No estoy acostumbrado a viajar en autobús. Es extraño viajar con tantas personas a un lugar que no conoces. Donde me crié pasé la mayor parte del tiempo sobre la vieja moto de mi padre. Incluso estuve a punto de casarme subido a ella.
Ella trató de entenderlo pero nunca pudo sentir lo que yo sentía cuando subía a esa vieja moto y surcaba todos aquellos montes de día y noche.
Especialmente al atardecer, cuando el cielo se prepara para dormir y todas esas estrellas amenazan con brillar hasta nuestros ojos.
Nunca dejé de necesitarlo, ni siquiera incluso cuando la conocí a ella.
La primera persona de la que no tuve que salir corriendo.
Tras conocernos y mucho antes del cáncer aquella vieja moto tuvo que soportar el peso añadido de mi mujer durante los dos mejores años de mi vida.
Se marcharon a la vez. Sin carreteras, sin ella.
Llevo dos días de viaje y aún no soy capaz de imaginar algo que me haga volver a sentirme vivo en esta ciudad.
Supongo que me dirigiré en cuanto reúna algo de dinero al primer concesionario que encuentre y compraré algún trasto con dos ruedas.
Quizá visite el cementerio local y hable con ella durante un rato, fingiendo que alguna de las lápidas olvidadas es la suya.
No puedo esperar a llegar a la estación, encontrar trabajo y volver a subir al punto más alto a ver el sol esconderse de nosotros otra vez.
Albus H.