jueves, 11 de diciembre de 2014

La iglesia de Solo Palabras, Lo Demás En Tu Imaginación

Ahora sabe diferente. Todas las piedras, todas las cañerías, todas las hojas que meto en mi boca, todo saben diferente. Probablemente sea mi lengua, cansada de respirar ambientes de sagrada comunión, de lazos fraternales y besos bajo las farolas de una pequeña plaza abandonada demasiado pronto.

Tal vez tenga algo que ver con dejar los dientes fuera con cada calada, con el escozor que me supone la vida introduciéndose por mis fosas nasales sin permiso de circulación. Todo me supone siempre demasiado para aspirar en una sola noche, demasiado para evitar el nudo que nace, se reproduce y muere en mi garganta.

El triunfo ajeno me hace parpadear, no por sorpresa ni recreación, nada espacial, son las legañas del ermitaño las que me hacen abrir y cerrar. Teníamos una especie de acuerdo tú y yo, un acuerdo que me ha mantenido vivo, crucificado en la iglesia de la castidad sentimental durante algo más de dos décadas, un trato que se desvanece y que me hace caminar con las manos en los bolsillos, ocultando con vergüenza ajena los orificios de los clavos con los que me fijaste a la cruz del jamás de los jamases en la iglesia de Solo Palabras, Lo Demás En Tu Imaginación.

Pasé dos noches en vela prorrogables en la eternidad. Dantesca hija de puta. Juntos ganamos el Oscar al beso más extraño jamás consensuado en una tartana estacionada en doble fila.

Ahora siento la necesidad de resucitar a Carl Sagan para asegurarle que el gran misterio no yace oculto en lo profundo de un agujero negro, que está entre tus piernas, cerrado a cal y canto para nadie excepto para mi.

Nunca llegamos a llorar juntos, pero hizo tan poca falta que el cielo nos brindó lágrimas cuando la orquesta la formamos tú, yo y nuestra eterna discusión de si no si no.

Derribaron el muro de Berlín y jamás fuimos capaces de imitarles por más fuerte que golpeásemos el gran muro de mierda que nos mantenía tan unidos en la distancia. Nunca fui capaz de definirme sin referirme a esa comezón intestinal que me mantenía erguido sobre mis dos patas traseras, como un chucho que busca la recompensa a tan sacrílego esfuerzo. Participar es lo que cuenta, me han dicho siempre los calvos del día a día.

Y ahora me hablas del puto sol y yo sigo siendo un niñato de veintiún años con el mismo problema de siempre.

Quizá por eso te hago huir antes de que lances rocas como el puto monte Roushmore sobre mi tejado. Siempre pensé que estaba poco preparado para esto, no soy competente, soy el cuarto cerdito, el que se construyó un refugio antibombas pensando que serviría de algo.

Pregúntame que tal estoy, y quizá sea capaz de enseñarte los nudillos que tan duro he estado entrenando.

Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...