domingo, 27 de noviembre de 2016

Concierto otoñal

Enfádate con rizos, muéstrame el color de tu corazón a gritos, que rompan los cristales, que descorchen la pared. Dime alto, tan claro creas que pueda ser, que voy a estudiar una ingeniería para tratar de entender.

Entender tus ojos fulminantes bañados en lágrimas de puro sol, desencriptar ese ceño fruncido que me pone contra la pared, que me cierra las esposas y manda la llave a paseo, de crucero, hasta más ver.

Trataré de entender.

Saber qué es lo que tengo que saber, descubrir las palabras que acarician tu lengua, que se hacen bola en tu piel, que provocan sarpullido en el recuerdo de los besos que pudieron ser. Que te irritan la voz, que nos han secado el querer.

Trataré de juntar las piezas de ese puzzle que dibujan el enfado que me disparas sin querer, arrepentida, desdichada y encogida tras las trincheras que formaron los malentendidos, las casualidades que pasaron sin poder y rezaré, lo haré porque se encasquille el arma, porque no me mates para que antes o después puedas saber.

Saber que no hubo jamás unos labios que no haya besado que sepan tan bien.

Y trataré, intentaré hasta que me duelan los pies, conseguirnos las entradas para este concierto de hojas secas y lluvias intermitentes donde el frío no es frío sino una excusa para poder engancharte de la parca y pegar nuestros abrigos como si de velcro fuera nuestra piel.

Te arrancaré los botones incluso si llevas el arma escondida debajo. Me desnudaré incluso si la hipotermia me arrebata la vergüenza y tú la vida a quemarropa.

Enfádate hasta que deje de cantar, hasta que la lluvia haya calmado tus lloros de sal.

Enfádate y hazme el amor otra vez, atrévete a disparar.

Caduco me vas a tener pero, al final, trataré de entender.




jueves, 10 de noviembre de 2016

Follándonos de miedo

No tenías los ojos de alguien que había sufrido tanto. Tu forma de cuidarme a base de palabras dulces y caricias fuertes te hacía parecer una mujer indestructible, una persona tan cuerda, fuerte y sana que tenía de sobra para cuidarme a mi.

Tú no sufrías ni necesitabas, tú y tus ojos del color del más pálido de los mares nos mantenían a flote. 
Eras la canción de cuna que se sobreponía al estruendo del oleaje en aquellas noches naufragándo sobre el colchón.

Nada más lejos de la realidad, nada más cerca de la verdad: me antepusiste a mi. Me pusiste por delante. Caí redondo, debo admitirlo, nunca nadie lo había hecho. Y no me di cuenta de que estabas enferma y que yo guardaba con recelo todos los antibióticos para mi, que insultante y sin remedio, te pedía que me los suministraras lentamente, como si fuera otro juego de cama.

Estabas enferma y no supe cuidarte porque mi dolor me cegó a mi y se comió tu cerebro. Y lo saboreé antes de percatarme que aquel dolor no tenía que ver con la épica batalla que estaba teniendo lugar dentro de mi, que no era la espada de Aquiles ensartándome desde las entrañas. Que era tu alma, envenenada, bañada en matarratas y pensamientos suicidas, la que me estaba sentando mal, de puto culo.

No parecías tener mayor preocupación que asegurarte de que me encontrase a gusto recostado en tu regazo, que tus piernas fuesen cómodas para mi cabeza de escritor que tanto temías y admirabas. 

Nos asustábamos del otro y nos encontrábamos bellos en el terror. Y follábamos porque era como gritar de miedo pero sin ropa. Entonces dije basta porque me estabas absorbiendo, porque cada vez que fijaba mi pupila en tu iris azul podía notar la sal en la boca y la marea subiendo asfixiándome por dentro.

Fui yo quien acabó contigo y te transformó en un recuerdo silente de lo que una vez me sonrió en el metro y me hizo olvidar hacía dónde iba y de dónde venía. Yo te maté y sé que aún caminas por ahí echándome de menos, intentando recordar en qué momento me puse lo suficientemente bueno como para prescindir de ti, abandonarte, dejar de dejarte cuidar de mi.

Eramos uno y nos dábamos miedo. Ahora creo que fue a ti a quien asaltaron los griegos.


martes, 1 de noviembre de 2016

Limpiando mi casa

Se me han caído al suelo, las cosas que me dijiste, las cosas que recuerdo, el calor intermitente que me arropaba durante el día. Me he quedado fuerte y aún así con las ganas colgando.

Estoy acatarrado, la garganta me castiga cuando trago saliva y han atrasado la hora. Se hace de noche demasiado pronto, ahora lo hago desde la oscuridad, pero te sigo insultando. No es lenguaje violento, nada horrible, nada feo, solo un pensamiento. Uno que me reverbera en la cabeza y que me califica a mi mismo por mucha rabia que me de admitirlo; ´cobarde'.

Estoy terminando de barrer los restos del último desastre que tiempo atrás se erguía robusto y edificado y ahora es polvo sobre el parqué de mi memoria y pienso, pienso varias cosas. Pienso y no entiendo por qué sigo insultándote si no debería estar haciéndolo, si me encuentro bien, si solo fue un momento, aunque si, echar, te echo de menos. Pienso la práctica que tengo, lo bien que cojo la escoba, cómo me desenvuelvo.

Pienso en lo cansado que estoy de cansarme de barrer y en lo tranquilo que me quedo después.

No te extraño de una forma que duela, más de una forma que da bajona por perder algo bueno. Algo a lo que no me dio tiempo a acostumbrarme pero que suavizaba las asperezas con las que tenemos que lidiar día a día. La vida, ya sabes.

Ya solo me queda la cocina, en poco tiempo no quedará nada de lo que hoy son los restos y lo que ayer eran cuerpos enteros, imágenes claras y pequeños gestos que se sentían como el principio de algo nuevo. Solo queda la cocina y aún en el último momento, en el repaso final de los acontecimientos, aún no estoy seguro de haber vivido nada más allá de un cuento que yo mismo me contaba, con los dedos de la mano, a susurros en la cama, antes de cerrar los ojos y decirme 'hasta mañana'.

Y como siempre, al despedirme, una parte de mi mismo me abandona, marchando de la mano con la persona. Es esa parte de mi que existía al tiempo que lo hacías tú, esa parte que te dijo todo lo que ya sabes y lo que no también. Perdóname si quedó algo en el tintero, si pareció que todo esto me importaba demasiado o demasiado poco, solo me importó lo que lo hizo, ni más, ni menos.

Se me ha caído al suelo tu nombre, has manchado, estoy escurriendo la fregona. Lo reconozco, soy un melancólico y ahora anochece antes. Quizá sea por eso, quizá no, quise echar un último vistazo a todo esto, eso es todo.

¿Sabes? Incluso puede que esto no sea un adiós, puede que aunque ya haya limpiado el recuerdo un nuevo castillo se plante inamovible en mi pasillo, quizá al final del todo, en el futuro. Puede que lo hagamos juntos, ya sabes, ladrillo a ladrillo.

Estoy pasando la fregona y pienso....

'¿Cuánto tardará todo esto en volverse a manchar?'


Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...