Y es que ni en el más alto de los acantilados, en la más verde de las praderas he podido librarme de ti, de mi. De lo que tengo dentro.
He escanciado sidra por la ventana del piso catorce de un hotel, he subido por encima de las nubes más bajas del cielo, en coche y en teleférico, y me he alejado de todas esas luces, ruidos de motor y bares que los humanos denominamos civilización.
Me ha llovido hasta calarme la médula ósea de cada hueso. Me ha dolido hasta enquistarme en el culo del vaso de cualquier copa de vino que se me puso delante en las calles de Santiago. Me ha dado igual si era un restaurante o un tío vivo a la hora de bailar, me he levantado del asiento igual, he cerrado los ojos y me he dejado llevar. Lo he hecho de verdad.
"No todos los días son buenos, pero hay algo bueno en cada día" como rezo, no en la famosa catedral, en cualquier otro lugar, con mucho menos oro y más religión. Porque donde he sentido lo he sabido y donde no, bueno, ahí no he podido.
He susurrado en la distancia te quiero a una mujer que, en su momento, decidió que pudiera hacerlo dándome la posibilidad del nacimiento. Derramado lágrimas, de noche, de vuelta al cementerio.
Sigo notando falta de aire cuando recuerdo una conversación de una hora de duración de pie sobre un sofá. Un debate, una charla, un intercambio de opinión sobre las tonalidades de un cuadro que exponía unas pocas flores pero donde mi amigo y yo veíamos las virtudes y los horrores del ser humano reflejados en sus colores. Blanco y negro y verde casi amarillo. El bien y el mal y nosotros casi ellos. Nosotros todos y ellos también.
No consigo olvidar la silueta oscurecida, generalizada en palabras de podríamos ser cualquiera, en lo alto del edificio, al otro lado del río, frente al restaurante en que sentados y cenando relataba historias sobre lo mal que aquella sombra que fumaba en el balcón de su vivienda lo debía estar pasando. Sobre la vida y los errores y no ser lo suficientemente fuerte para cambiar. Al final, cuando caiga el diluvio universal, no todos nos podremos salvar.
Lo que duraron esos días no han borrado mis problemas, preocupaciones, asuntos que tratar... nada nunca lo hará, nada salvo yo. No malinterpretes, he aprendido.
He aprendido que uno no elige dónde nace pero si dónde quiere vivir. Que la vuelta a casa no fue mi regreso a Madrid, que fue la partida, el viaje hacia allí.
Volveré a casa. Con aire o sin él. A saltos o a trompicones. En ave, en coche o en besos. Ágil o atado a tus pies.
Volveré a casa.