domingo, 9 de diciembre de 2018

Red light

Hay una luz que ilumina mi rostro y todo lo que veo. Es una luz que no existía cuando llegue aquí, cuando comencé a reír, llorar, golpearme y morirme de miedo.

No había nada. Nada hasta el día que sentí morir mi propio corazón y mi vida evaporarse. Recuerdo quedarme petrificado durante semanas en mi propia cabeza. El dolor. Esa cosa que viajaba desde los pelos de la cabeza hasta las uñas de los pies en un grito sordo.

Entonces encendí la luz. Esa luz roja que brilla con fuerza cuando el corazón se salta un latido. "No cruces la línea" canta con el color.

En ocasiones cojo aire justo antes de hacer algo que puede salir mal. Si la luz se torna verde sonrío y me dejo caer sin pestañear. No importa si va a doler, sé que no será para tanto. Será tan solo un esguince, una mala semana, una que dure lo que dure seré capaz de soportar.

Creo que soy valiente, quiero decir, la luz casi siempre está verde. Hay muy pocas situaciones que iluminen mi rostro en el espejo con el color de la prohibición, del error, del dolor.

Tú eres una luz roja. Siempre lo has sido, todo el tiempo desde el primer día hasta el final. Sé que líneas no puedo cruzar, algo he aprendido. Entiendo de luces. Sé que no tiene sentido lanzarse de cabeza a una piscina de cemento armado y nada más.

Es por eso que no lo hago.

Si hablo es porque está en verde. He mirado antes. Solo cruzo en verde. Solo me comprometo en verde. Solo verde.

Tengo un buen candado, uno que mantiene la luz verde para permitirme cruzar. Lo he revisado, estoy seguro, por eso lo hago.

Eso es lo que no entiendo.

Un segundo estoy sonriendo bajo la luz de la seguridad, protegido por la experiencia y la precaución, y al siguiente me distraigo por un instante de más en esa pupila que me enseñó a escribir.

La luz se ha ido. No he visto rojo por ningún sitio. Estoy seguro que tú tampoco lo has visto. Probablemente para ti la luz está verde aún pero yo, bueno, de pronto estoy a oscuras.

Todo lo que veo es el negro de tu ojo paralizándome de nuevo. Todo lo que escucho es el piano de aquella canción donde la casa ardía cuando nos marchabamos llorando. Esa casa que nunca habitamos y había olvidado ya. Esa que construí en soledad durante tanto tiempo. Esa que era la de mis sueños porque habíamos hablado y no me importaba si tenía que hacerla solo.

Jamás me importó.

Perdí la ubicación. No volví. Tiene polvo. Pensé que jamás la vería de nuevo. Está tan vacía como la dejamos.

Juro que no había vuelto a saber de ella hasta el momento en que sentí ese parpadeo pétreo donde se me hace de noche y no me puedo mover. De pronto parece que puedo viajar en el tiempo, de hecho lo acabo de hacer y ni tan siquiera me han preguntado si quería hacerlo.

Simplemente no lo entiendo. Tengo una luz verde, una luz roja y un candado.

Los tengo para ocasiones como esta. ¿Por qué cojones no han funcionado?

Y ahí está otra vez esa canción que me sacude como a un muñeco que tiene miedo a morir de dolor.

Alguien me dijo una vez que no puedes cortar el hilo rojo que une a dos personas de por vida, ni siquiera con una luz del mismo color. 

Todavía no creo eso pero, joder, todavía tú.

Solo necesito un poco de luz por aquí, no me importa el color.







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