Su lengua esparcida por la habitación, piezas de un carnoso puzzle, sus palabras hundidas en charcos de gasolina. Ahogado en el foso que la muerte y su cuerpo habían formado en la cama donde días anteriores su sexo y su mujer habían puesto nombre al instinto animal. La putrefacción, el dolor y el asco, abrazados en un solo olor.
Y cuando probé a respirar aquella estancia, la madera crujió, mis entrañas palidecieron y los miedos, mis miedos, se asomaron bajo la cama para invitarme a aquella fiesta donde nadie volvía a casa jamás.
La resaca devoró mi carne y nunca más volví a ser como antes.
- ¡Los gritos se oyen desde aquí!