jueves, 4 de junio de 2015

¿Qué tengo, doctor?

A grandes éxitos, parsimonia arrolladora, doctor. Al final el gran enemigo del pequeño detalle va a terminar retractándose, admitiendo que se equivocó, que aunque Amelie fuese una chica de todo menos adorable, quizá su filosofía de vida no estaba tan mal enfocada, ¿no cree?

Y es que hasta ahora los grandes éxitos de mi vida han sucedido sin confeti ni reuniones de amigos donde las botellas de cocacola y fanta de naranja rulan sin parar, conseguir un trabajo no se puede comparar con el día en que cumplí seis años, quizá se deba a la relevancia cósmica de crecer, de aguantar tanto tiempo sin palmar en ésta jungla de pesadilla.
Aquí consigues lo que consigues y sin dejar de ser alucinante, el peso de lo que aún no has superado ennegrece todo destello de júbilo. Como que no se puede ser feliz, coño.

¿Qué quizá no sé disfrutar de la vida, doctor? Me temo que es la vida la que no se deja disfrutar, ¿sabe?. Cumplo con los requisitos necesarios: doy prioridad a las personas por encima de las obligaciones, valoro más las reuniones de amigos que las de verdad, las serias, las que contienen pilas de papeles, corbatas y un centenar de garabatos inteligibles, aprendo de las palabras que pronuncia la verdad antes de las que pronuncia el docente desde el encerado. No creo, sinceramente, estar haciéndolo mal.

¿Cuál es, entonces, el verdadero problema aquí, doctor? Quizá la propia naturaleza de la situación, tal vez el exceso de importancia que le concedo al dolor de mi corazón. Es posible que las lágrimas que un día se derramaron ante la atenta mirada de mi persona dañasen lo que hasta ese momento gozaba de plena salud en mi interior.

Y es que creo, precisamente, que lo complicado de la situación radica en el poder de una sonrisa bien situada ante cualquiera de nosotros, ante cualquiera que se sienta vulnerable. Y créame, le digo una sonrisa como podría decirle otro centenar de cosas más: un ahogo, una asfixia, un brillo en la línea que separa el iris de la pupila, una nariz de punta redonda, una peca situada a conciencia, una peca que más que un punto es una estrella en el firmamento de su rostro, a años luz en la galaxia del recuerdo.

Me aterra confirmarle, doctor, que temo con la entereza de mi ser el poder que alguien, sin pronunciar sonido alguno, puede ejercer sobre cualquiera de nosotros. Y me cuesta comprender la naturaleza de la cuestión, no soy capaz de entender cómo todas las luces pueden apagarse de golpe porque alguien decide que ya está bien, que ha aguantado suficiente, que nunca más te volverá a ver.

¿Le ha pasado alguna vez, doctor? Solo puedo darle un consejo ante tal situación: Prepárese para perder el control.


Somos seres funestos, deshechos, incomprendidos, espectros de medio metro, singularidades por cientos y, al fin y al cabo, cuando el sol se pone no somos más que sombras en un completo desierto.

Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...