miércoles, 31 de agosto de 2016

Tú por ti

Se te han caído los mitos y los dioses griegos, las cortinas de la bañera, los pantalones y las penas. Has tardado lo que tenías que tardar, te has tomado tu tiempo. Te han crecido las uñas y el pelo, la seguridad en tu corazón y tu cabeza, te ha crecido la verdad y dicen que se ve por encima de los edificios, que ahora para todos es un punto de referencia, que es como la luna llena.

Pasó la sed de respuestas y te florecen las ideas, que estás en plena primavera y mañana es septiembre. Te sobran la ropa y las pulseras, te vale con la piel que cubren tu voz y tu mirada. Que ya no tienes miedo a dormir sin saber si amanecerá mañana. Que la almohada ha dejado de ser refugio y ahora te lanzas al campo de batalla una y otra y otra vez.

Descuidas las maneras, bailas sin música y hablas lo que piensas. Regalas sin impuestos ni imposiciones, das abrazos con las manos abiertas y para todos hay un descanso en tu espalda, sobre tus hombros.

Hondeas la bandera del planeta y las ganas de vivir la mecen al viento ante la mirada de los terroristas y los proxenetas. Pisas descalzo el asfalto y disfrutas antes de llegar a la meta. Se hace camino al andar y amo tu presencia. Estás en mar abierto y llevas el pecho al descubierto, en canal, se te ve por dentro, se te ve brillar.

Ya no importa quien no te quiere ver porque sonríes ante el espejo y es tu rostro el que te alegra la mañana, el que te acompaña, el que te quiere, el que presentas cuando estrechas la mano y te muestras.

Y a veces nada de esto es así, ni brillas, ni amas, ni sonríes, ni te crece la euforia por las orejas. A veces solo quieres dejar de remar y que te absorba la tormenta. A veces solo quieres no querer nada.

Cuando no tienes fuerzas te recuerdas. Te repites las veces que haga falta que no necesitas un motivo para ganar la guerra, que no estás solo, que por ti vales la pena. Uno desde el primer día y hasta el final.

Se te han caído las ganas de llorar porque te has cansado de llevarlas y en el horizonte aparece la calma. Porque el sol te da fuerza y tú te las ingenias, que eres tan fuerte como el mayor dolor de muelas.

Lúchate, lúchate para ganarte la guerra, lúchate para encontrarte en la cama cada mañana.




domingo, 21 de agosto de 2016

El hombre viejo demasiado joven para morir

Hay cosas en la vida que no puedes escoger, cómo te sientes.

El sol apuntaba desde lo más alto como un francotirador con munición letal de acción lenta. Te calcina hasta que pierdes todo el agua del cuerpo, sudando gota a gota. El ventanal reflejaba cada uno de los disparos del astro rey sirviendo de catalizador. Casi podía notar las ascuas avivándose en mi piel.

Las vistas eran privilegiadas, merecía la pena morir por el calor. En aquel momento merecía la pena morir por cualquier cosa. No era resignación, era un mal concepto de heroicidad. Yo era un mal concepto, el mayor de todos.

La calle se extendía sin miedo veintidós pisos por debajo de mis pies. Ventanas, ladrillos, moho y gente en la calle jugando a vivir algo más. Algo que mereciera la pena, más que la vida.

Días atrás en el calendario había sido uno de ellos, no de los mejores, nunca fui realmente bueno actuando, pero estaba convencido. La vida tenía un sentido y no era demasiado pesado para llevarlo a la espalda.

Ahora mi mochila estaba vacía y pesaba más que nunca. No estaba llevando nada, libros, argumentos, munición o alcohol. Solo un gran vacío más pesado que cualquier otra cosa.

Escuché a mi espalda la puerta intentando resistir y a los ocho tipos detrás intentando ganarle la partida. Estaban abollando la chapa. Parecía que la puerta estaba viva y creciendo, estirando una mano en forma de bulto hasta mi. Iba a atraparme. 

- ¡Vamos chicos, un par más! - dijo uno de ellos en el silencio entre un golpe y el siguiente. 

El arma en mi mano estaba pegada y el pegamento era casero: supervivencia y delirios de un hombre viejo demasiado joven para morir. Ya estaba muerto por dentro pero eso no me parecía suficiente para tratar de impedir que agujereasen mi cuerpo con balas de todos los calibres.

Estaba sopesando cómo de largo sería el vuelo cuando me quedé sin opciones. La puerta se abrió y los proyectiles de punta hueca empezaron a correr hacia mi. Giré sobre mis pies y traté de hacer diana por última vez.

Sentí el rojo, el quemazón, el hueso partiéndose y la sangre escapando a presión de mi cuerpo. El primero fue a través de mi cuádriceps. Nunca volveré a correr igual, pensé. Aún había una parte de mi que pensaba que iba a saborear la vida más allá de los cuatro próximos segundos. El segundo acertó en el centro. 

Estaban jugando a los dardos con mi cuerpo y todos querían ganar.

Lo sentí, la sensación de no sentir nada. Mi espina dorsal ya no formaba parte del juego. Un gran golpe en la cabeza y mi cuerpo cayendo sobre los cristales. No iban a aguantar, de hecho, no lo hicieron. 

Ellos, los hombres armados, los jugadores de dardos, me vieron desaparecer como en las películas de superhéroes. Me desvanecí ventanal abajo pero nunca remonté el vuelo.

La brisa en mi nuca y la sensación de caer al vacío, piso por piso. Dí un espasmo, las sábanas se me habían enredado demasiado. 

Era el momento de despertar.


miércoles, 17 de agosto de 2016

Hasta luego

Despidiéndome se me congeló la piel, diciendo adiós me salió urticaria y se me quedaron pequeñas las zapatillas.

Tengo miedo.

Al dolor, a tus ojos humedeciéndose en la distancia, al calambre de desesperación que me retuerce el espinazo y me hace saltar como si de un gato me tratase.

Nunca supe que no te volvería a ver hasta que tu pelo y tu culo se perdieron a la vuelta de la esquina. El último beso que tampoco se avisa, que es y ya está. Por eso lo de besar, abrazar, mirar y amar como si no hubiera un mañana.

Por eso dejártelo caer.

Porque las evidencias no escapan a la ley de la gravedad y con todo su tonelaje caen estampándonos contra el suelo, por su propio peso. Porque si te miro y te quiero te estoy diciendo que corramos de la mano donde jamás esperasen que huyésemos.

No me gusta tener que decirlo, ni tal como es ni en ninguna de sus variantes: hasta luego, chao, nos vemos... No me gusta cuando no quiero hacerlo. De acuerdo, quizá nos tengamos que marchar, uno de los dos tiene algo que hacer y entre esas cosas una es romper la fantasía que nos lleva envolviendo toda la tarde, pero eso no hace que me guste ni un ápice más.

Hasta luego y una mierda. Hasta ahora, me cago en Dios, suficiente tengo con estar vivo y no saber por cuántos segundos más como para permitirme el lujo de perderte de vista durante las próximas horas.

Chao en latinoamérica sirve también para encontrarnos, para saludarnos, para decir hola. Solo estamos al otro lado de un pequeño charco. Date la vuelta y encontrémonos otra vez.

Nos vemos... no me vale. Te estoy viendo ahora, estoy viendo tu cara b caminando en dirección opuesta a mi, caminando sobre un asfalto que susurra a cada paso que das "mañana veo si tengo un hueco".

No me entiendes, crees que te miento.

No me importa si mañana tienes que trabajar más de la cuenta, si madrugas o anocheces o no vas a dormir nada, si tienes que ir a ayudar a tu padre a hacer la mudanza o si has quedado para cuidar de la hermana pequeña de tu mejor amiga. Si te vas de cañas, de tintos o de bolos.

Puedo convertirme en todo eso si te paras y frenas en seco, si has entendido en el país de tu cabeza y giras sobre tus pies y vuelves a encontrarme con tus ojos ciegos. Si te acercas con ese paso que es mucho más sensual cuando te me vienes encima, cuando acudes a mi. Puedo ser todo eso y mucho más si te detienes a escasos centímetros del disfraz que me he puesto para salir a la calle y me tocas y lo atraviesas y haces contacto conmigo, piel con piel.

Cuando sientas el calor, el fuego, mi amor llamándote a grito pelado en el mayor de los silencios.

Ten cojones ahora a decirme hasta luego.


viernes, 12 de agosto de 2016

Solo visto piel

Las apariencias engañan. Es algo que todos sabemos y olvidamos constantemente y aunque por lo general suelo dirigir mis textos a todos vosotros y trato temas que todos tocamos mientras vivimos, aderezado con vivencias personales, esta vez va para mi. Hoy es por mi.

Han llegado a mis oídos palabras que tratan sobre la impresión que doy, sobre el reflejo que proyecto desde mis aguas, sobre el tono de mi voz y el color de mis ojos. Y es que parece que soy un tipo duro, que rehuyo al amor, que sé bien por dónde voy y que camino sin dudar y con el semblante entero.

Lloro. Lloro más de lo que podríais pensar. Lloro en treinta segundos si un personaje de cualquier serie de televisión lo hace con la suficiente convicción. Cuando me sonríen se me ensancha el alma. Levito sobre la silla de mi habitación todas las tardes mientras navego en mi diccionario intentando encontrar las frases adecuadas, palabra a palabra, desgastando el teclado de mi ordenador. Con cada botón se me fractura un poco más el corazón.

No soy de metal, ni de acero, en todo caso de neón. Subo tropezando escalón a escalón aunque desde fuera pudiera parecer que me los salto de dos en dos con la agilidad de quien tiene claro en que piso vive. Entiendo que pudiera parecer qué sé dónde está mi casa, a qué puerta he de llamar para que me reciban entero, como soy.

Es verdad que no soy persona de medias tintas, que puedo salirme de los bordes dibujando pero lo haré con ganas. Todo lo demás no es cierto. Todo lo demás son falsas apariencias o quizá son las correctas desdibujadas por la percepción y la falta de educación. Por haber tardado tanto en entender que uno debe ser quien es cuando está pensando en la soledad de su cama vaya donde vaya, esté con quien esté, tenga la edad que tenga.

Me tiembla el pulso aunque parezca que amanezco y anochezco como un cirujano con veintidós años de profesión a sus espaldas. Las cosas pequeñas son las que más me afectan cuando me desnudo y visto solo con mi piel. A partir de ahora con más piel y menos tela.

Ayer la pulsera que llevé atada por cuatro años estaba débil, trastabillada, más fina de lo normal. Se rompió. Era una pulsera. Costó un euro. Y un euro valió sentirme acompañado desde aquél día, en todos esos besos y lamentos, momentos de conocer gente nueva y emocionarse hasta que la vida no de más de si, ratos de despedirse de personas que por uno u otros motivos van a seguir viviendo sin dejarte estar ahí para verlo. E incluso ha habido reencuentros, de esos que no esperabas y te sorprenden órgano y hueso. Y ella estaba ahí, adornándome la mano y los momentos, las respiraciones y su pelo. Vistiéndome con sus colores rojo, verde, amarillo y rosa de tonalidad sentimiento. Esto es difícil, espera un momento.

Ayer se me cayó pero hoy se ha roto la pulsera, hoy se me ha roto por dentro. Ayer quedé huérfano de muñeca pero hoy se me ha deshilachado la vida. Se me ha desatado el cordón.

Puede que parezca el típico tipo que lleva una pulsera y ni tan siquiera lo recuerda. Las apariencias engañan. Resulta que no soy el tipo que huye del amor, soy del que Cupido corre con pavor cuando ve cómo lo persigo, no soy el tipo que entra por la puerta con una sonrisa, soy el que con el pelo de punta y los labios estirados recuerda la despedida en la estación y llora entre dientes, no soy el tipo que continua con la conversación mientras arroja despreocupado el trozo de tela que llevaba atado al cuerpo, soy el que se siente desnudo y se pierde en el mundo con la sensación de que la vida ha atentado utilizando como arma el tiempo.

Con todo y como siempre, viene el cambio. Habrá que aprender a mostrar lo que uno es, habrá que aprender a enseñar la piel ahora que se ha desatado el nudo. Ahora que no hay disfraz que me tape.

Voy a atarme el alma con un doble nudo, sin temblor de intención.






viernes, 5 de agosto de 2016

Fuegos artificiales

Se encienden las mechas, la gente corre hacia los lados, los silbidos abrazan la noche encapotada y como cohetes espaciales cientos de pequeñas unidades de pólvora salen disparadas hacia el cielo dejando tras de si un humo que lo emborrona todo hasta el final, donde allá arriba, en lo alto, los fuegos artificiales trabajan su magia. Y no hace falta fijarse para entender por qué magia, basta con darte la vuelta y ver los colores que se dibujan sobre el lienzo nocturno que es el cielo reflejados en los ojos de todos los presentes. Basta con ver sus caras de admiración, congeladas, boquiabiertas, románticas, cautivadas.

Colores y formas y nuestras cabezas jugando a adivinar cómo de grande y que tonalidad presentará el siguiente movimiento. Si tendrá forma de esfera, de palmera o de ese beso que nunca me diste y siempre imaginé. Fuegos artificiales. Luces de colores. Truenos y tambores bajo la luna, sobre nuestras cabezas, en nuestros corazones.

Hoy el cielo está despejado pero en nuestras cabezas los fuegos resuenan sin cese, pareciera que las pequeñas chispas verdeazuladas pudieran salir por nuestras orejas. Aquí dentro siguen siendo fiestas y hay pólvora para rato. Estamos en época de Fallos, que no de Fallas.

"Soy optimista, hace un rato que ni trompetazos ni destellos de tonalidades, estoy tranquilo, se les ha acabado el material." Lo he pensado antes otras veces y he aprendido a esperar la traca final en el silencio, en el momento de calma que precede a la tempestad. Y como muñecos inertes que existen para contemplar el ritual permanecemos raudos de mente y paralizados de intención sin agachar la cabeza, con el cuello estirado como suplicando a Dios por un mejor mañana, por un descanso eterno.

La traca ha estallado y parece que el espectáculo ha terminado. Sabemos que no es así, que nunca termina mientras podamos seguir respirando, mientras ese humo que se cuela entre todos nosotros termine en nuestros pulmones. Solo nos queda aguantar lo mejor que podamos, dejarnos llevar cuando toque, pelear entre el rojo, el verde y el plateado cuando sea necesario, cuando tenga que ser así. Porque en la gran fiesta también lloramos, caemos y nos desmontamos. En la gran fiesta jamás dejaremos de sorprendernos, aburrirnos y abrumarnos. En la gran fiesta que entre todos decidimos llamar vida y donde los truenos y los relámpagos nunca cesan sólo nosotros podemos decidir cuánto vamos a disfrutar del espectáculo que se está emitiendo ante nosotros. Participa. Acércate con un mechero o con la punta de tus dedos y préndele fuego a la siguiente tanda. Decide cuándo, dónde y por qué.

Como en toda buena sesión de pirotecnia, hay que respetar los ritmos, las alegrías y las depresiones. Pero cuidado, no te distraigas más de la cuenta, los fuegos artificiales no son lo único mágico que vas a ver si tu así lo quieres creer.

Echa un vistazo alrededor, hay otras luces iluminando tu noche.

El olor a pólvora puede no gustarte, pero que no te quite las ganas de vivir.


Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...