miércoles, 18 de marzo de 2015

El combate del siglo, mi mano contra tu cara.

Estamos en guerra. Las trompetas suenan, el cielo se torna rojo y a Jesús le arde la barba. Corre despavorido, con las manos en alza, no es la palabra de Dios la que proclama a voz en grito.

Si una cosa he descubierto en mis veintiún años de existencia y en los cuatro que llevo de vida es que a todos nos gusta desayunar en Vietnam, merendar en Afganistán, bebernos el vaso de leche antes de dormir en una trinchera donde silban las balas y la sangre lo tiñe todo de rabia y frustración. Anhelamos partirle la cara a alguien que, probablemente, sea menos gilipollas que nosotros. Y como solo hay unos pocos valientes que llevan la hazaña a cabo, necesitamos visualizarlo, repetidas veces.

Conozco los mantras, la buena postura, lo políticamente correcto, lo soberanamente coñazo. Y por eso quiero dejarle claro que mi madre me dio a luz en una ocasión, quiero mandarle una postal directa a la cara, con cuatro posdatas, que recuerde el viaje al día siguiente con un diente menos.

Y el auténtico problema llega cuando despiertas en mitad de la noche, con todos tus músculos contraídos, con el cuerpo tan retorcido que no eres capaz de discernir donde empieza la cama y donde lo haces tú. Te sueñas repartiendo leña a una cara que llevas toda la vida estudiando.

Pregunta. ¿Mamá, por qué quiero destruir al cabrón de mi hermano gemelo? Y ahí está, en el albúm familiar, el muy mamonazo. De pequeño el diablo parece feliz, ¿Qué le ha pasado? ¿Ha sido el amor el que lo ha desfigurado?

Una visita al médico y la única respuesta es una receta con el nombre genérico de unas pastillas que ya has acabado. No hay tiempo para la publicidad, voy directo al grano.

Me han jodido, ya está, es tarde para arreglarlo. Probablemente la culpa sea de aquellos monos que, sin otra cosa que hacer en un mundo de rocas y mares, se cansaron de recolectar y decidieron fornicar hasta terminar precipitándote a un mundo que de sentido tiene más bien poco. Porque no se puede crear un termino como felicidad cuando ya tenemos un sinónimo que lo describe a la perfección, "utopía", hijos de puta. Hijos de puta los monos, los jefazos de la RAE dándosela de amos del universo corrompidos por las almóndigas y los murciégalos andantes y sonantes de éste nuestro maldito planeta.

Y ya poco más nos queda por hacer más que golpearnos hasta dejarnos de ver, de culpar a políticos, religiosos y analfabetos. Un secreto, somos nosotros. Los mismos que besamos, que pensamos, que siempre decimos la verdad. No fue un accidente aquello del ying y el yang, sea lo que coño sea eso.

Así que disfrutad del viaje, veros morir y cuando toque llorar frente al lecho de hormigón y coronas de flores hacedlo jocosos y sin titubear, porque si no fuese por los malos momentos, momentos, lo que se dice haber, no habría ni uno que joder.

Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...