Acaricia esos poros que surcan la piel de toda una vida. Inflige cariño, proporciona daño a aquellos astillados huesos que en mitad de una guerra sin nombres fueron capaces de perdonar. Bautiza a los ejecutores, asesina ángeles vengadores que, en ésta Tierra y en la suya, buscan el calor del perdón.
Resiste en tu alma todo ese perdón, el dolor de todo un pestañeo y el mundo a su alrededor, sabrás elegir entre todos los mandamientos: "Levanta orgulloso el cadáver del prójimo al hombro".
Y ahora que estás tan lejos, caminas descalzo y te escurres entre naranjas y limones. Dame la mano, tú que has matado a mi madre.