miércoles, 2 de julio de 2014

Carta fúnebre

Querido abuelo:

Han pasado años, más de una década y unos pocos segundos en mi cabeza desde la última vez que te vi. Llevas toda una eternidad callado, en el más sepulcral de los silencios, sin hacer ni decir nada y eso siempre molesta, ya sabes como es hablar solo, o no, quizá hace mucho tiempo que no sabes nada, te pongo al día.

Llevo años viviendo lo mejor que puedo, esforzándome por vivir lo mejor que puedo con lo que tengo, no me planteo cosas imposibles ni corro tras estrellas fugaces, temo perderme en la nocturnidad del fracaso.
Me arrimo cada vez más a los que quiero, cada vez menos a los que no, me mantengo en la mitad del paso de cebra de quienes no conozco y trato de no cruzar la calle si no me dan luz verde. No está mal, ¿verdad?

Yo y las palabras mantenemos la relación más tormentosa que haya conocido desde que aterricé de culo en esta realidad que nos es familiar a todos. Me pongo de rodillas y me abro en canal cuando ellas me lo piden y si el demiurgo de la creatividad no se ha levantado con el circuito chamuscado, obtengo un elogio en forma de satisfacción personal o algo parecido. Siempre he dicho que sufro demasiado ante la hoja en blanco, me ataca como un insurgente armado con altas expectativas y una corona de espinas. Si lo hago, es exclusivamente porque lo necesito.

Bien sabes tú que desde que falleciste la comunicación entre nosotros es algo más difícil y que no puedo hablar contigo tanto como me gustaría. Y sinceramente no se quién sufre más, si tú intentando oírme o yo tratando de adivinar si enviar las cartas al cementerio o allá arriba en un cohete espacial. Vamos a intentarlo desde aquí, ¿te parece?

Últimamente las cosas parecen desbordarme, me siento incapaz de contener la metralla que me acribilla por los cuatro costados. La violencia de los acontecimientos me deja petrificado en una habitación blanca en el interior de mi cabeza, donde una cama y una ventana son las únicas habitantes de la infraestructura. Me siento sobre la cama, miro por la ventana, y me pregunto cómo he acabado ahí. Me quemo por dentro y por fuera.
Un mal movimiento y se te desencaja el hombro, alguien acaba llorando. ¿Quién pudiera tener pulso de cirujano cuando se trata de abrir sentimientos, de coser emociones?

Todavía me sangran las costras de heridas de días pasados y los minutos, las horas, son elementos perpetuantes de todo aquello que me quema por dentro, que desintegra mis entrañas, que anula mi alma.

Curiosa la esperanza, la fe, que en la más carcelaria de las habitaciones te impulsa a no rendirte, a crear puertas donde no las hay, porque no tiene magia aquel que surca los cielos sin preocuparse de tocar el suelo sino aquel que sin despegar los pies de la tierra lucha por ascender al mayor de los altares.

Y si no peleo, ¿qué me queda? ¿Es rendirse, acaso, una opción, o tan solo una mera ilusión?

Prometo enviarte ésta carta allá donde quiera que estés, pero antes, abuelo, ¿podrías tan solo decirme donde coño te metes?




Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...