viernes, 5 de octubre de 2018

Olvídalo, he fracasado

He puesto el teléfono de espaldas. Si creo que no estoy concentrado no puedo escribir.

Era necesario, hoy no ha sido un buen día. Aún no ha terminado, apenas ha empezado la tarde pero nada podrá remontarlo.

He fracasado. Me he quemado los dedos con la llama de mi propio mechero y ahora lloro fuego por dentro. No soy bombero, no necesito serlo.

Ahora ni cien nanas podrían consolar el huracán que baila sólo un paso doble sin apenas movimiento.

Hoy he jugado el partido de liga que me acercaría a mi sueño y simplemente no he dado con el tallaje correcto.

El uniforme me ha quedado grande en un espasmo que me ha dejado sin tensión ni aliento. He visto la carrera tras los cristales que son ventanas que no se abren.

Y no, no puedo echarle la culpa al gato del vecino o al cerrajero. Ha sido un acto de pura incompetencia, de desatino, de error de cálculo.

Me ha faltado dibujar la línea vertical que transforma en suma a la resta. Y me ha quitado. Me ha quitado de en medio.

Pero no podría estar más contento.

Bajo el No y la melodía de blues que teñirán los meses venideros siento que algo parecido a Dios me ha hecho un regalo.

Algo más importante que perder el juego. Algo que no se paga con un abrazo ni un beso.

He sido aleccionado y sentarme en primera fila ha servido para algo. Lo entiendo.

Soy sincero conmigo mismo y me responsabilizo de mis actos. Un escalón más en la aventura del autoconocimiento.

Me fascina cómo la vida puede hacerte un regalo tras empujarte a las vías y dejarte ahí tirado. Podría denominar de epifanía a esto que siento reposando mi espalda sobre el metal frío que guía al tren camino a mi fracaso.

Yo soy dueño de mis propios actos. De los buenos y de los malos. De los que tienen alas o rabo de diablo.

No hay mejor sitio para pensar que el pozo donde uno mismo se ha tirado. Puedo ser tonto pero no gilipollas, ahora lo entiendo.

Yo decido si bajo con cuerda o con un diario donde narrar el lento proceso de descomposición de mis ideas y su posterior conversión en pensamientos.

No lo llamaré fe porque si desapareciera seguiría existiendo.

No he caído con las manos por delante de la cabeza por nada.

No pecaré de reincidente pues entiendo que el daño abre grietas que requieren de un cuidado de diseño.

No dejaré de llorar hasta que sane pues las lágrimas se supone son poco menos que la aceptación de la culpa de encontrarte donde estás.

Y de llegar cuando hayas llegado, ni un segundo antes.

Es por esto que portaré con orgullo la camiseta de los perdedores... pero jamás la de los vencidos.

Entender la diferencia puede necesitar de dos o tres azotes en el alma, de un desahucio color añil donde habitan los recuerdos de tu infancia o de sentirte sangrar hasta la muerte tras rascarte de más.

De la disolución en agua estancada de un deseo.

Solo tras haberme perdido en este laberinto de pinos y despedidas seré capaz de encontrarme en lo alto de la montaña.

Persevera, sé constante. No te limites a ganar sin idea.

Fracasa en primera persona
y, siempre, con las piernas abiertas.


Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...