miércoles, 4 de abril de 2018

Una posibilidad

Se desnudaron tan rápido como despacio se quisieron.

Era la primera vez pero ninguno de los dos podría haberlo dicho. Tampoco el universo que, expectante, había atisbado la unión.

Ella se sentía estúpida por haber guardado en su haber tantas dudas.

Él sabía que ella nunca más las tendría.

Ninguno podía creer que hubieran tardado tanto tiempo cuando los árboles, el viento y los arroyos pedían a gritos y en conjunto que la naturaleza siguiera su curso.

Desde hacía años.

Siempre se habían querido  y odiado al mismo tiempo. En no pocas ocasiones ambos habían deseado que el otro desapareciera de la faz de la Tierra para poder dormir por las noches, para dejar de sentir la falta de aire, la culpa, el dolor, la confusión.

Y, sin embargo, siempre habían sabido cuándo el otro le necesitaba. Se necesitaban. No para poder vivir bien, ser felices o querer a otras personas. Simplemente lo hacían.

Se necesitaban,
como el día y la noche
en la distancia del tiempo.

Él, bañado en auto conocimiento que destilaba un falso orgullo, era capaz de caer sobre sus rodillas ante la presencia de ella, sin dejar de emitir los gruñidos de un perro salvaje presa de una maldición o hechizo de sumisión.

Ella, perdida en un océano negro de sentimientos y emociones que tenían el poder destrozarla, siempre lo quiso demasiado como para arriesgarse a destruirlos a ambos en el intento de amarse. Siempre riendo sus tonterías sin dejar de insultar las cosas que tanto la desquiciaban de él.

No se podían ver hasta que no podían dejar de mirarse. Entonces un abrazo, una caricia en el rostro, una tarde para los dos, podía quemar el Sol.

Ella nunca le mencionaba pero en el viento siempre terminaba recogiendo su aroma a rosas.

A él le habían preguntado si alguna vez había amado y el nombre de ella fue la respuesta.

- Es la primera vez pero no parece la primera vez - susurró ella, mirándole a los ojos mientras ambos permanecían desnudos, tumbados junto a la chimenea.

- Aha - asintió sin poder apartar la mirada - y aún así seguiremos odiándonos, despidiéndonos y reencontrándonos.

- No puede ser de otra manera, ¿verdad? - preguntó ella, acariciándole la barba.

¿Podría? ¿Sería posible dejar de echarla en falta cada vez que viajase sin ella? ¿De encontrarse con dolor en el pecho por no tenerla cuando se disponía a dormir? ¿Sabría vivir sin echarla en falta?

No encontró más respuesta que su nombre.



Eclipse

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