusta, si te da calambre, si, por desagracia, ya no te escucha.

Tira de la cadena si está feo, si eso no se hace. Agarra la cisterna y tracciona con furia, que por querer que no falte, que si se lo lleva la corriente, eso que te quitas.

Tira de la cadena cuando sientas angustia, cuando te fuercen, cuando opines tan diferente que no quede otra. Tira de la cadena si la cosa ya está demasiado sucia.

Si la rima ya no rima, ni asonando ni de ninguna forma, acércate al váter y tira. Tira con ganas, que para mirar hacia otro lado no hay mejor medicina.

Deshiláchate los errores, hazlos jirones, que salten las costuras, que se te caigan los botones.

Tira de la cadena cuando veas que es mentira, que no te gusta, que te hace llorar, que ya no lucha.

Tira de la cadena si no te quiere como quieres que te quiera, tíralos a él y a ella, los recuerdos, las fotos, las discusiones y las dudas. Que gire el agua, que trague el inodoro, que ruja.

Si te queda pequeño, tira de la cadena, si te queda grande, tira dos veces no vaya a ser que con ello no pueda.

Si te da pereza, palo, desgana, vergüenza, miedo y todas esas cosas que no gustan, tira de la cadena y asómate para asegurarte que nada es lo que queda.

Que te ha abandonado, te ha dejado, que queda feo cacho cabrón, que no te quiere ver ni en pintura y de pintura quería hablar yo contigo, ese color es lo más hortera que he visto. Hazme caso, mujer, tira de la cadena. Y digo mujer, porque si le das consejo a un hombre, tirará de la cadena. A los hombres de verdad nadie debe darles consejo.

Si te hace burla, tira, si ya no sonríe como antes, tira, si ya no ves el brillo en sus ojos, tira una vez más. Si te dice que te quiere demasiado pronto, mi vida, tira de tantas cadenas como puedas.

Si es esclava, si es amo, si somos los dos, tiremos de la cadena con las manos entrelazadas y, te digo una cosa, no se les ocurra tener un hijo antes de tiempo, a ver si voy a tener que tirar de la cadena también por él.

Cuando el ayer duela más de la cuenta, cuando la respuesta que te den no sea la que quieras oír, cuando las cosas no te salgan bien, cuando las princesas mueran de cáncer y los malos de placer, cuando los pétalos no se arranquen y las rosas no florezcan, cuando ni el perro te quiera ver, cuando te moleste la rodilla, te duela la espalda o el cuello no te deje ni estar ni ser, cuando lluevan lanzas y los cuchillos te los claven en la espalda, cuando todo pase y no pase nada, tira de la cadena.

Tira de la cadena, amor mío, y será NADA lo que aprendas.

Buena semana.


lunes, 28 de septiembre de 2015

Esto es para mi

Como conejos aullando a la luz de la luna, como náufragos tras el eclipse. Hemos abierto los ojos y la ingenuidad nos ha golpeado en la cabeza. El ritmo es confuso, el suelo en el techo y sobre nuestras cabezas la yema de un huevo a medio hacer.

Nos han vuelto a robar el control, se han vuelto a disparar los picos de tensión, yazco moribundo pinchándome insulina en la habitación. Trato de rascarme ante el picor de no saber quién soy. Mil caras en mi, un borrón en el espejo. Aullando como conejos.

El desierto en Afganistán, el Big Ben en Londres, el temblor en mis manos. El olor de la traición.

Nueve años de coma para poder entender, la duda penetrando en tus ojos, el frío sudor empañando tu frente.

Tan pronto como amanecí el sol desapareció, juegos de luces y sombras a mi alrededor. Como conejos aullando a la luna sin luz, a la luz de tu falta de control, pecados de infante, sabedor del elefante que irrumpe contigo en la habitación. Deshuesados hasta morir, tapiceros del por venir, sodoma y gomorra sobre el colchón.

Y del todo por un si, me esfuerzo hasta el final por si no. Me refugio en lo ambiguo de lo abstracto mientras te contemplo bailar al son del si del tenor. Cuánto rencor. Cuanta maldad, cauto, si señor.

Despiezado como estoy me arrastro hasta el felpudo a tus pies, de zarzas, de rosas, de olor a lavanda, de antidepresivos, de no saber si estar o partir. Despiezado como estoy.

Se me abre el cosmos, se me cierra la garganta. Me cuesta tragar saliva mientras orbito a tu alrededor, me pesa la gravedad tras de ti. Se me juntan los rugidos, los alaridos, los aullidos desde aquí.


Atrapado por lo platónico, lo divino, los siete círculos del infierno hacen una reverencia ante mi. Me los como, los vomito. Me pesa el castigo eterno. Se me escurren las ganas de escribir versos.


lunes, 21 de septiembre de 2015

Adiós

Almas en un patio de juegos, sádicos, inevitables, juegos de muerte y desolación.

Caminamos, nos encontramos y nos decimos adiós. Adiós antes de que te vaya mejor, adiós antes de que me destroces el corazón, adiós por si acaso nos morimos antes o después. Solo adiós. Un adiós que duele en el recuerdo, que araña por dentro, que nos deja solos en un claro de sombras y lamentos, un adiós que se disipa en el viento.

Ni la mayor de las fuerzas impedirá que nos demos la mano y un abrazo, quizá un par de besos. Adiós por las lágrimas que hemos contado, por los polvos que hemos echado, por el apoyo mutuo que no sabemos darnos.

Adiós si te quiero, adiós si el odio nos une como a dos gotas de lluvia en un charco de palabras y sentimientos, de momentos. Adiós por todos los días que nos levantamos pensando que jamás íbamos a volver a vernos, que lo que pasó pasó y puede jurarlo el firmamento. Adiós cuando doblemos la esquina, por si al dar la vuelta ya no nos vemos. 

Adiós para siempre, adiós hasta que vuelva a salir el sol, adiós si haces las maletas, adiós si nos perdemos. Adiós por un hasta luego, adiós si ya no podemos más con ello.

Adiós hasta que lloremos alcohol, adiós cuando separemos nuestros cuerpos, que si los juntamos la despedida será intermitente mientras nos miremos. 

Adiós con sangre, adiós cuando las velas se apaguen. Nos tenemos y no nos podemos. Adiós si alguna vez dijimos para siempre, si siempre fue un tonto juramento. 

Adiós con firmeza, adiós, desde luego.

Adiós en el momento en que nuestras rodillas tocaron el suelo, en el que los espejos se rompieron, adiós con mala suerte, adiós sin comerlo ni beberlo. Adiós por encima del hombro, adiós entrelazado entre nuestros besos. Adiós tejido a mano, adiós mecánico, adiós artificial, adiós forzado.

Nos despedimos en el fuego, adiós blanco, adiós despiertos, adiós en sueños.

A Dios, adiós.

Almas en un patio de juegos, sádicos, inevitables, juegos de muerte y desolación. Adiós en nosotros, adiós por saludo, por reencuentro.

Adiós, ¿te conozco de algo?


viernes, 4 de septiembre de 2015

Se acaba el verano, prepárate para disfrutar

Se acaba el verano y los mosquitos aprovechan la depresión post-vacacional para devorarme en un par de noches. Y yo que pensaba que éste solsticio me había librado. Dios salve a la reina.

Los hay que acaban el verano mejor de lo que lo empezaron, más sexo, más promesas, reciben el comienzo de la rutina con los brazos abiertos y una sonrisa redentora de oreja a oreja.
Otros, por el contrario, han perdido todo ápice del entusiasmo que les elevaba por encima del suelo con cada paso que daban. La carcajada ha dejado paso al llanto, las expectativas a la decadencia, la alegría al boli y el papel, la mesa, el jefe trajeado.

Otros simplemente nos rascamos las decenas de picaduras con ímpetu. Las charlas, los consejos, la soberbia, los acto reflejos recién adquiridos en la cama cierran un verano donde las emociones han calentado más que un mes de agosto refrescante, ensordecedor.

Para algunos acaba el verano, para otros empieza el resto del año. Joder cómo pica. Como iba diciendo, más que de un final tengo la sensación de acabar de destapar el cubo de palomitas. Terminan los trailers de los primeros noventa minutos y comienza la película. Tengo el cinturón puesto, la azafata me sonríe y me promete que todo va a salir bien.
Valencia, Barcelona, un par de semanas de prórroga para dejarme llevar, el comienzo en la posibilidad de no renunciar, de llegar, de encontrar el título que da nombre a la novela que jamás había atrevido a mirar. Contemplaciones las justas, hermanos y hermanas, certezas.... las necesarias, las más altas.

Podría llorar, podría quejarme y lamentar, la noche nos manda a la cama antes de tiempo, el madrugar se hace por la mañana y no al ver la luna brillar, más trabajar y menos charlar y todo eso. En mi caso derramar protestas no es una opción. Lanzarme directo a la boca del lobo, por el contrario, eso si que es una tentación.

Voy a volcar el vaso, a derramar hasta la última gota de mi y, entonces, cuando ambos yazcamos empapados, podré reír de verdad.

No soy un mentiroso, jamás he dicho una sola verdad.

viernes, 28 de agosto de 2015

Ficción. La realidad que no quiso ser.

En el planeta somos muchos, quizá demasiados, eso ya lo sabemos. También somos conocedores de que en cada parte, en cada país, en cada calle, la gente es de una manera y no de otra. Algunos se sonríen, otros caminan de la mano, los hay que no pueden besarse públicamente si aman a otro con el mismo tipo de genitales, los hay que hablan con los animales de la selva como otros lo hacemos a través de un smartphone.

Hace unos días tuve el desagradable placer de contemplar la mayor barbarie que mis ojos hayan podido ver proyectada en la pantalla táctil de un teléfono móvil. Una chica, apaleada ante la atenta mirada de decenas de personas, terminaba quemada viva en plena calle. Lugar, cualquiera, realidad, una tan distante de la nuestra que bien podría ser considerada ficción. Una realidad que, si me preguntan, prefiero creer que no es.
A miles de kilómetros y con unos pocos días de diferencia, me encuentro en la terraza de un restaurante. A mi lado una chica que promete sonreír hasta el último de sus días, en mi cabeza el pensamiento de que me encuentro en otro cuento, que esto no puede estar pasando si en aquel vídeo "casero" la chica sintió las llamas devorar su cuerpo de la misma forma en que yo saboreo el pollo que me acabo de meter en la boca. Viva la salsa Jack Daniels.

Esta noche he salido a cenar con un ángel, aquella muchacha fue arrancada de raíz de su vida por fuerza y voluntad de un ejercito de demonios. Entonces tengo que entender, tengo que aceptar, que todos somos lo mismo. Que pertenecemos al mismo reino animal, si quiera al mismo universo.

Noto su pie chocar con el mío y un intercambio de carcajadas tras un pícaro comentario me devuelve al momento. Aquí estás, dónde estará ella ahora. En qué se equivocó para ver su vida desaparecer golpe tras golpe, qué hice yo bien para tener el placer de acompañarte hoy.
Suerte. Suerte de nacer y de hacerlo en el lugar indicado, pura potra, de chiripa, que ella está muerta y yo recoloco cómodamente mi culo en la silla. Que me han puesto un cenicero, señores, tengo un cenicero limpio para fumar, puedo jurar que mucho más limpio que el suelo donde aquella mujer fue enterrada antes de tiempo.

¿Qué se supone que debo hacer al respecto? ¿Sentir lástima, pena, lamentar tan espantoso final? ¿Cómo si quiera puedo plantearme entristecerme un mínimo si mi acompañante ilumina la noche de diente a diente con cada comentario que tengo levemente ocurrente?

Qué alguien me explique por qué diablos soy capaz de prestarle mi cazadora en un acto de galantería cuando ninguna de las treinta, cuarenta o cincuenta personas allí presentes fueron capaces de decir no ante tan salvaje ejecución. Cómo si quiera plantearme que compartimos casa, rellano y escaleras. Que como mucho, un pequeño trozo de mar nos separa.

Esto no es una crítica social ni pretende serlo, tampoco es una declaración a la belleza intermitente que me regaló la vista unos instantes. Es todo eso y más. Es un llanto al mundo, una réplica a todo comienzo y todo final. Es un llamamiento a cualquiera que esté leyendo esto.

Tú y yo compartimos vida, intentemos no defraudarnos el uno al otro.

viernes, 21 de agosto de 2015

La inferioridad superior o cómo los tontos son felices y los demás no.

Mientras unos sujetan la puerta, otros contemplan las nalgas que se alejan.

Son diferentes tipos de personas las que existimos, no le descubro nada nuevo a nadie, ¿verdad? Bien, al margen de los centenares de personalidades, caracteres, educación y hostias recibidas desde pequeño, a todos nos hace felices determinadas cosas: comida, sexo, drogas, la risa, dormir libre de responsabilidades al día siguiente, concretar con tu jefe una subida de sueldo o pasar tiempo dedicándonos tiempo. ¿Qué nos diferencia a unos de los otros, a ti de aquel gilipollas que, sin dejar de ser un completo idiota a tus ojos, busca exactamente lo mismo que tú? Las formas.

Los habemos de todo tipo, listos, tontos, educados, mal formados, sutiles, directos, vergonzosos, sin sentido del rídiculo, genorosos, avariciosos, ladrones, ladrones de sentimientos.... La lista es interminable, los motivos por los que nos diferenciamos tanto, también. Tal vez tu padre no te dio ese titánico azote en el culo que a día de hoy aún escuece cuando vas a posar tu culo deseando relajarte. Tal vez la chica que debió decirte que no, por tu propio bien, te dejó comer perdices con ella durante un tiempo, el suficiente para que a ti te dejase de interesar y el mal trago, necesario, de sentir el abandono se te hizo mucho más llevadero. Lo siento, mis condolencias.

Es que si el azote mental, la hostia emocional o el ojo maquillado con la sombra de un buen puñetazo no te han llegado todavía, están haciendo cola a la salida para pillarte todas de a una. Y si no, ay si no, lo mal que lo vas a pasar. O no, bueno, lo van a pasar mal los demás. Tú, en tu completa ignoracia vas a pasar, vas a sudar pollas, te va a dar igual. No te va a importar, porque no te vas a fijar en que todos a tu alrededor te miran de aquella manera, que te enfocan con una mirada que no habla lo que tu interpretas, que simplemente dice: menudo gilipollas.

Que en un principio, si no te enteras, te debería dar igual. A estas alturas no sé si avisarte si quiera, quizá prefieras vivir en ese lugar que existe en tu cabeza, donde las cosas malas no solo no pasan si no que ni siquiera son malas.

Por haber, los habemos tontos felices y listos que se lamentan de la ciega ilusión del que no llega al mínimo nivel intelectual. Está mal expresado, no hablo del CI, hablo de inteligencia emocional. Hablo de las ganas que tengo de soltarte una buena hostia en plena cara para que lo veas todo bien, para que veas lo que yo veo, para que dejes de reír en Villa Ignorancia y me acompañes en el baño de lágrimas que descubrí hace tiempo en la calle Realidad.
Hablo de eso y del regusto final que me dejaría el picor en la palma de la mano tras estamparte mi gratitud con todas mis fuerzas in your face. Que te lo digo en español o en el idioma que quieras, pero despierta de una puta vez. Que a la gente no le gustas, que nadie te quiere ver más allá de la primera vez.

Que no quiero tener que desarmarte desde mi depresión natural, no quiero tener que ser el depredador de la palabra que la genética, las llantinas o el azote de mi padre me llevaron a ser.

En el fondo, quizá demasiado como para jamás llegarlo a reconocer, me das envidia. Si, cabrón, me das envidia pero no eres lo que me gustaría llegar a ser. Es tarde para plantearse cómo sería si no supiese lo que soy, cuántas veces al día reiría si no viese las dos caras de la moneda. Es tarde para soñar con ser feliz cuando he descubierto el placer de llorar.

No me entiendes, sé que te suena a chino desde el español en que te hablo, y por eso, en mi situación, siento lástima por ti cuando te alegras de no comprender una sola de las cuatro sílabas que salen por mi boca: Eres tonto.

Al final del cuento parece que los listos pierden, que los que entienden, al comprenderlo, se lamentan.
Al final del cuento parece que los tontos ganan, que no entienden y se jactan.

Al final del cuento parece que los que pierden ganan y que los que ganan, bueno, esos ni se enteran.

martes, 18 de agosto de 2015

Sed generosos con el escritor

Sentir, sentir lo que sea. rabia, confianza, ansiedad, euforia, amor, sentir la desesperación acariciar tus mejillas al despertar.

Son tiempos extraños, los acontecimientos suceden con más velocidad de la que soy capaz de procesar y las emociones se agolpan unas sobre otras superponiéndose todas en un tornado tan loco como aterrador. Un tornado de cálida indecisión, de vida al son.

Estamos al borde del cataclismo y me he sentado en la última piedra del acantilado a fumarme un cigarro. Las gafas me protegen de los últimos rayos del sol, mi piel no es blindaje para las cosas que siento, no es suficiente para contener los latidos de mi corazón. Taquicardia en mi habitación, respiración irregular en lo alto de tu balcón, la alcoba del auténtico amor.

No soy capaz de encontrarle demasiado sentido a nada y, sin embargo, te encuentro sentido a ti, sentido que vuela alto para un jugador de ligas menores como yo. Cosas, cosas y rock and roll.

La solución podría estar en crecer unos cuantos centímetros, la solución podría ser despertar con tu cuerpo danzando entre mis sábanas, entre mis brazos, la solución a las inmensas dimensiones que mi cama parece haber adquirido en la última noche.

Y todavía no sé muy bien como reaccionar ante el rompecabezas en el que se ha descompuesto mi vida. Los amaneceres que me ven volver a casa cansado, el atardecer levantándome de la cama, de vuelta a la acción. Los últimos coletazos de una vida que se descompone en fragmentos de esto y aquello, abrazos y besos, lágrimas y sexo.

Aún tengo que decidir si estoy bien o mal, si pido ayuda o perdón. Dudando sigo danzando en lo oscuro de mi cabeza, en el entresijo de dudas y apariencias que me impiden disfrutar de la vida a pleno pulmón.

Sed generosos con un servidor, con el escritor empedernido, con su asfixia en un mar de coños, con la sonrisa que viste y gasta con ese ácido humor. Porque dentro, en su interior (no más bello que el de cualquier otro) las piedras se derriten y la lluvia se precipita hasta inundar las calles.

Sed generosos con el escritor, que por palabra que escribe sangra un poco más su corazón.

lunes, 17 de agosto de 2015

Si tu quisieras

Si yo quisiera, si tú quisieras, si nosotros quisiéramos, podríamos estar juntos.
Juntos quiero decir si yo quiero y tú quisieras.
Juntos toda la vida o no, juntos en este mismo momento, juntos justo ahora.
Si quisieramnos, queriendo yo y tú si lo hicieras,
podríamos estar juntos sin dejar de quererlo.

jueves, 30 de julio de 2015

Suframos, pero hagámoslo bien

Desde hace relativamente poco el planeta y las vidas que me importan parecen encontrarse en un punto de inflexión. Y digo parecen porque no me atrevo a condenar las cabezas de los demás. No estoy hablando de la crisis económica ni educacional, no hablo de la casta política ni de la clase social. Hablo de mis amigos. De la crisis de los veintitantos, de la vida, del parece que la cosa se complica.

Y es que hace cinco minutos habría jurado soltar la pala en el parque lamentando tener que estudiar un par de temas de Conocimiento del medio. Cuando he querido darme cuenta la barba me tapaba la cara haciéndome un gran favor, tenía las llaves del coche en el bolsillo y un tremendo dolor de cabeza. Hablo, ni más ni menos, que de ayer.

No acostumbro a ser tan conciso a la hora de escribir, voy a intentar no cagarla más de lo que os tengo acostumbrados.

Como iba diciendo, la cosa se va complicando. Cada vez resulta MÁS difícil despedirnos los unos de los otros, los cargos de conciencia pesan MÁS, las confesiones se hacen con MÁS miedo que vergüenza y la nostalgia se nos atraganta con MÁS frecuencia que antes. Todo lo malo es MÁS y lo bueno parece tan efímero que no da tiempo a sentarse a saborearlo.

No estoy pidiendo absolución ni rogando una mierda. Estoy plantándome ante la tesitosa dificultad del problema, me rasco los huevos ante el dolor de cabeza que nos ha estado acechando.

Estoy hasta las pelotas del consuelo, del perdón, del arrepentimiento, de las lágrimas a largo plazo con una comisión de apertura tan desorbitada que da risa. El coste, chicos, no es tan alto. Y es que, como una buena hostia, el dolor es tan real e intenso como los rayos del sol en la costa. Nos estamos quemando.

Continuando con la alusión al verano, ahora me estoy pelando. Que no, que no me estoy masturbando, volvedlo a leer. Si, era eso, me estoy pelando como un leproso demasiado pijo para arrancarse algo más profundo que la primera capa de piel.

En este momento escuece, la dermis está roja y al tacto parece la armadura de cuero de un espadachín. Es solo momentáneo. Solo ahora, puede que mañana también. Llegará un momento en que las penas, como a mi la piel, se os comenzarán a caer. Se desprenderá de vuestras almas como cosa vieja que será y tras el picor, el vacío, las ganas de hacer algo más que llorar, volveréis a brillar bajo la luz del sol otra vez.

Es casi una ciencia exacta, os quemaréis más tarde, si, tocará otra vez. Y no hay absolutamente nada que podáis, que podamos hacer, para impedirlo.

No os estoy condenando, os estoy gritando. Estamos aquí. Somos nosotros y os queremos. Ese es el mensaje, espero haberlo comunicado bien.

No nos apetece sufrir y lo estamos haciendo. A mi, chicos, me apetece hacerlo riendo.

Se lo dedico a todos los que lo están pasando mal, a los que conozco desde hace años y a los que conozco desde hace una semana, a los que escuchan, a los que me gusta escuchar, con los que, en definitiva, se puede conversar.

sábado, 25 de julio de 2015

Me he quedado solo

Me escucho pensar. Una conversación se desarrolla en mi cabeza, debe haber unas cinco o seis voces distintas, cada una defendiendo su punto de vista con argumentos letales y palabras malsonantes. No me gusta el tema que están tratando, no me gusta que se haga una reunión en mi interior y no ser invitado.
Por si no fuese suficiente, estoy condenado a escuchar el debate tras el cristal, soy un tertuliano sin voz ni voto que a ratos va con unos y a ratos con otros. Quizá ésta vez vaya conmigo mismo, quizá sea con otro yo. La verdad es que aún no me he decidido, el tema de hoy es de los importantes, de los abstractos, de los que no se pueden describir si no es con pinceladas sobre un lienzo en blanco.

Hoy el tema a tratar es complicado de expresar, de forma que las voces están utilizando imágenes para mostrar a las demás sus opiniones. Me están poniendo una película, algunos lo llamáis "soñar despierto".

Una calle empapada, quizá alguien allá arriba ha recibido una mala noticia y al lamentarse ha precipitado sus penas sobre el asfalto. Tomo aire por la nariz y me huele a infancia, a aventura. Huele a tierra mojada. Otro gran clásico que nunca falla. Llevo los cascos puestos y los redobles me rebotan en el corazón. Ni un alma se digna a transitar la calle, estoy solo en un lugar que dista mucho de ser real para alguien más aparte de mi. Me he quedado solo. Me he quedado solo.
En un último arrebato de esperanza giro la cabeza. Nadie. Me he quedado solo. Me he quedado solo.

Entonces vuelvo a encontrarme con la página que estoy escribiendo, con el cigarro en la boca, con la desazón en el estómago. Es extraño, juraría que el corazón me late algo más deprisa de lo normal. Tal vez dentro de mi la conversación se esté poniendo interesante y he sido tan tonto de quitar el oído en el mejor momento, en el momento en que se decide mi destino.

Y es que siendo sincero, me importa una puta mierda lo que se decida, la conclusión a la que se llegue, la resolución del diálogo a puerta cerrada. Me importa una mierda porque pasado mañana todas las voces, quizá alguna más, se reúnan de nuevo a tratar otra vez el tema. Es un debate sin final, con punto y aparte para descansar, nada más.

Esclavos de nuestros pensamientos, no de nuestro corazón. Así lo veo yo, así me lo tengo que tragar porque esto... bueno, es un no parar, un te pienso y te vuelvo a pensar.

Una ligera reverencia y estallan los aplausos más cargados de sarcasmo que he podido sacarme de la manga. "¿Sabéis qué?" les digo. "Yo si sé algo con certeza, algo que jamás cambiará, algo que vosotras nunca aceptaréis por más que tratéis de solucionarme la vida. No tenéis ni puta idea".

Se desvanecen, me desvanezco, trato de trepar a un lugar donde las dudas no me agujereen el pecho, donde los miedos no sean capaces de agarrarme del tobillo en el último momento del cuento.

Las vistas desde aquí son maravillosas, no toques nada que lo ensucias.

"Cuando un hombre se sumerge en las profundidades de si mismo rara vez regresa siendo el mismo".

miércoles, 1 de julio de 2015

Odiando se ama la gente

Despotrica contra quien haya que despotricar. Siéntete libre de criticar, de rascarte el paquete de manera natural, de cagarte en todo lo cagable sin tartamudear.

Siéntate, y siéntate a hacer el mal.

Una vez que las llamas lo consuman todo, cuando los cuatro jinetes del final caminen a sus anchas, cabalgando sobre el asfalto, déjate querer, déjate animar.

No es el final, es tan solo una parada más. Le pese a quien le pese, todavía puedes cagarla más, no hay límites, te lo digo de verdad, somos seres con una fuerza sin igual, quizá con buena voluntad, poco resolutivos, bobos proclamados reyes del planeta que nos ha acogido al menos hasta el día de hoy.

No te martirices, no te lamentes más de lo que haya que lamentarse. Revuélcate en el barro pero eso sí, no te pases, tienes que llegar limpio a navidad.
Siéntete libre de ensuciarte las manos, de pasar la lengua por donde la quieras, y puedas, pasar. Resárcete de tus pecados solo si los quieres limpiar, no por imperialismos, por buen hacer, por estar bonito de mirar, agradable de ver. Y déjate los cuernos si los quieres llevar, escupe las lágrimas que tengas que vomitar, en mi presencia, en mi regazo, en mi abrazo de cristal.

Ser malo es algo natural, estar triste, una elección personal de dudosa estirpe moral.

Es el mal hacer el que nos acaba por unir más, la derrota la que despierta a mi piel en mitad de la noche preguntándome dónde se encuentra la tuya, qué dónde coño se mete, que hace mucho que no la ve, que la quiere castigar.

Echarnos de menos forma parte del proceso natural, de la evolución de la especie, del alzhéimer sentimental. Somos villanos de andar por casa, de camisón, albornoz y alpargatas, de el marca o el as, de paella los domingos, de no te conozco de nada pero te vas a enterar.

Eres mi enemigo favorito, el odio que me permite amar. Y es que, si pudiera, te mataría a besos.

Ésta es la última vez que te lo digo, déjame quererte, déjame creer que si me quieres, podemos llegar a odiarnos como se debe, vamos, como Dios manda.

Si te vas a portar así, hazlo dándome la mano, que nunca viene mal. Si planeas teñir de rojo la luna y hacer a la gente aullar, permíteme que te arrope como un ser humano de verdad, de los que se hacen daño, de los que aman hacer daño, de los que se hacen daño amando.

Y es que es ahora que te odio cuando, por fin, te he empezado a amar.


jueves, 4 de junio de 2015

¿Qué tengo, doctor?

A grandes éxitos, parsimonia arrolladora, doctor. Al final el gran enemigo del pequeño detalle va a terminar retractándose, admitiendo que se equivocó, que aunque Amelie fuese una chica de todo menos adorable, quizá su filosofía de vida no estaba tan mal enfocada, ¿no cree?

Y es que hasta ahora los grandes éxitos de mi vida han sucedido sin confeti ni reuniones de amigos donde las botellas de cocacola y fanta de naranja rulan sin parar, conseguir un trabajo no se puede comparar con el día en que cumplí seis años, quizá se deba a la relevancia cósmica de crecer, de aguantar tanto tiempo sin palmar en ésta jungla de pesadilla.
Aquí consigues lo que consigues y sin dejar de ser alucinante, el peso de lo que aún no has superado ennegrece todo destello de júbilo. Como que no se puede ser feliz, coño.

¿Qué quizá no sé disfrutar de la vida, doctor? Me temo que es la vida la que no se deja disfrutar, ¿sabe?. Cumplo con los requisitos necesarios: doy prioridad a las personas por encima de las obligaciones, valoro más las reuniones de amigos que las de verdad, las serias, las que contienen pilas de papeles, corbatas y un centenar de garabatos inteligibles, aprendo de las palabras que pronuncia la verdad antes de las que pronuncia el docente desde el encerado. No creo, sinceramente, estar haciéndolo mal.

¿Cuál es, entonces, el verdadero problema aquí, doctor? Quizá la propia naturaleza de la situación, tal vez el exceso de importancia que le concedo al dolor de mi corazón. Es posible que las lágrimas que un día se derramaron ante la atenta mirada de mi persona dañasen lo que hasta ese momento gozaba de plena salud en mi interior.

Y es que creo, precisamente, que lo complicado de la situación radica en el poder de una sonrisa bien situada ante cualquiera de nosotros, ante cualquiera que se sienta vulnerable. Y créame, le digo una sonrisa como podría decirle otro centenar de cosas más: un ahogo, una asfixia, un brillo en la línea que separa el iris de la pupila, una nariz de punta redonda, una peca situada a conciencia, una peca que más que un punto es una estrella en el firmamento de su rostro, a años luz en la galaxia del recuerdo.

Me aterra confirmarle, doctor, que temo con la entereza de mi ser el poder que alguien, sin pronunciar sonido alguno, puede ejercer sobre cualquiera de nosotros. Y me cuesta comprender la naturaleza de la cuestión, no soy capaz de entender cómo todas las luces pueden apagarse de golpe porque alguien decide que ya está bien, que ha aguantado suficiente, que nunca más te volverá a ver.

¿Le ha pasado alguna vez, doctor? Solo puedo darle un consejo ante tal situación: Prepárese para perder el control.


Somos seres funestos, deshechos, incomprendidos, espectros de medio metro, singularidades por cientos y, al fin y al cabo, cuando el sol se pone no somos más que sombras en un completo desierto.

jueves, 21 de mayo de 2015

Cirujano de colchón y edredón

Era una sinfonía rara, diferente. Las teclas no se sentían igual, el amor despilfarrado entre sus piernas, el dolor ahogado tras los acordes del señor Richards, la casa del júbilo y el ardor estomacal.

Me dijeron que podría curar el cáncer con mis manos, deshacer lo hecho, justificar el miedo. Promesas, votos de confianza, palabras de orgullo bajo un manto de perturbada redención. Las sílabas siseantes de unos labios destinados por siempre a callar. Un montón de miserables desechos envueltos en castidad auto-infligida, reciclaje de pensamiento, "calla de una puta vez".

Y fueron dos o tal vez tres los momentos de debilidad donde la desazón se convirtió en una suerte de picor irrisorio, de gozo polivalente, lágrimas hirientes, deshuesados trozos de cartel. El miedo al no ser, al jamás de los jamases por siempre te recordaré.

Escrutinio entre tus dientes, falsas mordidas recorriendo mi piel, ojos verdes, veda prohibida, caza deportiva. 

Llego y me voy, fantaseo con la posibilidad de no haber provocado chuzos de punta, de haber secado las calles, de irradiar todas vuestras cabezas con los rayos del sol. Puedo cantar y lo he estado haciendo, creyendo poder olvidar el dolor causado, el dolor perpetrado bajo coacción, la sangre hervida, las vísceras desvirgadas, la cabeza dando vueltas en un remolino imposible amainar.

Y a riesgo de que todo suene vacuo, inherente, incandescente, voluptuoso como una bola de humo ascendente, siento en cada palabra la verdad de un universo que no concibe arrepentimiento ni entendimiento, donde todos nos sentimos especiales al reflejarnos en pupila ajena. Son las gafas de sol.

Y te entiendo cuando no me hablas mientras tratamos de descifrar la nada, el ying y el yang, nuestra parte más oscura, más real, nuestro instinto animal. Cigarros que unen, que inmortalizan el momento. Nicotina para recordar. 

Ha sido un placer con todos ustedes, machos o damas, amistades o desamores, conversaciones a las puertas del bar. 

Me retiro en un momento, soñando con la tapicería, olfateando el sudor garrafal de un par de instantes. Gracias por no dejar olvidar, por forzarme a meditar. 

Solo en un universo incapaz de entenderse podrían habitar semejantes seres. 

"Dios cree que no existe".

miércoles, 15 de abril de 2015

Las tres caras de la moneda

"¿Puede un solo hombre hacer la diferencia? Si." Puede que tan solo tuviese ocho o nueve años, pero la expectativa que se creó en mí tras formular la pregunta, esperando la respuesta, me grabó a fuego aquel instante en el cuaderno de pequeños momentos en blanco y negro que perdurarán por siempre en alguna parte. La respuesta llegó como un helicóptero de rescate en el mejor momento, justo antes de que en el bote salvavidas unos empezasen a mirar a otros con el apetito del que se plantea iniciarse en el canibalismo.

Han ido pasando los años y la respuesta ya no está tan clara como a uno le gustaría. No podría afirmar con rotundidad que el orden de los factores no altera el producto ni que no hay mal que por bien no venga o que, tras la tormenta, llega la calma. No os confundáis, veo la luz al final del túnel, tan solo dudo que sea algo más que un espejismo.

La ilusión de poder, del final feliz, de que con querer basta. Ahí nos refugiamos, ahí, personalmente, me encuentro como en casa, bajo el techo del pudo ser y no le salió de los huevos. No quiso dibujar el final del camino, se le rompió la punta del lápiz, el corazón, se desdibujaron las caricias y la piel quedó tan dura como la superficie de una roca volcánica, chamuscada por dentro, sucia por fuera.

El hombre que duda poder cambiar el mundo incapaz de encontrar la paz bajo las sábanas, recostado en una almohada que huele demasiado a quizá, un aroma que le recuerda al y si.

Las lágrimas que no salen, las puertas que ya no se abren, la cartera en casa, las ganas estacionadas en la parada de un autobús que, como de costumbre, no se rige por horarios.

Quizá los ángeles existan después de todo, es probable que la verdad sea más que un concepto. Cabe una posibilidad de que las ideas terminen materializándose en muerte y desolación y que, llegado el momento, la paz que tanto hemos ansiado nos deje anestesiados.

Voy a probar suerte un par de veces más, sin complicar el asunto, con la atenta mirada del pasado escudriñando cada movimiento, repasándome jugada tras jugadas desde la coronilla.

Son dos las posibilidades, no le busques las tres caras a la moneda y si lo haces... bueno, entonces procura nunca perderla.

sábado, 4 de abril de 2015

Impedimentos

Explotados. Masacrados, expuestos a las desavenencias del tiempo, a la intemperie sin el taparrabos, desastrosos y desolados. Si el tiempo quiere, nos concederá el beneficio de la duda.

Hubo una vez en que las cosas fueron fáciles. Castillos, peleas con final feliz, una brecha en la coronilla y un seis en conocimiento del medio. Hubo un tiempo en que los corazones volaban alto y nunca se rompían.  Sonrisas sinceras e insultos que se desvanecían al final de la tarde.

Hemos viajado lejos, nos hemos olvidado de meternos en la maleta y hemos terminado tan desnudos como alguna vez siempre estuvimos. Somos juguetes rotos que un día circulaban a toda velocidad, corazón en mano y voz en grito. Y ahora, corrompidos como yacemos, ensuciados hasta los pulmones, enmudecemos. Te van a hacer daño, le van a hacer daño, la vas a destrozar, va a acabar contigo. Este es el disparo final, no hay perdiz que devorar. Tu cuerpo ya no es tuyo y te desangras en el suelo pidiendo clemencia al cielo donde las nubes dibujaban arte, donde la luna estaba al alcance de las manos. Y ahora la fuerza se te va en las intenciones, se nos va momento a momento, exhalando actuaciones, propiciando daños. Daños en forma de lágrimas, caricias en sepia, tan lejanas en el tiempo como aquellos años de brincos y combates imaginarios.

Ya no estamos donde estábamos, las cosas han cambiado, tú has cambiado ¿acaso no lo ves? Se nos van los esfuerzos en sueños, los besos se quedan en eso, en miradas cargadas de intenciones, de arranques frustrados.

Y la gente se desvanece, envejece, todo pasa al mismo tiempo. Fantasmas transitando un presente despreciado en busca de un futuro prominente, uno que se nos escapa a zancadas, huyendo de los monstruos que lo persiguen.

Cada día es un zarpazo, una cicatriz en la mejilla y los gritos reverberan en las paredes, la ira en nuestras manos, la vida fracturada, los huesos calcinados.

Qué lejos has quedado, amada mía. Y no nos queda otra que sonreír, que tomarlo con humor mientras los ojos se nos cierran para no volver a abrirse. Es una bonita última mirada al nunca jamás, al entierro de la oportunidad, defenestrados nos hemos dejado.

Es un último intento, un último empujón. El café se queda frío. Se nos ha ido el momento, se han separado los cuerpos. La sangre sabe bien.

viernes, 27 de marzo de 2015

A voz en grito desde el corazón.

Sabía de sobra que el intento de olvidar aquellos labios mientras los miraba fijamente estaba destinado al fracaso, pero había que probar suerte. Era o todo o nada. O el recuerdo y el presente o un futuro tan difuso como poco apetecible.

La larga marcha de aquél gélido invierno me procuró el calor que creía ya olvidado. Resultaba más que obvio que no duraría, pero también sabía que no había nada más que me mantuviese alejado de una profunda y desoladora depresión. Quizá el batacazo fuese aún más grande después, si en el ocaso de la relación me decidía a dejar de bloquear las puertas a la esperanza. Si, la hostia sería irreversible cuando me dejase solo con todas mis ilusiones y sueños de un verano mejor.

Parecía de verdad que el mundo había evolucionado, que a día de hoy ya no se podía confiar en nadie. Te lanzabas como un marinero envalentonado por el ron a mar abierto y tu compañero de abordajes abandonaba el barco, alejándose en el único bote salvavidas. Ya nadie era de los que se hundían con el barco.

Los días, las noches, los susurros, las miradas y los juegos de manos, esos en los que ella parecía querer adivinar cuántos dedos tenía en cada una, se terminaban en el mismo momento en que una mañana al levantarse no encontrase las ganas de volver a verme junto al tazón de cereales.

Y era más que comprensible, era incluso recomendable. ¿Quién era yo para enamorar a nadie? Sin duda tenía cualidades, algunas más normales, otras me hacían separarme del resto e iluminaban mi rostro con una luz diferente. Esas cualidades que nadie jamás había apreciado lo suficiente como para no querer nunca jamás alejarse.

Y cuando me quise dar cuenta era tarde, tarde para volver a llamar, tarde para escribir una carta, tarde para tener ganas o valor de recordarla con un gesto que mi existencia era tan real como la suya.

No fue nada especial, lo mismo de siempre, pero tras esos ojos volví a ver una vez más la promesa de un amor que, como la nieve en Madrid, jamás llegaría a cuajar.

miércoles, 18 de marzo de 2015

El combate del siglo, mi mano contra tu cara.

Estamos en guerra. Las trompetas suenan, el cielo se torna rojo y a Jesús le arde la barba. Corre despavorido, con las manos en alza, no es la palabra de Dios la que proclama a voz en grito.

Si una cosa he descubierto en mis veintiún años de existencia y en los cuatro que llevo de vida es que a todos nos gusta desayunar en Vietnam, merendar en Afganistán, bebernos el vaso de leche antes de dormir en una trinchera donde silban las balas y la sangre lo tiñe todo de rabia y frustración. Anhelamos partirle la cara a alguien que, probablemente, sea menos gilipollas que nosotros. Y como solo hay unos pocos valientes que llevan la hazaña a cabo, necesitamos visualizarlo, repetidas veces.

Conozco los mantras, la buena postura, lo políticamente correcto, lo soberanamente coñazo. Y por eso quiero dejarle claro que mi madre me dio a luz en una ocasión, quiero mandarle una postal directa a la cara, con cuatro posdatas, que recuerde el viaje al día siguiente con un diente menos.

Y el auténtico problema llega cuando despiertas en mitad de la noche, con todos tus músculos contraídos, con el cuerpo tan retorcido que no eres capaz de discernir donde empieza la cama y donde lo haces tú. Te sueñas repartiendo leña a una cara que llevas toda la vida estudiando.

Pregunta. ¿Mamá, por qué quiero destruir al cabrón de mi hermano gemelo? Y ahí está, en el albúm familiar, el muy mamonazo. De pequeño el diablo parece feliz, ¿Qué le ha pasado? ¿Ha sido el amor el que lo ha desfigurado?

Una visita al médico y la única respuesta es una receta con el nombre genérico de unas pastillas que ya has acabado. No hay tiempo para la publicidad, voy directo al grano.

Me han jodido, ya está, es tarde para arreglarlo. Probablemente la culpa sea de aquellos monos que, sin otra cosa que hacer en un mundo de rocas y mares, se cansaron de recolectar y decidieron fornicar hasta terminar precipitándote a un mundo que de sentido tiene más bien poco. Porque no se puede crear un termino como felicidad cuando ya tenemos un sinónimo que lo describe a la perfección, "utopía", hijos de puta. Hijos de puta los monos, los jefazos de la RAE dándosela de amos del universo corrompidos por las almóndigas y los murciégalos andantes y sonantes de éste nuestro maldito planeta.

Y ya poco más nos queda por hacer más que golpearnos hasta dejarnos de ver, de culpar a políticos, religiosos y analfabetos. Un secreto, somos nosotros. Los mismos que besamos, que pensamos, que siempre decimos la verdad. No fue un accidente aquello del ying y el yang, sea lo que coño sea eso.

Así que disfrutad del viaje, veros morir y cuando toque llorar frente al lecho de hormigón y coronas de flores hacedlo jocosos y sin titubear, porque si no fuese por los malos momentos, momentos, lo que se dice haber, no habría ni uno que joder.

martes, 10 de marzo de 2015

Fracaso y me divierto

Y eso no está bien, lo hacemos todos, pero atento a la que te va a caer.

Resoplamos todos, como siempre nos han enseñado a hacer, cuando algo no va bien, cuando te cansas de trabajar y también de beber. Predisposición genética al hastiazgo, al ya no querer, al me he arrepentido el día después.

Y mira que todo marchaba bien, como nunca jamás ha marchado antes, y ya ha llegado el problema de turno acompañado de una serie de catastróficas desdichas dispuestas a hacer de ti un muñeco de trapo angustiado sin motivo por el que sonreír.
Y es que ante el más mínimo atisbo de alegría, que no felicidad, las cabronadas te asaltan, la gente deja de guiñarte el ojo y comienzan a estirar la pierna a ver, si con un poco de esa suerte que has empezado a perder, te caes de bruces contra el suelo o quién sabe, contra algo peor, realidad.

Y de esa forma, dispuestos a lucir como el mejor héroe de la mesa redonda del rey Rajoy, te dan la mano y te dicen que seas fuerte, que aguantes, que tienes dinero de sobra para solucinar tus problemas, para después renegar de ti a tus espaldas.

Es la vida, si no te gusta, ¿Qué haces aquí? Mira, tú te lo has buscado, no es personal pero es el momento de que acabes con Jack y su Titanic en el fondo del río, congelado bajo el ¿y si lo hubiera hecho bien? Pero hijo mío,¿qué has hecho?

Y escalas las escaleras de vuelta a casa, una a una. Esta moto es bonita, pero no te la vas a comprar, el amarillo para el ferrari y el rojo para la pared de tu habitación. "...en el coño de su madre." Y su madre despertó en mitad de la noche, retorciéndose de dolor por el baile de un objeto punzante en sus entrañas, creyéndose merecedora de todo el dolor que su organismo sea capaz de aguantar.

Las escaleras de una en una, los años de diez en diez y las hostias cada poco tiempo, no vaya a ser que, antes o después, des con la verdad, que la felicidad solo es eso que crees poder vislumbrar cuando la desgracia aún para de pie, tras la puerta, esperando contar hasta diez para golpear con sus huesudos nudillos.

Esto que has hecho no está bien, pero oye, de alguna forma hay que aprender.

viernes, 6 de marzo de 2015

Espejismo veraniego: la epopeya del final feliz y el hombre que no lo quería.

Salgo a la calle o vuelvo a casa y me inundan esas ganas de quedarme fuera y evitar los techos, las puertas y las ventanas. Arte abstracto en las calles, bombarderos de papel, leones de medio metro y señoras con cardados imposibles de hacer, curiosos de ver.

Parece que Jesucristo no es el único resucitado y el sol ilumina las calles que durante meses se reducían a sombras pálidas y siluetas difíciles de reconocer. El mundo está vivo y los buses ya no llegan tarde, no me hacen correr, si, se lo tengo que agradecer.

Míralos, míralas, en manga corta, en falda, en sonrisas y paseos. El buen humor y me llaman hija, los bulos entran mejor muy a mi pesar, los alcohólicos se marchan, las locas se enfadan y yo me encuentro donde siempre me quise ver. Y es que es complicado y aterrador esto de tenerte y poder empezar a escribir un final feliz. Y digo que es complicado porque no me gusta, porque mi pesadilla favorita me sigue rechazando cada noche cuando creo que ya no va a volver.

El rock sigue sonando como siempre y ya es demasiado tarde para mi, me he instalado en mi ecosistema de barro y lágrimas y cuando salgo fuera o duermo en el suelo o no duermo. Si las cosas me salen bien no estoy bien, golpéame con una zarza, ponme la corona y flagélame porque he olvidado querer poder y solo respiro bien si el humo amenaza con quemarme los pulmones.

Es de día toda la noche y las ganas de devolver arremeten. Escuece el sentirme bien y creo que le necesito otra vez, a mi abuelo, al que no existe, al que los gusanos se comieron ante ayer.

Y todavía veo el agosto sin piscina, la hora de silencio, las hojas secas, el último gesto de no te volveré a tener.

Esto se acaba señores, no más vueltas a la mesa para poner la cajonera recta, no más manchas de tiza en mis manos, no más peleas contra las ganas de dormir a cuarta hora. Y lo peor, nunca más a las risas que intentan no ser en el interior de la mochila, pérdidas y pérdidas cuando encuentro lo que siempre quise tener.

Niña bonita, mira que no puedo, que lo intento, que me cuesta más que hacerme uno de esos cardados, más que entender por qué lloran las guitarras, casi más que entender por qué la gente es alérgica a los intermitentes.

Salgo vagabundo a buscar algo lo suficientemente fuerte para destruirme, me quiero incinerar, y para ser feliz, en una casa de cristal, te pido que atentes contra mi integridad y nos hagas a los dos, juntos, explotar.

Un saludo a todos aquellos que creen poder oler ya la sal, las vacaciones están cerca pero vuestras vidas jamás cambiarán mientras sigáis vistiendo las gafas de sol que creéis os hacen estrellas de cine y no os empecéis a preocupar por dejar de estudiar y mirar, mirar lo que hay que mirar y nada más.

Que el sol esté con vosotros y que la mayor de las miserias os acompañe, felices de volveros a ver.

Gatos incandescentes, desacatos físicos, un placer.

martes, 24 de febrero de 2015

Cosas que no son nada: paranoia de mierda.

Son esas cosas, las estacas de hielo, las fauces del lobo, las flechas de arena y sal, el dolor en nuestros corazones, estrangulando nuestros estómagos, el tuyo, el mío y el del vagabundo de la calle Sin Remedio.

Trato de arquear las cejas elevando mi frente al signo de interrogación, sorpresa o espanto, una ese más o una té menos, que más da.

Te falta vida muchacho, te falta un último empujón, las piedras en el camino, las grietas en tu corazón. Están todas aliadas, la experiencia de la que hablo y la incertidumbre que guardo, rencoroso y desconfiado, tras las sonrisas apuestas y los halagos improvisados.

Me despido de mi mismo alzando la mano, ¡ah del barco, capitán!. Otro día más zarpando entre olas de asfalto y relámpagos que recuerdan las caídas, de bruces y de otras formas.
Y me sorprendo anhelando el aire que no respiro, la huida que no llevo a cabo. Tal vez sea el miedo a correr lo que me paraliza. En unos cien años me encontrarán envuelto en ámbar, en perfecto estado, con la mano en alza y la queja en los labios. No es así como pretendía acabar cuando te vi calle abajo, en un caos de palabras, desdén, ciclistas y un todoterreno más viejo que tus miradas y desprecios de todo a cien. Eso último probablemente sobraba, buen trabajo.

Hoy esto es lo mejor que puedo hacer.

Las cosas bonitas, las cosas pequeñas, a mi no me hacen ni puta gracia. Yo quiero ir a lo grande, buscando en las cocheras, en los arcenes, en los huracanes de esmalte de uñas y pintalabios veinticuatro horas, bolsos pesados, pelos rizados, tirabuzones en las pestañas, tacones en los escotes, armas de doble filo y flexibilidad imposible.

Es inacatable que me haga caca en los pantalones, que las cuerdas dejen marca y mis intenciones me erosionen convirtiéndome en un acantilado de pega, cartón y cartón pintado.

Hoy ni mi mejor vestido ni el tanga más resultón van a ayudarme a darme cuenta de que las cosas, cuando son, son lo que son, y que mis miedos, más marrones que oscuros, pueden comerse hasta el último pezón del festín.

viernes, 13 de febrero de 2015

San Clítoris

Que si ésta se parece a la otra, que si ahora se tiñe el pelo aquella, que si la de más allá ahora se lo ha pensado bien, que si lo había entendido mal.

Y cómo quien no quiere la cosa, las manos se te enfrían y un sudor más glaciar que desértico te da un baño de realidad y acerca a los miedos que creías olvidados decenios atrás.

Demasiado ocupado para responder, para pensar, demasiado ocupado para dejar de estar. Y se abre el telón, los focos te iluminan la cara y espantas al personal. La gente corre despavorida y las salidas se bloquean, overbooking en mis pantalones, suspiros en todas las demás.
Ahí queda ella, ajena a toda realidad "mientras me ahogo en un mar de coños".

No hay puesta de sol en ésta playa de parqué y gotelé en las paredes, azul cían desgastado y póster reinando la oscuridad. La persiana a media asta y la puerta sin pestillo a cal y canto encerrándome en mi sala de estar dejando de estar.

Y salta la publicidad, las parabólicas dejan de captar, la marmita de la verdad envenenada, mi cabeza se queja de jaquecas que no la dejan descansar.
Ciento cincuenta años que llevo de soledad, rodeado de sherpas ligeras de ropa, poseedoras y sabedoras de caminos inciertos hasta lo más profundo de ese pequeño hueco donde antes descansaba, alimentando mi cuerpo, mi alma, mi infancia, mis recuerdos de leche, el plástico agrietado de mi cubo y mi pala, de mis castillos de barro y piedra.

Y jocosas, estridentes como truenos potentes, galácticas como el culo de Nicki Minaj, como el retoque de Uma Thruman, devoran mi puta vida hasta quedar saciadas de sexo y palabras. Cartas al remitente, calzoncillos a los pies de la cama.

Me suplico ser un hombre, empezar a llorar como un niño recién estrenado en la capilla de la iglesia del barrio. Traumas inciertos de un pasado color sepia, de un bajo despistado y una guitarra rítmica con hipertensión. Se me agotan la saliva, las ganas, se me acaban los botones de la bragueta, el desodorante sabor frambuesa, el dentífrico olor menta.

Y no sé que más quitarlas, qué puedo darle en las escaleras del portal, echarle un capote bajo la atenta mirada de Piccasso, besarla mientras a Dalí se le derrite el tiempo.

Y espero paciente a que vuelva a cantar, hasta que las uñas amarilleen, siempre que nos extingamos cuando ya no quedé nada que decir, cuando las marmotas dejen de dormir y los castores se coman a los bisontes. Los leones sin presa y mi nórdico y mi polla sin tus súplicas de cincuenta céntimos.

Nos hemos quedado tan vacíos como mi cartera, tan ásperos como el minuto cinco de cualquier canción.


jueves, 22 de enero de 2015

El recuerdo, nada más lejos de la realidad.

Arrugar recuerdos como si fueran papel, darlos de si como goma de mascar hasta que una masa amorfa sea lo único apreciable. Y aunque no lo he comprobado, dicen que los recuerdos cortan, pueden arañarte o irritarte el colon hasta en el mejor momento de tu vida. Cuando cierras los ojos o dejas la mirada en stand by, los recuerdos pueden obstruirte las arterias, darte cáncer de pulmón o empeorar tu ortografía. Las canciones dejan de sonar a canciones y comienzan a sonar a días y las películas pasan de los actores, convirtiéndote en protagonista de, lo que a ti te parece, tu propia vida.
Tu casa en Estados Unidos, tu ex con una ciento cinco de pecho, tu grupo de colegas ampliado a veinte y tu cara convertida en una de las más sexys de Hollywood.

Cuando dejas de estar aquí y ahora y te paseas por lo que crees recordar, aderazado con imaginación, crees poder ver lo que no ha sido y olvidas cada palabra que sí fue. La ropa te quedaba mejor, tu voz sonaba cortante y las lágrimas caían por su rostro y no visitaban el tuyo. Quizá chispeaba y coño, a ti te parece que llovía a mares, crees incluso poder recordar cómo volviste a casa remando en el arca de Noé. Nada más lejos de la realidad, los recuerdos.

La plata no era plata, era oro y el cuello de tu camisa se mantenía fuerte, sin amenazar con haber sido maltratada en el armario. ¿Y qué me dices de esa peca característica que ella no tiene? Qué bien le sentaba mientras discutíais en lo que te parece fue todo un debate de filosofía.

Los vaqueros, los más suaves de la tienda, tu camiseta sin letras la más seria de las negras. Y su vestido, bueno, ese si que recuerdas que te gustó tan poco como el punto y aparte que le siguió a la verborrea que desencadenaste bajo el cielo gris. Y es que no había luz, pero casi podrías jurar que un foco iluminaba todo el parque. 
Cuando te marchaste, pensabas que todo iba sobre ruedas cuando en realidad  iba, como mucho, sobre pedales. 
Ella tan estrambótica y tú tan denigrante. 
Los ladrillos no lo eran tanto y sus ojos abarcaban el lienzo durante toda la tarde. Tartamudeabas y jurarías que tu discurso estaba más trabajado que el de Hitler. Nada más lejos de la realidad, los recuerdos.

Y por aquel entonces ni siquiera fumabas, pero el cigarro se te cayó de la mano en la parada del autobús, cuando te preguntabas si aquella sería la última de las últimas veces que la veías. Porque admítelo, en ese momento, aún no lo sabías.

Tú tan poderoso, ella tan pequeña. Y más grande que una montaña lucía ella, tan débil como un perro de nadie en la calle peor asfaltada.

Y se te acaba el aire, sales a la superficie y emerges del recuerdo sintiéndote importante, nadie estaba mirando.

Allí, el único público eran tu vejiga apunto de explotar y sus respuestas monosilábicas entre llanto y risa.

viernes, 9 de enero de 2015

Queja pública al mundo moderno

Se nos está yendo la olla. Se nos está yendo a todos. A los que disparan, a los que matan, a los que mueren. Se nos está yendo la olla a todos.Y los que amamos andamos tan jodidos como siempre, ese ropaje de sábana junto a la chimenea que no viene, ese susurro junto al televisor que no llega, y lo demás, bueno, todo importa una mierda, son solo palabras en un mundo repleto de ellas. Y de jaleo, el jaleo de los brutos, los tontos, los vándalos de metralleta y sacudida desde la bragueta.
Nadie se limpia las manos, el jabón escasea y las palabras bonitas se despiden y marcan distancia, añoranza en la cercanía. Aún quedan abrazos.

Sigo con el sabor de boca que me deja el día hasta que la noche se levanta. Me dan igual el Listerine, el cepillo y las buenas maneras, ya a nadie le importa una mierda. No me siento excluido, me siento recluido en éste jardín de mierda y nada más, donde todos pisan y no se rastrilla jamás.
Y nunca llueve lo suficiente, no al menos como para ahogarme. Se excita la primavera y el invierno nos amanece, me despierta con la carne de punta y los ojos irritados, ya nadie suplica por una sola vez más.

Un beso y el orgullo se precipita bajo tierra, lo sepultan las cenizas y los ceniceros, las malas costumbres, los versos feos.

No pensar.

Y entonces te condenan a un saludo y a nada más, a seguir soñando con el qué dirán, qué les importará, nada más lejos de la consensuada realidad, del vino y el azúcar, la soledad y la sal.

Si lo miras no lo ves, si tratas de escucharlo, no lo oyes. Te destripan las caricias, te rehuyen las ganas. Espetan, espetan, espetan. Plaf.

Cuando te estiras y casi te caes, cuando te ríes y te atragantas, y te envuelven en un fino hilo de expectación y fracaso, dulce mal resultado, destripado querer y doloso poder. Me escurren y me resbalo, me silban y no les hablo.

Y entre jadeo y jadeo, tras cada buen día y rechoncho monumento, cierro los puños tras los bolsillos. No hablar para no matar, no decir y no amar. Me lastiman. Me lastimo.

Y así andamos, dando vueltas en el corral como pollos sin cabeza, escondiendo las alas tras la reja. Nadie quiere saber nada, andan y andan y por el camino se encuentran y con eso les basta.

Nos encontramos reos bajo las paredes y el cielo, sopesando posibilidades, contemplando posibles, tardíos encuentros.

Y si me dices con quién andas te diré quién es, si me cuentas cuánto pesa, te diré cuán gordo es.

Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...