Habías tallado todo tu respeto por mi en ellos.
Los habías colocado por toda la ciudad para que todos los vieran.
En ninguno aparecía mi nombre, tampoco lo hacía el tuyo.
Ni un ápice de implicación explícita,
ni una gota del sudor que empleaste pensándolas, reuniéndolas, arremangándolas.
Leí frases y frases durante unos minutos que hubiese grabado para reproducir después en bucle.
Conocía bien la ubicación, era un problema de lucidez onírica lo que me hizo temer que,
con casi total seguridad,
no podría volver a leerlos.
"Han salvado cinco mil trescientas dieciséis vidas en el año dos mil quince".
Rezaba amor disfrazado de gratitud, destinatario yo camuflado en el colectivo.
Publicidad destinada a ningún consumidor. Un cráter en mitad del valle anunciándome que
te habías ido
o yo me había marchado
ya no podía recordarlo.
Que mierda importaba la diferencia, pensaba leyéndote tras esos letreros de neón
que me daban las gracias
siendo tú parte de mi cabeza,
estando yo dormido
y
los dos tan despiertos.
Aún temo alzar la vista y leer,
espero que ya nada duela.
"El peor día de tu vida es tan solo su martes".