sábado, 16 de noviembre de 2013

Metodología del dolor

El puto dolor. Ese fantasma hogareño y asilvestrado que nos agarra por los hombros, a nuestras espaldas, desgarrándonos la carne con sus enormes y afiladas garras. Ese peso invisible que aparece tras las palabras y justo antes de las primeras lágrimas, ese que nos pone de rodillas y doblega nuestra voluntad. Sentimos como nos molestan los latidos de nuestro propio corazón que, a pesar de nuestros deseos, insiste en mantenernos vivos, contrayéndose una y otra vez, forzándonos a sentir el escozor de nuestros hombros desgarrados, de nuestras espaldas rotas por el opresor peso que el mismo Dios, por orden de Satán u obedeciendo a su innata crueldad, ha soltado sobre nosotros.

Nuestra faringe y laringe se ponen de acuerdo en abrazarse y formar un nudo de proporciones épicas en nuestra garganta, inmovilizando el ruido que pronunciamos tras la voluntad de hablar, ni un puto: "eh, espera". Es entonces, cuando crees que has tenido suficiente, cuando nuestro ordenador principal, refugiado tras un humilde cráneo que piensa que debe proteger al cerebro de las amenazas exteriores, sufre el peor de los golpes. La coherencia que creemos poseer se desvanece en un magistral truco de magia sin humo ni efectos especiales. Acaba de realizar el mejor de los escapismos. Nos quedamos solos, sin respuesta, en un umbral en el que pensamos que estamos más muertos que vivos, decidimos creer que hemos dejado de existir, de sentir, cuando estamos sintiendo con toda intensidad.

"Parece un sueño" pensamos, y entonces nos dejamos llevar. Cuando nuestro pecho ha dejado de arder y somos capaces de respirar, en ese momento encontramos paz, todo duele pero ya no puede doler más. Creemos poder recordar qué nos ha llevado a ese momento, si es nuestro hijo que ha muerto, si hemos perdido nuestro trabajo, si hemos perdido al amor de nuestra vida, pero lo único que podemos hacer es escuchar el eco de las palabras de ese fantasma de garras largas y afiladas que nos susurra al oído que la paz ha acabado. Entonces sonreímos, en ese preciso momento una macabra y desaliñada sonrisa se dibuja en nuestro rostro. Hemos abrazado la más absoluta oscuridad, hemos mantenido un mano a mano con nuestros demonios y, mutilados y heridos de gravedad, hemos resurgido de nuestras tinieblas.




lunes, 11 de noviembre de 2013

Cadena perpetua a la más estúpida de las alegrías

A día once de noviembre me he despertado jubiloso y alborotado, tenía ganas de ir a clase, más de las habituales. Medio sonámbulo he entrado en el cuarto de baño y he encendido la luz, me he visto en el espejo, estaba sonriendo. Decidido a ducharme he abierto el grifo del agua caliente y, tras apartarme del gélido chorro que ha intentado atraparme, he esperado paciente a que la temperatura del agua siguiese subiendo. Entonces me he dado cuenta, dónde estaba, qué pasaba.

El resto de la mañana ha sido buena, he llorado de risa, lo he pasado bien. Me siento a comer en el gimnasio y por unos momentos me quedo solo... chás. "Me prometí a mi mismo no ser idiota, ser paciente y realista. Olvídate de todo aquello, seguramente tuvo un buen día o uno horroroso, todo seguirá como siempre, nada va a cambiar. Pero.... ¿y si estuviese ahí fuera a la salida? De pie, parada entre la gente, libre de ataduras. Seguro que se ha vestido para la ocasión y tiene miedo a que la diga que no me gusta. ¿Sabrá que siempre me choca lo bien que la veo? ¿Y si me sonríe cuando salga? ¿La sonrío, la doy dos besos, la mano? No sabría como presentarla, ¿es una amiga? porque no es solo una amiga, ¿lo sabe ella?"
-¿Qué te pasa, feo? - me dicen desde lo que me parecen kilómetros. El mundo parpadea una milésima de segundo.
- Me estaba engañando un momento. -respondo con la ligereza del universo sentenciando mi realidad a la cadena perpetua más larga nunca instaurada.




Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...