lunes, 13 de junio de 2016

Prólogo del relato El hilo tinto.

- ¿Y qué te dice?
- Me dice cosas. Y yo la respondo otras cosas.

Hacía calor, llovía, estaba nevando. Nos achicharrabamos, cambiábamos de acera buscando la sombra más larga, refugiándonos de los chuzos de punta bajo las terrazas, pisando las hojas secas con las que el otoño había regado las calles.

Empezaban las vacaciones y volvíamos a las clases, era la primera vez que quedábamos y la última que recordaríamos. Era rubia y castaña y morena. Era ella y ella también. Yo era yo, quizá un poco más que de costumbre y con eso era suficiente. 

Madrid acogía otra de mis aventuras y mi cabeza había desconectado de todo lo que no tuviese que ver con ese momento, apenas podía recordar mi nombre sin titubear un par de veces hasta pronunciarlo del principio hasta el final. Caminábamos lo suficientemente cerca como para que la fragancia de su champú se colase entre los dos y mis fosas nasales la absorbieran cada pocas inspiraciones. Era como si la calle oliese a jazmín y me encantaba, eso solía crear en mi una necesidad de parar en seco y tomarla por la cintura, explicarle que las estrellas también se podían contar de día y terminar con la tensión del momento con un beso que nos deslizase a mejores momentos. Nunca me atreví a hacerlo. 

Sus palabras se sucedían sin cesar en un mar de ideas y explicaciones que a mí se me antojaban las más interesantes del universo. Me limitaba a asentir con la cabeza de vez en cuando y a pronunciar pequeños "aha, si, claro". Con eso a ella le parecía suficiente para continuar con el discurso. 

Con la conversación mitad monólogo mitad biografía de fondo y el olor a su pelo en el viento el escenario era digno de admirar. Me deleitaba ojeando a la gente con la que nos cruzábamos, las nubes que corrían por el cielo, los baldosines manchados o los semáforos cambiando de color, cediéndonos el paso o prohibiéndonoslo. Cuando me había recreado bien en los detalles para asegurarme de que aquello estaba sucediendo de verdad, que era real, giraba la cabeza y la dedicaba plena atención.

Daba miedo mirarla más de unos pocos segundos. La sensación era demasiado compleja, agridulce, importante. Cuando analizaba su rostro en mi pecho sonaba el chirrido de la maquinaria que acaba de sufrir una avería capital, de las que conllevan el cierre de la fábrica al completo. Tenía miedo de quedarme en el paro. Tenía miedo de que su agujero negro absorbiese mi galaxia, mi vida entera. 

-¿Me has escuchado? 
- Si, si, sigue - la espeté dándome cuenta de que llevaba un largo rato sin atender a una sola de sus palabras. Aún así tenía la extraña sensación de que me había enterado de absolutamente todo. 

Sonreí sin darle importancia al asunto y prosiguió. Sonreí y volví a perderme a kilómetros de cualquier lugar conocido por el hombre.

- Mi padre encontró tres, ¡tres cucarachas debajo de la cama! Así que puedes imaginarte cómo se puso mi madre cuando se enteró de que había unas cuantas más....

- Me lo puedo imaginar.

Reímos, reímos un rato en la siguiente conversación, reímos mientras bebíamos y mientras follábamos, reímos hasta que dejamos de vernos. 

Reiríamos hasta que no pudiésemos más con ello.




Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...