domingo, 6 de marzo de 2016

Llueve

Llovía. Llueve. Con cada gota de agua la cazadora se oscurece más y más aumentando al mismo tiempo de peso. Llueve y la lluvia acrecienta siempre el peso de mi ropa y de mi culpabilidad. Es como un souvenir, cuando la inclemencia del tiempo limpia las calles y colocan falsas lágrimas en los rostros de los viandantes me transporta a otro tiempo, a un recuerdo desgastado con olor a tierra mojada, con sabor a metal, con color a sangre, un cóctel que nadie recibiría, voluntariamente, jamás.

Nunca podré olvidar su última mirada, la última vez que vio antes de no ver nada, los ojos perdidos, distraídos, víctimas del naufragio de su vida, consciente de que el viaje era solo de ida. Murió sobre el asfalto mientras los ángeles lloraban de risa, mientras las alcantarillas vomitaban el agua que les sobraba, mientras su nombre se ahogaba en mi garganta.
Recuerdo mis gritos sordos marcando el compás de los truenos, los recuerdo ahora al son de la melancolía.

Aquellos segundos que en horas se convertían alargaron, elongaron hasta hoy todos y cada uno de los días como si de una cadena perpetua en el infierno se tratara. Hasta hoy.

Si miro aún puedo verla ahí tendida, sin corazón con el que volver a contemplar la vida, sin el pulso necesario para poder sufrirla.

Hoy me pesa la ropa como aquél día, casi tanto como para no notar el revólver en mi mano. Casi lo suficiente para no haberlo levantado hasta mi cabeza.

Hoy es otra vez aquel día, ya me he tumbado donde ella lo perdió todo, bajo ríos de sangre y ceniza.

La veo, la oigo. Estoy cerca. la siento.

El gatillo está frío, casi demasiado.

Llueve por última vez en toda mi vida.



Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...