No estoy apresurado. Quizá algo enfermo, pero afortunadamente eso no me ha arrebatado la lucidez suficiente para recordar que las prisas, en cuanto a confesiones, son atajos que producen silencios, silencios que ocultan verdades.
He venido con la serenidad del derrotado pintada en los ojos. Con la vanidad del hombre con nombre que espera ser llamado. Con el sosiego de un cuerpo desnudo que rechaza disfraces.
Y vengo del cementerio. Allí todo pierde relevancia, las manchas en el traje, las batallas en silencio habladas, las imágenes proyectadas, los venenos recibidos y los enviados.
Muerte
He sido testigo de la muerte este mes. Casi su novio. Y he aprovechado para pedir, con la confianza que hemos ganado, que se llevara algunas cosas que ya no necesitaba y guardaba cogiendo polvo.
Es bonita, con todo el miedo y la pena y el vértigo que adhiere en su roce, aún así, sabe hacer que las personas se reúnan y hablen. Distintas generaciones charlan sobre el mundo a un palmo de un cadáver que rememora el momento en que conoció a todas estas personas.
He venido vestido de blanco por la muerte, ahora tiene más sentido para mi que el negro. A mí algo que se acaba me recuerda que acabo de empezar en el mismo momento en que lo pienso y una casilla de salida siempre debería venir sin manchar. Después tenemos toda la vida para experimentar el depravio descenso en horizontal al negro nuclear irradiado de todo lo que nos ha tocado.
Depravio significando transición a la corrupción de un sin manchar a un esto lo he vivido yo.
Realidad
Quiero también, no debo, reconocer un miedo atroz a lo simple, una admiración exorbitada a lo simple.
Es mágico. Es real y verdad.
En la madeja de lo complejo, enrevesado y laberíntico yo siempre he sentido el alivio del que cierra los ojos y deja a su intuición el volante entre pasadizos con la certeza de saberlo todo conectado, pensado y despensado. Siempre fui capaz de volver al centro de la madriguera cuando todo era oníricamente confuso. Tengo mis trucos con las palabras y siempre he sido un observador, nunca temí perderme en esos trabalenguas que nadie conoce.
Pero joder cuando es simple. Entonces viene el frío cristal del pavor en una cajita de plata aterciopelada por dentro con un azul marítimo helador que me pone de rodillas con un nudo en el corazón.
Es entonces cuando las cosas entonan mantra directo, claro y conciso y yo siento la imposibilidad de tomar desvíos, de dejárselo a mi poderosa imaginación. De hacer mio el camino.
De pronto estoy en una autopista con un solo carril y comprendo la belleza de lo que es y del fatal desastre que supondría salirse de un camino que no comprende otras posibilidades.
Es lo que es y doy gracias por ello incluso si me está matando.
Por eso, por si acaso, he venido vestido de blanco.