Era un soldado con más coraje que experiencia, mi arma siempre a disposición de la recompensa.
Como los incompetentes dependientes que somos, elevamos la naturaleza de quienes más estimamos a ecos divinos. No son sus ojos, podré haber dicho cien veces, es el mundo que guarda en su interior, son los espejos que reflejan cada ápice del mundo que me rodea pasados por ese filtro que prescinde de un granulado cinematográfico, su naturaleza es llamativamente épica.
El árido desierto donde la soledad me carcome por dentro llegó a ser un jardín rico en verde y otras cosas, un lugar donde la cabeza descansa sobre su regazo y el cielo muestra sus secretos a puertas abiertas: "día del espectador, de cuatro a diez regalamos la felicidad con un lacito del color que más coraje le dé". Veo a los perezosos al otro lado de las puertas del paraíso y antes de poder completar mi mueca burlona mi perspectiva cambia al otro lado de las rejas doradas.
Y una vez más yo soy el chiste porque soy un estúpido. Cometí el error de hacerlo todo mal desde el principio sin tener en cuenta la fauna del ecosistema o las páginas del libro.
Y el álbum de fotos se marchita, falto de agua y de alguna sonrisa, metamorfoseándose en un triste diario que recoge cada deseo en un anuario.