martes, 28 de octubre de 2014

Discapacitado

Me miras desde tu esquina, oscura, muerta, dolida. Me respondes con un gesto que simula alcohol. Me lloras desde un pedestal, divina comedia, las jodidas burlas de un ente ancestral. 
Esperas encontrar en mi un amor, un animal, algo donde esconder toda tu mirada, refulgente, pálida.
Recuperas el aliento queriendo más, inspiras por tu nariz tragando los sentimientos que no te dejan, si quiera, respirar.
Me has mirado otra vez, me has mirado para mal. La hiel en tus dientes y la aguja en un dedal, todas tus poesías bajo aquella blusa harapienta y sucia, hilada por segundos de derrotismo y poco afán de todo y nada.
Moqueas en un festival de gritos y sangre, tu tinta carmesí en el asiento de mi coche. Mi cabeza a mis pies, señoría.
Respondo con un sonido seco, altruismo del medieval, y espero paciente al roce del más frío metal. 
Me susurras arcadas y yo, también.
Lame mis ciudades, responde a mis escapadas, anhela mis inquisiciones. 
Espera a cubrir mi rostro con legañas, desvela cuando ambos nos movemos, si nos reímos, en este cuento. Friega mis entrañas y espera, despacio, a recubrir todos mis recuerdos.

martes, 7 de octubre de 2014

Gilipollas ancestral

Sales y te escuece. Levanto la persiana para enterarme de las últimas noticias.

Personalmente, no me hace ni puta gracia que una enfermedad mortal y una cara tan bonita compartan tiempos en mi vida.
Y por enfermedad quiero decir y hablar de ese impulso nervioso que nos convierte en auténticos gilipollas, en gilipollas de los de toda la vida, no de los de ahora, no esos que se colocan una gorra y una chaqueta y pretenden ser tan gilipollas como los de siempre. A mi no me engañan.

Volviendo al hilo de este tema que no abarca nada, nosotros, los gilipollas ancestrales, estamos dispuestos a preocuparnos más por un par de ojos, un par de labios, un par de tetas... que por un solo virus que podría acabar con todos nosotros. Debe ser que lo par tira siempre más, ¡afán de cantidad! Putos avariciosos los gilipollas de siempre.

Me repito los mismos mantras una y otra vez, como buen idiota, insistiendo en que lo verdaderamente importante no lo es, y que aquello que casi no recordaré cuando tenga que mear por un tubo y mis arrugas cubran todo mi rostro es lo que debe ocupar el total de mis pensamientos, emociones y fantasías. Eso no es tanto de gilipollas, fantasear con desangrarme por todos los orificios que tiene mi cuerpo me parece de un mal gusto capital.

Yo en realidad sigo con el mismo tracatá, la misma carraca, de siempre. Erre que erre. Si soy gilipollas que le voy a hacer. Eh, pero que no soy tonto. Sé por qué quiero lo que quiero, sé que beneficios me reporta y sé que aunque quizá tenga tan poco sentido como la vida de... de todos, para mi lo tiene. Como la vida de todos.

Erre que erre. Siempre la misma historia cargada de malos propósitos con egoístas intenciones. Quizá lo realmente importante sea apreciar nuestra gilipollez y hacernos dignos de ella, porque puede ser algo grandioso. El verdadero y único don divino.

A mi me pueden contar innumerables milongas, decirme que con la edad aprenderé, pero la gilipollez no se pasa, seguirá tan arraigada a mi como mi nombre o mis pulmones, dejará de funcionar cuando yo lo haga.

Uno tiene que ser rápido y valiente para ser un buen gilipollas, hay que echarle huevos para hacerlo y velocidad para que no le pillen. Más allá de temas triviales, de monjas y de rosas cargadas de malas intenciones, yo me declaro yo mismo, enseñándome a apreciar lo que no tengo y lo que se me escapa entre los dedos.

Voy a cerrar el puño tan fuerte que quizá me cague encima.





Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...