En el miedo romántico donde me acompañas cuando las estrellas brotan en el cielo haga frío o calor, esté vacío o lleno. Donde me acompañas desde tu habitación sin si quiera mostrar un ápice de intención de comunicarte, de dejarte ver y aparecer en el rincón desde donde se ve mejor. Desde donde allá arriba parece que llueve y son astros y somos amantes en secreto y sólo lo sé yo y tú no y no quieres saberlo.
Asi que me quiero bajo este manto de miedo eterno, del miedo del que lo intenta y se le tensan las facciones y destrozan los nervios, del miedo que afronto sin que sepas como me encuentro y dónde me siento, del que me hace querer huir hacia ti y ofrece pelea al valor que me clava al suelo. Si sigo apretando al final echaré raíces atravesando el pavimento y florecerán todas aquellas inseguridades en forma de girasoles al viento confundidos bajo un cielo gris y una cortina de lluvia que les roban el sustento.
El miedo bajo los truenos y tú partiendo con el sol en la mochila, abandonándonos a todos, suena a despedida.
Y al final solo me valgo yo y el aguanta coño y el me cago en la puta, mira qué huevos tengo.
Y el mira es para mi, porque no me lo creo y tengo que verlo.
Entonces me armo con el terror del tiempo de un invierno que tardó en llegar pero se instaló sin dudar en hacerlo. Dijo 'he llegado y aquí me quedo'.
Un minuto de lluvia para todos, para siempre.
Y yo sin paraguas y tan contento temblando de miedo, por si no me mojo y cuando llore parece que lo esté haciendo. No quiero tener que pedirte de nuevo que traigas el buen clima que añoro con anhelo, que cuando exhalo la fuerza se transforma en vaho y desaparece ante mis ojos acuosos de castaño claro y hielo.
Soy el director de una obra de teatro y me he visto perder tantos papeles arrastrados por el viento que no me contrataría como actor principal ni aunque de ello dependiese mi sustento, por supuesto. Por eso me amo en el miedo, acojonado ante tan grande sentimiento. Con el desparpajo del tartaja que no pronuncia palabra sin encasquillarse, que tiembla demasiado para llevar sus sueños en bandeja de plata que paraliza, que atrapa.
Es tarde, es trampa, ya basta de tanta batalla embotellada en el cuello de mi garganta.
Descórchame, córcholis, quítame la tapa, déjame fluir sin miedo al matarratas, al alquitrán, al qué dirán. Desísteme del intento, empújame a la certeza quitándome la ropa sin movimientos bruscos, sin aspavientos, que no eres un molino, que eres un portento. Desvísteme y hazlo lento. Quítamelo, pélame capa a capa todo aquello que me capa, que me incapacita para querer poder querer, para poder hacerlo.
Por eso me armo en Roma, porque soy pequeño, porque el ¡ave cesar! era un dios en la tierra, en su tiempo. Por eso me amo en el miedo, porque es donde crezco, me reproduzco y muero con tiento, al menos de momento.
Será sin ti, al final del cuento, encontraré todo aquello que de momento no tengo y ya no quiero, al tigo que ha dejado en bragas al con, al feo interludio que distancia tu cuerpo del mío, sin vergüenza sinvergüenza, sin miramientos, sin duda, y al mal de ojo de cien tuertos, a la maldición gitana que me quita toda gana y a la patraña que rebana mi cuello con hoja de daga.
A mi miedo, a ti, ha sido un placer conoceros, os espero jamás de los jamases para volver a veros.
Que todo os vaya bien, que bonitos veáis los peros.
Haced muchos cruceros.