jueves, 22 de enero de 2015

El recuerdo, nada más lejos de la realidad.

Arrugar recuerdos como si fueran papel, darlos de si como goma de mascar hasta que una masa amorfa sea lo único apreciable. Y aunque no lo he comprobado, dicen que los recuerdos cortan, pueden arañarte o irritarte el colon hasta en el mejor momento de tu vida. Cuando cierras los ojos o dejas la mirada en stand by, los recuerdos pueden obstruirte las arterias, darte cáncer de pulmón o empeorar tu ortografía. Las canciones dejan de sonar a canciones y comienzan a sonar a días y las películas pasan de los actores, convirtiéndote en protagonista de, lo que a ti te parece, tu propia vida.
Tu casa en Estados Unidos, tu ex con una ciento cinco de pecho, tu grupo de colegas ampliado a veinte y tu cara convertida en una de las más sexys de Hollywood.

Cuando dejas de estar aquí y ahora y te paseas por lo que crees recordar, aderazado con imaginación, crees poder ver lo que no ha sido y olvidas cada palabra que sí fue. La ropa te quedaba mejor, tu voz sonaba cortante y las lágrimas caían por su rostro y no visitaban el tuyo. Quizá chispeaba y coño, a ti te parece que llovía a mares, crees incluso poder recordar cómo volviste a casa remando en el arca de Noé. Nada más lejos de la realidad, los recuerdos.

La plata no era plata, era oro y el cuello de tu camisa se mantenía fuerte, sin amenazar con haber sido maltratada en el armario. ¿Y qué me dices de esa peca característica que ella no tiene? Qué bien le sentaba mientras discutíais en lo que te parece fue todo un debate de filosofía.

Los vaqueros, los más suaves de la tienda, tu camiseta sin letras la más seria de las negras. Y su vestido, bueno, ese si que recuerdas que te gustó tan poco como el punto y aparte que le siguió a la verborrea que desencadenaste bajo el cielo gris. Y es que no había luz, pero casi podrías jurar que un foco iluminaba todo el parque. 
Cuando te marchaste, pensabas que todo iba sobre ruedas cuando en realidad  iba, como mucho, sobre pedales. 
Ella tan estrambótica y tú tan denigrante. 
Los ladrillos no lo eran tanto y sus ojos abarcaban el lienzo durante toda la tarde. Tartamudeabas y jurarías que tu discurso estaba más trabajado que el de Hitler. Nada más lejos de la realidad, los recuerdos.

Y por aquel entonces ni siquiera fumabas, pero el cigarro se te cayó de la mano en la parada del autobús, cuando te preguntabas si aquella sería la última de las últimas veces que la veías. Porque admítelo, en ese momento, aún no lo sabías.

Tú tan poderoso, ella tan pequeña. Y más grande que una montaña lucía ella, tan débil como un perro de nadie en la calle peor asfaltada.

Y se te acaba el aire, sales a la superficie y emerges del recuerdo sintiéndote importante, nadie estaba mirando.

Allí, el único público eran tu vejiga apunto de explotar y sus respuestas monosilábicas entre llanto y risa.

Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...