La súplica, llegó tarde, y con la misma facilidad con la que se pronunció, desapareció, acompañada de lluvia, niebla, decadencia y flashazos de luz. La atmósfera trataba de cegarme con incesante turbiedad, con relámpagos que encendían luces que ni siquiera estaban ahí.
Desde pequeño me dijeron que la muerte se llevaba a buenos y malos por igual, lo que jamás me dijeron era que a algunos jamás se los llevaban.
- ¡No, no, no!- escuchaba mientras corría tras el asesino. El gris calado de las lápidas servía como conductor de la luz, cada veinte segundos un relámpago de tinta surcaba el cielo, cegando por completo la persecución. La hierba bajo mis pies impedía el ruido de mis pisadas y su carrera. Su largo abrigo negro le cubría el cráneo con una capucha. A veces, entre incesantes respiraciones forzadas, ni tan siquiera me parecía humano.
Un giro entre las tumbas y otro fogonazo oscuro del cielo nocturno me hicieron perderle de vista. ¿Había seguido de frente, o girado a la derecha o izquierda? Tres caminos se abrían donde, antes de decidir, el corredor oscuro había tomado todas las direcciones posibles a la vez. Simplemente no podía fallar.
Tome el camino de la derecha que, de alguna forma, rápidamente se transformo en el sendero que seguía recto al tiempo que era el que se desviaba a la izquierda.
Corría bajo la mayor de las tempestades tras la mayor de las bestias. El pecho me escocía, la ropa ya empapada por las lágrimas de los de arriba comenzaba a calarse de forma extraña por dentro. ¿Notaba el sudor bajo tan inmensa capa de agua?
La adrenalina invadiéndome de pies a cabeza comenzaba a despistarme, la fatiga me hacía escuchar ruidos de criaturas que no podían existir, escondidas en la oscuridad, mirando, esperando, juzgando. Había algo ahí fuera, algo que no permanecería escondido para siempre. Ahora sentía el miedo.
Mis ojos se dirigieron a una de las tumbas y mis piernas se detuvieron de golpe, sin consultar conmigo antes. Estaba abierta. Una sensación tan profunda como indescriptible me empujó a acercarme. En el hoyo un cadáver.
- ¡No, no, no!
Mi cuerpo, con ocho orificios más de la cuenta, permanecía inerte, contemplando, sin expresión, el olimpo infernal.