Y las palabras iban acompañadas
del sonido de la máquina de escribir. Letra por letra, significado por
significado. Mi vida por la tuya.
Era el momento de utilizar la
balanza, de pesar el valor que me había llevado hasta allí, de medir el miedo
que me había empujado a buscar hasta encontrarte. El miedo a perderte.
Estaba oscuro y un metálico
engranaje rugía desde el corazón de las tinieblas. Una espesa nube en forma de
humo de maquinaria limitaba mi visión. Mis pasos eran torpes y mi corazón
estaba desbocado, mi cabeza desquiciada. Ya era tarde, estaba seguro.
Juegos de luces y sombras,
repentinos relámpagos que chocaban contra los cristales de todas las ventanas
de aquella vieja fábrica abandonada.
Ríos de depresión corrían por
las calles, el repiqueteo constante de las gotas contra el metálico techo me ponía aun más alerta.
El lugar comenzó a venirse
abajo, la estructura cedió a causa del peso del agua que se había ido
acumulando sobre la fábrica y las vigas empezaron a desplomarse. Tenía que
darme prisa.
Entre escombros que trataban de
sepultarme, corrí sin mirar atrás. Entonces les vi a los dos. Estaba harto de
preguntar, de jugármela, estaba cansado de recibir una detrás de otra. Lo
que estaba en juego era demasiado importante. Me limpié de la frente el reguero
de sangre que manaba de mi cabeza, el cuerpo me pesaba, mi mano era demasiado lenta.
Disparé primero, pregunté
después.
El armario de cabellos dorados
cayó de lado con un boquete de nueve milímetros en su pectoral derecho,
regalándonos un río de vino tinto.
Ella estaba inconsciente, podía
ver el miedo en su cara. Parecía saber lo que estaba pasando momentos antes de
que toneladas de acero se desplomasen sobre nosotros. Ya estoy en casa, cariño.