jueves, 7 de junio de 2018

El hombre más poderoso del mundo

Una habitación repleta de vasos con dudas sobre los distintos enfoques generacionales que reptan en linea recta hasta mi juicio y un estallido de imaginación que abre una ventana donde cobra forma un paisaje.

Podría arreglar el país si alguien viniese a vaciar mi cenicero. Todos sabemos, es más sencillo gobernar un país con la mesa limpia y el caos guardado en el bolsillo de la chaqueta.

Empezaría por lavarme la cara y lavar el cerebro de los televidentes anunciando que he introducido publicidad subliminal que no estaría jamás en otro lugar más que en sus cabezas. Ya puedo ver los montajes en youtube y las teorías sobre mi genética reptiliana y mi afiliación al partido iluminati.

Si me invitaran a una fiesta del Club Bilderberg subiría a lo alto de la más alta mesa y recitaría un poco de poesía, por el bien de la humanidad, a artículo por estrofa. Esa sería la idea que olvidaría empapado en drogas de diseño y altas dosis de influencia en sacos de carne y hueso.

Puedo ver a todo un ejercito de corbatas y modales excelentes detrás de mi plan de dominación mundial. Les oigo hablar en parsel sobre el petróleo robado la semana pasada. Estamos teniendo problemas para blanquearlo, he propuesto añadir Colgate a la mezcla, para algo les subvencionamos.

Imagino la desesperación de caminar por la calle y ver la misma cara en todas las personas, mis pobres y desahuciadas marionetas. Me aflojo el nudo de la corbata que no tengo porque me empiezo a sentir culpable. Ocuparme de mi asfixia no ha aliviado la de los demás y vuelvo a notar que me ahogo.

Deberíamos deportar a los que no saben sonreír.

Me traen cascos para no escuchar los gritos y me siento con mi bola de cristal que emite luces y sonidos en la mesa presidencial, mi Casa Blanca de gotelé. La llamaría Poder y la sostendría entre mis manos como un yonqui su última dosis en el banco de algún parque.

Ya noto como va tomando control sobre mi. Olvidaría las cosas menos prácticas, a qué sabe el amor, quién soy cuando no estoy ocupado o el nombre de mi madre.

Siento ganas de caminar entre las mesas y dictarles a todos esos niños. Dictar lo que me apetezca.

Transformaría la ciencia en un recuerdo lejano y a mi en el nuevo dios de la religión que mi egocentrismo escribiría en forma de novela. Ocho horas de clase cada cinco minutos, ocho días a la semana.

Adoctrinamiento travestido de educación, esclavitud por trabajo duro y un altar con mi rostro en cada hogar.

Bailaría sobre la luna y la abriría solo los sábados por la noche. La pista de baile más exclusiva del sistema solar. Les obligaría a remarme hasta allí y cuando demandasen algún tipo de reconocimiento dejaría que me mirasen a los ojos.

Rockstar absoluto en cada ciudad por dentro muerto en cada palabra, en cada sonrisa o erróneo gesto de hospitalidad. Tics de un corazón que antaño latía.

Me golpearía con fuerza la polla a la mínima luz que apreciase en el naranja estático de un atardecer.

Solucionaría los problemas del mundo vistiendo un traje blanco y pulsando el botón Apocalipsis en el momento requerido. Lo último que se escucharía una réplica del discurso de siempre y los aplausos de una sociedad que se convierte en ceniza caliente arrastrada por una corriente de aire frío.

Mi bomba sin alma abrazándolos a todos y en el último momento yo abriendo la puerta del búnquer presidencial, saliendo a la carrera a decirte que te quiero con lágrimas en los ojos bajo un enorme foco de luz.

Notaría el dolor posarse sobre mi cuerpo en forma de nieve de color triste.

Quizá toda esa ceniza sea la que veo en mi cenicero, quizá sea más fácil si nadie lo viene a limpiar.

Quizá quemé todo lo que conocía y ahora hay una civilización muerta en mi habitación.

Te quiero.










Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...