sábado, 22 de diciembre de 2018

Desdentados

- Asesino. Este puto sitio es asesino.

Jota estalló en incontrolables carcajadas. De alguna manera, estúpida para él, se las apañó para chocar sus dientes entre si. Las lágrimas se le saltaron de dolor.

- Será matadó, gilipolla - intentó aclarar tapándose la boca con la mano.

- Te has hecho daño, ¿idiota? 

Pipi le miraba como si nunca antes lo hubiera hecho, achinando los ojos, arqueando una de las cejas y tratando de descifrar el enigma que se presentaba en el rostro de su amigo.

 - Me he destozado - articuló con severa dificultad.

El agudo ramalazo de dolor inicial había desaparecido solo para dar paso a un calor que latía en el interior de su boca. Un calor que mojaba.

- Déjame ver. 

Pipi impulsó una palanca tras el volante y el intermitente derecho comenzó a destellar en ráfagas cortas. El arcén era más ancho que la propia carretera y el suelo ligeramente embarrado la hizo dudar. No había llovido en todo el viaje y la distancia había sido corta.

- Queo que me he hecho sangue.

El coche se detuvo y Jota apartó la mano de su boca para que Pipi pudiera echar un vistazo. Un escalofrío de miedo recorrió su cuerpo. Pipi le miraba tapándose ahora ella la boca. Movió ligeramente la lengua y algo estuvo a punto de colarse en su garganta. 

Tosió. Tosió con fuerza para no tragarse aquello que necesitaba descubrir.

- ¡Me cago en Dios!

Jota sostenía dos dientes sobre el pequeño charco de sangre que se había formado con rapidez en el improvisado recipiente cóncavo que era su mano.

- Vale, vale, no pasa nada. Son solo dientes, ¿vale? - Jota la mandó a la mierda con la mirada - Tenemos que taparte eso, estás sangrando bastante.

Pipi se retorció para alcanzar su bolso en el asiento trasero del coche. Jota volvió a toser con violencia, sacudiéndose en el asiento del copiloto. 

- ¡Vale, vale! - gritó Pipi sabiéndose presa de un temprano pánico - ¡aquí están los pañuelos!

- Bibi...

Pipi no entregó ningún pañuelo. Se limitó a apretar con fuerza el paquete de clinex mientras contemplaba el rostro completamente desdentado de Jota. No la miraba a ella, sus ojos se mantenían clavados en el altar de dientes y sangre que sostenían sus dos manos.

Pipi gritó con fuerza y salió disparada del coche cerrando por acto reflejo la puerta tras de sí. Se escuchó un "clic". 
Tuvo que recordar las técnicas de respiración que había practicado en tantas ocasiones con su terapeuta. Ocasiones que esperaba fuesen ataques de ansiedad o uno de sus episodios de parálisis del sueño.

Pipi inhalaba y exhalaba. El frío de las montañas se abría paso entre las capas de ropa que llevaba. Todo lo que oía era su respiración agitada. Nada más.

- ¿Jota?

Se giró hacia el coche tratando de distinguir al chico sin dientes dentro del coche. La ventanilla estaba completamente empañada, todas lo estaban. No podía distinguir movimiento alguno, ninguna pista del chico desdentado. Nada salvo su cabellera rubia tras el vaho en los cristales. 

No se movía. No tosía. 

Pipi trató de abrir la puerta.

- ¡Me cago en la puta, las putas llaves! - gritó como si alguien pudiera escucharla y aparecer para abrir la puerta por ella - ¡Jota, Jota! - aporreó todas las partes del coche que se le ocurrieron.

Golpeaba y pasaba las manos por los cristales simultáneamente. El vaho no se iba. La misma cabellera rubia sin rostro, inmóvil.

Estuviera pasando lo que estuviera pasando, Jota no estaba bromeando.

- No te desmayes cabrón.

Pipi se lanzó a buscar una piedra lo suficientemente grande como para atravesar alguna de las ventanas de su viejo opel. "¿Ha sangrado tanto? ¿Tanto como para perder el conocimiento?" se preguntaba recorriendo toda superficie con la mirada. 

Algo blanco sobre el marrón del suelo brilló reflejando la luz de la luna.

Pipi caminó con velocidad y se detuvo en seco a escasos metros para leer el mensaje compuesto por dientes manchados de sangre.

- Feli navidá - le susurró por encima del hombro.






viernes, 14 de diciembre de 2018

Howling in whispers

There is something inside me. Something that usually sleeps day and night.

There are sometimes, when something is not cristal clear that this thing, this bird, wolf and deer, howls in a whisper. It's just a moment, a couple of precise seconds. It's sharp and usually right but suddenly falls asleep.

I have this certanity about this thing that dwells within me. I think a couple of times I've seen it's form.

Someone that used to work solving crimes starts talking about some kidnapping, murder or disgrace of some kind.

Then, then I heard a whole forest screaming inside of me. It's like my brain was dynamite and someone would had lit a spark. A succession of explosions starting a fire in the man that I am.

Tunnel vision, several hypothesis happening to each other and a pasion like I've never felt before burning me from the inside.

There is something inside me. A dark forest that sleeps day and night.

For now.


domingo, 9 de diciembre de 2018

Red light

Hay una luz que ilumina mi rostro y todo lo que veo. Es una luz que no existía cuando llegue aquí, cuando comencé a reír, llorar, golpearme y morirme de miedo.

No había nada. Nada hasta el día que sentí morir mi propio corazón y mi vida evaporarse. Recuerdo quedarme petrificado durante semanas en mi propia cabeza. El dolor. Esa cosa que viajaba desde los pelos de la cabeza hasta las uñas de los pies en un grito sordo.

Entonces encendí la luz. Esa luz roja que brilla con fuerza cuando el corazón se salta un latido. "No cruces la línea" canta con el color.

En ocasiones cojo aire justo antes de hacer algo que puede salir mal. Si la luz se torna verde sonrío y me dejo caer sin pestañear. No importa si va a doler, sé que no será para tanto. Será tan solo un esguince, una mala semana, una que dure lo que dure seré capaz de soportar.

Creo que soy valiente, quiero decir, la luz casi siempre está verde. Hay muy pocas situaciones que iluminen mi rostro en el espejo con el color de la prohibición, del error, del dolor.

Tú eres una luz roja. Siempre lo has sido, todo el tiempo desde el primer día hasta el final. Sé que líneas no puedo cruzar, algo he aprendido. Entiendo de luces. Sé que no tiene sentido lanzarse de cabeza a una piscina de cemento armado y nada más.

Es por eso que no lo hago.

Si hablo es porque está en verde. He mirado antes. Solo cruzo en verde. Solo me comprometo en verde. Solo verde.

Tengo un buen candado, uno que mantiene la luz verde para permitirme cruzar. Lo he revisado, estoy seguro, por eso lo hago.

Eso es lo que no entiendo.

Un segundo estoy sonriendo bajo la luz de la seguridad, protegido por la experiencia y la precaución, y al siguiente me distraigo por un instante de más en esa pupila que me enseñó a escribir.

La luz se ha ido. No he visto rojo por ningún sitio. Estoy seguro que tú tampoco lo has visto. Probablemente para ti la luz está verde aún pero yo, bueno, de pronto estoy a oscuras.

Todo lo que veo es el negro de tu ojo paralizándome de nuevo. Todo lo que escucho es el piano de aquella canción donde la casa ardía cuando nos marchabamos llorando. Esa casa que nunca habitamos y había olvidado ya. Esa que construí en soledad durante tanto tiempo. Esa que era la de mis sueños porque habíamos hablado y no me importaba si tenía que hacerla solo.

Jamás me importó.

Perdí la ubicación. No volví. Tiene polvo. Pensé que jamás la vería de nuevo. Está tan vacía como la dejamos.

Juro que no había vuelto a saber de ella hasta el momento en que sentí ese parpadeo pétreo donde se me hace de noche y no me puedo mover. De pronto parece que puedo viajar en el tiempo, de hecho lo acabo de hacer y ni tan siquiera me han preguntado si quería hacerlo.

Simplemente no lo entiendo. Tengo una luz verde, una luz roja y un candado.

Los tengo para ocasiones como esta. ¿Por qué cojones no han funcionado?

Y ahí está otra vez esa canción que me sacude como a un muñeco que tiene miedo a morir de dolor.

Alguien me dijo una vez que no puedes cortar el hilo rojo que une a dos personas de por vida, ni siquiera con una luz del mismo color. 

Todavía no creo eso pero, joder, todavía tú.

Solo necesito un poco de luz por aquí, no me importa el color.







miércoles, 5 de diciembre de 2018

¡Que vuelva cinco veces y a mamarla la sexta!

Me pisa la cabeza con tacones altos y medias de rejilla puestas en la cabeza. Me atraca con luces de navidad y la nariz de un reno que me brilla el pecho por dentro.

¡Que vuelva, que vuelva!

Que vuelva cuando el sol se acobarde y las murallas del imperio que tengo entre ceja y ceja caigan presas del pánico de no volver a verla.

Joder, ¡que vuelva! Tengo frío en las puertas.

El reloj hace tic y tac y mis deudas crecen compuestas. Me amedranta la ideología que nos veta a ventanas abiertas. Y una rosa en lo alto del castillo que creé en el guiso de una duermevela me pregunta si quiero bailar con ella.

¡Que vuelva! ¡Que lo haga de dentro hacia fuera!

Que no me compre barcos que mis pies no puedan pisar ni faros donde no podamos follar.

¡Que lo entienda! Si el deseo se puede pedir una vez la viuda se vista de verde y la mona se vista de puta, yo me quedo.

Que no queme los libros que me acarician la espalda cuando no puedo dormir y el vampiro se hace un nido en el techo de mi habitación. Tengo una bodega de sangre en los capilares de mi bodega.

No me rompas el ritmo de la botella y la cara enferma.

¡Que vuelva!

Y si lo hace que nazca calva y con polvo de estrellas en esas mejillas donde tantos picnics he soñado.
En esa tierra baldía trabajada con azada y peine rompe-penas que no mata monstruos pero doma bestias.

Dejadme salir, salir fuera y contemplar los campos donde se respira bien y se arquea la espalda mejor.
Dejadme galopar directo hacia la batalla de los cien hombres que fueron infieles y creyeron que un perdóname cariño les ataría los cordones.

¡Que se quede quieta, con las manos en alto, no se mueva!

Apaguen las luces, reembolsen el precio íntegro de las entradas, el espectáculo se ha acabado.

¿A que da pena? Pues a tomar por culo, cierren telón y los estáticos gilipollas fuera.

Echando hostias, que quema.





viernes, 16 de noviembre de 2018

En un lugar en el bosque

Un encuentro en algún lugar al final del camino.

Una noria de soles y lunas desmontándose en gritos y nubes fucsia.

Las palmas de mis manos aplaudiendo en un lugar en el bosque.

Nuestras voces río abajo desbordando el caudal.

Encontré el extremo del hilo rojo que nos une en lo más profundo de mi estómago.

Lo corté con los dientes y un trueno retumbó en Ecuador.

Ha empezado a llover.

Ahora cabalgas a millas sin mirar atrás.

Ahora la oscuridad lo es sin estrellas y tu luz se me ha perdido en mitad de la batalla.

Estoy luchando contra un gigante que vive en forma de recuerdo.

Veo su cara mejor que las de aquellos que me rodean. Les quiero, pero te quería más a ti.

Veo mis manos y ahora entiendo que nunca estuvieron hechas para acariciar tu rostro.

La música que hablo ya no tiene sonido, me rompí la garganta gritando tu nombre con todo lo que soy.

Incluso si es poco, incluso si nunca fue suficiente.

Tengo miedo porque los oigo rugir en el interior de la cueva que solía ser nuestro hogar.

Mi hogar.

Nunca había perdido la única cosa que me había amado. Nunca tuve una, no de esa manera.

Ahora entiendo que puedes vivir la vida en un limbo donde todo importa y nada lo hace porque ya has perdido.

Ahora noto los años rompiendo cada hueso en mi cuerpo.

Puedo ver al lobo negro que siempre estuvo oculto tras de mi.

Puedo ver sus ojos fluorescentes cortando la noche. En su mirada puedo ver también la falta de apetito.

Puedo verle mirar dentro de mi. Agacha la cabeza. Aúlla a un cielo sin luna. Creo que está llorando.

Está llorando por mi. Está llorando porque he perdido mi hogar. Está llorando porque sabe que yo ya no puedo.

Ven aquí, viejo bastardo. Vamos a sentarnos a la orilla del río tú y yo y veamos que nos devuelve el reflejo en el agua.

Está bien. Todo estará bien. viejo amigo.

Todo estará bien al final.




martes, 30 de octubre de 2018

La caída del pistolero

Puedo oírlos, están cerca.

Miro su cadáver en el suelo y aún puedo olerlo vivo. Mis alforjas están en el suelo, junto a él.

La luna brilla entera en un cielo que no brilla como si estuviera vacío. Allá a lo lejos debe haber más que sueños y estrellas.

El galope de varios caballos aproximándose aceleran mi corazón. No sé si estoy más nervioso porque voy a morir o por no poder hacerlo en paz.

Es un buen sitio, la verdad: en medio de la nada.

La sombra del abeto más cercano se dibuja hasta rozar mi cabeza. Estoy solo pero mi alma sigue con ella. 

Puedo ver sus rizos dibujados en el charco sobre el que estoy parado. Puedo verla sonreír entre el barro y mis espuelas. 

Puedo vernos bajo el sol de algún prado donde ella cabalga libre y yo la contemplo desde nuestro porche, más libre aún.

Oigo los gritos de los hombres que vienen por mi cabeza y rozo el revólver con las puntas de los dedos.

He sido el malo de este cuento, ¿serán treinta segundos suficientes para redimirme y buscar el perdón?

Solo quiero el de ella. Solo quiero el suyo en el bolsillo de mi chaqueta.

Los equinos levantan polvo al frenar en pocos pasos ante mi. En el reflejo de sus miradas creo que entienden como me siento.

Uno de sus jinetes habla.

- ¡Maldito hijo de puta has matado a dos de nuestros amigos!

Mis botas están pegadas al barro, la mano de mi ángel parece agarrarme desde el espejo de agua en el suelo. Ya es tarde para mi, cariño, pienso.

- ¡Maldito cabrón mírame a la cara cuando te hable!

Desenfundo y busco su mirada para concederle un último deseo.

Como si ya todo estuviese congelado soy el primero que dispara y el único muerto. O eso creo hasta que veo caer tres de los cuatro cuerpos del caballo justo al tiempo en que yo toco el suelo con el mío.

Una luz se abre paso en el cielo ante la atenta mirada de un hombre muerto.

Dejadme pasar, ya casi la veo. 

Hola cariño, cuánto tiempo.




lunes, 15 de octubre de 2018

Voy a despensarlo

Un huracán que vive en China disfrazado de bomba nuclear ha caído en mi habitación. Me ha contado poco sobre el viaje.

Peinaba canas como si hubiera vivido en travesía mil y una aventuras. Una bomba que ha llorado al notar fracturarse el corazón contra la pared recordando haber abandonado al amor de su vida.

Ha sido como empezar la fiesta por el final: despidiéndose en malas condiciones caminando marcha atrás para terminar vomitando toda copa bebida y abrazándose en un grato gesto de cordialidad.

Es como un laberinto donde el otoño se ha perdido para siempre. Uno marrón que disfraza el suelo de sus pasillos con el recuerdo del verano derrotado.

Una exposición de motivos de arte moderno. 

Mi cabeza meditando en la cara oculta de la luna.

Veo Quechua en el forro polar y algo me transporta a una pirámide maya sufriendo la colonización, escalón por escalón.

Es el final, el principio de algo nuevo, una sociedad colándose por el desagüe de la guerra enculturando una nueva tierra. 

Soy yo convertido en limpiacristales en un piso cien tiritado por el viento.

Espasmos de frío y vértigo, miedo y calor. Miedo al movimiento hacia abajo.

Voy a despensarlo en el pantano de mi yermo árido y olvidado. En la ciudad perdida de Dolor. 

Soy un cazatesoros con sombrero de vaquero y una araña en el pecho. La viuda negra de mi fuerza interior. De mi capacidad de compasión, sacrificio, voluntad y color.

De brillar como una enana blanca recién nacida en la cuna interestelar.

He visitado planetas que hace mucho contaban con rascacielos de cariño y sonrisas. Los he visto caer, desaparecer en lo más profundo del universo conocido.

Brilla como si acabara de encender en un estertor de realización.

Suena a rock de litro y medio descorchando el solo. Los pasos de tu chico al correr. La cama gimiendo de dolor y tú de placer.

Entra el frío Catrina por la persiana y me revuelvo en la cama entre cuatro paredes y una sábana.

Comenzaré despensando las gotas de agua en mi ventana.

Reconstruiré tu rostro cada mañana en un campo de flores donde los muros son robustos y nuestro amor lento como la mejor de las llamas.

Guardaré el extintor bajo la cama. 

Te querré sobre la almohada.



viernes, 5 de octubre de 2018

Olvídalo, he fracasado

He puesto el teléfono de espaldas. Si creo que no estoy concentrado no puedo escribir.

Era necesario, hoy no ha sido un buen día. Aún no ha terminado, apenas ha empezado la tarde pero nada podrá remontarlo.

He fracasado. Me he quemado los dedos con la llama de mi propio mechero y ahora lloro fuego por dentro. No soy bombero, no necesito serlo.

Ahora ni cien nanas podrían consolar el huracán que baila sólo un paso doble sin apenas movimiento.

Hoy he jugado el partido de liga que me acercaría a mi sueño y simplemente no he dado con el tallaje correcto.

El uniforme me ha quedado grande en un espasmo que me ha dejado sin tensión ni aliento. He visto la carrera tras los cristales que son ventanas que no se abren.

Y no, no puedo echarle la culpa al gato del vecino o al cerrajero. Ha sido un acto de pura incompetencia, de desatino, de error de cálculo.

Me ha faltado dibujar la línea vertical que transforma en suma a la resta. Y me ha quitado. Me ha quitado de en medio.

Pero no podría estar más contento.

Bajo el No y la melodía de blues que teñirán los meses venideros siento que algo parecido a Dios me ha hecho un regalo.

Algo más importante que perder el juego. Algo que no se paga con un abrazo ni un beso.

He sido aleccionado y sentarme en primera fila ha servido para algo. Lo entiendo.

Soy sincero conmigo mismo y me responsabilizo de mis actos. Un escalón más en la aventura del autoconocimiento.

Me fascina cómo la vida puede hacerte un regalo tras empujarte a las vías y dejarte ahí tirado. Podría denominar de epifanía a esto que siento reposando mi espalda sobre el metal frío que guía al tren camino a mi fracaso.

Yo soy dueño de mis propios actos. De los buenos y de los malos. De los que tienen alas o rabo de diablo.

No hay mejor sitio para pensar que el pozo donde uno mismo se ha tirado. Puedo ser tonto pero no gilipollas, ahora lo entiendo.

Yo decido si bajo con cuerda o con un diario donde narrar el lento proceso de descomposición de mis ideas y su posterior conversión en pensamientos.

No lo llamaré fe porque si desapareciera seguiría existiendo.

No he caído con las manos por delante de la cabeza por nada.

No pecaré de reincidente pues entiendo que el daño abre grietas que requieren de un cuidado de diseño.

No dejaré de llorar hasta que sane pues las lágrimas se supone son poco menos que la aceptación de la culpa de encontrarte donde estás.

Y de llegar cuando hayas llegado, ni un segundo antes.

Es por esto que portaré con orgullo la camiseta de los perdedores... pero jamás la de los vencidos.

Entender la diferencia puede necesitar de dos o tres azotes en el alma, de un desahucio color añil donde habitan los recuerdos de tu infancia o de sentirte sangrar hasta la muerte tras rascarte de más.

De la disolución en agua estancada de un deseo.

Solo tras haberme perdido en este laberinto de pinos y despedidas seré capaz de encontrarme en lo alto de la montaña.

Persevera, sé constante. No te limites a ganar sin idea.

Fracasa en primera persona
y, siempre, con las piernas abiertas.


lunes, 17 de septiembre de 2018

Mi pared

Te duele la espalda, ¿verdad?

Quizá sean los pies o las manos, tal vez te duela la cabeza, las rodillas... tal vez te duela dentro.

Quizá no sepas decirme dónde te duele. Puede ser en el tiempo, en el momento en que tropiezas y aún no has tocado de bruces el suelo.

Abres los ojos cada mañana y la frustración aparece como un espectro antes de que puedas levantarte de la cama.

"No te desanimes, no te rindas, no pierdas la ilusión ni la esperanza."

Esperanza comparte por parte de padre gran parecido con esperar. "Sé paciente, sé constante, sé tenaz".

Y mientras caminas, saltas, corres y memorizas piensas... "es lo único que no puedo hacer: ser".

La mochila se ha hecho tan grande que no consigues distinguirte de ella y de todo lo que guarda dentro. No puedes recordar aquella sensación de estar solo con tu propio cuerpo. De estar solo contigo mismo.

De estar en algún sitio que no parezca un pozo, huela como un pozo y se sienta como un pozo. Uno donde las rocas se desprenden cuando tratas de escalar, uno que entorpece el camino de los rayos del sol hasta tus ojos.

Alguien hace una broma y ríes por incercia, acostumbrado a empujar la pared con tus manos desnudas vestidas de sangre y uñas astilladas.

Una pared que no se mueve. Una pared que te mantiene en la línea de salida desde lo que te parece una eternidad.

En ocasiones te sorprendes a ti mismo hablando sobre lo que te gustaría hacer, sobre cómo estudias, entrenas y te esfuerzas. Sobre hasta donde te llevó para después quitártelo todo.

En ese momento te sorprendes porque las palabras no tienen sentido. Es solo un discurso memorizado que un día destilaba fuego y pasión. Un discurso apagado por el tiempo y las piedras en el camino.

Es entonces cuando piensas que te has equivocado, que quizá sea una señal, que ha llegado la hora de quitarse por fin la mochila y despedirse con la mano para mirar a esa pared por última vez.

Es una idea, un deseo de supervivencia, de cierre a todas esas cosas que te aprietan el cuello desde hace años y no te dejan ser nunca, en ningún momento.

Y sucede. Antes de que puedas considerarlo seriamente suena un grito en la calle, una sirena, un golpe y tus ojos se disparan buscando.

La mochila ya no pesa porque corres como si ese fuese el auténtico examen. La sangre late caliente pero la cabeza se mantiene fría en el momento en que alguien delante de ti no puede hacerlo.

Y eres ese ser que quiere ser ese ser. Eres ese que corre cuando los demás dudan, ese que acude sin pensar en pozos o caídas, en estrés o frustraciones, en dolores o lesiones, en suspensos o valoraciones.

Eres ese que sabe que está en el camino correcto, no importa cuánto tarde en cruzar la meta.

Siempre habrá una pared. Esta es la mía.


viernes, 10 de agosto de 2018

Awesome Redirectional Travel - ART

Le he dado una vuelta de tuerca al tornillo que mantiene mi pensamiento dinámico en la estática que emanan mis neuronas.

Nunca pensé que la cruz que sirve para sumar unas cosas a otras cosas que ya existían antes de pasar por el quirófano de la aritmética me elevarían tan alto como a Jesús y sustituirían los clavos por palabras y a la sangre por tinta.

En esta habitación el sonido de un gong espacial genera esparcemiento de ondas de paz. Se siente como si nunca me fuera a cansar. El círculo en que compito ahora tiene forma de anillo y los caballos de mi coche visten herraduras forjadas por mis manos.

El sonido es afónico de esfuerzo, al otro lado de la atmósfera el calor obliga a todas las pasarelas a vestir temporada de verano. Ya no me importa que no quede tan bien, sería capaz de dormir de pie en la superficie de una cu. Que alguien le sirva un cóctel a ese alien, digo no al racismo como expresión del miedo ante el hombre verde.

Sed honestos y tapad vuestros ojos bajo el sol con anteojos que os permitan ver las cosas como son. No hay más diferencia que la impuesta por la falta de amor en ese recipiente al que acercáis la mano de esa persona que corría zigzageando delante de vosotros como performance de un ritual de seducción.

No es tan complicado como parece. No me preocupa la ausente y aparente falta de cohesión entre párrafos en este escrito que debería inundar el continente de tu piel de música y reflexión.

Soy un cuadro abstracto de un cuerpo desnudo en el museo de la pantalla de tu smartphone. Tú eres el receptor, abre los brazos y recibe el mensaje.

¿Qué quieres ver? ¿Qué estás pensando?

No tengas miedo de usar la goma hasta inundar tu vida de virutas sucias de error para perdonar.

Rézate cuanto necesites y sube a ese cohete espacial que tanto miedo te hace sudar. No hay nada que no puedas aguantar, jamás vi a una ecuación derrumbarse y adjurar misericordia o perdón.

El arte son matemáticas que transforman los números en color y las operaciones en sensación.

Arte eres tú.

     El dos de tus pupilas brillando en la oscuridad.
          El rojo pasión que riega tu tesón y esa fe que adorna a la verdad.

La verdad de tu actuación.

             La multiplicación de tú por yo dándonos por resultado a los dos.

En este increíble y redireccional viaje que es la vida con o sin condón.

Voy a dejarte pasear a mi perro y restarte preocupación:

Si dos más dos son cuatro y dos por tres son seis, tú eres arte, artista y espectador.

Coge la batuta y tócame tu rock and roll.


miércoles, 8 de agosto de 2018

F- 106

Sabía yo.


Uno más uno son dos, con eses o sin ellas,

y uno no olvida si dos no quieren, si la dicha es buena.

Flores que me recuerdan a ti y a ti te recuerdan a ella.

Un adiós para un rato, un hola para tan largo y bonito poema.

Meditas de medio lado para acunarme en cuarto menguante en tu regazo.

Exfolio mis malas vibras en tu sonrisa de verbena.


Sabía yo que querer quererte era el paso previo

a encontrarme desnudo en una fragata que late y navega

contra viento y marea para dar la vuelta y volver al puerto

donde dejé mi amuleto de carne y hueso y precioso cabello

que has sido tú desde un uno de enero hasta que mi cerebro se apague

y viaje lejos a tierra de nadie.


Sabía que encontrarte sería como ir en busca del arca perdida,

me llevó veintitrés años y unos cuantos días pero al final,

bueno, al final en lo profundo de la selva de personas enredadas en palabras y existencia

encontré esa mirada que me hizo encontrarme encontrándome a mi mismo descubriéndote a ti.


Sabía que caería enamorado levantándome del suelo de rodillas en el aire

cuando fuese capaz de abrir tu armario de diseño y ponerle el nombre de una ciudad

a cada modelo.


Hoy vas Venecia y yo, contigo.


Sabía que entre todas esas dudas estacionales mudaría de hogar y me iría perenne de certeza

para nunca quitarme tu abrigo. Ese que da calor si hace frío y calma si tengo lío.


Hoy vas Roma, y tu imperio es el mío.


Sabía savia de tus labios mejunje divino que da verde al campo y azul al cielo.

Tu queriendo plebeyo y nombrándolo caballero.

A mí y a todo mi reino.


Sabía que te quiero.


Hoy vas Conmigo y yo... yo no me suelto.









domingo, 22 de julio de 2018

En un rincón de mi mente

Estoy soñando.

En los recovecos de mi mente los colores son fluorescentes y el rosa y el verde parecen destacar sobre los demás. En los recovecos de mi mente el negro es el telón de fondo y la esperanza un gato pardo que salta de escenario en escenario y me impulsa a caminar como si volara por encima de todo lo que veo,
con los ojos cerrados.

Es una película muda que comenzó hace veinte años y aún parecen quedarle otros tantos más. Si su final fuese abrupto y yo no pudiera desgranar todo eso que me pasa, bueno, probablemente abriría la ventana y puentes de colores fluorescentes me guiarían camino a casa.

Sé planear. Lo hago siempre de noche, sin hacer ruido ni molestar. Desciendo como un ave sin plumas que se sabe libre atrapada en un cuento de Dickens.

Hay un piano que ilumina mi alma. Ella lo está tocando, hoy me gusta más.

Levanto una estantería en mi memoria onírica y la lleno de diarios. Diarios ordenados sin sentido, preparados para ser el que yo necesite cuando extienda la mano.

Me he sabido un dios. No se lo he contado a nadie.

He encontrado una montaña vahída en tus pupilas, la he visto cerrar los ojos y volver a levantarse en un lugar que no conoce.

Un prado en ninguna parte.

Lo he creado yo, para ti. Son doce millones de flores y los colores que no existen los encargué al por mayor.

Un coche entra en escena y me dice que tengo que irme, que coja un avión.

Me lo meto en el bolsillo y monto por la puerta del copiloto.

Colores fluorescentes en obras cortas, obras de dos páginas, obras de aquí podrás descansar mientras sueñas si te dejas vencer hacia atrás y confías en que sus manos muertas te mantendrán con vida.

Confía y no mires atrás.

Confía.

Estoy en mi cabeza, tengo sueño.

Puedo volar.






viernes, 29 de junio de 2018

El diablo y sus escamas

Lo supe. Lo vi en el batir del vuelo infinito de sus pestañas, en la bañera de sangre tras sus pupilas de cartón piedra.

Era él.

Lo había olido en la energía cinética que escupían los vellos de su cuerpo contra la pared. Era el mal bajo una malla de piel robada, camuflado en una especie mamífera bendecida con el virus de la mentira y la costumbre de robar.

Recuerdo la pequeña vibración en el parqué bajo nuestros pies, las paredes amenazando con descorcharse y pensar que sus nudillos eran tierra batida y su mundo un desierto donde jamás la encontraríamos.

Una virgen de dibujos animados, colegio y padres presentes en su ausencia. Una niña. Una mujer con una niña muerta gritando atrapada en su laringe.

Una mentira atlética que corría más rápido que cualquier persona con una placa.

Recuerdo, de puta madre, el picor en mi cerebro queriendo decirme que lo tenía justo delante, riendo, jactando dolor en la realidad como si tuviera el mínimo derecho a hacerlo.

Violándonos a todos por cada vez que la había violado a ella.

En sus dientes de caimán el reflejo del cartel de se busca que habíamos pintado en las pupilas de la población.

Me sonrió expandiendo unos labios oscuros repletos de heridas. Dos puentes al trono del Fuego y la Eternidad, una lengua volcánica cubierta del pus de su naturaleza.

Lo estaba viendo y lo supe pero no lo sabía.

Interrumpió mi visión alguien que creyó que podía ayudar, reconducir mi camino hacia una pista que terminaría siendo nada.

Me despedí de él y pude escucharla dedicarme sus últimas palabras como si Sócrates la hubiese preparado para lo que nunca iba a dejar de vivir.

"Me has condenado".

Con los metros el rosa inundó la atmósfera y mis sentidos liberaron la tensión.

Lo tuve delante. La tuve meses después sobre mis brazos.

Rescaté la carcasa vacía de un ángel de dibujos animados y órganos hechos puré.

Algunas noches le veo tras el cristal de la botella, vistiendo una corona de espinas y escamas en llamas por piel.

A veces puedo oler su risa sin escucharla siquiera en una acuarela de color alcohol.

Para siempre.


jueves, 7 de junio de 2018

El hombre más poderoso del mundo

Una habitación repleta de vasos con dudas sobre los distintos enfoques generacionales que reptan en linea recta hasta mi juicio y un estallido de imaginación que abre una ventana donde cobra forma un paisaje.

Podría arreglar el país si alguien viniese a vaciar mi cenicero. Todos sabemos, es más sencillo gobernar un país con la mesa limpia y el caos guardado en el bolsillo de la chaqueta.

Empezaría por lavarme la cara y lavar el cerebro de los televidentes anunciando que he introducido publicidad subliminal que no estaría jamás en otro lugar más que en sus cabezas. Ya puedo ver los montajes en youtube y las teorías sobre mi genética reptiliana y mi afiliación al partido iluminati.

Si me invitaran a una fiesta del Club Bilderberg subiría a lo alto de la más alta mesa y recitaría un poco de poesía, por el bien de la humanidad, a artículo por estrofa. Esa sería la idea que olvidaría empapado en drogas de diseño y altas dosis de influencia en sacos de carne y hueso.

Puedo ver a todo un ejercito de corbatas y modales excelentes detrás de mi plan de dominación mundial. Les oigo hablar en parsel sobre el petróleo robado la semana pasada. Estamos teniendo problemas para blanquearlo, he propuesto añadir Colgate a la mezcla, para algo les subvencionamos.

Imagino la desesperación de caminar por la calle y ver la misma cara en todas las personas, mis pobres y desahuciadas marionetas. Me aflojo el nudo de la corbata que no tengo porque me empiezo a sentir culpable. Ocuparme de mi asfixia no ha aliviado la de los demás y vuelvo a notar que me ahogo.

Deberíamos deportar a los que no saben sonreír.

Me traen cascos para no escuchar los gritos y me siento con mi bola de cristal que emite luces y sonidos en la mesa presidencial, mi Casa Blanca de gotelé. La llamaría Poder y la sostendría entre mis manos como un yonqui su última dosis en el banco de algún parque.

Ya noto como va tomando control sobre mi. Olvidaría las cosas menos prácticas, a qué sabe el amor, quién soy cuando no estoy ocupado o el nombre de mi madre.

Siento ganas de caminar entre las mesas y dictarles a todos esos niños. Dictar lo que me apetezca.

Transformaría la ciencia en un recuerdo lejano y a mi en el nuevo dios de la religión que mi egocentrismo escribiría en forma de novela. Ocho horas de clase cada cinco minutos, ocho días a la semana.

Adoctrinamiento travestido de educación, esclavitud por trabajo duro y un altar con mi rostro en cada hogar.

Bailaría sobre la luna y la abriría solo los sábados por la noche. La pista de baile más exclusiva del sistema solar. Les obligaría a remarme hasta allí y cuando demandasen algún tipo de reconocimiento dejaría que me mirasen a los ojos.

Rockstar absoluto en cada ciudad por dentro muerto en cada palabra, en cada sonrisa o erróneo gesto de hospitalidad. Tics de un corazón que antaño latía.

Me golpearía con fuerza la polla a la mínima luz que apreciase en el naranja estático de un atardecer.

Solucionaría los problemas del mundo vistiendo un traje blanco y pulsando el botón Apocalipsis en el momento requerido. Lo último que se escucharía una réplica del discurso de siempre y los aplausos de una sociedad que se convierte en ceniza caliente arrastrada por una corriente de aire frío.

Mi bomba sin alma abrazándolos a todos y en el último momento yo abriendo la puerta del búnquer presidencial, saliendo a la carrera a decirte que te quiero con lágrimas en los ojos bajo un enorme foco de luz.

Notaría el dolor posarse sobre mi cuerpo en forma de nieve de color triste.

Quizá toda esa ceniza sea la que veo en mi cenicero, quizá sea más fácil si nadie lo viene a limpiar.

Quizá quemé todo lo que conocía y ahora hay una civilización muerta en mi habitación.

Te quiero.










sábado, 12 de mayo de 2018

Mi vitrina

Me felicitan por aquel futuro en que lo he conseguido y vuelvo a casa con un mechero que no es el mío.

Es mi premio Planeta amarillo fosforescente a mitad de gas.

Esbozo una sonrisa desorbitada con el parque como campo y mis colmillos como largueros. Soy el portero chupasangre que quería vestir de azul y la batería de preguntas que secan mis oídos la tanda de penaltis para la que no entrené.

Improviso de cuero para fuera.

Mi Copa del Rey en una vitrina en mi salón, minimalista como si me llamaran Blanca y viviera con siete enanos.

En el felpudo de entrada los primeros trozos de tela de mi Reino Patriarcal y su Infierno.

Con tanta enhorabuena la estantería de trofeos comienza a quedarse pequeña.

Dicen que estoy perdiendo el toque. Sigo peloteando con la muñeca abierta.

Mi Copa Davis con dos cohetes bajo los pies, una cinta en el pelo y la luz de la salvación reptándome por el tobillo intentando morderme el cuello para inyectar el antídoto que cure mis últimos pasos en falso, como a un resfriado persistente un abrazo efervescente de química fuerte.

Mi premio Wolf de regusto ácido en la lengua y bata blanca de composición.

Voy a regalarte un protón en la feria del pueblo. No podrás abrazarlo como a ese oso roñoso de nombre John pero dicen que siempre es positivo.

Soy un genio que saluda con una mano a Asperger y con la otra asusta al resto de la especie.

Desoigo los consejos del Consejo del Pueblo. Lo he probado y las hojas siguen danzando con el viento y siguen siendo verdes en ésta época del año, como si la realidad y sus palabras fueran cosas diferentes.

Mi ArtPrize y su sordera a los mecenas y jurados, y mis dotes de acuarela para matizarte las intenciones.
Todas las dificultades que siempre tuve para atrapar la goma de borrar y aceptar su misión.

Mi melancolía arnés de los errores que casi me cuestan la vida. No te traje a la montaña porque la parte sexy de la escalada es ser yo.

Mi premio FEDME sufriendo mareos en lo alto de la pared. Llamo al vértigo descanso y a la cama el espectáculo más peligroso del circo.

Saldado con dos ideas muertas y otra en coma.

Dicen que no pasa nada, que está bien, que solo he perdido esta vez. El año que viene todo será mejor. Sonrío y asiento seguro y ayudado por el peso de las estatuillas en mis bolsillos.

Mi Oscar, convencido de su papel. Actuación de trofeo revelación, sorpresa y regocijo tras el trailer de su interpretación. Yo digo que solo es un camión, nadie se ríe. Mal chiste, debí cambiar el sentido del humor en la última rotonda.

Mi Goya de hermano pequeño menos importante y con peor ubicación geográfica en el globo terrestre como consuelo por el esfuerzo. Recoges lo que siembras, siembras lo que puedes.

Llamaría a todo esto una aventura y al protón que te regalé un anillo de pedida de mano. Tú a mi me llamarás por teléfono desde una cabina porque tu corazón es amarillo y viejo, para decirme que toda mi vida lo intenté.

Mi Razzie convertido en un pañuelo para lágrimas. Pero no puedo llorar.

Estoy ocupado sacrificando todo cuanto tengo para llegar hasta el final mientras tu huyes por el desierto recorriendo el mundo en compañia de un tipo con bigote, atributos gigantes y mucho pelo en el pecho.

Os deseo a John y a ti unas felices vacaciones. Mandadme una postal, escribid, parad en moteles de carretera y saboread.

Yo voy a quedarme limpiando la vitrina.

Mi Vitrina, mi trofeo por la derrota.

Follad mucho, no asesinéis, ganad muchos premios.

DemostraD que sois felices y, sobretodo, jamás dejéis de intentarlo.







martes, 8 de mayo de 2018

Acerca del interior que refleja

No encuentro la magia. No encuentro las chispas, los colores y los destellos.

No puedo.

Podría escribir una novela pero simplemente no lo haré. Al menos no todavía.

Podría fingir ser un exitoso director de cine pero creo que no voy a hacerlo. No por lo de director, sino por lo de fingir.

Lo encuentro agotador pero más importante, sin un alma o incluso sin dos. Es solo un reflejo de vacío. El vacío que existe en la negación de uno mismo.

Estoy pensando en una rosa que está intentando fingir que es una margarita. Ya sabes, es roja, pero está intentando aparentar que es blanca.

Quizá no es el mejor ejemplo, quizá debí escribirlo al revés pero no voy a hacerlo. No voy a fingir que lo pensé así. Puede ser la falta de sueño poniendo mi cerebro patas arriba, creo que no me importa. Y no me gusta el distanciamiento que genera el tono de voz de los obreros trabajando juntos de noche. Están solo a un par de metros de distancia y ni un sonido se cuela entre ambos, pero se gritan.

Pienso que se alejan con la voz. Pienso que suena como si el mar fuera hueco y opaco y dos amigos que no se ven desde hace años tratasen de buscarse el uno al otro buceando, ¿sabes?

Simplemente no funcionaría. No voy a fingir que lo haría porque no lo haría.

Voy a encenderme otro cigarro.

Si lo hago lo suficientemente bajo puedo imitar la voz de personas que admiro, todas tienen que ser en inglés. Hablo de imitar. Imitar no es lo mismo que fingir. Una usa un espejo, la otra autodesprecio.

El mundo empieza a girar y yo me voy a ir a la cama.

No finjas, no te finjas. Pretender ser alguien que no eres te llevará a coger una pala y cavar un hoyo donde caerás. Las enredaderas negras de tu mente estrangularán tu corazón hasta asfixiarlo.

Ahogará la vida que hay en ti y drenará el brillo en tus ojos.

Puedes mentir a veces. Pero la mentira es como un arma, trata de apuntar a zonas no vitales. No vayas demasiado lejos con ello.

Miéntete si eso pudiera salvarte de ser absorbido por las arenas movedizas que existen en tu ciénaga.

La ciénaga de tu mente.

Píntala de verde, es un color agradable. Dale vida, no fantasía.

La vida es lo suficientemente fantástica por sí sola.

Eso no es una mentira.


martes, 10 de abril de 2018

A se(p)tiembre con mi vida

Un cuatro de nota final. Como método para demostrar haber aprendido, la repetición.

Leo el letrero al final del camino, a la vuelta de hoja del examen que me ha caído encima como un alud. Es como una biblia para ateos que repite en letra pequeña:

'Por aquí no'. Por aquí ni de coña. Terminarías antes si te sacases el peine del bolsillo y tratases de cortarte con el las venas.

Por aquí se vuelve a empezar.

Es el botón de Start, el que reinicia la partida, el que carga todos tus recuerdos y los dispone en bucle. Sería como susurrarle a todos tus demonios que quieres volver a jugar, que te apetece volver a intentarlo, con la cara roja y las sienes inflamadas.

'Déjame probarlo todo una última vez, caerme y destrozarme las rodillas mientras la busco con la mirada canina, con el hambre en los ojos del hombre que jamás ha probado bocado'.

Y salto el letrero apoyando una sola mano de forma elegante, si se me permite decirlo. Sé que no lo tengo claro pero, joder, no es como si alguna vez lo hubiera hecho. Solo lo hago para volver a aquellos primeros pasos donde el verano olía, me ensuciaba las manos con gusto y la diversión era ambas caras de la moneda.

Pasará rápido. Ya lo he vivido.

Tras unos cuantos baños, tardes de fatigas construidas desde la imaginación y ratos de sacar toda la punta posible al lápiz junto a la papelera la profesora me mandará sentarme.

Sentarme y empezar
a crecer
a enamorarme
a encontrar dentro de mi a un tipo melancólico con la capacidad de dramatizar una carrera de gotas de agua en la ventana del coche.

Esos serán mis deberes y juro que me llevaré tarea a casa.

La frustración se trasformará en un gigante de roca y el dolor en la espada de fuego que blandirá desde el momento en que me de cuenta. Que he vuelto a empezar, que las estrellas no brillarán por siempre y la paz se me escapará entre los dedos escupiéndome a la cara y gritando algo así como:

'Que te follen, bastardo. Espero no tener que volver a verte en un largo tiempo'.

Esa puta paloma blanca
y sus profecías autocumplidas
y sus interminables ganas de volar lejos de mi.

Y a pesar que me parecerá tortura y preguntaré por qué la existencia no respeta mis derechos humanos lo conseguiré. No palmarla por dentro. Aunque habrá algo de mi que se marche para no volver la mayor parte seguirá ahí, en continua mutación, aullando a la luna llena por las noches, escuchando Mecano, sintiéndome cambiar a un hombre cachorro con las orejas demasiado cortas y las garras creciendo hacia dentro.

Serán años que parecerán décadas y me retorceré en mi interior recordando 'por aquí no', el estúpido salto olímpico sobre el letrero y preguntándome por qué tuve que hacerlo, si tan lejos me quedaba la infancia que había olvidado lo rápido que pasa y lo mucho que permanece en la memoria. Tanto que podría volver a nacer y nada me sorprendería. Al final es mi película favorita, la estrenaron el día que nací y no me he perdido ni un solo fotograma.

Me escocerán las discotecas a las que iré por tratar de encajar, los rechazos de todas esas chicas que tenían algo mejor que hacer y los míos propios. Esos que son agua oxigenada vertida a espuertas en alma abierta y supurante.

Tantos debates frente al messenger sobre si yo soy parte del problema, de la solución o simplemente una ecuación toca pelotas con incógnita de imposible resolución.

Las agujas marcarán las cuatro de la tarde en el tiempo que me queda y la veré por primera vez. Y es la historia que tras varios pasodobles y un par de series termina en No pero No te negaré que eres especial.

Pasarán dos años y el reloj se tomará un par de copas, ni él ni yo sabremos que hora marcar en el bar en el que nos encontraremos. Para este momento ya me han querido, he querido, me han dejado y he huido.

Sienta fenomenal beber un trago de vino y encenderse un cigarro mientras mis amigos y yo contemplamos el vuelo de la paloma blanca en el interior del local, atrapada entre cuatro paredes y rehusando posarse, poner pies en tierra firme, darnos un poco de paz.

Ya no la necesito, para entonces me valdrá con momentos donde la música es más que sonido y cuento historias y me río de las de los demás con la certeza de estar atrapado en el presente durante todo un instante, terminable, finito, tanto como el borde de ese vestido de flores que me abrazó una tarde de verano con un poco de miedo y mucha vergüenza.

Me sé la canción. De cabo a rabo. Hasta el final. Hasta el letrero con letra pequeña preparado para los que abjuran en la plaza del pueblo de su propia comunión y de las ostias de pan. El vino es otro cantar.

Quizá vuelva a pulsar el botón, a repetirlo todo, a volver a start delante del espejo.

'Por aquí no'. O si, si les queda un tinto que no sea muy caro y alguna historia que contar.



miércoles, 4 de abril de 2018

Una posibilidad

Se desnudaron tan rápido como despacio se quisieron.

Era la primera vez pero ninguno de los dos podría haberlo dicho. Tampoco el universo que, expectante, había atisbado la unión.

Ella se sentía estúpida por haber guardado en su haber tantas dudas.

Él sabía que ella nunca más las tendría.

Ninguno podía creer que hubieran tardado tanto tiempo cuando los árboles, el viento y los arroyos pedían a gritos y en conjunto que la naturaleza siguiera su curso.

Desde hacía años.

Siempre se habían querido  y odiado al mismo tiempo. En no pocas ocasiones ambos habían deseado que el otro desapareciera de la faz de la Tierra para poder dormir por las noches, para dejar de sentir la falta de aire, la culpa, el dolor, la confusión.

Y, sin embargo, siempre habían sabido cuándo el otro le necesitaba. Se necesitaban. No para poder vivir bien, ser felices o querer a otras personas. Simplemente lo hacían.

Se necesitaban,
como el día y la noche
en la distancia del tiempo.

Él, bañado en auto conocimiento que destilaba un falso orgullo, era capaz de caer sobre sus rodillas ante la presencia de ella, sin dejar de emitir los gruñidos de un perro salvaje presa de una maldición o hechizo de sumisión.

Ella, perdida en un océano negro de sentimientos y emociones que tenían el poder destrozarla, siempre lo quiso demasiado como para arriesgarse a destruirlos a ambos en el intento de amarse. Siempre riendo sus tonterías sin dejar de insultar las cosas que tanto la desquiciaban de él.

No se podían ver hasta que no podían dejar de mirarse. Entonces un abrazo, una caricia en el rostro, una tarde para los dos, podía quemar el Sol.

Ella nunca le mencionaba pero en el viento siempre terminaba recogiendo su aroma a rosas.

A él le habían preguntado si alguna vez había amado y el nombre de ella fue la respuesta.

- Es la primera vez pero no parece la primera vez - susurró ella, mirándole a los ojos mientras ambos permanecían desnudos, tumbados junto a la chimenea.

- Aha - asintió sin poder apartar la mirada - y aún así seguiremos odiándonos, despidiéndonos y reencontrándonos.

- No puede ser de otra manera, ¿verdad? - preguntó ella, acariciándole la barba.

¿Podría? ¿Sería posible dejar de echarla en falta cada vez que viajase sin ella? ¿De encontrarse con dolor en el pecho por no tenerla cuando se disponía a dormir? ¿Sabría vivir sin echarla en falta?

No encontró más respuesta que su nombre.



viernes, 9 de marzo de 2018

Soy tinta en el cielo y agua en tu piel

Me recuerdo lloviendo sobre tu tejado. Las ventanas empañadas y fuera ese susurro de las cañerías disfrazadas de riachuelos transportándome calle abajo.

Recuerdo deshacerme en una carta que reescribía cada mes de agosto. Una carta donde yo era la tinta que se extendía folio y medio por ambas caras. Tengo ese recuerdo, el del repiqueteo de mi cuerpo en las ventanas, el de la pluma impregnándome en el papel con la mejor ortografía posible.

Puedo ver el cielo encapotado de aquel día como si fuera ayer y oler mi perfume a tierra mojada inundando tu ciudad.

Tu tétrica ciudad de barro y gentío y pensamientos recurrentes.

Verte de gota en gota bajar con la carta en la mano dispuesta a leerme.

Recuerdo ser prólogo breve pero intenso, chispear a las cuatro de la tarde sobre tu figura sin paraguas. Recuerdo olvidar la diéresis que no quisimos tener.

Lo veo, el momento en que capitulamos y soy nudo y tromba de agua y caigo sobre tu cabeza con la fuerza de una duda sin resolver. No puedo olvidarlo. Tú corriendo buscando refugio y yo sostenido entre tus manos mojadas corriéndome en rimel negro que transforma mi mensaje en jeroglíficos.

No me pudiste leer. Refugiada bajo una cornisa me intentaste ver, temblando, viéndome fundirme en agua y tinta sobre el papel.

Fundiéndome entre tus dedos, acariciando tu piel. Agua y tinta.

Recuerdo cómo salvaste el final a soplidos que reflejaban la tenacidad con la que me sujetaste la mano tratando de impedir mi partida, mi juego de póquer, mi mano maldita, mi mala suerte, mi azar desabido. Mi larga marcha al apostar y perder. Perderte.

Perder
te
quise.

Lo logré.

Puedo rememorárme desenlanzando con unas últimas palabras las cosas que nunca dije y pensé debías saber y también dejar de lloverme, amainarme la tormenta con las manos frías.

Me recuerdo cesando con un sonido seco y un punto y final. Recuerdo las calles hidratadas y las lágrimas deslizándose por tus mejillas regando tu piel.

Qué puedo decir. Supongo que me deshice intentando hacerme entender.

Espero batir las alas y surcar los cielos sin tratar volverte a ver desde arriba, transformado en pájaro de tinta y agua, que si tengo que volver, ya volveré por otro lado.


domingo, 25 de febrero de 2018

He tenido un accidente

Esta mañana he tenido un accidente. Lo tengo cada vez que recojo mis párpados y enfoco al techo de mi habitación. Tengo un accidente conmigo mismo al encontrarme existiendo cuando recobro la conciencia.

Logro sobrevivir a semejante choque de trenes todos los días.

Tarea de plañidera enferma por encontrar tu rostro en el momento de perder la conciencia y sumergirme en un mar sarcásticamente onírico.

Cómo me toca los huevos.

Me raspa el mal humor y me lo levanta como una gran erección. Sonrío.

Esta noche te he visto y me he sentido paladín, defensor de tu sonrisa blandiendo una espada fraguada en el brillo de tus ojos.

Te he sentido palpitar dentro de mi. Y en un esfuerzo exangüe tu rostro se deshacía asustado por la luz del amanecer entrando por mi ventana, atravesando mis párpados, resecando el sueño de amor eterno como a una flor marchita el frío del invierno.

El invierno que está por venir.

He intentado abrigarte para mantenerte despierta en mi mente dormida. He intentado ponerte capas de razonamiento abstracto, convencimiento y sal dorada. He tratado de mantenerte con vida con mirada frustrada y voz temblorosa, he sentido el terremoto que eras tú dejándome a mí solo dentro de mi propia cabeza.

He tenido un accidente en un arduo intento por mantenerte despierta. Salí corriendo tras esa nuca que conozco tan bien abjurando a los cuatro vientos, apostatando que jamás fui tu enemigo y siempre creí que eras la diosa que nunca tuvimos.

Que eres la salvación para nuestra especie.

Me he cagado en mi puta vida con todas las ganas cuando no diste media vuelta y enfilaste calzada romana de luz ascendente que propulsaba tu rostro granjeado de pecas al cielo de mi subconsciente.

La mañana y su manía de acometer avulsión, de extirparme los sueños sin pedir permiso ni perdón.

Yo solo quiero volver.

Tengo agujetas en los párpados de tanto llorarte, de forzar mis ojos a cerrarse para dormir y poder volver a generarte, a crearte como a un misero clon de humo y espejos donde el parecido es más que razonable y tu olor permanece para siempre en mi recuerdo. Me cago de miedo cuando me doy cuenta de que estoy dormido y te sigo queriendo como si la barrera de lo que es real y lo que no se nos hubiese quedado pequeña para esta paranoia que generamos el día que nos conocimos y el día que no dijimos cuánto nos quedaría para volver a vernos.

Esto es una casa de locos, reza el letrero que adorna mi órgano encefálico por dentro. Lo pone en color rojo porque sangro porque pienso que me paso de frenada y se me va el santo al cielo. Y me astillo el cerebelo y la corteza prefrontal en otro denodado esfuerzo por volver a ver tus labios mayores susurrarme todos mis recuerdos.

Me falta tinta para recrear la efigie mortecina que deja pintalabios en mi mejilla cuando la muerte se te lleva y sé que no estabas viva pero me duele como si lo estuvieras. Contemplo tu cadáver enjunto acurrucado entre mis brazos y pienso en dar un último sorbo al vaso de whisky con forma de cenicero que es la calavera momificada de nuestro acervo.

Estoy revolviéndome entre las sábanas con esmero por volver a tener delante la pirámide que eramos en ese desierto repleto de oasis que pudieron haber sido y nunca fueron.

Aparece como un recuerdo frugal aquel momento en que me di cuenta que me había dado cuenta para siempre.
De naturaleza ignata, de duración eterna tu idea en mis aposentos.

He tenido un accidente como todas las mañanas donde muero y mi probidad se fuga por el desagüe que hay en mi pecho enfermo.

Me hablo y no me contesto. No tengo respuesta ni pregunta que hacerme en la algarabía que se forma en mis oídos.

He tenido un accidente y me he vuelto a salvar por los pelos. Estoy masticando tierra sentado en mi propio eclipse.

Esta noche volveré a emocionarme buscando un café azucarado con el que tener una excusa para sentarme contigo de nuevo.

Poned los intermitentes.






martes, 30 de enero de 2018

Naces, lloras, mueres.

Naces.

Naces rodeado de batas blancas, estetoscopios y azotes en el culo que te arrancan tu primer llanto.

No sabes por qué te hacen llorar pero todo el mundo parece contento.

Las lunas se van sucediendo y dices tu primera palabra. Es mamá. Sigues llorando para comunicarte, vuelves locos a tus padres.

Llega el invierno y ves el juguete al otro lado del pasillo. De pronto, sin saber muy bien cómo lo has conseguido, estás de pie. Te balanceas y con dificultad das tu primer paso. Tus padres no lo ven, pero días más tarde repites la hazaña delante de ellos.

Lloran. Tú no, no es el momento.

La vida se sucede entre juegos y baños calientes. Es tu primer día de clase. Te llevas tu juguete favorito al colegio, te da seguridad. La profesora está con uno de tus compañeros, está llorando. Coge tu juguete del suelo y se lo da. Notas como se humedecen tus ojos.

Hace ya más de una década de aquello y tienes acné. Te preocupa pero tus padres te dicen que desaparecerá con el tiempo, tú solo quieres que ese momento llegue ya.

Hay una persona en el instituto, dos mesas por delante de la tuya. Cuando la miras tus hormonas se disparan. Un día, tras un examen que no habías preparado, sales triste al patio. Te cruzas con ella y te dice hola. La cara se te pone roja. Salís juntos tras hablar un par de días. La tarde es divertida, camináis hasta su portal. Os besáis. Es tu primer beso.

Cinco semanas después te dice que le gusta alguien más, alguien que no eres tú. Ese día tus padres no pueden evitar que llores toda la tarde. Temes deshidratarte hasta morir. No te mueres.

El acné ha desaparecido y han dejado de llamarte adolescente en los sitios. Estudias lo que te gusta, el problema es que no te gusta estudiarlo. Apruebas el último examen y haces una fiesta por todo lo alto.

Has bebido lo suficiente para perder la vergüenza y el miedo. Tus amigos te presentan a alguien nuevo. Habláis un poco y a ti te parece que os conocéis de antes. Te dice que hueles a colonia y alcohol, tú contestas que está de moda beberse las colonias y bañarse en cerveza.

Os vais a vivir juntos.

La vida es maravillosa. Vais a la perrera y ampliáis la familia, se llama Rufo. La idea es suya y no sabes si ya quiere al perro más que a ti. Esa misma noche os vais pronto a la cama y te recuerda que no, que tú eres lo más.

Cenando una pizza en la cama propones matrimonio. Se ríe de ti y tras un par de chistes te dice que si. Os reís y comenzáis a llorar entre carcajadas. Rufo se sube a la cama de un salto y comienza a ladrar, él también se quiere casar.

Si, quiero suena a lo más convincente que has dicho nunca. Te lo devuelven y te retumba por dentro durante el resto de tu vida.

Es vuestra luna de miel. Os bebéis un mojito sobre la orilla de una playa con el agua casi cristalina. Ella se marea y cae inconsciente sobre la arena. Con el corazón en un puño consigues reanimarla, te dice que está bien, que ha sido un golpe de calor. No la crees, es de noche.

Cáncer. No llora, no es el momento. Tú si, más tiempo de lo que jamás lo habías hecho.

En cuestión de tres meses cuelga sobre ti un cartel que dice viudedad. Vas a visitarla al cementerio, sabes que es estúpido y que no puede oírte pero hablas como si nunca se hubiese ido. En ocasiones te parece escuchar su voz riendo por lo bajo, como un susurro que arrastra las hojas por el suelo.

Pero no es así.

Un día te despiertas gritando con lágrimas en los ojos y le pides a Dios que te la devuelva, no importa si regresa junto a tu acné.

No importa. No vuelven ninguno de los dos.

Rufo la echa de menos tanto como tú. De vez en cuando se sienta en mitad del pasillo y mira fijamente a la puerta. Llora. La espera. La escena te rompe el corazón una y otra vez.

Llega el tercer agosto desde que estás solo y con él energías renovadas que te permiten mudarte. Rufo y tú os vais al bosque. Ama dar largos paseos y ver otros animales. La cabaña es bonita, estar lejos de tus amigos es lo único malo. Eso y no poder ir al cementerio. Te dices que puedes hablar en cualquier sitio pero te sientes más lejos de ella.

Te acostumbras con el paso de los años.

Estás en el supermercado, se te cae una naranja al suelo. Una mujer se agacha rápidamente y la recoge.
No puedes creerlo, pero por un instante era ella. Contienes las lágrimas y recoges la naranja.

Es el décimo aniversario de su muerte y Rufo no se despierta. Le entierras en el bosque, junto a su árbol favorito y aprendes a vivir completamente solo durante los siguientes dos años.

Tus huesos suenan cuando te mueves y las arrugas en tu rostro son innegables. El médico no te lo ha dicho pero no parece que vayas a llegar a los noventa años. Tomas seis pastillas al día y hace mucho que no sabes cómo es no tener dolor.

Lo piensas y te asustas. Podría ser hoy. Podría.

Te arrastras en pijama apoyando tu bastón sobre el suelo de la cabaña. Te sientas frente a un papel en blanco con un bolígrafo en la mano y lloras. Quieres contarlo todo pero no sabes cómo.

Te duelen el pecho y el brazo izquierdo.

Escribes esto. Lloras.

Mueres.







domingo, 7 de enero de 2018

La rosa

Te busqué. Lo hice antes de conocerte. Jamás supe que nunca sería capaz de descifrar el mapa de pecas que granjean tu rostro, ese que parece predecir el futuro que podríamos tener.

Te encontré perdida en un mar de emociones que no sabías discernir ni reconocer. Yo no supe decirte jamás que quería ayudarte y lo intenté, joder si lo intenté. Lo hice hasta sentirme arder por dentro.

Te perdí segura de no querer compartir el tiempo que tenemos conmigo y aunque costó al final lo acepté. Me di cuenta, el único alma que necesitaba para seguir respirando, interpretando y disfrutando de la serie de problemas que la vida me pondría delante era la mía.

El problema llega después, cariño. El problema me golpea cuando entiendo que no te necesito pero te quiero sin atisbo de la locura que en algún momento, creo, me llegó a poseer. La dureza de una roca seca contra la que mi espalda resbala en tiempo y dolor.

No puede ser, me digo, que no sea un capricho, que no sean mis demonios buscando una salida, que no sea mi necesidad pidiendo compañía. No puede ser que la quiera. Que la quiera como siempre sospeché sin tener ni puta idea de por qué.

Por qué tú, por qué tú a tu manera, por qué no. Pero por qué. Por qué cojones por qué y no la chimenea, el bosque, nuestros lobos y los cachorros aullando a la luna mientras me miras con esos ojos que parecen de un oro castaño que acaricia mi piel por el mero hecho de ser objeto de mi percepción. 

Mi corta percepción de mierda. Mi limitada percepción.

Y me pregunto una y otra vez si es por ser quien eres, si es por no ser quien quieres. Me cuestiono los dedos de los pies, la barba, mis ideas y el tono de mi voz. Y lo sé, se que están bien pero por qué.

Por qué no pude disfrutar de lo que siempre me pareció que buscabas en mí cuando me escupías encima el café. Reías de aquella manera que me hacía pensar, mierda, esto no se puede romper.

¿Se puede romper?

Y fue mi culpa encima de tu indecisión la que nos sentenció a seguir caminos separados y perder para siempre el beso que nos debemos en navidad. El beso que escucho cuando miro por la ventana y es de noche y alguien menciona tu nombre para referirse a otra persona. Ese al que busco mirando hacia las estrellas estirando el cuello como si se me fuera a romper.

En toda la rosa la púa clavada que es la sensación de que jamás llegaste a entender que no te quería para, que te quería por. Por tu mente jodida, por siempre, por haberte visto delante de mi y haberme hecho dudar de todo aquello que daba por cierto en la corta vida de mierda que me condujo hasta esa chica con sudadera negra y mirada traviesa. 

Esa púa que me dice no te pedí lo que no podías darme, que no quería el sexo por el placer de hacerte gemir hacia nuevos horizontes. Que era por el rato de después.

Y el de antes. Y el de ayer. Y que mañana veríamos qué teníamos que hacer.

Y aún así, a pesar de entender, de conocer, de saber, de haber aprendido a no esperar el milagro a las tres de la mañana ni soñar con mi cabeza en tu almohada, la rosa que crece en tu mirada permanecerá perenne en el jardín de mis recuerdos hasta que la tierra muera y yo cierre los ojos, estéril, para dejar de apreciarla.


Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...