lunes, 7 de enero de 2013

Canas bélicas

Lance Morgan era un componente más de la tercera edad en un pueblo donde abundaban las cabelleras canosas y los castañeteos de las dentaduras postizas mal sujetas. El anciano Lance no era capaz de dañar a una mosca, no importaba si ésta podía transmitirle un virus mortal. llevaba años din dañar a ningún ser vivo.
El señor Morgan se había jurado respetar unos estrictos y morales principios impuestos por sí mismo tras la salida del peor de los Vietnams.

Su piel cascada por el roce continuo de las balas y el dolor tatuado de forma espectral en sus pupilas podían dar fe de la seriedad de la perpetua promesa. Su degollada alma se encargaba sin cita previa de recordárle las atrocidades que su vieja pistola había causado, metamorfoseando sus viajes oníricos en desgarradoras visiones de un pasado bañado en sangre que aún pesaba más de lo que su mujer o cualquier vecino del pueblo pudieran suponer.

Un día más en una semana cualquiera, Lance se dispuso en posición fetal. Arropado bajo varias colchas, fue capaz de sentir desaparecer su dormitorio. La fase REM llamó a la puerta.
Gritos, olor a pólvora y la fuerza del retroceso del arma de fuego en su brazo derecho. Lance despertó sobresaltado en el salón de su casa. Todavía sostenía en la mano la vieja Colt 1911 liberando un humo blanco que ascendía lentamente hasta fundirse con el granulado del techo. Pudo sentir bajo sus pies descalzos humedecerse la alfombra persa que había traído desde Turquía.

Lance Morgan no había sido capaz de mantener su promesa y su mujer había pagado los platos rotos.

viernes, 4 de enero de 2013

Una relación diferente.

Sandy no se consideraba una chica fresca, como la tildaban la mayoría de los chicos y chicas de su edad en el pueblo. Sus cálidos y humanos pasatiempos la habían llevado a conocer multitud de hombres con tan solo diecisiete años. Seguramente por su mala fama, en absoluto justificada, había hecho a todos pensar que Bobby era un chico más, pero no lo era. Vaya si no lo era.

En su primera cita la había llevado al autocine en una noche de luna llena. Habían pasado toda la película acompañados por el mortecino y amistoso astro y todas las motas de polvo que aquella noche se habían dignado a aparecer, tal vez incluso las que ya hacía mucho tiempo no existían. Aquella noche Bobby solo la había besado un par de veces, probablemente para demostrarle que no quería usarla y tirarla como el resto de los pueblerinos.

Para Sandy, su esculpido cuerpo y el tono angelical que acompañaba siempre a sus palabras eran una carga antes que un don. El dolor de su corazón a menudo acompañaba a su dolor de espalda provocado por el exceso de peso que guardaban sus escotes. Por las noches todos los paquetes de clinex del mundo eran insuficientes.

Ahora Sandy era feliz. Había pasado la mañana en un merendero con asombrosas y frescas vistas. Más tarde, Bobby había perdido su castidad en el claro del bosque donde Sandy había reposado tantas otras veces sobre el pecho fatigado de otros hombres.

Habían pasado ya varias horas desde que en un mal sueño, todavía tumbada allí con Bobby, una sombra extraña le había susurrado piropos soeces y después, acariciando su boca y agarrando sus piernas, había ordenado a Sandy estirar el brazo hasta la cesta donde descansaban los restos de comida y los cubiertos que habían utilizado.

Ahora, la joven pensaba en lo feliz que se encontraba parada allí de pie, al borde del acantilado más alto que jamás había sido en los alrededores de aquella cadena montañosa. Con la ropa húmeda y las manos tirantes por la sangre seca, Sandy avanzó un par de pasos y se admitió a si misma ser la mujer más feliz de todo el pueblo mientras se precipitaba al vacío.


Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...