domingo, 16 de octubre de 2016

Apostando contra la vida

¿Cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Las posibilidades eran remotas, casi nulas, inexistentes. La probabilidad nos susurraba al oído que jamás nos miraríamos a la cara. Encontrarnos y reconocernos, vernos una primera vez y tatuarlo en el tejido del tiempo.

¿Cómo ha pasado si era imposible, si el universo nos decía que las apuestas eran claras?

Habíamos perdido el combate antes de subir al ring. Nuestro entrenador nos estaba consolando por un ko que todavía no habíamos recibido pero estaba claro, ya nos dolía la mandíbula, ya sentíamos el puño cerrado del rival arrancándonos las muelas, mandándonos a la lona, apagando las luces del local.

Nuestro caballo era claro perdedor, nos abucheaban en el hipódromo y el resto de jinetes nos miraban por encima del hombro como si ya nos hubiesen adelantado. Y he de admitirte, en la intimidad de este escrito, que yo tampoco confiaba. Reconozcámoslo, era difícil hacer una buena salida, de facto no la hicimos.

El árbitro aún no había pitado el inicio del partido y nos pesaba un hat-trick en las redes de nuestra portería. Contábamos con un guardameta ciego y diez cojos sofocados corriendo tras el balón. Eran superiores, eran el claro ganador. Recuerdo ver a nuestro entrenador tras el primer tiempo llorando a lágrima viva en el banquillo, recuerdo a nuestros suplentes enfundándose los vaqueros y marchando a casa, abandonándonos en el campo, a nuestra suerte, al azar, a la voluntad del cosmos.

Y entonces conspiramos, o fueron las estrellas, o el destino, o una puta suerte que aún no me puedo creer. Que digo suerte, ni buena ni mala, la neutral, la despreocupada de andar por casa, la que no deseas porque aún no conoces, la que golpea en tu puerta y recibes con los ojos como platos y el corazón galopándote en el pecho intentando adelantar a los caballos rivales.

Sabes que tengo razón, era imposible, improbable, inverosímil, inviable, era desalentador. Demasiadas variables, demasiadas rutas en el laberinto, demasiada vida por ahí delante como para encontrarte. Sencillamente no podía pasar.

Pero pasó. Pasamos. Sucedimos.

Y con una vez bastó.

Porque tenía que haber una primera vez antes de la segunda, porque si ha sucedido una vez ha sucedido para siempre. Jamás podremos desencontrarnos, no reconocernos cuando lo hicimos.

Nos levantamos en ese inmortal tercer asalto y en un fugaz intercambio de palabras, de miradas y caricias noqueamos al rival y sonó la campana tras la cuenta de diez.
Susurramos a la oreja del equino y le mentimos, nos pusimos de acuerdo, le dijimos que había una yegua tremenda esperando su victoria en los establos. Y corrió como un rayo, cuando quisimos darnos cuenta era tarde para echarse atrás, los habíamos adelantado, nos habíamos ido hacia delante sin preguntar.
Empatamos en el minuto final y en la prórroga nuestro equipo de segunda be se transformó en estelar, en nuestra selección y defendieron nuestra bandera con los pies y el corazón.
Hombres del partido, encuentro del año.

Tenemos la victoria en forma de oro sobre las manos, lo hemos conseguido, hemos ganado, ha sucedido.

No es el último de los combates, ni de las carreras, ni de los partidos. Es el comienzo de la temporada y no podemos desinflarnos ahora, el entrenador nos está alentando. "Ya estáis aquí, lo imposible ha sucedido, luchad con todas vuestras fuerzas, merece la pena".

Salgamos a ganar.





Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...