No duermo.
Cuando duermo con mi perro me late en el costado como si fuera parte de mi pero ajeno a mi.
Lo noto más que ese hígado, ese páncreas o ese futuro cáncer que no siento pero tengo.
No puedo dormir.
Es una batalla por el sitio que te pide el cuerpo. No nos tocamos, no vale empujarse, gritarse, ladrarse o morderse.
Nos hemos intercambiado los lados. No nos hemos tocado, no ha pasado por encima de mi. Somos nadadoras de natación sincronizada.
No me duermo.
Ahora me pica el cuerpo. Me están mordiendo los hijos de puta.
Cuando duermo con mi perro su respiración es tranquimazin y la cama no se mueve y yo no oigo ni veo, solo siento y es más de lo que recomiendo.
Siento.
Mi puta imaginación se ha transformado en mosquitos que zumban en mis oídos como obuses de la segunda guerra mundial. Mi perro es el furher.
Eres tan nazi que jamás te atacarían.
Oh mierda, ahí vienen, demonios, diablos vestidos de doncella. Me llaman gilipollas. Me hacen la cobra. Todas. A la vez.
Mi perro se ha tirado un pedo y se ha cagado de miedo. Yo no me muevo, no puedo. Ellas me han amarrado a la cama y no puedo dejar de ver la cara de Nicolas Cage en el techo.
Cuando duermo con mi perro no duermo. Soy un trozo de piel del reino animal al que le comen por dentro.
La vida es solo un entretiempo y yo un chico con una polla decente y mucho miedo en el cuerpo.
Me despierto. Cuando duermo con mi perro, no duermo.